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El divorcio (los mitos y el discurso)

Por Leonardo Borges.

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Tras haberse erigido el Estado Oriental en 1830, luego de generar la Constitución más liberal de América Latina, luego de nacer como algodón entre cristales, ve como el antiguo caudillo artiguista, Fructuoso Rivera, que luchó luego para los luso-brasileros y que luego se convirtió nuevamente en revolucionario, ahora se convertía en presidente del recién nacido país.

El Estado Oriental, patricio y censitario, contrasta con ese jefe guerrillero, caudillo respetado por la plebe rural, quien, haciendo honor a su título, gobierna como caudillo y no como presidente. Este no distinguía bien entre los dineros públicos y los propios, ya que confundía el Estado con su persona. Repartió dinero y tierras a sus amigos, sin nunca comprender bien ese librito llamado Constitución. El territorio oriental volvía después de muchos años a cierto grado de paz, aunque está no duraría mucho. Ya para 1832 vuelve a entrar en escena Lavalleja. Enojado por la mala administración de su antiguo compañero de batallas (quizás celoso por no ser él quien detentaba ese poder), comienzan sus levantamientos contra el presidente.

Rivera, que había llevado su lugar de residencia a su amado Durazno y había dejado gran parte del gobierno a los doctores, culmina su período de gobierno en 1835 desprestigiado por su administración.

Un año antes le había dejado el gobierno a Carlos Anaya y se había nombrado comandante general de la campaña. Cargo más acorde con su reputación.

De forma unánime, en 1835 es elegido Manuel Oribe como presidente, quien tenía gran afinidad con Lavalleja tanto como con Rivera. Recordemos que Oribe fue ministro de Guerra y Marina de la administración Rivera.

Se comienzan a confrontar así dos personalidades encontradas, por un lado un caudillo rural (Rivera) y por otro un patricio legalista y urbano (Oribe).

El panorama queda dividido ahora entre el comandante general de la campaña (quien por su convocatoria la gobierna de hecho) y el presidente legal, con hegemonía en Montevideo.

Esta situación de enfrentamiento entre los caudillos (Oribe se irá convirtiendo en uno con el devenir de los hechos) llega a su fin (y comienzo) con el decreto del Poder Ejecutivo del 9 de enero de 1836, obligando a la supresión del cargo de comandante de la campaña.

Así, en julio del 36, la bomba explotó y Rivera se sublevó en la campaña. Aunque no fue inmediato, Rivera terminó cediendo a las pulsiones bélicas tras el nombramiento de Ignacio Oribe para su puesto.

El enfrentamiento llevó a Oribe a tomar ciertas medidas, como por ejemplo dictar un decreto (10 de agosto) por el que la población civil y militar debía usar una divisa de color blanco con la inscripción: “defensor de las leyes” .

Los riveristas hacen suya la divisa celeste, pero tras una serie de problemas de tintura se terminó por escoger la divisa colorada (del forro de los ponchos). Es imposible no determinar la influencia de Juan Manuel de Rosas y sus federales y de Juan Galo de Lavalle y sus unitarios en la conformación de esta guerra y en el nacimiento de las divisas, los bandos y finalmente los partidos políticos uruguayos.

Están así naciendo las divisas, las cuales fueron utilizadas por primera vez en la Batalla de Carpintería, el 19 de setiembre de 1836 (en que fueron derrotados los riveristas). Un año después, Rivera lanzó la segunda revolución desde el Brasil. A los pocos meses la campaña era dominada por los riveristas. Este hecho alarmó a Oribe, el cual requirió la ayuda de Rosas. Este se encontraba en conflicto con Francia. Justamente este país pidió autorización al Estado Oriental para rematar sus presas en Montevideo (para efectuar el bloqueo de Buenos Aires). Ante esta demanda, Oribe niega autorización (buscando apoyo rosista) y automáticamente puso en su contra a los enemigos de Rosas: en principio, los unitarios (enemigos del federal Rosas) y luego a los franceses.

Si seguimos aquella vieja máxima, la cual versa que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, encontramos ciertamente la unión de estos a los riveristas. El 24 de octubre de 1838, Oribe renuncia a la presidencia, amenazado por una escuadra francesa hostil en el puerto y un ejército colorado en Montevideo liderado por don Frutos.

Bajo este panorama, comienza formalmente lo que nuestra historiografía denominó “Guerra Grande ”. Esta se divide en dos períodos, uno se lleva a cabo en territorio confederado (de 1838 a 1843), y a partir de 1843 Oribe invade territorio oriental y sitia Montevideo.

El conflicto que comienza en la comarca se vuelve regional, y a partir de la intervención de Francia y de las legiones Italianas se convierte en internacional. Una especie de primera guerra mundial del siglo XIX.

Los colorados se encontraban en Montevideo (la Defensa) resistiendo, y los blancos sitiando desde la campaña a la ciudad (el Cerrito).

Pero tras todos los conflictos que vuelven a ensangrentar la campaña, comienzan a consolidarse las diferencias reales entre estos bandos y son los patricios los que comienzan a debatir sus posiciones acerca de esto. No los caudillos líderes que algún día compartieron las ideas artiguistas, y que lucharon en diferentes instancias por aquel caudillo, ya olvidado y exiliado.

La coerción se divide ahora en dos concepciones de Estado, la Defensa (los colorados) coloca en Europa “lo civilizado”, y allí veían un desarrollo del mismo, podríamos decir que son de corte más liberal ortodoxo, y ven en el campo la barbarie. Por otro lado, los blancos son los que ven en la tradición colonial hispana un pasado fuerte y vivo en la memoria americana. Estos creen que se debe adaptar ese liberalismo a las necesidades latinoamericanas. Un punto alto de este debate ideológico fundacional lo representa la polémica entre Manuel Herrera y Obes y Bernardo Berro, entre dos diarios enemigos en medio de la guerra.

Los devenires de la guerra son complejos; mientras Oribe se consolida como un caudillo durante la guerra, Rivera va perdiendo su lugar y hasta llega a ser expulsado y apresado por sus mismos compañeros en 1846. Rivera -sin quererlo- había puesto en marcha un mecanismo que lo comprimiría.

Poco a poco se van consolidando los partidos, que nacen del conflicto entre dos caudillos que combatieron juntos contra los españoles primero, y contra los brasileños después. Los dos siguieron a Artigas, cada uno con sus convicciones. Las ideas de los partidos, las declaraciones de principios, van a ir gestándose en estos años de guerra y en los inmediatamente posteriores.

Pero ¿qué tienen que ver en esto Rivera y Oribe? Las ideas de la Defensa, ¿qué tan compatibles son con la personalidad del caudillo? ¿Existen tantas diferencias de hecho entre estos caudillos? Y si existen, ¿se reflejan sus diferencias en las ideas de cada bando? La respuesta es definitivamente negativa.

No fueron esos caudillos los que sentaron las bases de la diferencia partidaria. Pero, ¿cuáles son entonces las diferencias partidarias?

Ninguno de los dos se declaran conservadores, son liberales e históricamente sus políticas y planteos han oscilado como un péndulo. No son antagónicos en su génesis, quizás sí en su obrar en ocasiones. Nacen empero de una misma matriz social, alguno más sostenido en las masas rurales, aunque casi nunca las sublimó. Timoteo Aparicio y Aparicio Saravia tal vez puedan ser fenómenos a estudiar por la base del pobrerío rural que lograron captar. Pero la pregunta siempre es la misma: ¿hasta qué punto llevaron adelante luchas sociales que pusieran en jaque la base económica? Pero ese será un debate para más adelante. Los partidos políticos mutan sus ideas obviamente por el avance de los tiempos y también es obvio que utilizan su épica, sus mitos para catapultarse. Pero, ¿qué sucede cuando sus ideas y su épica chocan inexorablemente creando un discurso divorciado de la realidad y obviamente tribunero? ¿Qué sucede si se levanta la bandera histórica del antiimperialismo (es sólo un ejemplo) y se piensa todo lo contrario? Sería interesante bucear entre los discursos y la épica de todos los partidos (sí, todos) y vislumbrar esas incongruencias.

 

 

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