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Editorial

Biografía no oficial del gran simulador

El farsante

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Antes de continuar describiendo la auténtica trayectoria de Ernesto Talvi (al que dejamos en 1997, tras ser alejado del Banco Central del Uruguay y del BID) y aterrizar en el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), el think tank cuyos autores intelectuales son los hermanos Peirano, financiado por grandes empresas y piloteado por El Observador, detengámonos en algunas anécdotas que lo han tenido como protagonista en estos días, mostrando los rasgos que definen el carácter de este darwinista implacable disfrazado de batllista de don Pepe, e incluso de batllista de Jorge, al que traicionó en su hora más oscura, la Crisis de 2002.

La primera se refiere a la autodefinición, absolutamente falaz, que dio al lanzar, el lunes 19, la lista 600, la oficial de Ciudadanos, el sector que fundó en 2017 y a su reiterada invocación a la “paternidad política” de Jorge Batlle, expresamente desestimada por los hijos del fallecido líder colorado.

Evidenciando que era verdad lo que declaró a El País, en el sentido de que recibía asesoramiento y tal vez alguna otra asistencia de la Brookings Institution (el centro de estudios del Partido Demócrata los Estados Unidos), Talvi, egresado de la ultraneoliberal Universidad de Chicago, dijo en ese acto que el suyo es un “proyecto liberal, humanista, progresista e internacionalista”. Solamente le falta adherir al realismo socialista y poner una bandera que muestre obreros con el puño levantado entre banderas rojas flameando, aunque, pensándolo bien, ya bastante falsedad es definirse como batllista de don Pepe, el verdadero creador de “un pequeño país modelo” con base en conceptos socialdemocráticos, laicista, fundador de empresas y bancos públicos y ferviente defensor de la enseñanza pública, la antítesis perfecta del darwinismo capitalista salvaje que Talvi, fiel al credo monetarista de Milton Friedman, predicó urbi et orbi, nada menos que durante los años previos y en el apogeo de la Crisis de 2002, en cuya resolución -contra lo que dice- no tuvo la menor participación, ni en lo fiscal, ni en lo monetario ni en lo bancario, al menos en sentido positivo. Esta vez, ni la alquimia del publicista Francisco Vernazza logrará ocultar la realidad y transformar la mierda en oro.

Acompañado por el candidato a vicepresidente, Robert Silva, el economista manifestó: “Hace un año y poquito nacía Ciudadanos [nombre copiado a un grupo conservador español], que por entonces no quería tener nada que ver con el coloradismo clásico, ni con la política, ni los líderes, ni la práctica política de sus principales referentes; un proyecto político nuevo que tenía como consigna que venía a servir, no a servirnos, cambiar y mejorar la política para cambiar y mejorar el país”.

“Decidimos arrancar de cero, simplemente porque queríamos tener una identidad propia, empezamos con la hoja en blanco”, dijo Talvi, explicando las razones por las que rechazaba al sanguinettismo y lo que alguno de sus allegados llamó la socialdemocracia corrupta. “Se nos decía que un partido tenía que ser un supermercado ideológico para poder ganar, tener de todo. Nosotros no seguimos ese consejo. Va a ser un proyecto liberal, humanista, progresista e internacionalista. Nos definimos así el día de nuestro nacimiento. Eso somos, ninguna otra cosa, preparadísimos para gobernar”, concluyó con un rostro congelado.

“Hoy puedo decir con enorme satisfacción que este proyecto, que era apenas un sueño hace un año y poco, hoy es una hermosa realidad”, agregó, sin duda en otra patada interna, ya que nadie olvida que su candidatura ultramaquillada pulverizó nada menos que a Julio María Sanguinetti y a todo su combo, al que Talvi despreció de entrada al decirle al expresidente que no quería fórmula con él “por la gente que lo rodeaba”. Es obvio que no le dio la nafta para mencionarle a su hijo Julio Luis, aunque uno de sus voceros más cercanos nos dijo que sí se atrevió a mencionar a una de sus espadas más fieles, Gustavo Osta, y al senador riverense Tabaré Viera.

A continuación, a pesar de la prohibición que le hizo llegar Raúl Lorenzo Batlle Lamuraglia (alias el Mono, el hijo mayor y compañero eterno de Jorge Batlle en sus campañas y sus horas más duras), el great pretender Talvi volvió a agradecer al expresidente, reiterando que hace años le pidió que lanzara su candidatura.

“Hubo un señor de una dinastía de presidentes que creyó que yo podía estar a la altura de esta responsabilidad y un día vino a pedirme que asumiera, que él iba a enseñarme todo lo que necesitaba. Con 88 años dijo que ahora podía estar tranquilo, que alguien se iba a hacer cargo”.

Realmente hay que tener rostro de piedra, aunque fuera cierto, para sostener esto en ausencia del presunto impulsor, y sin testigos directos.

“Agradezco a Jorge Batlle que me haya permitido el gran honor de mi vida, que es servir a mi patria”, dijo, aunque el cargo en el BCU se lo debe a Ramón Díaz y Lacalle Herrera, y el cargo en el BID a Sanguinetti, que lo recomendó ante Enrique Iglesias a pesar de que su pasaje por el Banco Central estuvo lleno de rumores, adversarios y detractores de ambos lados de los partidos tradicionales, en los que ya se decía que Talvi era un fabulador, un mitómano y un atrevido.

Para terminar, el candidato de Chicago festejó el aumento de porcentaje de votantes que le dan las encuestas, acercándolo a Luis Pompita Lacalle Pou, es decir, con posibilidad de convertirse en el candidato que confronte con el Frente Amplio en el balotaje del 24 de noviembre.

Esa posibilidad lo llena de felicidad que no oculta: “Vamos por el gobierno”, dijo claramente, y remarcó bien las diferencias con su ahora principal adversario: “Quien quiera un proyecto nacionalista, conservador o corporativo que lo busque en otro lado. Este es un proyecto batllista, batllista del primer batllismo”. A nadie puede caberle duda de que se está refiriendo al candidato aguerrondo-lacallista, Luis Pompita Lacalle Pou.

 

Talvi: de 1997 a la Crisis de 2002

En nuestro país, las políticas neoliberales llevaron a las crisis de 1982 y 2002, resultado de las equivocadas políticas endógenas llevadas adelante por los gobiernos que se sucedieron entre 1985 y 2005, particularmente por tres políticas nefastas: la sobrevaluación de la moneda nacional (o “atraso cambiario”), la apertura comercial irrestricta y privilegio radical al sistema financiero, ya que se había elegido el modelo de “Uruguay, país de servicios”.

En las vísperas del estallido de la crisis, defendiendo las políticas en vigencia, Talvi había anunciado el éxito total de las mismas y afirmó que “2001 sería el año del despegue económico de Uruguay”.  Producida la explosión, mientras la gente huía o se suicidaba y los niños comían pasto, el economista de Chicago dijo que eso era “la destrucción creativa” anunciada por Schumpeter, y negó todo auxilio a las víctimas: “Estos no son tiempos de Keynes”, dijo para la posteridad.

Producido el estallido de la Crisis de 2002, tras una larga recesión comenzada en 1989 y agudizada a partir de la devaluación brasileña del 13 de enero de 1999 (y en medio de la recesión y crisis social más profunda en 100 años), la noche del 22 de julio de 2002, tras la renuncia del Cr. Alberto Bensión, el entonces presidente Jorge Batlle “se autoinvitó a cenar a la casa de Ernesto Talvi y le ofreció ser el nuevo ministro de Economía y Finanzas, posición que este declinó”, publicó Caras y Caretas, citando una fuente de primer nivel gubernamental. Hay varias versiones sobre los motivos de Talvi, que van desde el dinero que percibía en Ceres hasta la espera de una mejor oportunidad (favorecida por un default que le permitiese actuar sin limitaciones), pasando por la opinión de Julio María Sanguinetti, que ya le habría aconsejado esperar otras veces.

Pero tras unos meses de prudente silencio, el economista de Chicago volvió a la carga con sus diagnósticos y sus recetas neoliberales, pero ahora convertido en la voz oficial del pensamiento dominante.

 

El pensamiento neoliberal: la canción es la misma

Los neoliberales no cambian aunque su modelo demuestre un absoluto fracaso y destruya la economía de América Latina, ni aunque sus amigos banqueros vayan presos por defraudación, como ocurrió en Uruguay.

Por el contrario, se dan el lujo de renunciar a ocupar el puesto de mando y enfrentar el mundo de las decisiones reales, dejando desairados a quienes confían en ellos, como el Dr. Jorge Batlle.

Prefieren seguir con sus costosas, ineficaces y muy bien pagadas megaconferencias, esperando la oportunidad de tener el control total.

Siguen negando los costos económicos y sociales de sus propuestas: caída del PIB, destrucción del aparato productivo, desempleo, emigración, miseria, marginalidad y violencia. Siguen proponiendo las mismas recetas: ajuste fiscal permanente, privatización de empresas, bancos y enseñanza pública, priorización de los compromisos externos, carencia de políticas activas en materia productiva, ajuste del gasto en inversiones en infraestructura y en el campo social, disminución de sueldos públicos y jubilaciones y, sobre todo, apertura indiscriminada al exterior y sumisión a los dictados del FMI, como hizo Mauricio Macri, con los resultados conocidos.

Desde Ceres, como Director Ejecutivo desde 1997 hasta 2018, Ernesto Talvi recomendó (ver la prensa de la época, en particular Búsqueda, El Observador, El País y, desde 2001, Caras y Caretas) las políticas más duras y los ajustes más severos, en seminarios realizados regularmente.

Contra lo que se dice, no hizo absolutamente nada en la búsqueda de salida a la crisis financiera y en la negociación con Estados Unidos, que dio fin a la Crisis de 2002.

Alcanzaría con preguntar a los principales operadores de la política económica de la época y de los años que la precedieron, Gustavo Licandro, Julio De Brum, Isaac Alfie, Juan Moreyra y Luis Mosca. Con la mano en  el corazón, ninguno de ellos mentiría sobre el intrascendente papel de Talvi en las circunstancias mencionadas.

En julio de 2002 le dijo que no a un desesperado Jorge Batlle que necesitaba un ministro de Economía y lo mismo hizo Carlos Sténeri ante el ruego de que fuera presidente del BCU.

Había un golpe de Estado contra Jorge Batlle en marcha impulsado por el doctor Ramón Díaz, amigo de los dos, como surge de los libros Con los días contados, de Claudio Paolillo, y Batlle – El profeta liberal, de Bernardo Wolloch.

Ambos economistas podían esperar mejores tiempos.

 

Después del silencio: primer acto

Tras el rechazo al ofrecimiento, Talvi y Ceres se llamaron a un previsible silencio. Incluso muchos empresarios y funcionarios llegaron a comentar que no volvería a efectuar exposiciones públicas, dado que “le había sacado el cuerpo a la responsabilidad”, en contraste con la disposición valiente y patriótica de Alejandro Atchugarry. Sin embargo, el 5 de noviembre de 2002, en el coqueto ball room del Sheraton Hotel, Ceres y la Cámara de Comercio Uruguay-EEUU realizaron un encuentro para presentar los resultados de un trabajo de investigación denominado Hacia un Tratado de Libre Comercio entre Uruguay y los Estados Unidos: Contenido e Impacto. La reaparición se hizo por todo lo alto. No se trató de uno de los shows unipersonales en que se habían convertido las actividades de Ceres, sino que hubo una apertura a cargo del presidente de la Cámara de Comercio Uruguay-EEUU, el Dr. Nicolás Herrera (socio del estudio Guyer y Regules) y -¡oh, sorpresa!-, el presidente de la República, Dr. Jorge Batlle. La reconciliación -perdón o espera- estaba públicamente sellada. Después hablaron Talvi y dos expertos mexicanos: Herminio Blanco, exministro de Comercio e Industria y negociador del Nafta, y Jaime Zabludovski, exembajador ante la Unión Europea y negociador del acuerdo de libre

comercio entre México y dicho bloque. Tras una pausa, el entonces vicepresidente de la República, Luis Hierro López, el entonces presidente del Directorio del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle Herrera, y el entonces vicepresidente del Encuentro Progresista, Rodolfo Nin Novoa, se refirieron al tema de un posible tratado de libre comercio entre Uruguay y EEUU que no descuidara un acuerdo similar con la Unión Europea.

Naturalmente, los tres calificados expositores se pronunciaron a favor del bien (el comercio) y en contra del mal, representado por el aislamiento, o sea que coincidieron plenamente.

En los comentarios finales, Talvi fue aplaudido a rabiar. Había vuelto en triunfo y con el perdón (o espera, porque también sabía ser un hombre de rencores) del propio Jorge Batlle.

 

Segundo acto y tercer acto: “perdonatutti” y extranjerización

El 3 de diciembre de 2002, en el mismo Sheraton, Talvi expuso como único orador en el encuentro Sobreendeudamiento, colapso económico y ¿reactivación?, organizado por Ceres, con el apoyo de El Observador, Setiembre FM y otras importantes empresas. Transmitió dos contenidos centrales que atragantaron a buena parte de la concurrencia y provocaron reacciones en la izquierda y el Partido Nacional. El primero, referido a la tremenda crisis que padecía Uruguay, afirmando que la misma se debió a dos causas: “Un gravísimo accidente en los mercados internacionales de capital, que habría provocado las devaluaciones en Brasil, Argentina y nuestro país”; y el “Efecto Enron”, refiriéndose así a los escándalos financieros que sacudieron el mercado accionario norteamericano.

Esta identificación de causas dejaba libre de culpa a los agentes públicos y privados locales. La “explicación” fue vista como una amnistía conceptual, general e irrestricta, para Bensión, el Directorio del BCU, los hermanos Röhm, la familia Peirano y todos los causantes uruguayos de nuestros males. A esta “tranquilizadora” opinión se contraponen, no solo las de los economistas de izquierda, sino también la del Cr. Juan Carlos Protasi, quien afirmó públicamente que el origen de la crisis estaba en haber dado una respuesta equivocada ante la devaluación brasileña de enero de 1999 y al posterior sobreendeudamiento, lo que trajo recesión y aumento del déficit fiscal. Ambos hechos serían, según el Cr. Protasi,  responsabilidad directa del Ec. Luis Mosca, ministro de Economía y Finanzas del segundo gobierno de Julio María Sanguinetti, que entregó el poder con un déficit fiscal cercano a 7% del PIB y una inflación de 129%.

El segundo contenido central del discurso de Talvi fue que para que Uruguay pudiera pagar su deuda en 2003, debía reducir su gasto 18%, que los sueldos públicos y las pasividades debían caer 23% y 28%, respectivamente, y que sería necesario realizar un ajuste fiscal de 4,4% del PIB, o sea, otros 550 millones de dólares de  la época.

Lo que Talvi no dijo (aparte de que sí hay culpables, como afirmaba su correligionario Protasi) es que como resultado de las políticas que él había apoyado sistemáticamente, el PIB había descendido de 22.371 millones de dólares, al 31 de diciembre de 1998, a 12.400 millones de dólares, a diciembre de 2002, y que caería a 10.100 millones de dólares a fin de 2003, configurando una caída acumulada de 54%, comparable al daño provocado por una guerra.

Tampoco se refirió a ninguna de las consecuencias sociales de esas políticas económicas neoliberales. No habló del desempleo de 19,8%, de la emigración, del aumento de la brecha social, de la pobreza, la marginación y la violencia. Ni siquiera de la devaluación y el rebrote de la inflación.

Es decir, del rotundo fracaso de las políticas económicas que preconizaba.

Además de equivocada, su exposición fue sumamente incompleta.

Pero la tercera fue la vencida. El 19 de diciembre de 2002, siempre en el Sheraton, se realizó el encuentro denominado «La integración Hemisférica y los Acuerdos Regionales: Logros, Obstáculos y Desafíos», organizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Ceres y la Latin American and Caribbean Economic Association (Lacea). Tuvo mayor nivel que el anterior por los panelistas participantes. Lo abrió un panel formado por el entonces canciller Didier Opertti, el entonces economista jefe del BID, Guillermo Calvo (justamente famoso por ser el único que previno la crisis mexicana de diciembre de 1994 y haber combatido siempre la sobrevaluación del tipo de cambio en Argentina y Uruguay), y Ernesto Talvi. Luego expuso la plana mayor de los Departamentos de Integración y Programas Regionales e Investigación del BID (Robert Devlin, Antoni Estevadeordal y Ernesto Stein) y finalmente un panel de especialistas (Juan Ignacio García Peluffo, Manuel Marfán, de Cepal, y Félix Peña, padre de Marcos, de la Fundación BankBoston) comentó el trabajo del anterior.

¿De qué hablaron? Presentaron nada menos que el Informe 2002 del BID, titulado Más allá de las fronteras-El nuevo regionalismo en América Latina. El importantísimo documento estaba enfocado a una «agenda para América Latina» que priorizaba los siguientes asuntos: la conformación del Área de Libre Comercio para América (ALCA), el cumplimiento de los «Compromisos de Doha», acuerdos intrarregionales con Europa y Asia y «un nuevo enfoque de integración regional». En este último sentido, se enfatizó en que «el viejo regionalismo» debía ser sustituido por el «nuevo regionalismo». El «viejo», según los expositores, proponía apoyo a estrategias de desarrollo nacionales e instrumentos como la sustitución de importaciones (que en ese momento se venía realizando con éxito en Argentina y Uruguay, a consecuencia de las grandes devaluaciones), en tanto que el «nuevo» implicaba el apoyo a la reforma estructural (léase privatizaciones) y al proceso de liberalización (léase reducción unilateral de aranceles).

Se señaló que el «viejo regionalismo» provocaba una «alta desviación del comercio», en tanto que el «nuevo regionalismo» llevaba a «mitigar las desviaciones del comercio».

Tales afirmaciones provocaron asombro entre gran parte de los participantes. En efecto, ninguno de los expositores se refirió a las «desviaciones del comercio» provocadas por las políticas proteccionistas llevadas adelante contra viento y marea por las grandes potencias desarrolladas del norte. Ni una palabra de los subsidios a la agricultura, ni a los cupos de importación ni a las barreras arancelarias y paraarancelarias de los poderosos.

Hay que cuidarse de las medidas de los países chicos, afirmaron los panelistas en su cálido estilo coloquial y descontracturado, propio de los muy bien pagados funcionarios internacionales que trabajan en las cómodas oficinas de Washington DC.

El entonces representante nacional Carlos Baráibar (Asamblea Uruguay y expresidente de la Cámara de Representantes) no salía de su asombro ante tales afirmaciones. Tampoco por el hecho de que el Informe del BID se diera a conocer en un evento privado, al que se accedía por rigurosa invitación.

Más asombro causó a todos los participantes enterarse de que la semana anterior había sesionado en Punta del Este la plana mayor del BID, sin que la opinión pública ni el Parlamento de Uruguay estuvieran enterados. Una pregunta quedó flotando en el ambiente: ¿fue el BID quien financió o cofinanció la reunión de Ceres del 19 de diciembre, en la que presentó su documento anual, que además se puso a la venta en la ocasión? Y otra más importante: si el BID aportó recursos para tan lujosa reunión, ¿no la terminarían pagando los uruguayos todos en el marco de su endeudamiento creciente con el organismo multilateral?

 

Es el pasado que vuelve

En el año 2001, el respetado Suplemento Económico del diario argentino Clarín presentó un informe-reportaje a cinco prominentes economistas jóvenes “destinados a ser los futuros responsables de las economías de sus países”. Por Uruguay, habló Ernesto Talvi.

En las vísperas del estallido de la crisis, defendiendo las políticas en vigencia, Talvi anunció el éxito total de las mismas y afirmó que “2001 sería el año del despegue económico de Uruguay”. Producida la explosión, mientras la gente huía o se suicidaba y los niños comían pasto, el economista de Chicago dijo que eso era “la destrucción creativa anunciada por Schumpeter y negó todo auxilio a las víctimas: «Estos no son tiempos de Keynes», dijo para la posteridad.

Si algún tiempo de Keynes hubo en Uruguay, fue precisamente ese.

Este es su verdadero rostro, no el del pastor que recorre el país anunciando que todo se resuelve con 136 liceos más.

En aquel terrible momento del ofrecimiento de Jorge Batlle, en 2002, Talvi declinó la oportunidad de ser ministro, pero ahora va por todo el poder. Esta vez lo hace sin ocultar que cuenta con el apoyo, el asesoramiento y el financiamiento de una (o  tal vez más de una) fundación norteamericana.

En cualquier caso, las condiciones en las que Ernesto Talvi desearía trabajar, así como su propio plan, no contemplan el interés de la mayoría de los uruguayos, los que quieren independencia, integración latinoamericana, desarrollo económico y justicia social. Tampoco los humanistas, internacionalistas y progresistas como él proclama haberse convertido.

 

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