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El papa y la paz por las religiones

Por Rafael Bayce.

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El papa católico Francisco, que había firmado en 2019 un acuerdo de hermandad con el líder de la fracción más tradicional y mayoritaria del Islam, la sunita, tuvo otra importante reunión con el líder de la mayor fracción disidente del Islam, la chiita. Resumamos los principales objetivos y argumentos de la iniciativa del Vaticano, para luego comentarlos; porque la iniciativa y sus temas son muy importantes, y porque traslucen diagnósticos y tácticas que no compartimos, pese a la atractividad general de la iniciativa.

 

Objetivos y argumentos en la iniciativa

Uno. Tender puentes con el Islam y hacer un frente común contra el extremismo, en especial con el terrorismo que invoca religiosidad.

Dos. “Es la única manera de frenar la violencia y hacer un frente común contra la deriva materialista del mundo”.

Tres. “Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso, son traiciones a la religión. Y nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión”.

Cuatro. “Que se respete la libertad de conciencia y la libertad religiosa, que son derechos fundamentales, porque hacen al hombre libre de contemplar el cielo para el que ha sido creado”.

Cinco. Para anclar neohistóricamente el contacto y propuestas, visitó Ur, la ciudad caldea donde hace unos 4.000 años nació Abraham, patriarca común a las 3 religiones monoteístas universales (cristianismo, Islam, judaísmo), que luego se enfrentaron y generaron beligerantes fracciones internas.

 

Matices y salvedades

A uno. En principio, nada en contra de la iniciativa aunque esta no nazca de diagnósticos ni de terapias compartibles. Tampoco objeto a la acción contra el extremismo terrorista que invoca religiosidad, siempre que se entiendan los porqués del mismo y se reconozca que extremistas terroristas religiosos los ha habido no solo dentro del Islam (sunita- más que nada- y chiita), sino que también los hubo en toda la historia del catolicismo, dentro de sus denominaciones disidentes -protestantes- y dentro del neoconservadurismo actual, y también dentro de casi todas las religiones, incluyendo el judaísmo, actual terrorista de Estado, sancionado por las Naciones Unidas sin resultado. Me parecería muy importante una acción teológica, común a todas las religiones, para fomentar interpretaciones de los textos sagrados que no legitimen el extremismo terrorista, que no lo enseñen, y que lo castiguen religiosamente en diversos niveles; porque todo eso ocurre, en especial con el terrorismo neoconservador wahabita suní y con el judaico enraizado en el Estado.

Un papa católico no puede olvidar que, en todas las épocas, ha habido legitimaciones del extremismo, como las hay hoy, en todas las tiendas, pero que la Conquista colonial con la espada y la cruz, las Cruzadas, la beligerancia contra disidentes internos, la alianza con diversas iniciativas beligerantes y dudosos posicionamientos en el último siglo no permiten identificar inequívocamente al catolicismo con la paz fundada en la religión, como se intenta transmitir, en desmedro de otras religiones que serían las problemáticas como sustento de extremismos. Si se convirtió a ello, bienvenido; pero ni el Antiguo Testamento ni la expulsión de los mercaderes del templo, ni la cruenta Edad Media en defensa y debate del dogma, ni las Cruzadas, ni el coloniaje aliado a la espada, ni la Inquisición, ni alianzas y tolerancias políticas en el último siglo permiten tirar la primera piedra católica contra religiones que cobijan extremismos como si nunca los hubieran cobijado o actuado. Debería reconocerlo y disculparse, más allá de que parte de ello debe entenderse en función de valores, ideas e intereses de época, que deberían suavizar los juicios anacrónicos excesivos que se imputan hoy.

 

A dos. No sé si esa ‘liga contra el extremismo religiosamente fundado’ será o no la única solución contra la violencia en el mundo; casi seguro que no, porque el palpable ataque a las desigualdades creo que sería bastante más eficaz. Pero no lo descarto como proceso complementario útil, por lo menos a intentarse, porque puede producir externalidades benéficas. Pero a lo que sí me opongo es a la afirmación de que las religiones serían algo así como una barrera idealista contra el materialismo que sería el verdadero origen de la violencia en el mundo. La opulencia vaticana lo atestigua flagrantemente. Para nada. La violencia actual no es solo ni principalmente materialista, en busca de intereses materiales, cuyo opuesto sería el idealismo espiritual de las religiones. Eso solo lo pueden afirmar los ignorantes fatuos que dicen que ‘es la economía, estúpido’. La historia íntegra de la humanidad ha mostrado que el valor de la vida ha sido subordinado a los más variados intereses, fines, ideas, valores, ambiciones, pasiones y coyunturas; en medio y como parte de las causas y motivos hay variadas religiones. Hoy se vocifera el fin superior de la vida sin que el cotidiano registre esa prioridad, que nunca existió más allá de retóricas populistas de triunfadores o de normalizadores del statu quo.

A tres. Totalmente falso que la hostilidad, el extremismo y la violencia no nacen de la religión, sino que son traiciones a ella. Porque si así fuera, la historia la han hecho más los traidores a la religión que sus fieles. Las religiones, sus idealidades y dogmas, han producido al menos tanta hostilidad, extremismo y violencia como los intereses materiales, hoy y siempre. Y no será fácil que eso varíe; basta ver la violencia en el deporte, la violencia en los espectáculos, en las riñas barriales, en la intergeneracionalidad intrafamiliar, en las parejas, y un largo etcétera para el que la integridad biopsíquica y la vida cuentan menos que fines, valores y emociones. El intento papal es válido si no descansa en diagnósticos históricos mistificadores y en pasar gatos por liebres.

Tampoco es cierto “que el terrorismo abusa de la religión”, como si hubiera titulares de síndromes psicosociales terroristas que usaran alevosamente de las religiones para legitimar su malignidad intrínseca -que puede ser excepcionalmente cierto-, y a lo que habría que oponerse. El terrorismo, como las guerrillas y los ‘comandos’, se explican por inferioridades bélicas en medio de fines exaltados en su obtención con peores y menores medios para ello. La legitimación teológica siempre estuvo porque hay textos e intérpretes aptos para ello; hay una gran tarea teológica de revisión y consensos, sin duda. Pero ni los textos, ni sus interpretaciones, ni sus adoctrinadores (i.e. las madrassas paquistaníes financiadas por el extremismo sunita saudí) son inocentes frente a psíquicamente patológicos y materialistas desenfrenados; por el contrario, han aportado lo suyo a la violencia histórica y a los extremismos varios. Quizás sería bueno que la iniciativa papal desatase esos mea culpa, revisiones, y que objetivos nuevos minimizasen la influencia de las religiones en la violencia, la hostilidad, el extremismo y el terrorismo. Pero sería una revolución en la religiosidad, no un retorno a angélicos orígenes deformados luego por fanáticos psiquiátricos y viles materialistas.

A cuatro. La libertad de conciencia y la libertad religiosa no son postulados religiosos sino profanos, civiles, más concretamente del liberalismo de fines del siglo XVIII, institucionalizado en contextos urbanos de países europeos o excoloniales europeos. Las religiones acuñaron sus textos sagrados y el grueso de Dogmática, Teología y Moral mucho antes del liberalismo; si el cristianismo adoptó ahora el liberalismo, lo negó hasta mediados del siglo XX y registró vaivenes a su respecto hasta durante los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, ‘antimodernistas’ ambos.

Muchas religiones históricas antiguas, muy anteriores al relativismo y tolerancia liberales, no metabolizarán con facilidad el modernismo profano de los derechos humanos, trascendentales pero antitrascendentes, como se autoestiman la mayor parte de las religiones. De modo coyuntural, y como interés táctico de minorías en importantes respectos, pueden vociferarse acuerdos en torno a esas libertades liberales modernas, que son tan etnocéntricas hoy como lo fue el cristianismo para los pueblos colonizados. Y etnocentrismos belicosos, hasta ahora. ¿Está queriendo cambiar? ¿Es conveniencia táctica de dominante hegemónico que está viendo su decadencia? ¿Es para mostrarse como paladines de la trascendentalidad profana de los derechos humanos frente a religiones trascendentes, integristas, teocéntricas, preliberales, pero idealidades al fin, escudo posible contra el materialismo moderno violentista?

A cinco. A pesar de la cinematográfica y retórica peregrinación del papa a Ur, en Caldea (ahora territorio iraquí, chiita) hace 4.000 años cuna de Abraham, patriarca común a cristianos, islámicos y judíos, tiende a despertar comunalidades emotivas (ya lo había planeado Juan Pablo II), ese leve temblor furtivo, que aceitará sin duda los diálogos, para nada asegurará la continuidad de una búsqueda de consensos etnocéntrica y contraria a las autoimágenes ancestrales cultivadas por las religiones y sus fracciones ulteriores. ¿Homenajearán los sauditas sunitas a los chiitas iraní-persas en homenaje a los Padres Fundadores liberales, republicanos, absolutamente ajenos al imaginario islámico y árabe?  ¿Se estrecharán en un abrazo judíos y palestinos por su común descendencia de Abraham y por una no-violencia de tolerantes derecho-humanistas liberales? ¿Cómo harán, religiones autoafirmadas como trascendentes, integristas, para abdicar o suavizar sus creencias, valores y dogmas en aras de derechos humanos supervinientes y meramente trascendentales? Difícil para Sagitario, pero probarlo sin mentir ni engañar no dañará. Las minorías en peligro se vuelven derecho-humanistas; ya lo ha ido haciendo la izquierda, ahora lo adopta el cristianismo. ¿Y sunitas y judíos?

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