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La mentira de la posverdad y el peligro de las fake news

Por Rafael Bayce.

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Hay palabras y conceptos que se vuelven moda, con la intencionalidad más o menos comprensible de explicar e interpretar hechos actuales. El concepto y noción de ‘posverdad’, por ejemplo, es un lamentable y extendido resultado de la ignorancia filosófica que campea en medios académicos, periodísticos y políticos, con inmediatos y masivos reflejos en el vocabulario cotidiano, especialmente en el peor de ellos: el de las redes sociales, tan incorrecto como las peores jergas, pero sin el folklore, agudeza y especificidad histórica o situacional que las jergas aportan.

No merece, una columna seria, detenerse en el supuesto nuevo concepto de ‘posverdad’, sino sólo instar a eliminarlo de un léxico cotidiano que se cree aggiornado y culto por usarlo, lo que da un poco de vergüenza ajena. Pasemos directo a un segundo concepto de moda, el de las llamadas fake news, que sí es adecuado y refiere a una poderosa herramienta de manipulación social.

 

Falsedad, engaño e imaginario cotidiano

Tan incorrectamente traducido y/o usado como ‘noticia falsa’, el concepto de fake news refiere a algo más peligroso que una literal false news, porque la falsedad de un hecho o interpretación admite refutación o corrección, con pruebas en contrario.

Como bien reveló Le Bon en 1900, y como lo adoptaron los totalitarismos de derecha europeos -especialmente Goebbels y Mussolini-, una falsedad suficientemente bien reiterada y envuelta en funcionales redundancias puede muy bien devenir en realidad o verdad instalada y consensuada. Esto ya es procedimiento común en gobiernos autoritarios posteriores, pero también de toda publicidad y propaganda desde avanzado el siglo XX; hasta en las más apreciadas democracias, tan terriblemente desnudadas en su tenebrosidad oculta por Erich Fromm, Theodor Adorno y John Eysenck desde mediados de los años 40.

A diferencia de las false news, las fake news no son falsas, sino engañosas. Llevan a los receptores o interlocutores hacia donde no pensaban ni querían ir, pero hacia donde son sutil o groseramente conducidos por una información, gestual o conceptual, que en realidad es una desinformación planeada. To fake, en inglés, es ‘amagar’, y se usa fundamentalmente en el lenguaje deportivo: hacer creer en un movimiento que simula ir hacia un lado, pero que irá hacia otro, aprovechando la desinformación inducida en el receptor, interlocutor o alter ego.

El amague o engaño puede ser sobre un movimiento futuro o sobre un significado, moral o semántico; según Baudrillard, abarca dos gestos e intenciones complementarios y opuestos: uno, la ‘simulación’, o fingir algo que no se es, proporcionando una desinformación que parezca información; y dos, el ‘disimulo’, el ocultamiento de lo que verdaderamente se es. La probabilidad de éxito de lo disimulado en base a lo simulado aumenta si se cree en la engañosa información, o desinformación inherente al ‘amague’.

El dribbling con amague en deportes proporciona un modelo muy adecuado para entender qué es to fake. Las fake news, entonces, sean falsas o no, desinforman simulando algo que mejorará las probabilidades de producir un movimiento o hacer creer en algo que estaba disimulado en ese amague engañoso. Pero es cierto que pueden ser usadas false news como contribuyentes a fake news, como parte del amague, engaño o simulación que conduce a receptores hacia un punto o tendencia disimulados por los emisores.

Como lo mostró elocuentemente Leonardo Borges en el número anterior de Caras y Caretas, ya había fake news en la época de la Colonia y la Independencia, siendo la leyenda negra sobre Artigas un excelente ejemplo del uso, y exitoso, de fake news, entre nosotros, hace ya dos siglos. Podríamos llegar hasta los comienzos de la humanidad, con ejemplos varios en la construcción de las realidades y verdades creídas por las masas pero impulsadas por minorías interesadas en ello.

 

Controles legales en redes sociales

Lo que caracteriza la evolución de las ‘fake news’ y su creciente importancia en la construcción social de la realidad y de la verdad, en la constitución de un imaginario, opinión pública y sentido común, es su progresiva predominancia como insumo para ese difícilmente reversible producto, cada vez más instantáneo, global, acrítico, homogeneizado y emocionalmente blindado contra la duda sobre su verdad, realidad y corrección moral. Para esos efectos, la tecnología comunicacional es especialmente funcional. En efecto, en las redes sociales no existen los controles de verdad, realidad ni moralidad en la comunicación que de alguna manera existen en la interacción cotidiana y en los medios de comunicación masivos hasta el fin del siglo XX.

Las legislaciones penales han creado figuras delictivas y procedimientos para perseguirlas, conscientes de los daños y perjuicios que falsedades y engaños pueden producir en la opinión pública, el sentido común y la información pública, así como en el honor de las personas, instituciones y jerarquías víctimas de calumnias, injurias y difamaciones. Han sido particularizadas para medios tradicionales de comunicación, y en leyes de prensa, además, actualizadas, pero esto no sucede en el territorio de las llamadas redes sociales.

Muchos autores de fake news, injurias, calumnias y difamaciones mandan sus mensajes desde nubes de emisión donde no es posible la identificación de la persona o personas autores; así no quedan sometidos a la amenaza de acciones penales por calumnia, injurias, difamación y falsedad, ya que en materia penal la responsabilidad exigible es individual. De modo que, desde las redes sociales, se burlan sistemáticamente los derechos, garantías, honorabilidad, realidad y verdad protegidas por la legislación penal para los medios de comunicación clásicos (escritos, orales, audiovisuales). Sólo pueden admitirse acciones civiles, por ejemplo, por daños y perjuicios, daño moral y lucro cesante, que no exigen responsabilidad subjetiva sino objetiva; pero las condenas penales son un antecedente muy valioso para las probabilidades de éxito de una acción civil posterior. Y ese antecedente se pierde por el anonimato que protege en las redes sociales a los autores anónimos e inidentificables. Por eso a personas políticamente rivales o peligrosas para sus intereses, los servicios de seguridad y enemigos privados los someten a bullying mediático desde redes sociales, donde no pueden ser perseguidos penalmente como lo podrían ser desde los medios de comunicación clásicos. Las redes son también el paraíso de las venganzas privadas, de despechados emocionales y parejas frustradas, del chusmerío barato, de la frivolidad campante, reino de los resentidos e ignorantes empoderados por irresponsables tecnológicos, nirvana de los extorsionadores, de quienes no tienen nada que perder con el intercambio de ofensas y falsedades engañosas. En fin, un infierno progresivo, bumerán tecnológico y cultural perfecto, infinitamente perfectible en su uso malintencionado.

Por otra parte, algunos movimientos interesantes ocurren en medio de comunicación con autores identificables y responsabilizables. Las transnacionales de la comunicación (Facebook, por ejemplo) han empezado a eliminar contenidos que pueden constituir delitos penales porque pueden ser posteriormente corresponsabilizados civilmente, aunque no penalmente, por las ofensas (por ejemplo, por el artículo 22 de la ley de prensa en Uruguay) cometidas por sus autores, por el hecho de haberles facilitado los medios de cometerlas, publicando, difundiendo, compartiendo. Algunos bloqueos y cortes, que parecen limitaciones de libertades, en realidad son aperturas de paraguas de los propietarios de las redes para prevenir acciones civiles de corresponsabilidad, que no son probables ante ofensas más graves pero anónimas.

Las fake news, como hemos señalado, son mucho más peligrosas que las false news, porque por definición son mucho más difíciles de refutar y deconstruir, mostrando cuáles fueron los engaños y amagues, qué simulan, qué disimulan, quiénes son los autores y para qué las usan. Son las hijas sofisticadas de las false news, aunque pueden incluirlas.

 

Protección urgente

Es urgente, en tiempos de redes sociales irresponsables, la prohibición absoluta, con fuertes castigos a su transgresión, de la emisión de mensajes falsos, engañosos u ofensivos. Si las empresas de comunicación no proporcionan los nombres de quienes hacen públicos, vehiculizan y difunden en sus redes mensajes falsos, deberían quedar sometidos a similares acciones penales a las que los autores originales podrían enfrentar. Porque la verdad, la realidad, la moralidad y el honor están cada vez peor construidos y defendidos en una sociedad con el auge de las redes sociales, sus noticias falsas y engañosas, su trivialidad, simplismos e irresponsables ofensores anónimos.

Nietzsche fue precoz profeta del desastre, luego también registrado por Discépolo. Baste decir que las campañas de Trump y de Bolsonaro fueron construidas con la ayuda de estos engendros tecnológicos incontrolables jurídicamente con las herramientas y las leyes vigentes. Para poner un ejemplo actual dentro de lo mucho investigado, un reciente estudio hecho en Brasil es más que elocuente. A un grupo de personas le fue mostrada una lista de falsedades emitidas por la campaña de Bolsonaro. Luego se les preguntó si las conocían o no (90% admitió conocerlas) y a ese grupo se le repreguntó si las habían creído (98% dijo que sí).

Muy probablemente usted recibe diariamente ‘false news’ y ‘fake news’ que acríticamente lee, reenvía, comparte y en cuyos contenidos cree y por los que puede definir su próximo voto. Vox populi, vox dei. Némesis de la política y fin de la democracia como la soñaron los griegos, los renacentistas y Habermas. Siglo XXI, Cambalache.

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