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Política

Independencia, desarrollo y justicia social en la Guerra Fría

El proyecto económico y social de Wilson

Por Carlos Luppi

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Caras y Caretas Diario

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Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988, WFA), de quien el 28 de enero próximo se cumplirán cien años de su nacimiento, es recordado como el último gran caudillo del Partido Nacional y, para muchos, del Uruguay. Se evoca su elocuencia; su valor para enfrentar a la dictadura cívico militar 1973 – 1985, y los aportes que realizó, a su entero costo y sacrificio -porque en ellos consumió su felicidad, su fortuna y su vida- para la pacificación del país. Muy poco se menciona su Proyecto de Desarrollo Económico y Social (en adelante PDES), destinado a transformar el Uruguay, por el cual se le estafaron dos elecciones, las de 1971 y las 1984, impidiéndole llegar a la presidencia.

El Proyecto de Desarrollo Económico y Social era el núcleo central de su concepción política, y para evitar que se implementara le fue estafada dos veces la presidencia de la República: mediante fraude documentado en varios libros en las elecciones de 1971, y mediante proscripción, prisión y silenciamiento en las de 1984, “una de las elecciones más sucias de nuestra historia”, como afirma el político e historiador Dr. Oscar Bruschera, en su libro Las décadas infames”.

Todos sabemos quiénes son los responsables, como el Dr. Julio María Sanguinetti, y ellos primero que nadie. Están pagando y seguirán pagando la responsabilidad histórica de la derrota de sus partidos y del subdesarrollo y sufrimientos del Uruguay.  

Pero hablemos de quien pudo salvar al Uruguay, y fue impedido por las fuerzas de la reacción, el conservadurismo y la mezquindad.

                           Artiguismo, oribismo y wilsonismo

En Uruguay (antes y después de su independencia), se desplegaron por lo menos dos grandes proyectos de desarrollo integral que, al impulsar en forma permanente el crecimiento y evolución de la economía, posibilitaran la inclusión social y el desarrollo cultural que nos enorgulleció hasta la última dictadura (1973-1985).

Decía Carlos Vaz Ferreira en su Fermentario que “todas las situaciones están llenas de hombres necesarios, o de vacíos en los que el hombre necesario faltó”.

Los dos proyectos de desarrollo económico-social antes referidos estuvieron necesariamente liderados por “hombres necesarios”: el general José Gervasio Artigas y Wilson Ferreira Aldunate.

Recordemos que José Artigas, caudillo popular y federal, hizo del Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y la seguridad de los hacendados (aprobado el 10 de setiembre de 1815) el núcleo central de su gobierno, y estableció que en esa reforma agraria “los más infelices serán los más privilegiados”. Ese mismo amor al pueblo guió a Wilson, nacido en una familia de gran fortuna, que consagró su vida al país.

Uruguay tiene aún pendiente la definición de un perfil productivo a largo plazo (que sostenga la comunidad nacional y su expansión, revirtiendo nefastas características sociales todavía no erradicadas de desempleo, marginalidad, drogadicción y violencia) y de una inserción comercial adecuada en el mundo.

                       Antecedentes del proyecto nacional de Wilson

El Proyecto de WFA está prefigurado en los siete volúmenes del Informe de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE, de la que Wilson, en su carácter de ministro de Ganadería y Agricultura, dirigió el capítulo agropecuario, que contenía, junto a otras leyes, el proyecto de Ley de Reforma Agraria), pero está fundamentalmente expuesto en el programa electoral de 1971, denominado “Nuestro Compromiso con Usted”, cuyas propuestas se mantuvieron en “Nuestro Compromiso con la Libertad”, el programa presentado en las elecciones de 1984.

Sus pilares eran la reforma agraria, la nacionalización de la banca y comercio exterior para que trabajo y ahorro dejaran acá sus frutos, el impulso a la industria nacional y un proyecto masivo de inversión en educación, ciencia y tecnología.

Este proyecto sería complementado en 1985, a su salida de la prisión cívico-militar, con el impulso a la descentralización del país; a las formas de economía mixta como la Corporación Nacional para el Desarrollo (la que él concibió, no la que luego se implementó, tarde y mal); el INIA para el desarrollo agropecuario; la Ley Forestal para generar riqueza en suelos pobres, la Ley de Lechería para elevar la producción de un millón a cinco millones diarios, el Inavi y Junagra para ordenar y modernizar a un sector de vasto alcance social y el INJU para abrir caminos a la juventud. Y la preocupación por el comercio exterior, la deuda externa y las relaciones internacionales del país, que lo llevó a proponer  e imponer como canciller al Cr. Enrique V. Iglesias.

Wilson y sus equipos elaboraron numerosas otras iniciativas (acaso la principal fue la Ley de Descentralización y Acondicionamiento Territorial), las cuales no fueron aprobadas por el gobierno de Julio María Sanguinetti.

Es necesario reiterar que todas sus propuestas se mantienen vigentes, y la realidad actual lo demuestra claramente.

Los hechos se encargarían de demostrar que en el centro de ese Proyecto estaban la unidad nacional, la estabilidad democrática, el imperio de las libertades, la paz y la reconciliación, por las cuales impulsó -contra su fuero íntimo- la Ley de Caducidad que, según muchas y reconocidas opiniones, le costó la vida.

El Proyecto Nacional de Wilson podía sintetizarse en pocas palabras: soberanía nacional, desarrollo económico y justicia social. Implicaba la aplicación de su propuesta de paz en el combate entre la guerrilla tupamara y las Fuerzas Armadas de la República. “Lo que no entienden los violentos de cada bando es que los muertos no se compensan, sino que se suman”, solía decir. También sabía que la polarización era un ‘negocio político’ que algunos jugaron despiadadamente, como los integrantes del Escuadrón de la Muerte.

Pero este Proyecto Nacional surgió en pleno desarrollo de la Guerra Fría, el período entre 1945 y 1989 en el que las potencias triunfantes de la Segunda Guerra Mundial -los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)- se enfrentaron a través de ejércitos vicarios en escenarios alejados de sus propios territorios, ya que un conflicto nuclear terminaría con toda vida humana.

Así se dieron episodios como la Revolución cubana y la guerra de Vietnam; y las luchas entre guerrillas y fuerzas armadas regulares en América Latina.

Nuestro país vivió el enfrentamiento entre los gobiernos de la época y la guerrilla tupamara como el capítulo uruguayo de la Guerra Fría.

La Guerra Fría entre EEUU y la URSS dejó a Uruguay casi sin espacio para opciones centristas. Si no hubiera interferido, otra hubiera sido la historia del Uruguay y otro sería el presente, aunque la ucronía sea la más amarga y estéril de las disquisiciones.

Los que vivimos esa época sabemos que esto es así, al punto que en 2008 una encuesta nacional realizada por el semanario Búsqueda encontró que para los uruguayos, “los políticos más influyentes del siglo XX” fueron José Batlle y Ordóñez y Wilson Ferreira Aldunate.  

Wilson fue un caudillo político, un hombre de campo y de la producción toda, un deportista apasionado y un hombre de la cultura, que desde siempre intuyó que los valores nacionales que quería para su patria debían estar sostenidos por una firme base económica acerca de la cual se preocupó en sus aspectos macro y micro, en momentos en que muy pocos, o casi nadie, lo hacía. De ahí su constante preocupación por el desarrollo económico de los tres sectores (agro, industria y servicios), el comercio internacional, los temas del tipo de cambio y la deuda externa.

Pero el objetivo final era otro: la libertad, la cultura y el desarrollo de la gente.

Fue -como Manuel Oribe- nacionalista, cristiano, federal y revolucionario, en el sentido de impulsar la modificación de las estructuras socioeconómicas del país, y por lo tanto, las de toda la sociedad. Un análisis de su trayectoria podría afirmar que fue un catalizador del desarrollo de las fuerzas productivas, capaz de nuclear en torno de su proyecto los elementos progresistas de todas las clases sociales, y que fue frenado por la superestructura reaccionaria. Un análisis nacionalista  vería a un caudillo popular -“aquellos que sienten, dicen y hacen lo que la gente quiere que por ellos se sienta, se diga y se haga”- garante de independencia nacional, libertades ciudadanas, desarrollo económico y justicia social.

                                Una clase política ejemplar

Una aclaración indispensable: este texto trata de un tiempo -incomprensible para las personas que tengan hoy menos de 40 años- en que la política era uno de los más nobles destinos a los que podía aspirar un ciudadano. En aquel tiempo significaba afrontar una vida dedicada al servicio público y la formación -propia y ajena- para servir a la patria. La honradez era un prerrequisito que ni siquiera se mencionaba. Los mejores hombres, como Wilson, sacrificaban sus fortunas, sus felicidades y hasta sus vidas en aras del bien común.

Los políticos, como Wilson, subían ricos al poder y bajaban pobres de él.

La gente común los admiraba, los amaba y los seguía con devoción.

Por ellos la gente común enfrentó el golpe de Estado de 1973, protagonizó una huelga general que asombró al mundo, y continuó la lucha hasta que el país se reinstitucionalizó.

Quienes legítimamente hoy no puedan creerlo, pregunten a sus mayores. Muchos jóvenes de entonces (hablo de fines de los 60 y principios de los 70) faltábamos a clase en secundaria y la universidad para ir al Parlamento a escuchar a nuestros políticos, aprender de ellos, luchar por ellos y muchas veces establecíamos vínculos de admiración y afecto por encima de partidos, aun cuando era una época rigurosa en el sentido de pertenencia.

Había figuras admirables en los tres partidos de la época: en el Partido Colorado, por ejemplo, se destacaban Luis Hierro Gambardella, Manuel Flores Mora, Amílcar Vasconcellos y Carlos W. Cigliutti; en el Nacional estaba el liderazgo indiscutible de Wilson y hombres de la talla de Dardo Ortiz, Mario Heber, Héctor Toba Gutiérrez Ruiz, Walter Santoro y Andrés Arocena; en el Frente Amplio, Zelmar Michelini, Juan Pablo Terra, Alba Roballo, Enrique Erro y el comunista Rodney Arismendi, que tuvo estatura de teórico marxista mundial, a quien debe agregarse la figura gigantesca del Dr. Carlos Quijano, director de Marcha. A estos hombres -sin distinción de banderas- los respetábamos todos, en tiempos de dura y permanente confrontación ideológica.

Wilson nos enseñó a apreciar a Carlos W. Cigliutti, senador pachequista -su antípoda ideológica- que en sus discursos formulaba extensas citas de mitología griega; y a Zelmar Michelini, político frentista de origen colorado y batllista, su entrañable amigo, con quien quiso desarrollar un proyecto político que hubiera cambiado toda la historia reciente.

Por ese Parlamento, cuando cayó, el 27 de junio de 1973, hombres y mujeres de todas las generaciones hicieron una huelga general que asombró al mundo.

Desde hace años me pregunto con amargura si la gente arriesgaría su vida ahora.

La cuestión es de tremenda importancia, porque el timón de un país es su clase dirigente, y no se puede avanzar sin una gran clase dirigente. Por eso el ejemplo de nuestros grandes hombres -que los tuvimos en abundancia y que constituyen nuestro patrimonio- es esencial para la construcción de futuro.

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   Danilo Astori: “Como nunca antes”

“Tuve con Wilson una intensa relación de trabajo que me resultó de gran importancia e influyó decisivamente en mi formación. Cuando me recibí de contador a los 23 años, en setiembre de 1963, Wilson, que era ministro de Ganadería y Agricultura, me invitó a trabajar en la Oficina de Programación y Política Agropecuaria (Opypa), nueva estructura que estaba instalando para integrar a los trabajos de la CIDE. Tanto valoraba a la CIDE y a esta oficina, que llegó a solicitar licencia como ministro para trabajar en ellas.

Desde allí se elaboraron los siete proyectos de ley que constituyen la obra fundamental de su gestión, y entre los que figuraba el proyecto de reforma agraria, que es, a mi juicio, el más importante que se elaboró en la historia de nuestro país. Trabajé allí cuatro años como técnico sin vinculación política, lo que no impidió que sintiera el intenso magnetismo de una de las personalidades más fascinantes que ha habido en Uruguay. Sentí una profunda admiración por él, sin perjuicio de las naturales discrepancias. A su lado trabajamos en diagnósticos y proyectos sobre la realidad agropecuaria nacional como nunca antes se había realizado”.

 

Declaraciones del Cr. Astori al cronista, publicadas el 14 de marzo de 1997.

                                     Amenazas de muerte

Wilson sufrió varios intentos de desafuero y detención durante el gobierno colorado (aún no dictatorial) de Juan María Bordaberry, y de asesinato, como los balazos disparados contra su apartamento de Avenida Brasil en 1972, los intentos de captura, y, claramente, la “razzia” criminal de mayo de 1976 en Buenos Aires, de la que escapó por segundos. También hubo intentos de asesinato en Estados Unidos y Londres, que constan en documentos desclasificados.

Pero hay un episodio anterior muy revelador. Al presentar en un memorable discurso (que era su preferido, como le consta al cronista) su proyecto de Reforma Agraria y leyes colaterales ante la Asociación Rural, en la Exposición anual de 1963, fue silbado (el único ministro de Ganadería y Agricultura silbado en la Historia) por la asistencia, formada por sus socios, parientes, correligionarios y amigos. Wilson acababa de abandonar a su clase social de origen y se lo demostraban. Cuando terminó el discurso, se acercó un parlamentario de su propio partido (cuyo nombre me reservo) y le dijo: “Si estas leyes tuyas se aprueban, va a correr mucha sangre en Uruguay, empezando por la de tu familia y demás seres queridos, y luego seguirás tú”.

Esta anécdota fue referida por Wilson en círculos reservados de militantes. El cronista la escuchó de su boca y, años después, de parte del propio emisor de la amenaza. Así fue. La propiedad de la tierra y sus grandes beneficiarios siempre ha estado por encima de todo.

 

                                    Libros sobre Wilson

Hace poco una encumbrada figura del Partido Nacional le dijo al cronista que era innecesario hablar de Wilson porque nadie recuerda nada. Craso error. Sobre WFA se han editado ya una veintena de libros, pero solamente el año que acaba de finalizar se publicaron cuatro: Wilson: una Comunidad Espiritual, del autor de esta nota, reedición de un volumen publicado en 2008, esta vez por Ediciones de la Plaza (526 páginas); Wilson, caudillo de ideas (Colección “Los Blancos” compilada por la Comisión “Por los Héroes Servidores”, que encabeza Guillermo Seré Márquez, Ediciones de la Plaza, 493 páginas); Wilson/Libertad, desarrollo y nación (compilado por Gerardo Caetano y Daniel Corbo, Ediciones de la Banda Oriental, 292 paginas), y La cacería de Wilson, de Graziano Pascale.

En 2017 el film Wilson, de Marcos Gutiérrez Rodríguez, fue un extraordinario éxito nacional e internacional.

La gente recuerda y recuerda mucho. Pronto empezará a haber otros libros, de otro tenor, acaso policial, sobre otras figuras de nuestra historia reciente.

                                Wilson y Federico Fasano

El cronista recuerda que una tarde de 1987, en la administración de la editorial Por la Patria, donde Wilson tenía una de sus bases de acción principales, un contertulio se acercó al grupo que conversaba con él y se refirió en términos despectivos a Federico Fasano, que estaba planeando editar su diario La República. Ambos hombres habían estado fuertemente distanciados, pero se reencontraron en el exilio. Cuando el comedido del comentario terminó, Wilson se quedó pensativo y al cabo dijo: “Como dice Borges, hay un instante en que los hombres se definen para siempre”. Cuando el golpista Héctor Amodio Pérez escribió un libro para ayudar a los militares a dar el golpe de Estado, enchastrando con mentiras a todos los políticos, diciendo que hasta Pacheco Areco y Aguerrondo eran tupas; y le llevó ese manuscrito a Fasano para que lo editara, Fasano vino a verme a mí, a mi casa. Vino a ver al hombre con el que estaba peleado a muerte, para que yo, junto con Seregni y Michelini, a quienes también les llevó copias, impidiéramos su maniobra golpista. Fasano podía haberse pasado al bando golpista y disfrutado de riqueza y poder en la dictadura, que no sabíamos si algún día terminaría. Pero siguió sus convicciones y no vaciló. Vino a hablar y confiar en su peor enemigo de entonces. Para mí ese instante de valor y sacrificio define a Federico Fasano”, concluyó.

 

              

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