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Política

Agazapados en los privilegios

Entre la banca y la avioneta

En estos días estuvo en debate la oportunidad de que el candidato presidencial Luis Lacalle Pou renuncie a su banca para dedicarse a la campaña electoral, agotadas al menos las solicitudes de licencia; pero el candidato, casco mediante, decidió disparar contra los aviones portadores de droga y la defensa de las necesidades de su particular estilo de vida.

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Por Ricardo Pose.

El editorial del diario El País del trece de agosto de este año, pretendía salomónicamente resolver el pleito mediático con la siguiente afirmación: “La pregunta de fondo es por qué debe un senador renunciar a su banca para hacer campaña. ¿Qué lo obliga legal o moralmente? La respuesta es, en los dos casos, que nada lo obliga”.

El pasquín de los defensores de las leyes usa una muletilla aprendida en los cursos de “espiche” de los dirigentes nacionalistas: lo que la ley no prohíbe, se puede hacer.

Bajo esa lógica, en otro tema escandaloso, Gandini afirmó sobre el tema viáticos:Yo voy a trabajar, no a pasear. Para eso me pagan. No tengo que hacer lo que no estoy obligado a hacer. No devuelvo. ¿Qué voy a devolver? ¿100 dólares o 50 dólares, para que parezca que devuelvo?”.

En este caso, tanto la ley como la tarea parecían justificar la no devolución de los sobrantes de viáticos. Luego, la vida. No podemos afirmar que el diputado Gandini hiciera uso de los viáticos para financiar las fotos y obsequios a familiares y amigos, adquiridos en sus viajes como representante parlamentario, pero parapetarse detrás de que “solo va a trabajar” es como argumento tan débil como sostener que ni  legal ni moralmente se debería renunciar a la banca.

Si el trabajo de Luis Lacalle es de legislador, si por ello percibe los ingresos que le permiten sostener, a su decir, su oneroso estilo de vida, habría que medir, como a cualquier laburante o empresa de este país, la rentabilidad, la utilidad de los dineros públicos utilizados.

 

El salario del legislador

Que la sociedad asuma el ingreso económico para la tarea legislativa, hace a uno de los pilares de la  vida republicana. Si la sociedad no lo hiciera, el ejercicio de la actividad política legislativa solo quedaría en manos de quienes posean capital. Hasta aquí, no hay mayor discusión.

Si el monto percibido es justo con respeto  a la función, es una discusión añeja y de difícil consenso, en la medida que los ingresos de los legisladores financian en forma importante a las organizaciones políticas.

Se parte de la base que el legislador tiene una función representante del electorado, quien en definitiva termina, por complejos vericuetos de distribución financiera, pagando su salario.

¿Pero cuál es la carga horaria concreta de un senador?

Del primero al dieciocho de cada mes, y siempre que sea citada, tendrá dos sesiones plenarias por semana, esto es en promedio seis sesiones mensuales de dos horas y media cada una, lo que da un promedio mensual de quince (15) horas.

A su vez, cada senador tiene en promedio cuatro comisiones que atender, que funcionan en el mismo lapso (del primero al dieciocho, o sea, un mes de 18 días), las cuales sesionan una vez a la semana cada una, con un horario de funcionamiento de dos horas, lo que promedia mensualmente 24 horas. Sumadas las 15 de sesión, hacen un total de 39 horas mensuales.

Luis Lacalle podría argumentar que, a pesar de tener un séquito de asesores, tiene un tiempo destinado al estudio de los temas, pero también la planificación de las clases es un tiempo que invierten los docentes y hasta ahora no se ha encontrado una forma justa y eficaz de poder medir ese tiempo.

Así que el candidato a presidente trabaja (debería trabajar) para sus electores 39 horas por mes, bastantes horas menos que las de cualquier trabajador que, según su trabajo, lo hace 44 o 48 horas semanales, y esto sin tomar en cuenta quienes hacen horas extras o, por las especificidades de su tareas, doce horas diarias.

Luis percibe, como otros senadores, por 39 horas factibles de registrar como trabajadas, que no es lo  mismo que asistencia, 235.676 pesos.

 

Suplentes y floreros

El régimen de trabajo parlamentario, para que la función legislativa no se detenga, prevé el régimen de licencias con el oportuno ingreso del suplente.

En un régimen a revisar, cobra el senador, salvo que renuncie al cobro por una especie de licencia sin goce de sueldo, y el suplente.

En épocas de floridos perifoneos sobre gasto público conviene tomarlo en cuenta.

Pero para la función legislativa, son muy pocos los suplentes que cumplen una labor efectiva; en términos generales, la labor del suplente es prestar el alzado de su mano, o no, en el Plenario, o sacar apuntes en las comisiones.

No es por desmerecer la figura del suplente, pero si el titular hace un pésimo trabajo, la suplencia no hace más que sellar la pobre labor legislativa. Y por una pobre labor legislativa, el pago de titular y suplente parece mucho para un país tan chiquito.

Sin embargo, trabajar y asistir no es lo mismo, pero la asistencia, el concurrir, es un parámetro de medida.

Luis Lacalle, un privilegiado entre sus pares, integra tres comisiones en vez de cuatro: Asuntos Internacionales, Transporte y Obras públicas y Defensa Nacional.

Así que al cálculo de horas por asistencia a comisiones quítese el promedio general; Luisito debería trabajar 18 horas mensuales.

Solo asistir, correr la silla, sentarse, arrimarse a la mesa, abrir carpetas, pedir la palabra, hablar.

Pero, en promedio, Lacalle tiene una asistencia del 66%, o si se quiere, una ausencia del 34%.

Así que en promedio en comisiones Luis labura 13 horas mensuales, y recuerden que, en la función legislativa, las comisiones son los verdaderos lugares de trabajo y producción legislativa.

Todo esto, por supuesto, es estrictamente legal, ¿pero es moral?

Reiteramos y ampliamos comentaros del editorial del periódico caganchero: “Ni legal ni moralmente, senadores y diputados están obligados a renunciar para hacer campaña electoral. Son cargos esencialmente políticos que obligan a sus titulares a un contacto permanente con sus electores”.

Si a Lacalle en particular la labor parlamentaria le insume 28 horas mensuales (28), un día entero y 4 horitas, un mes legislativo que va del primero al dieciocho de cada mes, ¿no le alcanza el resto de las horas para  tomar contacto permanente con sus electores?

Sin ser su asesor, me permito hacerle una agendita.

Sesiones, de 9.30 a 12, martes y miércoles.

Asuntos internacionales, jueves a las 16.30.

Transporte, martes 13.30.

Defensa, lunes 14 horas.

Así que, del 18 al 30 o 31 de cada mes están todos los días libres, todo el jueves hasta media tarde, todos los lunes y martes de la media tarde en adelante, pero al hombre no le alcanza.

Y si no le alcanza, quizás, sea allí donde deba, ética y moralmente, plantearse la renuncia.

Nos espeta con tono habitualmente soberbio el diario El País: “Insistir en el asunto de si un candidato debe renunciar a su escaño, es no entender las funciones que definen a un legislador. La de hacer campaña es una de ellas y forma parte de la lógica democrática”.

La lógica democrática, en nuestro caro concepto de democracia, implica que cualquier trabajador, sea de la  índole que sea, justifique al menos el pago de sus ingresos por cumplir la función para la cual fue elegido, y tomar mate con las huestes que lo eligieron no es una de ellas, desde el punto de vista del trabajo legislativo.

Porque también democrático es el derecho al uso del fuero sindical para la organización de los trabajadores, pero no hemos visto a muchas patronales y hemos denunciado, incluso desde las filas obreras, cuando el uso abusivo del fuero sindical generaba ausencias del trabajador en su lugar de trabajo.

Pero seamos benevolentes y supongamos que Luis Lacalle adquirió a último momento una capacidad intelectual que le permita trasladar a sus votantes una suerte de informe de su labor legislativa.

¿Han escuchado ustedes alguna intervención, discurso, oratoria, comentario, chiste de mostrador, sobre esos asuntos?

Hay más posibilidades que Luis termine derribando la avioneta de Puritas.

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