Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Entrevistas Los feminismos | Clara Serra | feminista

Clara Serra | Filósofa, investigadora y escritora

«Los feminismos no pueden ser ni excluyentes ni elitistas»

Serra estuvo unos pocos días en Uruguay y ni bien comenzó a participar en las charlas y conversatorios que le aguardaban, su presencia causó un alto impacto.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Invitada por Mujer y Salud en Uruguay (MYSU), la expolítica española, Clara Serra estuvo en Montevideo para brindar sus puntos de vista y aportar su experiencia académica en distintos encuentros, todos en clave feminista, sobre «Cuerpos, géneros y sexualidades», realizado en la Facultad de Psicología, «Un pueblo feminista» organizado con la Intersocial rumbo al III Congreso del Pueblo, que se llevó a cabo en la sede del Pit-Cnt y «Feminismo e Izquierdas», en la Huella de Seregni.

Hija de padre y madre periodistas, Clara Serra Sánchez creció en un entorno familiar en el que se promovía el pensamiento crítico y las charlas políticas eran habituales. Amante de los caballos, el campo y las tareas manuales, fue «camarera» en boliches españoles y allí dio algunas de sus primeras discusiones pesadas -marcando límites- con jefes lascivos machistas sobre las relaciones de poder. "Las minifaldas las uso cuando yo quiero y no para que tu vendas más copas». Su firmeza no le costó el cargo pero sí nuevos micromachismos grotescos. Rápidamente comprendió que los privilegios de hombres también se cultivaban en el ámbito intelectual y académico. Méritos y reconocimientos, valoraciones de prestigio y altura, siempre entre pares con pene. Clara sostiene que se ha ganado sus espacios «un poco por peleona y otro poco por porfiada, porque allí donde te quieren hacer sentir que sos una intrusa -como claramente sucede en la política- pues ahí es donde tenemos que batallar más y esforzarnos más». Durante algunos años ocupó bancas parlamentarias y actualmente escribe para la prestigiosa página de opinión de El País de Madrid, compartiendo tiempo y espacio con algunas de las plumas más fantásticas de habla hispana: Martín Caparrós, Leila Guerriero, Juan José Millás, Eliane Brum y Lluís Bassets, entre otros.

La docente, filósofa, investigadora y escritora española estuvo unos pocos días en Uruguay y ni bien comenzó a participar en las charlas y conversatorios que le aguardaban como parte de una agenda estructurada casi sin respiro, su presencia causó un alto impacto que se vio reflejado en las contundentes ovaciones que recibió luego de sus intervenciones. Serra logró conmover audiencias con su modo carismático y sutil que le caracteriza, que plantea exponer posturas sin establecer de antemano sentencias excluyentes y sin apelar a presuntas verdades rebeladas. Serra no impone, persuade. Invita a repensarnos. Sugiere y propone. Arriesga y al mismo tiempo deja -siempre- un recoveco necesario para la duda, algo infrecuente en el actual territorio de crispaciones, soberbia y obstinación del tiempo en el que nos ha tocado vivir. Sus intervenciones fueron clases magistrales de feminismo, política y filosofía. Lo que sigue es apenas un fragmento de una extensa charla realizada en una mesa de café, en una mañana soleada, intensa.

¿Qué rol ocupa la filosofía en la formación de las nuevas generaciones en los entornos públicos?

En el contexto español, la defensa de la filosofía se ha vendido por parte de la derecha. Las facultades de filosofía, algunas muy conservadoras, tienen alumnos de clase media alta. Otra lógica impera cuando se promueve la adaptación de la educación pública al mercado laboral, que es la deriva en la que estamos. Se pretende una escuela de elites y una fábrica de precarios; los ricos en realidad siempre quieren que sus hijos tengan la oportunidad de seguir estudiando cosas en las que pueden tener el lujo de “perder el tiempo” para los parámetros productivistas que imperan, como por ejemplo estudiando la filosofía. Por supuesto, los ricos sí van a seguir estudiando filosofía, la cuestión es qué tipo de reformas se hacen en la educación pública para conducir a las clases medias y trabajadoras a una inserción rápida en el mercado laboral. Tú no pierdas el tiempo con cosas «inútiles» y demuestra rápidamente tu utilidad y tu rendimiento. Creo que lo que hay que defender es el derecho de todas las personas y de todos los ciudadanos a poder «perder el tiempo» con cosas que reivindico que «sean inútiles» para aquello que nuestra sociedad quiere que sirvamos, ya que la exigencia de utilidad es siempre una trampa de una sociedad cortoplacista y del rendimiento económico acelerado. ¿Para qué sirve saber de arte, de un cuadro o una sinfonía? No necesariamente para algo tangible, nada que otorgue rendimiento económico, ni que te haga ser un trabajador «ubicable» en el mercado de trabajo. Y, sin embargo, quizás son las cosas más valiosas para el ser humano. Creo que hay una arrolladora exigencia de utilidad -que a veces se llama rentabilidad- y hay que rebelarse contra esta política clasista, neoliberal, que destruye los saberes y destruye la posibilidad de que los ciudadanos se formen en estudios críticos, que nos dan herramientas para pensar críticamente nuestro presente y para cuestionarnos la sociedad. Para algunos, es muy poco útil que los ciudadanos puedan cuestionar las normas y las reglas. Creo que la educación no debe estar al servicio de la utilidad sino al servicio de la libertad, que no es lo mismo.

¿Ese concepto de libertad se lo apropió la derecha en el mundo actual?

Se lo apropió a veces con nuestra inestimable ayuda porque en muchas ocasiones, se lo hemos regalado en bandeja. Creo que cuando la izquierda se ha puesto en una lógica de defendernos de lo agravios, reivindicando el término igualdad y no reivindicando el término libertad como propio de la tradición de izquierda, le hemos puesto más fácil a la derecha usurparlo y en realidad tergiversarlo porque creo que el suyo es un concepto de libertad que no es el nuestro.

Qué libertad puede tener una mujer que gana dos pesos y tiene que cargar con todo sola. Qué tan libre puede ser, ¿no?

Totalmente.

Has hablado de la necesidad de construir un feminismo para las que están «afuera», para las excluidas, para las que no han tenido la oportunidad de leer los mismos libros que las más informadas. ¿Cómo habría que hacer para llegarles e incorporarlas?

El feminismo tiene que ser un proyecto popular, un proyecto que pretenda implicar al conjunto de la sociedad, a las mayorías sociales y por tanto, si nosotras hacemos un feminismo que para entenderlo tenés que haber leído muchos libros y haber venido a muchos seminarios, entonces tenemos un techo como proyecto político. Y tenemos problema. El feminismo que hagamos lo tienen que entender nuestras vecinas, nuestras abuelas. Eso podría ser un buen test: ¿estamos haciéndolo bien? Si estamos construyendo un feminismo de mayorías, mi abuela tiene que poder entenderlo. Sin excluirla si leyó o no a Simone de Beauvoir. Además creo que sería muy arrogante pensar que nuestras abuelas o nuestras vecinas o cualquier mujer no tiene herramientas para entender las cosas de las que habla el feminismo, la cuestión es cómo explicamos cuáles son nuestros problemas y en ese sentido creo que ciertos feminismos han sido un poco excluyentes, un poco elitistas y ese es el camino que no hay que emprender. Es más, diría que no solamente para las mujeres, porque creo que el feminismo lo tienen que entender los hombres. Creo que el feminismo también le tiene que llegar a los hombres y ese es un gran reto hoy: cómo hacer un feminismo que interpele a los hombres, que les seduzca, les interese, les llame la atención y quieran formar parte de él. No solo que regañe, porque no creo que haya que hacer un feminismo que regañe a nadie, a las mujeres tampoco, porque también ha habido un feminismo regañón para las mujeres que dice «tú no estás tan avanzada en la liberación como yo». Y eso no construye nada políticamente. De poco sirve hacer un feminismo regañón y moralista o centrado en la culpa. Creo que -en general- la culpa nunca construye nada bueno y políticamente no es una buena aliada para sumar a gente.

El objetivo de una de las charlas de tu agenda en Uruguay es pensar en el Congreso del Pueblo, lo que supone colocar las luces largas. ¿Cómo se logra reenfocar esa mirada de la que hablabas recién? ¿Cómo se hace para superar esas microdesconfianzas basadas en la culpa?

Y eso nos lleva casi directamente a preguntarnos cuál es el reto de las izquierdas en un contexto de auge de los proyectos reaccionarios y también de avance del neoliberalismo. Creo que el neoliberalismo es esta erosión de las relaciones sociales por las cuales el otro siempre es un posible enemigo. Y por lo tanto la desconfianza hacia el otro y la protección hacia el otro, es un triunfo del neoliberalismo. Está bueno que nos preguntemos cómo construir sin que el otro sea «ese del que tengo miedo», del que me tengo que proteger o con el que tengo que competir. Creo que pasa por hacer una política no esencialista, que no nos encierre en nuestras propias identidades, como si las mujeres y los hombres tuviéramos entre nosotros una barrera; como las personas heterosexuales o las personas gay o lesbianas fueran de otro tipo de naturaleza. No fomentar este tipo de miradas por las cuales decimos eso de que ‘como tú no eres como yo, nunca me podrás entender’. Cuando la identidad se convierte en una esencia muy cerrada, consideramos que quienes somos iguales -por ejemplo las mujeres- somos quienes nos entendemos entre nosotras y quienes somos el sujeto político de las luchas. Creo que ahí hemos fracasado y que ahí triunfa el neoliberalismo. Las luchas políticas tienen que aspirar a que el otro se ponga en tu lugar. El reto para lograr un feminismo para las mayorías, que sea transversal y popular, es que podamos conseguir colocarnos en el lugar del otro o la otra. Ese es el éxito de la política. El éxito de una política es que un hombre consiga colocarse en el lugar de una mujer y comprender ciertas cosas. Yo creo que es posible, de lo contrario la actividad política estaría destinada al fracaso. Al menos mi horizonte es lograr eso, porque si creyera que el otro nunca me va a entender o que tú nunca vas a abanderar mis luchas, estaría colocándome en una posición de derrota ya de partida. Por ello me preocupa cierto identitarismo que fragmenta las luchas. Y yo creo que hay muchas cosas que compartimos que son más importantes que las que nos separa. Por tanto el sujeto político, el nosotros o el pueblo que construyamos en realidad tiene muchas razones para tejer esas alianzas o ese frente común, porque en realidad en algún sentido somos distintos y evidentemente tenemos nuestras particularidades, pero no podemos construir una política basada en quiénes somos y en nuestras diferencias, en lo que nos separa, sino en lo que deseamos en común, en lo que queremos construir en común y eso es más fuerte. Diría que ese es el camino.

¿Qué rol juegan los grandes medios en la construcción de sociedades fragmentadas?

En relación a algunos asuntos feministas, me preocupa que hayamos ingresado en algunos discursos alarmistas, de pánico, de la reacción inmediata o las soluciones penales. Por ejemplo, veo un cierto morbo de los casos mediáticos judiciales. Este tipo de cosas que puede alimentar los grandes medios, creo que nos está jugando un flaco favor a las izquierdas y a los feminismos en particular, que a veces toman decisiones políticas -incluso cuando los feminismos están al poder- y legislan al calor de polémicas y de los debates mediáticos que agitan mucho a la sociedad. Y que generan una respuesta a veces muy sentida, pero muchas veces también muy castigadora, muy punitivista. Y aquí yo creo que algunas formas de plantear los problemas por parte de los medios, no están colaborando y deberíamos ser un poco críticas y tender un poco más al reposo de la reflexión más tranquila de las cosas.

¿Cómo ves el escenario de las redes?

A veces nos llevan a matarnos unos a otros. Mark Fisher -que es un pensador que me gusta mucho- habla mucho de las redes y del peligro de las redes para los proyectos de izquierda. En un texto dice que muchas veces buscamos en las redes que nos coloquen medallas morales, ser reconocidos por los demás: ‘mira qué bueno que es’ o ‘qué feminista y antirracista que es’. Y para lograr ello en las redes tenemos que ‘matar’ al otro. Creo que es una buena definición. Eso de pretender mostrarte con cierta bondad moral es una lógica perversa. Y lo que también caracteriza este fenómeno es la lógica del linchamiento, que obviamente tampoco construye nada para nadie. Las redes las tomo con cierto cuidado y las utilizo muy comedidamente.

Hablemos de las nuevas masculinidades. Estás en el Río de la Plata, territorio construido bajo la lógica del macho de arrabal.

Creo que hay una pregunta subyacente en este momento político nuestro, qué va hacia tu pregunta y es qué pasa con los hombres, cuál es su papel, qué van a hacer con todo esto. Es muy evidente que hay una revolución feminista en marcha y los propios hombres se preguntan ‘cuál es mi lugar en todo esto’. Soy de la opinión de que los hombres tienen que formar parte del feminismo, no como espectadores laterales o distantes, ‘que nos hacen un poco un favor’ a las mujeres porque ‘nos ayudan’ en nuestra lucha como cuando dicen ‘te ayudo con la casa’. Uf, no me ayudas, tú haces lo tuyo. Aunque algunas compañeras lo explican así, creo que es lo mismo, no queremos que nos ayuden y que allí surge algo de condescendencia. Básicamente, no solo porque hay una cuestión de injusticia patriarcal de la que los hombres se tiene que hacer cargo, sino porque hay una liberación pendiente de los propios hombres. No acepto el discurso de que los hombres condescendientemente y siendo muy buenos, nos ayudan en nuestra liberación, en nuestra conquista por la libertad, porque creo que los hombres en una sociedad patriarcal, no son libres. Es más, creo que desde que vienen a este mundo están absolutamente bombardeados por prescripciones acerca de cómo se tienen que comportar, qué es un «hombre de verdad», qué es un «hombre masculino«, qué es un «hombre deseable» y también por prohibiciones y castigos a los hombres que se salen de la masculinidad. Creo que los hombres tienen una liberación suya pendiente por la que tienen que implicarse ellos en primera persona. Por tanto, no estoy de acuerdo con este lugar del ‘aliado colateral’ que ocupa el lugar subalterno. Estoy convencida que en la medida que los hombres se liberen, sean más libres, conquisten su propia libertad y rompan los corsés del género y la masculinidad preestablecida y hegemónica, servirá para que las mujeres también podamos ser más libres. Creo que no nos libramos unas si no se liberan otros. Y viceversa. Creo que los hombres tienen que participar en el feminismo como compañeros y de igual a igual, porque esta lucha también es suya. Y eso implica también ceder espacios y dejar de ocupar ciertos privilegios que la ordenación patriarcal les ha dado. Pero no todo es perder, también van a ganar libertad. En esta perspectiva, hay un discurso muy poderoso que a los hombres les sigue llegando: es el relato victimista de la derecha y de la extrema derecha que dice que las feministas van contra los hombres, vienen a quitarle todo a los hombres. Y es todo lo contrario, ganarán maneras más plurales de ser hombres, posibilidades mucho más diversas de ser hombres. Lo que tenemos que desactivar es esa especie de guerra de sexos de la que vive la derecha. También hay algunos discursos sobre las nuevas masculinidades con los que no comulgo mucho que sostiene que los hombres se repiensan a sí mismos y se deconstruyen. Se van a casa, se piensan, se deconstruyen y hacen ese trabajo solos. Y yo pienso que si las mujeres necesitamos siglos de lucha colectiva, asambleas comunes, diálogo entre nosotras, lo común y lo colectivo para ganar libertad, ¿será que los hombres se hacen libres solos? Es tan simple para ellos cambiarlo todo. Eso implica pensar que los hombres serían todopoderosos. Y yo no creo eso. Creo que no se arreglan solos, que esto es algo colectivo y me parece que eso es lo feminista: que hay pendiente un diálogo entre hombres y mujeres. Siempre he sido un poco reacia a esta separación, defiendo los espacios no mixtos para ciertas cosas de forma estratégica, coyuntural por supuesto, pero por principio en general pienso que esta lucha implica un diálogo colectivo.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO