Es el camino inverso al de 1974, cuando Nixon viajó a sellar su alianza con Mao contra la Unión Soviética. Sin embargo, Trump no es confiable, y eleva sus aranceles a China en US$ 200.000 millones, con inmediata respuesta. Xi Jinping se reúne y hace maniobras militares con Vladimir Putin, pero el tablero es más complicado de lo que parece.
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Fue Henry John Temple, tercer Lord Palmerston (1784-1865, como Benjamin Disraeli y George Canning, un gran estratega inglés), quien afirmó que Gran Bretaña “no tiene aliados ni enemigos permanentes, sólo tiene intereses permanentes”, sentando las bases de una política que heredó Estados Unidos (EEUU), la “República imperial” (según la expresión de Raymond Aron), que desciende directamente del Imperio británico.
Pues bien, “el gobierno en sombras” denunciado por The New York Times, que enfrenta a Donald Trump y trata de guiar su administración hacia la racionalidad, estaría buscando acercarse a Rusia para enfrentar el imparable crecimiento chino. Así lo señala la agencia Bloomberg y también lo habría insinuado el padre del histórico pacto de 1974, Henry Kissinger.
Una columna de la influyente agencia consultora firmada por Hal Brands, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad John Hopkins, analiza la posibilidad del giro de EEUU hacia Rusia con la esperanza de detener a China, rememorando la exitosa experiencia que Henry Kissinger culminó en 1974, administrando el golpe diplomático “de dividir a los principales enemigos de Estados Unidos: China y la Unión Soviética”, pasando a una posición de ventaja estratégica.
Dice Brands: “Ahora que EEUU enfrenta una renovada hostilidad con Moscú y Beijing, el gobierno de Trump ha pensado en intentar repetir la actuación, esta vez al conciliar Rusia con la esperanza de volverla contra una China cada vez más formidable. Es una buena idea para una superpotencia bajo tensión, pero probablemente no funcionará […] Las dos naciones representan las mayores amenazas a la influencia estadounidense y la estabilidad del sistema internacional liderado por EEUU. Están llevando a cabo campañas paralelas para forjar esferas de influencia, debilitar las alianzas de EEUU y proyectar su poder a nivel mundial. Sin embargo, en el pasado estas naciones han competido con más frecuencia que lo que han cooperado; han librado guerras calientes y frías entre sí. Hoy en día, siguen siendo rivales de influencia en Asia central y otros lugares, y la historia sugiere que dos países enormemente ambiciosos, de tamaño continente, con miles de millas de frontera compartida [y enormes diferencias étnicas y culturales, detalle nada menor, N. de R.], finalmente se enfrentarán entre sí, y lo saben”.
Bloomberg señala que EEUU debería reducir el número de adversarios que enfrenta, ya que “se está acercando rápidamente a la insolvencia estratégica : el punto en el cual sus compromisos globales exceden su capacidad de defenderlos. “Si pudiera llegar a una nueva distensión con Rusia, podría disminuir las cargas de defensa de EEUU en Europa del Este, “donde sus capacidades están muy estresadas”. Así evitaría enfrentar simultáneamente a Rusia y China, y acaso “formar una asociación estratégica con Moscú para abordar la amenaza a largo plazo de Beijing”.
El análisis destaca que “esta fue la hazaña que Kissinger y Richard Nixon lograron hace décadas, aunque con China en la posición de Rusia y viceversa. Observando la obvia hostilidad y la creciente violencia de la división sino-soviética, la administración Nixon abrió una relación con el lado más débil, China, para equilibrar al más fuerte: la Unión Soviética”.
Esa alianza iba a crecer junto con China, y tras la implosión de la URSS en 1989-1991, el fin de la Guerra Fría y la Gran Recesión, se iba a instalar como garante de la estabilidad política, económica e incluso militar del mundo.
Sin embargo, Bloomberg señala que “por desgracia, la analogía realmente no funciona, al menos todavía. Es que las fuerzas que empujan a Rusia y China a actuar juntas son mucho más fuertes que las que las separan. A fines de la década de 1960, la URSS y China habían llegado al borde de la guerra, quizás nuclear, debido a su rivalidad explosiva por el liderazgo del mundo comunista. Hoy, Moscú y Beijing están jugando muy bien juntos. Cooperan ampliamente en cuestiones como el desarrollo de tecnología militar, ejercicios militares en puntos calientes del Mar de China Meridional hasta el Báltico, promoviendo normas proautoritarias de gobernanza global (como el concepto de “soberanía de internet”) y fortaleciendo la autocracia en países desde Kazajistán a Venezuela”.
Moscú bien vale una misa
La columna señala que “a largo plazo, China representa la mayor amenaza para los intereses estadounidenses, como resultado de su gran potencial económico y militar. Pero en el corto plazo, Vladimir Putin ha demostrado ser el actor más peligroso y perturbador. El líder ruso lanzó tres grandes intervenciones militares en la última década, en Georgia, Ucrania y Siria, y llevó a cabo ataques audaces contra los sistemas políticos occidentales. Putin probablemente piense que esta ofensiva está progresando bastante bien, dado el éxito militar de Rusia en Ucrania y Siria, su intervención de bajo costo/alto rendimiento en la política electoral estadounidense en 2016 y las profundas crisis internas que afectan a la Unión Europea y la OTAN”.
Esto determina, para la importante consultora, que sería necesaria una gran cantidad de concesiones reales de EEUU a Rusia, como el canje “Ucrania por Siria” (suspender las sanciones relacionadas con Ucrania a Moscú a cambio de la asistencia antiterrorista rusa en Siria) y el desmantelamiento de las fuerzas disuasorias que la OTAN está construyendo en Europa del Este y el Báltico, lo que afectarían aun más la estructura tradicional de alianzas estadounidenses con Europa, Canadá y Japón, aún no recuperada de los golpes de Trump en la reciente reunión del G7 en Canadá y en la cumbre de la OTAN en Bruselas. “EEUU -remarca el informe- bien podría encontrarse destruyendo una parte del sistema internacional para salvarlo”.
Ahora bien, es claro que a Putin tampoco le conviene un imperio chino global omnipotente, que hoy domina la cuenca del Pacífico (abandonada increíblemente por los EEUU de Trump, tras desechar el TPP, el tratado de libre comercio aprobado por 12 países de la zona de mayor actividad económica mundial); se ha adueñado de África; avanza a fuerza de inversiones y créditos en América Latina y tiene buena relación con Europa (también abandonada por Trump al renunciar al TTIP, el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y EEUU iniciado por Barack Obama). No se pueden olvidar los disensos milenarios y que China es una autocracia sin limitaciones.
Seguramente también a Putin (cuyo país es la segunda potencia nuclear, pero con una economía débil) lo que más convenga sea el restablecimiento de un “equilibrio del terror”, como el que rigió durante la Guerra Fría, que haga que los tres grandes (acaso agregando como jugador a la Unión), posibiliten su propio desenvolvimiento y la concreción de su viejo sueño, que es la reconstrucción, al menos territorial, de la Unión Soviética. Eso puede lograrlo en un tablero múltiple, no ante un solo jugador todopoderoso, y sin muchos miramientos, que para colmo es su vecino.
Los consejos del estratega
Otra columna señala que “Henry Kissinger impulsó a Trump a trabajar con Rusia para frenar a China”. El mayor geoestratega estadounidense vivo, de 95 años, hizo su más reciente aparición pública en el funeral de Estado que recibió en el Capitolio el senador John McCain y que, con oratoria de los expresidentes George W. Bush y Barack Obama, se convirtió en el mayor acto del establishment de la Unión contra el presidente Trump.
Kissinger asistió al acto en una silla de ruedas y su imagen encogida recordó al inolvidable “Dr. Insólito” (también un científico de origen alemán, sólo que de origen nazi, al servicio de EEUU) del legendario film homónimo de Stanley Kubrick, de 1964, sobre la Guerra Fría y su posible conclusión en una guerra nuclear. Kissinger, un notable intelectual graduado en Harvard, autor de varios libros mayores, obsesionado por la idea de la necesidad de que exista un orden mundial (idea que peligra ahora debido a las conductas de Trump y su virtual abdicación del liderazgo estadounidense, el avance del terrorismo, de los movimientos de ultraderecha y la decadencia de los valores democráticos, así como por guerras comerciales de final imprevisible); artífice de la alianza sino-estadounidense sobre la cual aún reposa la estabilidad política, económica y militar del mundo; fue asesor de Seguridad Nacional, secretario de Estado y es el propietario de Kissinger & Associates, firma que asesora a corporaciones multinacionales, gobiernos y jefes de Estado, entre los que están Vladimir Putin y Xi Jinping. Está acusado de numerosos crímenes de guerra por su actuación en Vietnam y una infinidad de conflictos entre los cuales se cuentan las acciones del Plan Cóndor, pero sus consejos son requeridos en China -donde es una figura consular, tiene línea directa con sus presidentes y la visita por lo menos una vez al año como invitado de honor- y por Putin, al que hace poco confesó haber entrevistado 17 veces en los últimos 18 años.
Según el informe, el Dr. K “sugirió que EEUU debería trabajar con Rusia para contener a una China en ascenso”, en las tres reuniones que mantuvo con el presidente Trump (a quien no apoyó ni votó, pese a ser republicano), durante la transición presidencial.
Su propuesta habría encontrado muy buena recepción en los principales asesores de Trump, funcionarios del Departamento de Estado, el Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional, pero la principal dificultad surgió precisamente en la exagerada deferencia (que algunos llaman obsecuencia) de Trump hacia Vladimir Putin.
A diferencia de Trump, sospechoso en última instancia de haberse beneficiado de la “trama rusa”, la intervención cibernética masiva en las elecciones estadounidenses de 2016, Kissinger plantea la necesidad de mantener un equilibrio mundial entre potencias que operen armoniosamente, involucrando no sólo a Rusia, sino también a India, Japón, Filipinas y Europa.
En un reportaje otorgado a Sputnik, el 27 de julio, al día siguiente de finalizar la Cumbre de Helsinki entre Trump y Putin (en la que el presidente estadounidense apoyó las declaraciones de inocencia del ruso y desestimó a sus propios servicios de inteligencia), Kissinger declara que “estamos en un período muy, muy grave” y califica a la cumbre como “una oportunidad perdida”, tras lo cual alude al cambio climático y la inteligencia artificial, tema sobre el cual ha escrito un terrorífico ensayo en el que alerta sobre los graves problemas éticos y militares que habrá cuando las máquinas tomen decisiones por sí mismas. Es evasivo en sus respuestas, pero cuando se le pregunta con qué período compararía el presente, el Dr. K “habla sobre su experiencia como soldado estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, después de recibir su ciudadanía. Recuerda lo que trajo al joven refugiado alemán a estas costas: después de que Alemania anexara Austria en 1938, a los judíos en la ciudad natal de Kissinger les dijeron que no salieran de sus casas. Sus padres se fueron a EEUU cuando pudieron. “Había toque de queda y soldados alemanes por todas partes”, explica. “Fue una experiencia traumática que nunca he podido olvidar”.” Viniendo de él, virtual representante ante EEUU de China y de Rusia, y teniendo en cuenta el escenario, se trata de una respuesta extremadamente pesimista.
El estado de la “guerra comercial”
El gobierno de Donald Trump ha tenido el efecto de unir a sus ahora adversarios, China Popular y la Federación Rusa. En la primera semana de setiembre, en Vladivostok, se reunieron los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin para hacer ostensibles ante el mundo sus acuerdos, y asistir el martes 11 a las mayores maniobras militares rusas de la historia, realizadas conjuntamente con tropas chinas. Más claro, imposible. El proteccionismo de Trump, su “guerra comercial” con China y la amenaza de sanciones a Rusia -que en realidad están quebrando todo apoyo a EEUU- han hecho que las dos potencias asiáticas renueven y profundicen su relación estratégica, a pesar de sus innegables diferencias. En el marco del Foro Económico Oriental, ambos mandatarios coincidieron en exaltar su cooperación económica y militar, el intercambio económico (este año se aspira a que el comercio entre los dos llegue a US$ 100.000 millones, contra US$ 87.000 millones de 2017) e incrementar que el mismo se realice en sus divisas, sin utilizar el dólar.
Ahora bien, como si la repulsa del mundo y hasta del FMI no lo rozaran, el martes 18, el presidente Trump elevó la confrontación con Beijing anunciando nuevos aranceles a importaciones con origen en China por US$ 200.000 millones, que entrarán en vigor el 24 de setiembre. La potencia asiática respondió que “para proteger sus derechos e intereses legítimos, así como el orden mundial del libre comercio, China se verá obligada a tomar medidas de represalia de manera recíproca”, a lo que Trump respondió que “si China toma medidas de represalia contra nuestros agricultores o contra otras industrias, vamos a seguir inmediatamente con la fase tres, con aranceles en aproximadamente US$ 267.000 millones de importaciones adicionales”.
Las importaciones totales de EEUU a China fueron US$ 505.600 millones en 2017 (Trump alguna vez amenazó con mayores aranceles) contra US$ 130.000 millones de ventas en sentido contrario.
La respuesta china no se hizo esperar y, horas después, Beijing anunció nuevos gravámenes a importaciones estadounidenses por US$ 60.000 millones. La dirigencia china reiteró que está dispuesta a negociar, pero seguramente está esperando los resultados de las elecciones legislativas de noviembre, que podrían alterar sustancialmente las relaciones de poder en EEUU.