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FA: crítica, autocrítica, perspectivas

Por Rafael Bayce.

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El punto de partida de esta columna está en el documento de 11 páginas, previo al Plenario del 17/10/2020, del Secretariado del Frente Amplio, titulado Balance, evaluación crítica, autocrítica y perspectivas -tan interesante como insuficiente-, de principios de octubre de 2020, y algunos comentarios al documento del Dr. Óscar Bottinelli que fueron publicados en la última edición de Caras y Caretas (09/10/2020) –comentarios enteramente compartibles-, además de las reflexiones sobre el mismo documento del Dr. Alberto Grille en el mismo ejemplar.

 

Acumulación y desacumulación: estratos medios y subproletarios

Bottinelli, en medio de jugoso comentario, toca dos puntos que considera fundamentales, pero que no tienen suficiente relevancia en el documento. Uno, el “tema del comando. El Frente Amplio hace años que carece de dirección colectiva”; dos, “el tema es que el Frente Amplio no va a lo profundo… El Frente Amplio tuvo rupturas con clases sociales. Y es raro que en la izquierda el análisis de clase no entre”.

Me detendré en el segundo punto, hilo fuerte para desvendar una densa madeja de insuficiencias analíticas que hacen peligrar el futuro de los partidos de izquierda entre nosotros, aunque también en la región y hasta en el mundo. El análisis de Bottinelli, sin embargo, puede alinearse bien con el análisis del documento sobre el fundamental proceso de acumulación política que se inició al menos explícitamente unos 50 años atrás, proceso que fue sucedido, pese a 15 años de gobierno nacional y 10 de bonanza económica, por una desacumulación que debería ahora conducir a una reacumulación de fuerzas a futuro.

Parte de esa desacumulación es el regreso, en 2019-20, luego del periplo de acumulación, bonanza y gobierno, a los niveles de votación de 1999: 39% en la elección nacional, 40% en la departamental, probablemente peor aún en lo municipal.

Dice Bottinelli que se perdió buena parte del voto de las clases medias y del subproletariado (que quizás Mujica le había arrebatado al pachequismo, para perderlo ahora a manos de Manini). Muy cierto; aunque, en puridad teórica, el problema es la carencia de un análisis de la dinámica de estratos más que de clases. En la dinámica binaria de clases esquematizada por Marx, hay solo dos clases, aunque las haya secundarias y remanentes del modo de producción feudal, como los terratenientes; y en las ‘revoluciones’ ocurrentes en la historia, el proletariado urbano se unió de modo variable al campesinado rural.

Las clases medias son una aparición del siglo XX, urbanas; configuran, no una clase intermediaria nueva en la dinámica binaria clasista, sino, y eso sí, una capa o estrato intermedia, que juega electoralmente pero no en la dinámica básica de la lucha central en el modo de producción capitalista: “Transformar el trabajo en trabajo asalariado y los medios de producción en capital” (Marx, El Capital, último Cap. 52, inconcluso, ‘Las clases’).

Pero, en una dinámica electoral democrática que Marx no podía prever en su horizonte epocal, las dinámicas entre estratos adquieren un valor fundamental que no tenían para la dinámica básica del modo de producción capitalista en ese entonces. Y aquí es donde la salvedad de Bottinelli adquiere todo su valor: el FA desacumuló electoralmente en estratos que había acumulado políticamente, quizás hasta socioculturalmente. Esa misma desacumulación electoral ocurrió también con el voto de los estratos medios en Brasil en 2018, en perjuicio del gobernante PT, quien los había acumulado como el FA. Lo dice penosamente el documento citado: “Le pedimos al pueblo uruguayo que defendiera las conquistas que se habían logrado todos estos años, pero la gente no respondió a ese llamado con la fuerza que necesitábamos”.

Patético, pasó como en Brasil. ¿Por qué esas equivocadas expectativas comunes, con sus desconsuelos?

 

Fidelización electoral: teoría vieja y sectaria, incomprensiva

Hay aquí un problema de ‘fidelización electoral’, ingenuamente esperada como resaca del clientelismo populista del siglo XX, pero que no se conceptualiza adecuadamente dado el peor problema que enfrentan las izquierdas: su obsolescencia y sectarismo teóricos, acompañados de un ingenuo voluntarismo mecánico y de un maniqueísmo de clivaje equivocado.

La izquierda entiende el mundo mucho peor que la derecha, tan dogmática y rabiosa como la izquierda, pero más aggiornada y menos sectaria teóricamente; y con más poder para defender su dominación -supremacía bélica- y para aumentar su hegemonía -supremacía comunicacional-, sus mayores ventajas sobre las izquierdas.

Baste ver cómo han reaccionado la mayoría de las izquierdas al asunto del coronavirus, en el que se alinearon con los organismos internacionales, las más poderosas transnacionales, corporaciones productivas y comunicacionales de punta, y los más poderosos países cuasiimperiales. Se ignoran totalmente los más gruesos asuntos mundiales: uno, globalismo vs. antiglobalismo; dos, el reacomodo del ranking del poder, esencialmente EEUU vs. China; tres, la dominación y el control tecnológicos crecientes de cuerpos y territorios; cuatro, la sustitución y subordinación de lo nacional y de lo internacional a lo transnacional, último paso de la trans-localización del mundo.

Las izquierdas padecen de un problema común al proceso que sufren las organizaciones que se complejizan, según Niklas Luhmann: su cerradura autológica, la tendencia a parapetarse detrás de las estructuras mediante  las cuales creció en sus entornos, rechazando dogmática y sectariamente otras herramientas adaptativas, entre ellas las teórico-analíticas ajenas a su núcleo ortodoxo, que serían ideología burguesa mistificadora y por ello activamente ignorables, revisionistas, enemigas de clase.

Extraordinarios expertos, y grandes teóricos son rechazados con epítetos como esos. Ya desde un ensayo incomparable de 1904 (La objetividad cognoscitiva de la ciencia social y de la política social), Max Weber afirma que el carácter de la obra de Marx sobre el capitalismo y el capital es típico-ideal, o sea, un modelo intrínsecamente sometible a revisión constante con la realidad para ir formando conceptos siempre basados y aplicables a empiria -Marx hasta dijo, por eso, que él no sería marxista porque eso sería dogmatizar y crear una inconveniente y epistémicamente equivocada aproximación-. Abunda en 1905 en su tan famoso La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en el que afirma que la idealidad capitalista surgió antes que su organización material, pero que esa secuencia causal era tan válida, en otros casos, como la contraria, afirmada por Marx, de la precedencia de lo material respecto de lo ideal.

Serían típicoidealidades complementarias, cada una con sus ámbitos de validez. Weber afirmará en otros escritos, como los de sociología de la religión, la secuencia sostenida por Marx. ¿Será eso revisionista? ¿Se perdió la izquierda la grandeza, por ejemplo, de la teoría de las clases de Weber porque no aceptaba la única validez de la secuencia materialidad-idealidad?

Algo similar pasó con el mayor teórico de las ciencias sociales del siglo XX, Talcott Parsons, ignorantemente llamado de ‘facho’; pues bien, ese facho, que tomó la presidencia de la asociación norteamericana de sociología en 1948, en pleno auge macartista, le dedicó su discurso inaugural al centenario del Manifiesto del Partido Comunista, diciendo que era un texto movilizador, aunque no científico, de alguien que tuvo básicamente razón en sus análisis, fundamental para el futuro de las ciencias sociales; pero que debía ser actualizado para que sus conceptos fuesen mejor aplicados al mundo actual.

¡Qué diferente su tratamiento de Marx que el de los marxistas para con él! Las observaciones críticas de la Escuela de Fráncfort al marxismo, teoría y práctica, siempre fueron tildadas de revisionistas, pese a que todos tuvieron formación marxista y pretendían esa actualización conceptual que todos los inteligentes, que no fuera perseguidores de dogmáticas ortodoxias desaconsejables epistémicamente, recomiendan, desde el mismo Marx, i.e. en ‘El método de la Economía Política’, tardíamente conocido, es cierto.

Ese diálogo casi de sordos con celosos ortodoxos dogmáticos explota cuando la 2ª generación de Fráncfort dobla la apuesta: Jurgen Habermas, en 1976, escribe La reconstrucción del materialismo histórico, donde recomienda los conceptos teóricos que deberían añadirse al arsenal ortodoxo para que el materialismo histórico recuperara la fertilidad analítica y fundante de la práctica que había perdido con la dogmática ortodoxia inquisitorial. Sigue en el trillo, agregando, en 1984, La crisis del estado de bienestar y el agotamiento de las energías utópicas, y en 1990 Revolución recuperadora y la necesidad de revisión de la izquierda: ¿Qué significa hoy el socialismo?. Una de las primeras tareas de la izquierda es abandonar la inquisición dogmático-ortodoxa y aprovechar la enorme contribución de la filosofía y de las ciencias sociales; al menos, no rechazar los aportes de grandes mentes que quieren ayudar en un aggiornamiento que ven imprescindible.

Pues bien, el adecuado tratamiento del tema de las relaciones partido-gobierno, punto neural del documento, ya fue analíticamente tratado en detalle por alguien de la 3ª generación de Fráncfort, Claus Offe, en muchos textos, especialmente La democracia partidaria competitiva y el Welfare State Keynesiano: factores de estabilidad y de desorganización (1983), abundantemente usado por mí en columnas de Caras y Caretas.

Respecto de la ‘fidelización electoral’, nuevo fraseo más sutil del clientelismo clásico, reclamado por el PT y el FA, la teoría de la imitación como mecanismo societal constitutivo de fines del siglo XIX (Gabriel Tarde, 1888) explica mucho; mucho más Thorstein Veblen, en 1899, con La teoría de la clase ociosa introductora de la secuencia distinción-emulación, que, junto a Weber, inician la teoría de la estratificación social, asentada desde 1948 con Pitirim Sorokin. Parsons le añade a la imitación y a la emulación, la identificación como mecanismo de socialización gregaria.

Si se hubiese leído algo de estos autores, o de otros en esas líneas, ni el PT ni el FA se hubiera sorprendido ni desalentado con la infidelidad electoral de estratos que habían sido beneficiados redistributivamente por sus gobiernos. Sucede que cuando muchos de los redistributivamente ascendidos sienten la amenaza de que ahora son imponibles para redistribuir en favor de otros, se vuelven centristas o derechistas; si el gobierno quiere que le saquen a otros para darme a mí, lo voto; pero si quiere sacarme a mí para darle a otros, ahora voto por el que no le quiere sacar a los que tienen más para darle a los que tienen menos, no por los que me dieron antes.

Porque, además, cuando la izquierda decide aceptar el mercado y la democracia partidaria en lugar de postular revoluciones o guerrillas ya inviables, asume alegremente la vulgata democrática de la línea Rousseau-Hobbes-Locke-Jefferson/Madison-Mill, que

e supone la bondad del buen salvaje y el altruismo de la voluntad autónoma del demos como distinta de la de las élites, de los titulares naturales de la soberanía: el pueblo. Pero tampoco ha actualizado la manipulación y cooptación por las elites de la voluntad autónoma del demos, consumada durante el siglo XX por las sociedades de la abundancia, del espectáculo y del consumo; desde ahí, nada más conservador y pancista que la opinión pública y la voluntad del demos, que es la oligo-oferta convertida en demo-demanda, devenido heterónoma, lo contrario en la realidad del proceso democrático postulado por los pioneros democráticos y demofílicos de los siglos XVII a XIX.

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