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Feola: víctima de sus predecesores, preso de sus palabras

Por Leonardo Borges.

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El pasado sábado 18 de mayo en la Plaza Independencia se llevó a cabo el acto oficial por los 208 años de la Batalla de las Piedras y el Día del Ejército. Con la participación del presidente Tabaré Vázquez, quien dio la orden de mudar el festejo a la Plaza Independencia, el ministro de Defensa Nacional Dr. José Bayardi y el subsecretario y el ministro de Relaciones Exteriores, Rodolfo Nin Novoa, se llevó a cabo un acto extremadamente simbólico aderezado, por cierto, con los últimos conflictos en el seno del Ejército Nacional. Era más que claro que los ojos y los oídos de la ciudadanía estarían posados sobre el novel comandante en jefe del Ejército, quien tras la conflictiva salida del Gral. Guido Manini Ríos y el fugaz -y también conflictivo- pasaje del Gral. José González, sumado a su acto fallido la primera vez que se enfrentó con los micrófonos de la prensa, debía dar examen ante la ciudadanía. Feola, antes de asumir, era víctima de sus predecesores.

A partir de las declaraciones de Gavazzo al Tribunal de Honor, en las que detalla cómo se deshizo del cadáver de Roberto Gomensoro en 1973 y las de Pajarito Silveira, en las que responsabiliza a Gavazzo en casi su totalidad, se abre un nuevo capítulo en la historia reciente. Según algunos referentes políticos, un pacto de silencio se rompió; según otros, se había roto hace tiempo. Pero lo cierto es que nada será igual después de esa confesión de parte, en la que uno de los más truculentos torturadores admite la desaparición de un prisionero. Pero también son significativas las confesiones de Silveira, que acusa a Gavazzo de formar parte literalmente del Plan Cóndor, en tanto coordinaba acciones con nada menos que Aníbal Gordon en la Argentina. Gordon era uno de los más temidos represores, líder de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Es inevitable relacionar este hecho con Automotores Orletti, centro de detención y tortura clandestino en Argentina por el que pasaron muchos uruguayos. La acusación a su viejo hermano de armas no terminó ahí, y lo relacionó también con delitos económicos, robo de bienes a desaparecidos y “apropiación de inmuebles que pertenecían a militantes políticos secuestrados”. Silveira además sostiene que los desaparecidos uruguayos hubieran sido menos sin la participación de Gavazzo, en una especie de perversa ucronía: «Hubieran sido 25 y no más de 100, como finalmente fue». Resumiendo, podemos decir que más allá de los detalles de los testimonios (cada uno podrá analizarlos a la luz de sus pareceres), es claro que estas declaraciones gritaban por ser presentadas en un juzgado. No por una cuestión de mandatos históricos, sino por la lisa y llana ley: la obligación de los funcionarios públicos de denunciar ilícitos. Según los generales del tribunal ellos plantearon este tema al comandante en jefe. Este dio la orden de proseguir con el tribunal, una especie de siga siga en el fútbol. Manini suponía -en su libre interpretación- que Gavazzo estaba retrasando el fallo del tribunal. Allí entra el Ministerio de Defensa Nacional. Tras el fallo del tribunal, que claramente un civil como uno no puede comprender, el expediente con la declaración arriba al Poder Ejecutivo. El tribunal falla de una forma incomprensible, en la cual hacer desaparecer a alguien no es un deshonor a las fuerzas, mientras que dejar en prisión a un hermano de armas sí lo es. Recordemos que el coronel Juan Carlos Gómez fue procesado y cumplió prisión por la desaparición de Gomensoro y allí radica el deshonor de Gavazzo. Este es un detalle no menor atado con el inicio de esta nota.

Más allá de la no acción inmediata de los generales, ni del comandante en jefe y las idas y vueltas del expediente en extraños firuletes -que claramente dejan en offside sobre todo a Toma-, es claro que el Ministerio de Defensa no estuvo en falta. Cantó las cuarenta cuando fue el momento, el extinto ministro Dr. Jorge Menéndez se apersonó en Presidencia con la noticia de la confesión y con un par de abogados. Allí un silencio sepulcral llenó todos lo espacios. Un silencio al que estamos demasiado acostumbrados. Una investigación periodística echó luz y estalló la bomba. Cayó el ministro (que había avisado con tiempo), el subsecretario y los generales del tribunal. El comandante ya había caído por su propio peso y necesidad. Pero lo más extraño es que quien fue ungido como comandante en jefe hacía las veces de miembro del Tribunal de Honor. Nunca entendí si Presidencia sabía de las confesiones o no y si las iba a denunciar. Porque si la denuncia estaba en proceso, por qué colocó a González como comandante en jefe. Pero también este fue relevado del cargo. Ahí llegó el general Feola, no siendo de la derecha, elegido por el presidente para ocupar ese cargo en tiempos complejos. Y la primera vez que tiene que enfrentarse a los medios de comunicación dice esto: “Esa respuesta consolida toda una cantidad de épocas en las cuales yo no estoy en condiciones, porque no sé si es real o no es real. Acá hay gente muy antigua que capaz que hasta algún test psicológico habría que hacerle, porque al haber estado tan presionados no sabemos si están en su real conciencia”. Esto fue el 8 de abril tras la toma de posesión. Feola ahora era además preso de sus palabras. Tras estas declaraciones el novel ministro de Defensa José Bayardi lo llamó al orden y finalmente el comandante lanzó un comunicado desdiciéndose de lo dicho. Aunque ya había sido dicho. “No se pretendió desconocer la existencia de desaparecidos en nuestro país”, declara el comandante en el comunicado del Ejército, en el cual habla además “…de hechos aberrantes y repudiables…”.

No voy a mencionar ex profeso la denuncia de Feola y del Ejército al colega Gabriel Pereyra, pero suma una cuenta en este collar.

Tras todo este bagaje el comandante en jefe debió comparecer en la plaza Independencia para conmemorar la Batalla de Las Piedras y volvió a trastabillar. Con el respeto que merece su investidura, pero también con la libertad de expresión que nos acoge que en otros tiempos no existía, podemos decir que mencionar las torturas, violaciones, golpizas y un terrible etcétera como “excesos del pasado” seria jactancioso si no fuera vomitivo. Pero más allá de este detalle, en el que muchos medios colocaron la lupa, hay algo mucho peor en el discurso que pasó en general inadvertido. Después de rechazar esos “excesos y desvíos del pasado” sostiene que: “Advertimos que los hubo como una magra consecuencia de un terrible e indeseable enfrentamiento entre hermanos”. Es una verdadera declaración filosófica de lo que sucedió en la dictadura, en el que los militares y sus excesos quedarían licuados por una supuesta guerra “entre hermanos”. Por las dudas -y es discutible en esencia también- los tupamaros fueron derrotados en 1972 y el golpe fue en 1973. Los desaparecidos en su mayoría no eran guerrilleros (igual hasta la guerra misma tiene reglas) y el enfrentamiento con los tupamaros había cesado. De hecho, los militares tenían los paradigmáticos rehenes como reaseguro. Pero más allá de este dato, las declaraciones del comandante en jefe delimitan una postura histórica claramente maniquea, que termina por colocar en un escenario de guerra los hechos entre 1973 y 1984. Esto parece no generar mayor interés en mucha gente, pero creo que -vista desde la perspectiva histórica- es extremadamente peligrosa y obviamente es la respuesta a la no aparición de información al respecto. Feola es entonces víctima de sus predecesores, pero también preso de sus palabras.

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