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Formar docentes de humanidad

Por Celsa Puente.

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El pedagogo español José María Esteve dice que el objetivo último de un profesor es ser “maestro de humanidad” y yo debo confesar que no encuentro a nadie que con tanta sencillez y claridad haya dicho lo que desde siempre siento.

Quiero contarles, lectores, que irremediablemente me siento determinada por mi condición de profesora de educación media y que el componente adicional que tengo en este momento es el de estar en contacto con estudiantes de diversas asignaturas que se encuentran en plena formación como profesores. Mi preocupación, mi angustia, mi problema, se centran en advertir cuán poco ha cambiado el diseño de la carrera docente desde que yo me formé hace más de tres décadas. El ofrecimiento actual que le hacemos a los futuros profesores casi no ha variado, lo que se choca a todas luces con un mundo que efectivamente se ha transformado vigorosamente. Y no lo digo solamente porque la situación política de Uruguay hace algo más de tres décadas, cuando yo cursé mi carrera de grado, era de terror y dictadura, sobre todo era un tiempo de horror a lo heterogéneo; el disciplinamiento, el acatamiento, el silencio, el control y la represión estaban a la orden del día. Más allá de la feliz superación de ese tiempo político que no debe repetirse, el mundo cambió en su forma de organización, de producción del saber, de gestación de vínculos. Existía en aquel tiempo, en la construcción del saber, cierto cartesianismo, una linealidad procedimental en los recorridos hacia el conocimiento que hoy se ve interpelada por la navegabilidad, el hipervínculo y la concepción de la complejidad tal como lo expone Morin: “Lo que está tejido bien junto”.

Recordemos que antaño, fundamentalmente, se concebía como necesario desmembrar la realidad para estudiarla -separar para comprender, dicen algunos- y hoy estamos concibiendo al mundo en el que vivimos desde la complejidad y su multicausalidad, lo que nos pone ante el abordaje trans e interdisciplinario como ineludible. Entre otras cuestiones, hoy es imposible hablar de adolescencia en singular. Es necesario concebir a las “adolescencias”, así, de plural obligatorio, dice el psicoanalista uruguayo Marcelo Viñar, para remitir a la vez a la singularidad y a la diversidad, tanto en lo que se relaciona a la construcción identitaria de las personas, a su psiquismo, como a los factores que son de índole social, familiar y cultural que modelan y configuran ese psiquismo.

Hay muchos modos de ser adolescente en el mundo de hoy y ya no es válido asistir a aquellas descripciones minuciosas que tienen los antiguos libros sobre adolescentes si no se entiende que este tiempo de la vida está condicionado por la pluralidad de situaciones que superan las transformaciones que desencadena la biología. Ya no hay remedio; hay que superar la tentación de querer colonizar al otro sólo porque somos adultos y profesores y aceptar que nuestro rol debe ser el de ofrecer las herramientas para conocer el mundo y que nuestros estudiantes sigan explorando para transformarlo, encontrando salidas originales a situaciones preestablecidas que forman parte del statu quo. Pero es claro que si seguimos formando a los docentes con un esquema lineal, determinista y asignaturista, toda situación de aula en cualquier centro educativo del Uruguay de hoy será una situación difícil. Y quiero especificar que no estoy pregonando que el profesor no deba conocer su asignatura, muy por el contrario, el camino del descubrimiento del objeto interdisciplinar exige un fuerte conocimiento de la disciplina propia y esa certeza será la que permita construir las alas para “moverse” hacia otros campos del saber y ofrecer así un abordaje posible de la realidad. La cuestión radica en la concentración exclusiva en la asignatura y la falta de conocimiento y sensibilidad sobre la cuestión de las adolescencias. En un mundo que pretende la universalización de la educación media, el temple de ánimo para enfrentar a estos jóvenes que tienen algo más que hormonas explotando en su cuerpo y la autoconcepción de que ser profesor es, como dice Esteve, ser “maestro de humanidad”, es una cuestión nuclear en la formación de los nuevos profesores. Ya es indiscutible que la condición docente supone provocar la búsqueda de aquellas preguntas que motivaron alguna vez a hombres y mujeres de otros tiempos y los llevaron a construir el conocimiento.

Es, en definitiva, buscar el valor humano del conocimiento, volver a la pregunta original pensando cómo hacerla surgir en estos jóvenes que tenemos delante porque “no tiene sentido dar respuestas a quienes nunca se han planteado las preguntas”.

Repensar la formación de grado de los educadores es clave. Y lo es, sobre todo, porque está comprobado que uno tiende a repetir como docente lo que ha vivido como aprendiz, y si lo vivido en el tiempo de la formación remite a un ser pasivo al que le damos sólo conocimientos teóricos de su asignatura, si no se incorpora la investigación y no problematizamos sobre el conocimiento de los destinatarios de nuestras acciones, sobre sus preocupaciones y problemas, sobre las posibilidades didácticas para hacerlos pensar con énfasis en cómo construir un mundo común desde el paradigma de los derechos humanos y la certeza de que la tecnología ya tiene un lugar que no tiene marcha atrás, estaremos perdidos porque no habrá cambio posible. La renovación pedagógica comienza por los educadores -formados y con buenas condiciones laborales- que superan la queja paralizante y trabajan para provocar cuestionamientos, orientar en el proceso de desarrollo humano y disfrutar mientras lo hacen. Vocación, formación y trabajo: encontrar nuevas formas de comunicación, encontrarnos “vivos” en la enseñanza generando aprendizajes, un camino posible para repensar la identidad profesional docente.

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