En estos últimos días se jugaron 2 de los 3 grandes clásicos futbolísticos de América del Sur: Argentina-Uruguay y Argentina-Brasil, que fueron emocionalmente muy diferentes. Como fueron también muy diferentes las reacciones de la población uruguaya luego de los partidos antes de Argentina y después de Argentina, más importantes como parte de etapas clasificatorias para el Mundial de Catar 2022 que como enfrentamientos entre nacionalidades. Y, luego de ello, la reacción mayoritaria al partido con Bolivia en La Paz. Es que hay clásicos y clásicos, hinchadas e hinchadas. Hay distintas circunstancias que explican las diferencias entre las reacciones de las mismas hinchadas de un partido a otro. Los clásicos también difieren por su diversidad al interior de su clase; lucen diversas características a través de la historia y en cada caso concreto. Veamos.
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Una tipología de reacciones de hinchadas
Hinchada tipo 1.
La más estereotipada. Como decía Durkheim, a la gente le gusta o necesita pertenecer a algo más allá de sí mismo. No es cierto que la búsqueda más profunda sea la de la singularidad única de cada individualidad (el Yo); se busca con semejante tesón el Me, el yo dentro de un Nosotros, no la mónada aislada primigenia, la caprichosa e inverosímil de Robinson Crusoe, imposiblemente anterior a su estado social. No hay ‘yo’ sin ‘nosotros’ y sin ‘ellos’. La singularidad de los sujetos puede provenir tanto de su irrepetibilidad como de la combinación de ella con su pertenencia a ‘nosotros’ colectivos, que lo puede caracterizar tanto como su unicidad. Para mayor profundización, la distinción de G.H. Mead entre I, Me y Self.
Pero no solo eso; muchas veces, personas o grupos que no poseen características socialmente valorables como positivas, intentan caracterizarse por su pertenencia a grupos de cuyo prestigio disfrutarían a falta de prestigio propio. No es extraño que tantos de los hinchas más acérrimos de un equipo sean personas que no tienen roles y estatus prestigiosos en sus vidas privadas, y que recurren entonces a la espectacularización de su pertenencia a un colectivo positivamente valorado, porque les prestará el estatus por adhesión que el adherente no tiene por sí mismo sin ella. Ese estatus vicario, prestado, se necesita que sea poderoso, victorioso, para que tiña positivamente al individuo que lo precisa; por eso sienten tanto victorias y derrotas; porque son las suyas propias, aunque vicarias, prestadas; los chivos expiatorios exorcizan esa frustración sufrida, vengan esa esperanza perdida.
El show del hincha rabioso, exagerado, casi buscando pelea física o conflicto simbólico, más que revelarnos la pura expresividad romántica de un Yo apasionado altruistamente por una enseña, puede hacernos sospechar de sus carencias como individuo, necesitado de beber de un nosotros prestigioso para alimentar, egoístamente, un yo insuficientemente prestigioso y pleno de por sí, o de pertenencias menos honorables. Estas hinchadas son las que adoran fetiches cuando ganan o esperan hacerlo, y destruyen chivos expiatorios cuando pierden, fingiendo la defensa de orgullos colectivos heridos donde más que nada hay estatus y prestigios frustrados por una derrota, arruinada la esperanza de obtención de estatus para esos individuos a partir de las victorias. Acusamos al chivo expiatorio elegido de infidelidad a un nosotros, cuando en realidad nos preocupa más lo que no conseguimos como individuos por esa frustración. Lector/a, usted puede recordar múltiples ocasiones en que la indignación periodística, la del intercambio en la calle, en la familia y en la oficina son insultantes, indignadas y hasta amenazantes; hay muchos lugares del mundo en que las hinchadas han atacado las personas y los bienes de los chivos expiatorios de una frustración: jugadores, árbitros, dirigentes, en algunos casos con desenlaces mortales, como en el caso del back colombiano que cometió un error fundamental para la eliminación de Colombia. En este 2021 ocurrió cuando, antes de la fecha de las eliminatorias que se acaba de jugar, hubo airadas expresiones contra jugadores y cuerpo técnico uruguayos. Es un ejemplo de hinchada de tipo 1. No es el caso de la ejemplar conducta posterior, cuando la derrota con Argentina, aunque ésta nos colocaba más cerca del abismo; ésta será una conducta ejemplo de las hinchadas de tipo 2, que describiremos a seguir. ¿Cómo será la reacción luego del partido con Bolivia?
Hinchada tipo 2.
Así como te digo una cosa te digo la otra. Hay también hinchadas que significan la supervivencia de la localidad en medio del avasallante proceso de globalidad trans-local; reacción local que da origen a la caracterización del mundo contemporáneo como ‘glocal’, mezcla de tendencias globales y locales, diversamente balanceadas. La reivindicación de la ‘localidad’, de la pertenencia geográfica e histórica es, no solo una expresión natural de una manera de ser-en-el-mundo, que se afirma contra otros, sino también una resistencia a la descaracterización que se siente que la modernidad global opera en comunidades con historia y autoconciencia. Y esta defensa de valores comprensiblemente queridos, si no llega al nivel del chauvinismo heterofóbico, brinda cálidos ejemplos de altruismos épicos; de altruismos auténticos, que no pretenden mamar prestigio del colectivo y de sus triunfos a falta de logros individuales, sino realzar y expresar un ‘nosotros’ con autoconciencia y autoestima.
Frente a Argentina y a Bolivia: ¿tipo 1 o 2?
¿Cómo se distingue a una hinchada, egoísta, en búsqueda de un prestigio vicario a falta de propio (tipo 1), de otra hinchada que realmente expresa, altruista, pertenencia a un colectivo más que aspirar a participar de su prestigio (tipo 2)? Probablemente por la persistencia de su actividad de hincha independientemente de la obtención de victorias, que no convierte fetiches esperanzados en chivos expiatorios atacables a la primera frustración o fracaso, que marca un ‘aguante’ estoico y sin exigir triunfos, aunque celebrándolos especialmente cuando ocurren. Por su serena tristeza en el sufrimiento de las derrotas, por su exultante celebración, que básicamente comparten con las hinchadas de tipo 1, en eso bastante indistinguibles una de la otra.
Las hinchadas uruguayas oscilan entre actuaciones de tipo 1 y de tipo 2. Justamente, la reacción de la prensa, las redes sociales y el ruido urbano luego de la derrota con Argentina, que ponía a Uruguay en el peor riesgo de eliminación nunca vivido en la Eliminatoria, fue un agradable ejemplo de hinchada de tipo 2, la de expresión de localidad sin exigencia de reversión de satisfacción y prestigio desde el grupo deportivo a los individuos componentes de la hinchada. No se convirtió a Tabárez y a los suyos en chivos expiatorios; ni se le reprochó a Piquerez su grueso y trágico error en el gol argentino, en el que tampoco dieron la talla Brian, Josema y Bentancur; se vivió una sorda y dolida secundarización de la vivencia de dolor, con algo de negación de la realidad y de un futuro menos halagüeño, con un temor que se exorciza mágicamente ocultándolo. Llorando la circunstancia sin mostrarlo, confiando y esperando en milagros que ya han ocurrido, dejando sobriamente que la cotidianidad se sobrepusiera a la extracotidianidad del partido terminado con sus oscuras consecuencias. Dolidos, tristes y desesperadamente esperanzados. Sin dejar de apoyar a los celestes y de silbar a los adversarios, perdonable guarangada que expresa exageradamente parcialidad. Me pareció muy digno y civilizado, cuando tantas veces no fue así, sobre todo cuando se perdía y se perdían chances con el clásico rival histórico.
Entonces, antes de Argentina, el talante cotidiano predominante era el de la hinchada tipo 1, lamentablemente. Luego de Argentina, el de una hinchada de tipo 2. ¿Cómo sería luego de Bolivia?
Pues bien, frente a Bolivia todavía no ha pasado tiempo suficiente como para saberlo con la misma seguridad que lo ocurrido antes y después de Argentina. Sin embargo, hay precoces indicios de que, por suerte, se mantendría el talante predominantemente de tipo 2 que se había impuesto sobre el de tipo 1 ya desde el pospartido con Argentina. Usted, lector/a, podrá ver por sí mismo en qué medida prevalece esa reacción colectiva frente a las decisivas 4 últimas fechas de las Eliminatorias, que serán a fines de enero, principios de febrero y fines de marzo. En la medida que hubo un monopolio de la filmación/comentario del partido Uruguay-Bolivia, la reacción que los periodistas a cargo tuvieran marcarían la reacción colectiva, aunque esta podía ser influida en otros sentidos posteriormente. Afortunadamente, la reacción del comentarista Juan C. Scelza (y la del relato) fue muy moderada y tranquila, sin dejar de criticar lo obviamente criticable. Lo principal fue que subrayó que Uruguay no está eliminado y que puede clasificar perfectamente si gana la gran mayoría de los puntos en las 4 fechas finales, con lo que tiró la pelota hacia adelante en lugar de revolver las heridas con énfasis en el análisis de los errores cometidos, o en éstos mismos; ambos énfasis habrían alimentado la aparición inmediata de una reacción de tipo 1; por suerte, por ahora, parece estar enmarcable como de tipo 2. Agreguemos que periodistas como Gorzy, que dan manija positiva y optimismo aun dentro de las más negras perspectivas, deben contribuir a la reacción que debe haber comenzado a imponer la tranquila reflexión de Scelza. Por suerte, estos dos fueron los primeros insumos que la gente recibió masivamente, antes de que la repercusión alcanzase el irracional ámbito de las redes sociales y el de la interacción callejera. La observación sobre la reacción ya madura, pasado el momento inicial, está en construcción; usted la ve y usted contribuye a construirla. Seamos inteligentes y civilizados. La opinión pública y la deportiva decidieron terminar por el camino que se estaba recorriendo, con algunos ajustes. Es lo que se está intentando. No hay seguridad de éxito. Pero difícilmente un cambio de conducción en el medio del cruce del río mejoraría el arribo a la orilla final. Hemos decidido ese camino. Es cierto que estamos en peligro creciente de no llegar a la orilla de destino. Pero todavía se puede y hay apoyar al grupo de cuyo ambiente y rendimiento dependemos todos. En caso de frustración, ya habrá momentos para cambios de rumbo que puedan regenerar esperanzas. Por ahora, hagamos lo que marcaron Scelza y Gorzy sobre el pucho y en caliente.
Argentina-Uruguay fue diferente a Argentina-Brasil
Argentina-Uruguay fue el primer clásico futbolístico sudamericano, entre países en los que Inglaterra dejó su mayor huella sociocultural como potencia imperial e invasora. Entre otras cosas el fútbol, más precozmente implantado que en el resto de América del Sur. Fútbol que, sumado a otras rivalidades históricas, fortaleció la rivalidad espaciotemporal rioplatense. Pero últimamente, la rispidez de esos enfrentamientos disminuyó, mientras que la rivalidad Argentina-Brasil, pese a ser casi exclusivamente deportiva, arrecia. No importa el torneo que sea, ni los puntos que estén en juego; la mayor y más pura rivalidad futbolística sudamericana parece desplazarse desde Argentina-Uruguay a Argentina-Brasil, que son los que más frecuentemente se piensa que se disputan la cúpula; así lo ve el mundo hoy.
La suavización del enfrentamiento Argentina-Uruguay, primigenio y particularmente duro desde el Mundial de 1930, que ya pasó en otras Eliminatorias, vuelve a pasar en la de 2021. Fue más duro y duelista el Argentina-Brasil que el Argentina-Uruguay, aunque era un partido entre ya clasificados, con jugadores exhaustos y con importantes compromisos clubistas a futuro. Pero significaba la definición de la cúpula, de la cima, del trono, más simbólica que preñada de consecuencias materiales, y aun despreciándolas hasta cierto punto. Podría ser que los ‘rivales’ a vencer, para Argentina y Brasil, tiendan a ser ellos mismos, y no tanto, como lo fue en el pasado, Uruguay. Ya las actuaciones argentinas en otras Eliminatorias indujeron a pensar que los hermanos del Plata estaban, de modo muy artiguista, teniendo con nosotros algún tipo nuevo de ‘clemencia para los vencidos’; sin hacer grandes esfuerzos, hasta dejando llamativamente abierto el centro de la defensa para los celestes, en el caso del último encuentro eliminatorio. Luego del partido en el Sudamericano, el habitualmente gris e inexpresivo Messi se permitió lanzar la bomba de que era cada vez más fácil jugar contra Uruguay porque ya no tenía jugadores rudos como Arévalo Ríos o Diego Pérez; que los de ahora eran princesitas de Disney (sic).
Habrá que ver cómo evolucionan estas tendencias: dentro de los clásicos rioplatenses y dentro de las rivalidades sudamericanas. Pero el Argentina-Brasil, a diferencia del Argentina-Uruguay, fue muy caliente; con pierna fuerte simplemente dura o hasta malintencionada, para herir o para intimidar. Globalmente, el resultado fue un éxito para Brasil; empataron como visitantes, con un elenco con grandes ausentes, ni más ni menos que Neymar entre ellos; y Argentina puso toda la carne en el asador, los 11 titulares ideales, aunque no todos ellos estuvieran en perfectas condiciones. Brasil no solo no se achicó sino que en todo momento intentó (astutamente, hasta para influir en el ánimo arbitral) bajar el voltaje de las disputas interpersonales; y sigue líder e invicto en la Eliminatoria, en la que no debería poner más a los titulares, que deberían jugar paralelamente con europeos, y no con sudamericanos, en fechas FIFA. Otamendi confirmó su desagradable talante y su mala intención y patoterismo conocidos. Argentina-Brasil, como adelantáramos, ha devenido ‘el’ clásico sudamericano, mal que nos pese; las realidades deportivas y demográficas lo van consolidando así.