Juan Eduardo Hohberg, cordobés, futbolísticamente rosarino, multicampeón en Peñarol, héroe celeste, recordista mundial en promedio goleador, jugador admirado hasta por sus adversarios, resucitado dos veces, crack que merece aún más prestigio y atención de los que ya tuvo. Agradezco especialmente al historiador y estadístico del fútbol Gerardo Bassorelli por algunos datos aportados para esta columna.
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Una brevísima historia
Nace en Córdoba, Argentina, el 8/10/1927; era arquero y zurdo, pero una fractura le enseña el manejo con la derecha; un día que había 2 arqueros y eran 11, tiene que jugar de delantero, hace 2 goles y no sale más de allí. Ya es codiciado por muchos cuando debuta en Central Córdoba en 1943, a los 16; la disputa la gana Rosario Central, que se lo lleva a Santa Fe en 1945, a los 18. Viene a jugar un hexagonal internacional al estadio Centenario, en 1946, que R. Central gana, con él como goleador. Boca tiene la prioridad de pase, pero lo rechaza alegando huellas de aquella fractura de la zurda que lo atemorizó muchos años, pero le enseñó a hacer todo con la derecha también. Peñarol lo importa a fines de 1948. Se vuelve emblema de la máquina aurinegra del técnico Emérico Hirschl -que había creado la máquina de River argentino de mediados de los 40- en 1949, campeón uruguayo invicto. Juega en Peñarol hasta 1960. Nacionalizado uruguayo en 1954, hace los dos goles en la semifinal mundial contra Hungría, y el gol por el tercer puesto contra Austria -extraordinario derechazo largo y bajo que se puede ver muy bien en YouTube-. Comprado pero sin cupo de extranjeros en Portugal en 1957, cobra, pero vuelve a Peñarol y campeona en 1958, 59 y 60, campeón de la Libertadores 1960. Se retira goleador en Deportivo Cúcuta, 1961. Dirige en muchos países, entre ellos Uruguay (4º en 1970 y preclasificado para 1978). Se radica en Perú -luego veremos por qué-, campeona como técnico varias veces -un nieto suyo juega hoy en primera allí- y muere allá el 30/4/1996. En total, en su carrera, 1943-1961, juega 296 partidos y hace 339 goles, 283 de ellos en sus 193 juegos aurinegros, 4 goles nacionalizado celeste. Carlos Solé impone uno más de sus sobrenombres para él: el Cordobés se vuelve ahora el Verdugo. Casi un récord mundial de goles por partido, como veremos. Ganó 7 campeonatos uruguayos peñarolenses, fue goleador de los torneos 1951 y 1953; ganó la primera Libertadores, 1960. Quinto goleador clásico de todos los tiempos, detrás de Atilio García, Morena, Bengoechea y Piendibene. Jugador grande, potente, de gran remate, cabezazo y zancada, mucho temple, pasta de ídolo, ganador. Pero todo esto tiene matices y aristas muy sensacionales, que siguen.
Anécdotas, récords de goles y dos resurrecciones
Fue admirado hasta por sus rivales y poseía gran carácter.
Normalmente, los hinchas odian a los jugadores rivales, especialmente los que los golean, ridiculizan o prepotean. Pero, muy excepcionalmente, la gran calidad y cualidades morales de algunos pocos, los hacen respetables y admirables ante quienes normalmente los odiarían.
Hohberg es uno de los únicos tres cracks carboneros admirado y respetado por los bolsos; los otros dos: Segundo Villadóniga, goleador acá y en Brasil, fines de los 30 y 40, y Pedro Rocha; los demás, duramente odiados. Hohberg jugó 34 clásicos, hizo 19 goles, 2 veces 2 goles, una vez 3 (6/8/50); solo Atilio García hizo más que él (4) en un clásico. Y tuvo la gran idea de agarrar la pelota y comandar una vuelta olímpica con ella bajo el brazo, en el estadio lleno, cuando Nacional, perdiendo 2-0 y con 2 expulsados, no entra al segundo tiempo, 1949; y pese a esos 19 goles, de los 3 en 1950, de 2 expulsiones clásicas.
Pero tiene historias y leyendas urbanas que resaltan su brillo.
Uno. Empató de atrás la semifinal perdida contra Hungría 1954 con 2 goles faltando 14 y 3 minutos, estrellando, además, un derechazo cruzado en el palo derecho cuando estaban 2-2 en el primer alargue. Ese alargue lo jugó luego de ser resucitado por el kinesiólogo Abate luego de un paro cardíaco que lo dejó clínicamente muerto. Se pueden ver fotogramas en YouTube del partido suspendido, y de Hohberg siendo ‘tratado’ por Abate, primero con hisopos nasales de cloroformo como los que reaniman boxeadores, luego masajes en el pecho, finalmente un chorro de Coramina -que normalmente se da en pocas gotas- oral. De la Ilíada. Revive y quiere entrar. No lo quieren dejar, pero ¿quién para a esa mole decidida?; dice que si se muere, tiene que ser ahí. Vuelve para el alargue, en cancha barrosa, super estrés cardíaco para un físico grande, estrella ese derechazo en un palo y con una viveza se fabrica una chance que no cuaja. De cartoon supermánico. Esas imágenes, de los goles de empate de atrás, de la resurrección en el barro de la cancha, con tiro en el palo en el alargue, son nutrientes de la pervivencia de la garra celeste, íconos imborrables.
Dos. 1957. Lo contrata Sporting Lisboa por medio del técnico Enrique Fernández -el 10 de la máquina de Nacional de 1933 y del Sudamericano de Santa Beatriz 1935, rápidamente llevado por Real Madrid-; cuando llega, otros contratados ya habían llenado el cupo de extranjeros; cobra su contrato y se vuelve; el avión desde Lisboa se estrella en su escala en Bahía, Brasil; pero Hohberg sobrevive otra vez a una muerte que sería normal para otros en esas instancias, cultivando el porte, temple y milagros que lo volvieron supermánico. Vuelve a Peñarol para campeonar 1958, 1959 y 1960, ganando la primera Libertadores, 1960. Se va a Deportivo Cúcuta, donde golea, campeona y se retira, 1961, a los 34 años.
Tres. 1977. Preparación durante las Eliminatorias para Argentina 1978. Sesión de entrenamiento de tiros libres. Tira un gran y ególatra ejecutor, Juan Ramón Carrasco; Hohberg, otro gran ejecutor, le hace observaciones como técnico a Carrasco, que le dice, socarrón y sobrador: “¡Qué me decís, maestrito!”. Derechazo al mentón y Carrasco al piso. Era Hohberg. Y Nacional lo sigue respetando.
Cuatro. Antes de esas Eliminatorias, el gobierno cívico militar, que sabía de la importancia político electoral del fútbol, quiere asegurarse la clasificación y le ofrece la dirección técnica a Hohberg, que la rechaza tres veces. Finalmente, un conocidamente siniestro Falcon negro para en su casa y una comitiva baja. Le dicen que debe aceptar y que no se hacen responsables por la seguridad de su hijo -que llegó a jugar en El Tanque- al volver de clase, en el mejor estilo de El Padrino. Conste que es una jugosa leyenda urbana, que no es fácil confirmar ni disconfirmar. Lo cierto es que Hohberg tiene que dirigir, Uruguay no clasifica, Hohberg vende o lleva todo, y se radica en Perú, donde dirige, se radica y muere, sin volver jamás a su querida celeste adoptiva. Era Hohberg.
Goleador mundial récord
Ya su promedio de goles por partido 1946-1961, de 1,14, es uno de los más altos de la historia del fútbol mundial. Puede usted revisar las estadísticas FIFA y verá que ese promedio no lo obtuvieron ni Pelé, ni Cristiano Ronaldo, ni Messi, ni Maradona, ni Cruyff, ni Gerd Muller, ni Puskas, ni Petrone, ni Romario, ni Ronaldo, ni Atilio García, ni Morena, ni Artime, ni el argentino Bernabé Ferreyra ni el peruano Valeriano López; los más goleadores oficiales FIFA, por detrás de los legendarios y míticos Bican (checo, en los 30-40) y Peyroteo (portugués, en los 40), pero Estos últimos con registros antiguos mucho más dudosos. Ninguno de esos goleadores conocidos tiene el 1,14 de promedio de Hohberg con sus 339 goles en 296 partidos. Pero, al interior de ese 1,14 en su carrera, el cordobés verdugo, solo en Peñarol, hizo 283 goles en 193 partidos: ¡sí, no es una errata ni un error de tipeo! 1,46 por juego. Ni la AUF ni Peñarol han reivindicado el lugar de Hohberg en el fútbol mundial; y se deduce de datos oficiales de la propia FIFA, accesibles a cualquiera en internet, en Google, de la ficha FIFA de Hohberg. Recordemos que en el Mundial de Suiza hizo 3 goles en los 2 partidos de semifinal y tercer puesto (promedio 1,5). Y no jugó antes, cuando Uruguay le hizo 2 a los checos, 7 a los escoceses y 4 a los ingleses. ¿Cuántos hubiera totalizado, para la historia de los mundiales si el técnico hubiera mantenido íntegra, con la Celeste, la línea delantera de Peñarol -Abbadie, Hohberg, Míguez, Schiaffino y Borges-? Pero introdujo a Ambrois, gran jugador también, pero que hizo 0,33 por partido; quizás quiso hacer lo que lo llevó a campeonar en Maracaná, 4 años antes: poner la delantera de Peñarol -Ghiggia, Hohberg, Míguez, Schiaffino y Vidal-, pero sustituyendo a Hohberg, con trámite incompleto de nacionalización, por Julio Pérez, considerado por los brasileños como el mejor uruguayo en la final. Pues bien, Hohberg, por argentino, no pudo jugar en 1950, y no fue inicialmente titular en 1954. ¿Qué otro récord mundial podría haber quebrado si el promedio de 1,5 en 2 partidos, en los que Uruguay hizo 3 goles, lo hubiera mantenido en el resto del torneo, en los otros 3 partidos en que Uruguay hizo 13? ¿Cuántos de esos otros 13 podría haber hecho? ¿Qué promedio hubiera resultado?
Llegados a este punto podemos introducir algo que lo vuelve humano, menos supermánico de lo que lo anterior sugiere: era muy timbero, fuerte, de los de mesa de nácar en los casinos. Muchos deportistas necesitan en el cotidiano la adrenalina que aporta la competencia deportiva extracotidiana. Y la buscan por diversos medios no muy santos. Atilio García eligió también la vía adrenalínica de Hohberg. ¿Cosa de goleadores y de ídolos? Se lo perdonamos, como Nacional lo perdonó por ser un fenómeno más allá del dolor del hincha mancillado.