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Imágenes de una fiesta liceal

Por Celsa Puente.

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Caras y Caretas Diario

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El sol del mediodía del último viernes de noviembre se hizo sentir con fuerza veraniega. Ya se anuncia diciembre y en los liceos se inicia el mes del cierre de los cursos y con él, las fiestas que se producen por doquier. Los festejos son variados, a veces más modestos y discretos, otras veces más vistosos y bullangueros pero siempre son instancias confirmatorias de la satisfacción de un nuevo año lectivo que llega a su fin. Para ilustrar lo que digo, hoy los invito a acompañarme al liceo No 42 de Montevideo, en este mediodía de viernes en el que hay aroma a fiesta.

La ocasión nos congregó a todos. Estuvimos agolpados en el hall principal del edificio, las famlias, los vecinos, los amigos y los ex alumnos. El motivo esencial fue la despedida de todos los estudiantes que cursaron cuarto año y que deben trasladarse a otro centro para culminar su bachillerato. Ese pretexto motivó que el evento tuviera una primera parte de tipo protocolar en la que entonamos las estrofas del Himno nacional y se realizó el cambio de abanderados para el año próximo, con la solemnidad que este momento requiere. El salón se sacudió de alegría y orgullo porque en Uruguay este instante de reconocimiento  de los buenos estudiantes se vive por parte de cada uno de ellos y de sus familias con la fuerza del  halago y la potencia de la  responsabilidad. A la luz de las cámaras y los celulares que registraban el momento singular, la  jovencita que entregó el pabelĺón patrio, se dirigió hacia su compañera aludiendo a la bandera y su carga simbólica , porque “ella representa el cielo y es antorcha de luz, idealismo y esperanza”.

El cierre de un ciclo educativo siempre reviste un poco de emoción. Es el sentimiento que nace de los objetivos cumplidos, es la marca de un nuevo inicio y también la despedida del período que acaba de culminar. Otro liceo espera, otros compañeros, otros docentes. Por eso es bastante natural que se mezclen los sentimientos y haya una indescriptible sensación en la que gobierna la alegría pero con un dejo de nostalgia de pasado y ausencia de certezas con respecto al futuro. – Los quiero mucho, dijo la profe de Historia al saludar a los estudiantes que se despedían- un amor que comprendo claramente y cuya expresión a viva voz me alegra porque el amor, forma parte natural de la vida educativa y es necesario que empiece a hacerse palabra expresada sin vergüenzas ni temores.

Así es que al instante comenzó la segunda parte del evento. Y la fuerza de una  magia escasamente explicable se apoderó del lugar. Se aprovechó la ocasión para hacer una muestra de los talleres que durante todo el año todos los estudiantes de este centro tienen la oportunidad de disfrutar. Los talleres son espacios y tiempos adicionales a los curriculares en los que los y las jóvenes exploran otros saberes, indagan en sus propios talentos y aprenden con otros. Así es que durante un par de horas vimos circular por el escenario la expresión de estos jóvenes que durante el curso recorrieron los territorios insospechados del disfrute, del arte, del conocimiento. La vida se convirtió en una cascada de aromas, sonidos y colores.

Un puñadito de estudiantes cantaron para nosotros acompañados de una guitarra en lo que fue la presentación del coro liceal, otros interpretaron con sus voces e instrumentos musicales, ritmos muy cercanos al hip hop y al rap, rompiendo la rutina de la música que muchas veces escuchan los adolescentes de este barrio. Más tarde, hubo interpretaciones dramáticas encarnando una versión adaptada de “Matilda” con su Directora Tronchatoro incluída y otra representación en inglés que nos tuvo en vilo poniendo a prueba nuestra atención y fomentando nuestro entusiasmo. La variedad de la propuesta incluyó la exhibición de artes marciales pero digamos que lo más novedoso fue la presentación del taller de circo. Una sensación extraordinaria y hechizante se apoderó del lugar y vimos circular ante nuestros ojos a jóvenes que hacían graciosos equilibrios con platos de colores y varas para sostenerlos mientras bailoteaban al son de una música apropiada para la ocasión. Se sucedieron luego tules multicolores, zancos y telas que cobijaron los cuerpos para habilitar una danza en el espacio que permitiera  la magia de una práctica de cada día en la que se habita una institución educativa desde el lugar del disfrute y del descubrimiento de una ofrecimiento formativo no tradicional. La danza en telas, la música y esos cuerpos que al son de la misma, van buscando el movimiento exacto, la precisión, la figura que a la vista enamora al espectador para gestar una atracción única e irresistible. Por un instante, creí que iba a aparecer Melquíades, aquel gitano mítico que habitaba por períodos breves la legendaria  aldea de Macondo y que provocaba en sus habitantes la emoción de lo difícilmente comprensible. Melquíades no estaba pero la magia de su misterio estuvo presente en la presentación del viernes pasado para recordarnos que un liceo es un espacio para ser y que la alegría, el arte, la indagación de intereses personales y colectivos y la presentación de esos logros también son oportunidades de aprendizaje para todos.

Hay una palabra que parece condensarlo todo y que remite a los versos que canta La Catalina: Comunidad. “Con la razón al borde del abismo, siguieron empeñados en soñar”. Seguiremos soñando y haciendo. La ruta ya está marcada y sospecho que no hay chance de dar ni un paso atrás.

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