“Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha…”
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Manuel Celaya
En estos últimos días he estado participando en varias reuniones de trabajo sobre educación. Algunas de ellas con un tinte técnico, propias del ejercicio de la tarea que llevo adelante y otras de perfil político, específicas de mi militancia. Más allá de la naturaleza de las mismas, todas tienen un punto común: cualquier cambio o renovación educativa con la que se sueñe o se diseñe necesita de nuevas políticas docentes. Vamos y venimos sobre las cuestiones educativas, pero todas las disquisiciones al respecto tienen un punto de inflexión en la formación de profesores y maestros, el oficio de educar y las condiciones y jerarquía de la carrera docente.
En Uruguay, el problema tiene ribetes cuantitativos: no alcanzan la cantidad de docentes para dar respuesta a este objetivo universalizador de la educación que nos hemos propuesto en forma indeclinable sobre todo en esta última década. Tradicionalmente educación primaria no tuvo problemas de cobertura de grupos con maestros titulados -condición indiscutible para habitar el aula de una escuela-, sin embargo en estos últimos años la cobertura comenzó a ser difícil y llevó a las autoridades a diseñar un plan de asignación de vivienda en Montevideo a maestros del norte del país para que vinieran a la capital a dar clase. La secretaria general de la Federación Uruguaya de Magisterio ha expresado en prensa que Uruguay para trabajar en condiciones óptimas en educación primaria necesita unos quinientos maestros más, y esto aun considerando el reingreso de maestros jubilados, que ha sido otra estrategia que el Consejo de Educación Inicial y Primaria ha puesto en marcha en los últimos tiempos. ¿Qué queda entonces para educación media que siempre ha tenido escasez de profesores? Es cierto que la escasez de docentes de media se expresa con mayor fuerza en algunas asignaturas -particularmente las Ciencias, en especial Física y últimamente en Inglés e Idioma Español- y en especial la carencia se agudiza en algunas localidades. También en educación media se admite el reingreso de docentes jubilados y se crearon en el año 2014 las aulas alternativas en línea para que los jóvenes tengan clase aunque sea en forma remota a través del sistema de videoconferencia combinado con la plataforma virtual. La agravante en media es que solo el 70 por ciento de los profesores de secundaria tienen título docente y en cuanto al Consejo de Formación Profesional (ex-UTU) los titulados no llegan ni al cincuenta por ciento. El problema del profesorado uruguayo también es de carácter cualitativo.
Uno inevitablemente se pregunta por qué los y las jóvenes no eligen la carrera docente. Aún a riesgo de ser simplista, esbozaré algunas cuestiones que creo deben comenzar a circular en las conversaciones de los uruguayos porque es un tema que debe tener el primer lugar en la agenda del país.
Los docentes se ven hiperexigidos. Sobre la educación “llueven” exigencias, sin embargo, sus logros nunca son asignados al esfuerzo y la tarea de los educadores. Cuando hay logros, los mismos se perciben como efectos del desarrollo, en cambio hay una magnificación de los defectos o debilidades del sistema educativo, colocando a los docentes siempre en el centro de los problemas como exclusivos responsables. Son adultos haciéndose cargo de jóvenes y niños en un mundo adulto familiar renunciante de su rol.
Por otra parte, últimamente se ha abonado a una postura “resultadista” que se asocia con la inmediatez con la que todo quiere lograrse en este mundo y que desconoce los procesos y, por lo tanto, los tiempos en que es necesario desbrozar la vida para que lo verdaderamente transformador desde lo educativo ocurra.
Lo cierto es que la educación en general y las instituciones en particular se ven fuertemente recargadas por el sinfín de presiones que deben asumir. La prensa y los medios de comunicación en general miran hacia la educación con ojos de crítica negativa.
El desconcierto es quizás la mejor palabra para explicar lo que sienten los y las docentes. Si lo sumamos al nulo reconocimiento social de la profesión y la situación salarial, que si bien ha mejorado mucho en los últimos años aún dista de ser satisfactoria, tenemos un conjunto completo de razones que explican por qué los y las jóvenes no sueñan con la docencia como modo de vida.
Alentar políticas de jerarquización de la carrera docente, apostar por la formación de grado de los educadores y el acompañamiento formativo a lo largo del desarrollo profesional es una decisión impostergable para el Uruguay. Será la forma de convocar a los y las jóvenes a explorar vocaciones dormidas, para que los veteranos a la hora de retirarnos podamos, al decir de Celaya, “soñar que, cuando un día/ esté durmiendo nuestra propia barca,/ en barcos nuevos/ seguirá
nuestra bandera enarbolada”.