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Juan Manuel de Rosas y los partidos uruguayos

Por Leonardo Borges.

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La Guerra Grande (1839-1851) es el parto -extremadamente doloroso, aunque necesario- de los partidos políticos uruguayos. De hecho, en esta guerra se inicia el mecanismo que culminará con los partidos políticos y, en ese proceso, Juan Manuel de Rosas tiene un papel fundamental.

Lo que comenzó siendo una rivalidad entre dos caudillos, un levantamiento, batallas, terminó siendo el caldo de cultivo para que maduraran dos concepciones políticas que iban a durar muchos años: blancos y colorados. De la historia de colores y desteñidos -blanco y celeste, más tarde rojo- de las divisas fueron formándose bandos más o menos diferenciados. De esos bandos, durante el Sitio Grande (1843-1851) y con relación directa con los vecinos y las potencias, fueron gestándose los partidos políticos. Mucho tuvo que ver Rosas en esta gestación. Si bien las diferencias no fueron tan nítidas como en otros países (conservadores y liberales), quizás esa sea su fuerza; hubo en el transcurso de los años dos modalidades que caracterizaron a unos y otros.

Las alineaciones fueron claras. El bando blanco se acercó a Rosas y al federalismo, mientras que el colorado se desarrolló en Montevideo; cercado, pero asistido por los unitarios exiliados y por los comerciantes franceses que daban a la ciudad un toque europeo.

El Restaurador

Juan Manuel de Rosas es uno de los más controvertidos caudillos argentinos. Odiado por unos y exaltado por otros; sin lugar a dudas, marcó la historia del Río de la Plata hasta su derrota definitiva, en Caseros, en 1852. Su lucha contra las intervenciones extranjeras hicieron de él un referente de lo que se denominó tiempo después antiimperialismo.

Nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793. No participó en la Revolución de Mayo de 1811. En 1813, con 20 años de edad, se casa con Encarnación Ezcurra y Arguibel, su compañera sentimental y su aliada política. Encarnación encontrará la muerte el 20 de octubre de 1838, pocos días antes de la llegada del destituido presidente Manuel Oribe, inicio no formal de la Guerra Grande.

Gran estanciero y protoempresario, se asoció en 1815 con Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego en un emprendimiento ganadero. Cuenta Machado que poseía 350.000 hectáreas, 4.000.000 de pesos y era el gestor de los negocios de sus primos, los Anchorena.

En sus años de campo y de negocios, formó su personalidad y su ascendiente en la peonada. Escribió Rosas: “Me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para ello fue preciso hacerme gaucho como ellos, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su confianza”. Organizó en sus campos, con hombres propios, una milicia de peones que será fundamental en los sucesivos conflictos en las Provincias Unidas, tanto en 1820 como en 1829: los Colorados del Monte. Crecerá, entonces, a partir de la crisis de 1820, su ascendiente político. Sus hombres y sus cabezas de ganado hicieron de él un referente político. Pero el hecho que lo coloca en la cúspide federal es el derrocamiento y fusilamiento de Manuel Dorrego a manos del unitario Lavalle. Un unitario que mataba a un federal.

Finalmente, el 8 de diciembre de 1829, Juan Manuel de Rosas es nombrado gobernador de Buenos Aires con facultades extraordinarias. De aquí en adelante, la figura de Rosas tendrá el concurso de las clases populares, tanto como de los grandes terratenientes. La tierra era un factor de poder en aquellos tiempos. No por casualidad Domingo Faustino Sarmiento, enemigo de Rosas, escribirá mezquina e irónicamente: “¿Quién era Rosas? Un propietario de tierras. ¿Qué acumuló? Tierras. ¿Qué dio o confiscó a sus adversarios? Tierras”.

Tras un ordenado mandato, Rosas renunció al poder en 1832, a pesar de tener mayoría todavía, pero sin las facultades extraordinarias tan importantes para aquellas condiciones. Unitarios y federales luchaban por la supremacía en las Provincias, ya no tan unidas. Rosas, Facundo Quiroga y López eran los caudillos más poderosos, pero al tiempo aparecían otras provincias discutiendo su liderazgo. Las campañas al desierto de Rosas incrementaron su poder, tanto como su patrimonio. Luchó y asesinó a algunos indios y pactó con otros. Mientras tanto, en Buenos Aires se sucedían los poderes de Balcarce, Viamonte y Maza, todos ellos demasiado débiles en ese contexto. Al mismo tiempo se gesta, encabezada por doña Encarnación, la vuelta de Juan Manuel. Su casa es la base de operaciones de los federales rosistas, que esperan la llegada del Restaurador.

Además de los Colorados del Monte, que tan famoso lo habían hecho, otra de las marcas registradas del rosismo fue la Sociedad Popular Restauradora y su temido brazo armado: la Mazorca. Muchas son las historias escritas alrededor de Rosas y sus enemigos han sacado provecho de los excesos de la Mazorca. “La época del terror” lo denominan algunos; “terrorismo”, lisa y llanamente, otros. Lo cierto es que tanto unos como otros estaban en la misma lógica de los sables y abrazados a una misma sensibilidad.

¿Qué era la Sociedad Restauradora? ¿Qué era la Mazorca? Básicamente, una especie de club político y, al mismo tiempo, un grupo parapolicial de choque, un brazo armado. La denominación de “mazorca” ha generado todo tipo de especulaciones. Se cree que simbolizaba la unión y la fuerza, por la mazorca de maíz con sus granos muy juntos y apretados; otros van más allá y creen que los mazorqueros sodomizaban a sus víctimas con la mazorca sin granos; hasta la escalofriante “más-horca”, por los ajusticiamientos (por centenares) de los unitarios en la horca.

Finalmente, tras varios ofrecimientos para volver a tomar el poder, fue desencadenante el asesinato del caudillo federal Facundo Quiroga en 1835. La situación era incontrolable, necesitaban un gobierno fuerte, necesitaban a Juan Manuel. Pero esta vez aceptó en condiciones especiales: con la “suma del poder”. Al mismo tiempo, Rosas condiciona su resolución a un plebiscito; 9.713 votos a favor y 7 en contra. Hasta un antirrosista recalcitrante como Sarmiento debió aceptar la legitimidad de aquel acto: “No se tiene noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar”.

Es así que el federalismo rosista dominó la confederación de 1835 a 1852; y significó sin dudas una alternativa cierta al liberalismo unitario, más que funcional a los intereses de las potencias europeas.

El federalismo rosista, empero, no fue del todo federal; dejó a Buenos Aires en un sitial de honor y dominio sobre las demás provincias. Su idea de confederación era bastante centralista. La capital cobraba impuestos a las importaciones y exportaciones; de esta manera incrementó profundamente las rentas aduaneras, haciendo de Buenos Aires la llave del comercio. Llevó adelante una política afín a los intereses ganaderos, cercanos a él, y básicos para aquella Argentina.

Su política fue americanista, de corte nacionalista; por consiguiente, desconfiada de las intervenciones extranjeras, inglesas y francesas, a la orden del día en aquellos años. Impuso una suerte de proteccionismo económico. Prohibió la navegación de los ríos interiores, incluido el río Uruguay; de esta manera monopolizó el comercio en el puerto de Buenos Aires. Vale decir que la capital, según sentenció, debía cubrir los gastos “nacionales”: guerra, relaciones exteriores y pago de deuda nacional.

Rosas buscaba, a su manera, la independencia, tanto política como económica, de las Provincias Unidas. Una especie de autarquía nacional, en la que, por primera vez, se llegó a una balanza comercial favorable.

En Uruguay, durante el Sitio Grande, se plasmaron pues dos maneras de pensar y de sentir, relacionadas inequívocamente con los partidos argentinos. También solapadamente se desarrollará una dicotomía caudillos-doctores, que florecerá después de la guerra.

De esta manera, los blancos relacionados con Rosas (y sus concepciones) y con la campaña. Relacionadas forzosamente con cierto rasgo autoritario, natural del caudillismo, se acercaron a las concepciones americanistas, contrarias a las intervenciones europeas y afines al mercantilismo español de la colonia (comparación necesariamente anacrónica). Esta modalidad dejará su sello en los sectores rurales de Uruguay.

El historiador argentino Waldo Ansaldi denomina al Restaurador “Hombre del orden” cuando intenta caracterizarlo. Una idea muy cercana al oribismo y sus divisas blancas con inscripciones semejantes.

Prosiguiendo, los colorados, al relacionarse durante el Sitio con los emigrados unitarios y las tropas francesas e inglesas, generaron una modalidad cosmopolita, europea y liberal, acercándose más a lo citadino que a lo rural. Las concepciones ideológicas de la Defensa, nacidas en el más grande de los cosmopolitismos, oscilaban entre lo liberal, lo republicano y un difícil de explicar anticaudillismo, dado que su fundador, quiérase o no, fue uno de los caudillos más paradigmáticos de la historia de Uruguay. Con respecto al cosmopolitismo, escribe Carlos Machado, historiador socialista de corte revisionista: “Con respecto al régimen de la Defensa, podemos subrayar la injerencia abusiva de los extranjeros, el peso poderoso de la burguesía, que pudo especular con el conflicto y su prolongación, la gestión financiera infeliz y la ruptura interna del coloradismo provocada por la intransigencia del grupo burgués”.

Por su parte, J.E. Pivel Devoto, de confesa filiación blanca, señala: “La Defensa de Montevideo fue, en la intención de algunos de sus hombres sinceros, un baluarte de los principios liberales y de las fórmulas abstractas del gobierno republicano, pero no es menos cierto que la invocación de esos ideales sirvió de pretexto para satisfacer móviles inferiores de comerciantes poderosos, ávidos de riqueza”.

Estas características se mantendrán mucho tiempo y muchas de ellas se vislumbran hasta hoy día en el discurso de los antiguos partidos tradicionales, en su apelación constante al pasado, tanto como en algunos gestos y simbología. Muchas otras características viven -o intentan vivir- en otras tiendas políticas. Pero la pregunta es por qué Juan Manuel es olvidado por improcedente y ni siquiera tiene una calle en Montevideo.

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