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Política

El pentecostés

La aguja y el camello

La calle Terra luce una dinámica febril dada por los gurises estudiantes de química y medicina, los turistas y vecinos que recorren el Mercado Agrícola, los escolares, los obreros de las obras en construcción. Ellos están ahí, haciendo rondas en parejas y con un objetivo claro: ofrecer, como el mejor mercader, el reino de los cielos. En ese camino al paraíso, combaten la presencia cotidiana de Satanás.

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Conocí dos Satanás en mi vida. Uno era el perro de un vecino, negro como la noche y con unos enormes colmillos que siempre ponía a prueba contra la primera pierna que se le cruzara, de puro retobado; de allí su nombre. El segundo fue un compañero de Pajas Blancas, apodado para toda la eternidad así por su madre por las diabluras que de chiquilín hacía. De mayorcito, y al decir de algunas comadres, el Satanás era flor de comunista, vivía de relajo, no iba a trabajar por andar haciendo paros y desacataba a la autoridad.

Sin apodo tan significativo y esclarecedor, hay cientos de hombres y mujeres que, al igual que Satanás, representan la crema de la crema de la conducta demoníaca para los sectores más retrógrados de nuestra sociedad.

Obrar bajo la influencia del demonio es cierto que libra de cierta responsabilidad personal; por suerte, a lo Chapulín Colorado, acuden a nuestra ayuda estos fervientes militantes evangélicos.

Evangelio en mano, perifonean con tono convencido, casi en trance, que el demonio viene ganando terreno. La obra de Satanás se puede percibir en los barrios humildes, donde el pobrerío aún no conoce la palabra salvadora y no ha entregado su corazón a Cristo, y en la política. Sus pastores han debido convertirse en integrantes del elenco político para, desde allí, combatir al demonio en su terreno. Su tarea de exorcismo va al rescate (¿o combate?) de María en el Cuarenta Semanas, de Pedro en Sarandí Grande, de Johana en la Facultad de Medicina, de Dilma en Brasil.

 

¿Y por qué no hablar de política?

Los pentecostales dentro de los evangelistas y los evangelistas con respecto a los católicos vienen creciendo arrolladoramente en Latinoamérica y Uruguay no podía escapar a ese proceso.

Las religiones protestantes han contado a su favor, para los paradigmas culturales en boga, con un ferviente culto al individualismo, una suerte de “hacé la tuya”, “la iglesia sos vos”, en desmedro de una visión más colectiva y corporativista del catolicismo.

Los ministros o pastores lucen como un hombre común o, mejor dicho, como el más común de los gerentes, un impecable burgués de traje y corbata y, en el caso de ellas, lucen vestidos un poquito más atrás de la moda.

Su fenotipo simboliza el ciudadano eurocentrista, norteamericano para el espejo latino, que resulta más natural que los arcaicos atuendos de obispos y curas y los mamarrachientos del afroumbandismo.

Hicieron, hacen y harán una inversión fuerte en la educación privada y mercantilista, dirigida a aquellos sectores de clase media que en la búsqueda de exclusividad no ponen en tela de juicio el origen religioso de la institución.

La ascendente posibilidad de hacer carrera para llegar a ser pastor/a o ministro/a, crear su propia “agrupación”, culto o iglesia, tener en la foja de antecedentes dos o tres milagritos o curaciones, seguramente influyó o influye en ese crecimiento.

Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo -ciclo de gobiernos neoliberales-, las radios y televisoras se saturaban de oraciones, muestras de fe y milagros de pastores brasileros, pero no se deslizaban  comentarios políticos. Salvo los mormones, que habían oficiado de espías durante la  Segunda Guerra Mundial para los estadounidenses y luego ampliaron su espectro en el escenario de la Guerra Fría, al resto de las religiones protestantes se las criticó por su aparente apatía política. Aparente porque justamente la crítica era que ese discurso que vaciaba de contenido se sumaba a la legión de los sectores más reaccionarios. Más de uno tiene un conocido o pariente evangelista que fundamentaba, junto con la no transfusión de sangre, su voto en blanco.

Esa tenaz postura apartidaria -por usar un concepto más ajustado- explica por qué el movimiento de la Teología de la Liberación se produjo en los sectores católicos, en sus comunidades de base, y no entre los evangélicos, que también tenían su influencia en sectores humildes; y las pocas excepciones a la regla, en la comunidad valdense por ejemplo, fueron excepciones en todo el espectro ideológico.

Pero hoy el discurso político no sólo se ha masificado en los pentecostales y otros sectores evangélicos. Además, han logrado escaños legislativos y en la región se han convertido en la columna vertebral de ascendentes movimientos políticos, como el liderado por Jair Bolsonaro en Brasil.

Así que ¡bienvenidos al debate político!

 

Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que ver entrar un rico en el reino de Dios”. (Marcos 10:25)

Es dura tarea intentar intercambiar con un pensamiento estructurado en el confort del fanatismo religioso, en argumentar desde el materialismo contra la explicación metafísica, en abonar el margen de duda en que quizás las obras de los hombres, y en particular las malas obras, son productos de sus decisiones, voluntarias o equivocadas y no consecuencia de estar poseídos por el demonio.

Pero en estos paradigmas culturales, sobre todo los más humildes y vulnerables compran ese discurso, más allá incluso del puntual oportunismo de hacerse unos mangos o resolver alguna situación material.

Siguiendo las enseñanzas del enorme pedagogo Paulo Freire en su Pedagogía del oprimido, tal vez un primer paso sería considerar el asunto anunciado por Marcos. Esa cuestión que todas las organizaciones religiosas parecen haber dejado por el camino y es la que tiene que ver con los destinos entre ricos y pobres y las opciones.

Según Marcos, el flaco Jesús estaba radicalizado; sin llegar a las peripecias de Barrabás, el guerrillero, Cristo tenía clara ya la división de clases y privilegios en la sociedad de su época.

Las enormes fortunas que tienen las iglesias pentecostales, el nivel de vida de sus ministros, pastores y directores de colegios, suerte de gerentes de empresas multinacionales que no parecen pasar por el ojo de la aguja.

En su afán de tarea rescatadora y su lucha contra el demonio, no han dudado en el tráfico humano para  tenerlos  trabajando en condiciones de esclavitud. Es que estas iglesias universales, como cualquier empresa capitalista, necesita de la generación de capital.

Generación que pasa por la apropiación de los buenos o magros ingresos de sus fieles, de la evasión o erogación impositiva en países como Uruguay, que han debido abdicar del cobro de impuestos para hacer gala de la libertad de culto y lograr la separación del Estado de la iglesia, de las faraónicas cuotas y matrículas de sus centros educativos.

Uruguay parece no tener en el horizonte cercano  un movimiento religioso de estas características que defina su mapa político, pero ya están presentes.

El combo de la restauración pasa por la conjunción de las diversas tiendas políticas, pero también de las empresariales y las sociales, y es en las religiosas donde tienen mayor influencia y organización.

El problema de la izquierda para ellos no es sólo la filosofía del materialismo dialéctico de algunas de sus organizaciones, sino de los intereses de clase que representa.

Hay una torta de guita para hacer más equitativo el ingreso y la riqueza que está en las cuentas bancarias de estas organizaciones; meter mano allí, para ellos, es dejar que el diablo meta la cola.

En estas cruciales horas, no hay terreno en el marco de las ideas que se pueda dejar de lado; no sólo porque el debate siempre hace al desarrollo democrático de las sociedades, sino porque, además, es el sector más humilde y vulnerable de nuestro pueblo el que queda cautivo y, claramente, no es consciente de su situación.

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