Una vez más y tras una “trabajada” generación de expectativas, vía medios de prensa, se produjo el pasado miércoles lo que fue, a no dudarlo, la penúltima conferencia de prensa del señor presidente de la República.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
La escena comunicativa había empezado verdaderamente antes, mucho antes.
Tuvo pequeños “preámbulos” condensados en esa suerte de stand up de un Álvaro Delgado, adelantando que el presidente no instalaría un “estado policíaco” y una “precuela” de índole científica donde los referentes visibles del GACH expusieron a la población los análisis y las sugerencias derivadas de los mismos.
Con su habitual “buenas noches y disculpen la demora”, el presidente inició la representación de aquello que había sido minuciosamente preparado.
Así, desde el vamos, nos dijo a todos cuánto se estaba trabajando por parte del equipo de gobierno, en esa directa alusión a la última reunión de un Consejo de Ministros que, como todos saben, casi nunca ha sido convocado.
Luis ha sido, y esto no es una novedad, un presidente de aquellos que aman ese estilo “presidencialista” en oposición a un estilo “más colectivo” y basado en el trabajo conjunto de aliados y ministros.
Dicho así, uno tiene que decir que hace “honor histórico” a su nombre.
Si Francia tuvo varios Luis, Uruguay no se queda atrás, ya tenemos, al menos de esta estirpe y linaje, tres.
Esto tampoco es una novedad, este último Luis nos recordó tempranamente “que el fruto no cae lejos del árbol” y ello fue, algo más que una declaración de amor a su padre.
Hay que escuchar esa frase como lo que es: una declaración política de sus principios.
Y es, justamente en esto, en lo que elijo detenerme para referirme a la “penúltima” conferencia de prensa de un Luis que, cada vez más, se acerca a aquellos Luis de una Francia que los Luis de acá han tenido siempre como un norte histórico.
Hay que ser un Luis de clase y ello supone, en primer término, “parecerlo”, por ello esa siempre “inmaculada” presencia de “alto estilo” que disfraza las distancias con el aparente “coloquialismo” con el cual se dirige a la prensa presente.
Ese “coloquialismo” de clase es “rabiosamente” clasista; y el que no lo entienda y se “maree” en la supuesta amabilidad de una falsa cercanía, debe seguir el irreverente “consejo” que nos diera el propio presidente “que saque número”.
Cuando todo esto que señalo, se ubica en perspectiva, uno puede entender que, desde el primer día de “cadenas nacionales” de este gobierno, estamos en la “burbuja” de Luis.
Hace ya un tiempo no muy largo, el latiguillo sistemático fue el de la “libertad responsable”.
Un “artilugio” lingüístico para decir qué es lo que verdaderamente importa desde el punto de vista político a este gobierno y, en especial, a este presidente.
La “libertad responsable” es y siempre lo ha sido para todos aquellos afiliados a esta estirpe y linaje, la libertad de unos pocos, definida siempre por una élite mucho más acotada, es decir, una élite de “burbuja” y ya sabemos que en una “burbuja” de esta clase no hay lugar para todos.
Luis sabe de distancias sociales, las ha practicado desde siempre, cree en ellas como el fundamento primero “del orden natural de las cosas”, de allí su histórico alineamiento a una libertad de enorme abstracción teórica que se repleta hasta el hartazgo en el largo banquete de todas las retóricas.
Por eso siempre, pero siempre, suele alinearse, sin dudas morales de ninguna clase, allí en ese costado del mundo, similar a un altar sagrado y sacrosanto, repleto de altanerías y sistemáticas comparaciones con “los otros”.
En la “burbuja” de Luis, el país no somos todos, sino aquellos que tienen la “capacidad” de ser o pretender serlo, “parecidos a ellos”.
Hay en esto una falsedad que se oculta, aunque no más sea porque “pretender parecerse” no asegura el ingreso al “reino de ese cielo”.
En nuestro país, se ha dicho muchas veces, no tenemos una “clase capitalista posta, posta”.
Lo que sí hay es esta suerte de “linaje criollo” que, desde tiempos inmemoriales, ha pretendido la “eternidad” de la historia, de allí su forma de transmisión generacional que va desde “la sangre azul” hasta la más jodida “endogamia”, es decir, “la burbuja”.
La “libertad responsable” de Luis ha sido “aparentemente” fusilada, anulada, vaciada, desechada, nada más y nada menos, que por “su propio creador”.
Pero no hay que llamarse a engaño, dice el dicho, tampoco hay que leer las cosas en una “burbuja” de literalidades.
El presidente no ha despedido su concepto de “libertad”, todo lo contrario, ha dicho, sin tapujos, que sale a defenderlo.
Ya no le alcanza con ser uno de los Luis franceses, ahora se ha travestido de San Jorge.
Toda la corte se apresura, lo reverencia, un viejo terror recorre “el palacio” y nadie quiere ser señalado con el dedo.
Las voces cortesanas que otrora hacían suponer diferencias se silencian y tras el silencio mandatado, que no es otra cosa que esa gestualidad que siempre nos muestra el presidente, se abroquelan en un único y peculiar abrazo.
En su trazado del escenario pandémico y en ese aparente “abandono” del concepto de “libertad”, no caben todos.
Por eso no debería extrañar a nadie, que las propuestas sugeridas por el GACH sean acá minimizadas, por no decir, bastardeadas.
El GACH, con perdón de sus integrantes, es para el gobierno de Luis, un adorno más de esos que se muestran en bailes y salones.
Representan, políticamente hablando, el rol que antaño ocupaban “los filósofos de los reinados”.
¿Será por eso que, ni bien había asumido como presidente, Luis mostró a todo el mundo ese libro “cabecera” de su escritorio llamado El príncipe?
La “libertad” del presidente es maquiavélica simplemente porque está fríamente calculada.
Los números de ese cálculo se reparten entre un Alfie y una Arbeleche, de allí su sistemática mención; son sus “estandartes”.
Por ello, como en esta ocasión y antes de la nueva “batalla”, los despliega “al viento”.
Toda vez que esto ha sucedido, en los meses que “nos” lleva gobernando, Luis desata las tormentas.
Eso sí, son ese tipo de vientos huracanados que no solo no llegan a palacio, sino que, además, son permanentemente minimizados por el catecismo de una retórica de “la bondad” cada vez más abstracta.
¿Acaso hemos olvidado a una Arbeleche afirmando, a pesar de los vientos huracanados de las demandas sociales, que el presupuesto sangriento del gobierno ha sido hecho pensando en los más vulnerables?
Retórica y política han ido siempre de la mano.
Ahora que Luis ha anunciado sus “nuevas” medidas, lo ha hecho sin temer que le digan “que es un rey desnudo”.
No hay en el narcisismo del gobierno un espejo sobre el cual se miren, lo que hay, lo que ha habido siempre es “la burbuja” de Luis.
Más allá del escenario pandémico, de sus peligros y mortalidades, la “burbuja” de Luis es la forma en que el presidente “nos piensa” a todos.
Fuera de “la burbuja” de Luis, todos somos y habitamos “burbujitas” y como en el clásico juego infantil, el juego consiste en hacer una cada vez más grande y aplastarla.
El proyecto de ley enviado al Parlamento, para reglamentar el artículo 38 de la Constitución de la República, es el juego de “la burbuja” y para hacerlo sostenible y real, en el doble sentido de este término, Luis ha sacado la “mano derecha” del Estado.
La misma mano derecha que, desde el primer día, nos viene aplastando a los que no deseamos ni burbujas ni linajes.