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Política

Julieta Zidan | Cultura y política

«La derecha vino a ejercer el odio»

La gestora cultural y comunicadora considera que en Uruguay se pretende instalar un proyecto de país que promueve la meritocracia y que «no es casual que se sospeche de los pobres», como tampoco es inocente el «ninguneo» oficial hacia la cultura. Dice que el herrerismo siempre fue «la oligarquía del país», que el verdadero poder «nunca estuvo tan feliz con un gobierno» y que las y los jóvenes están dando «batallas cotidianas en los barrios».

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Producción: Viviana Rumbo

Habla apasionadamente de casi todo. Piensa en tiempo presente imperfecto y propone cambiar el mundo desde la cultura, con la poesía, con el arte, con el agua, el sol y el barro. No le alcanzan ni la dramaturgia, ni las redes, ni las cámaras, ni los micrófonos de su mundo cotidiano para todo lo que se ha propuesto hacer en esta vida. Le hierve la sangre cada vez que escucha que los pobres son «gente que no se esfuerza». O cuando se les acusa de  «comer demasiado» en una olla popular. Dice que hay que salir a militar el cambio en cada calle de todos los barrios posibles. Le brillan los ojos con la intensidad de la rebeldía y golpea la mesa para sacudir la parsimonia de los neutrales en tiempos de definiciones. Va por la vida comprometiéndose con causas que considera justas, imprescindibles. Ama los desafíos, ríe a los cuatro vientos y milita de manera tajante. De tibiezas o indiferencias, ni por asomo. No está muy de acuerdo con el actual gobierno en casi nada. Es pura y auténticamente irreverente. Fue a un colegio británico, estudió gestión cultural en el CLAEH, teatro en la EMAD, participó de un ciclo de charlas sobre periodismo, publicidad y producción radial en Campus Magnolio y realizó el curso anual de dramaturgia independiente a cargo de Gabriel Calderón, Anthony Fletcher, Laura Pouso y Santiago Sanguinetti.

 

¿Cuándo descubriste el amor por el teatro?

Creo que mi vocación estaba casi marcada por la familia en la que nací. Mi madre es psicóloga y mi madre hombre de teatro. Me crié en un entorno sensible, humano y de teatro. Tengo recuerdos de Gatomaquia, la obra de Lope de Vega que dirigió Héctor Manuel Vidal. Esa obra me marcó la vida, estar siempre ahí en el teatro Victoria, en los ensayos, las giras, todo ese entorno me marcó. Mi viejo para mí es una gran referencia. Lo que más rescato de él es que labura mucho, es una persona que le pone pienso, pasión, que tiene mucha coherencia y me encanta encontrarme con gente que me dicen que mi viejo es tremendo compañero. Creo que Uruguay precisa más gente que piense la cultura como mi padre. Es un gran orgullo para mí. Y mi madre también. Ella como psicóloga siempre ha trabajado en el ámbito social, en el Servicio de Orientación Consulta y Articulación Territorial (Socat), en la Junta Nacional de Drogas y espacios así. Y eso me ha ayudado muchísimo a trillar los barrios, a trabajar en territorio. Ella es una gran militante, no partidaria sino social, cuerpo a cuerpo, que trabaja mano a mano con la pobreza, no desde la ayuda o la caridad, sino del trabajar codo a codo. Ella también es tremenda referencia para mí. Me encanta esa cosa que tienen en común ellos dos, que son personas comprometidas con lo que hacen. Obviamente estoy muy orgullosa de mis padres.

 

¿Cómo ves el panorama actual y la realidad que está atravesando la cultura?

Creo que la pandemia ha sido un golpe muy duro para la cultura y que lamentablemente va a dejar heridas profundas. Nos va a llevar muchos años poder salir de esta situación actual porque hay teatros que llevan casi dos años cerrados, porque hay gente que dejó la profesión y se fue a otros ámbitos, perdimos creadores, artistas, se nos están yendo, y la situación no resiste más. Pensemos que antes de la pandemia ya era muy difícil ser artista en nuestro país pero ahora tenemos un gobierno que ha adoptado un ninguneo constante a la cultura. Y en ocasiones, mintiendo sobre cifras que no son ciertas, como cuando se refirieron a los fondos del teatro El Galpón.

Cuando se realizó la recolección de firmas para presentar la petición para exigir un mínimo respaldo del Estado a la cultura y a toda esta población que está atravesando una situación dramática, que no tiene ingresos, que no puede pagar el alquiler de su casa, ni la luz, ni la comida, la respuesta que se obtuvo fue mezquina. Con cierto tono de soberbia. Pero esto no comenzó ahora. Hay un señalamiento que viene desde la campaña, toda esta idea que la cultura es de izquierda, que la cultura está «ideologizada» y que tenían que romper ese esquema. Llegaron a decir que las ideas de la cultura eran casi autoritarias y que no admitían disensos. Pero alcanza mirar la región para entender que no es algo casual y que es un patrón que se repite en toda América Latina. Por ejemplo, Brasil es un caso claro, la forma en la que la derecha comenzó de esta misma manera y [Jair] Bolsonaro terminó degradando al Ministerio de Cultura para transformarlo en una repartición menor dependiente de otro ámbito del Estado. Es decir, son procesos que ya los conocemos, hablan de ahorrar y ser eficientes, pero sabemos cómo operan. Y lamentablemente, creo que todo esto no termina acá. Creo que el daño que se le está provocando a la cultura es enorme y nos va a costar muchísimo recuperarnos porque es casi imposible sostener teatros con vida si siguen cerrados. Es imposible que miles de personas que son creadores y generadores de cultura puedan vivir si el Estado sigue ausente. Sinceramente creo que hoy al Estado no le importa que la cultura pueda mantener su vida. Y por supuesto creo que lo más peligroso es el contenido ideológico que tienen detrás. Porque hay una perspectiva muy resentida de mucha gente que ocupa lugares de poder. Y son quienes juzgan y tratan de generar en el imaginario popular que la cultura es otra cosa. Que lo que importa es la eficiencia y la venta de entradas. Creo que esa lógica puede provocar mucho daño y espero y confío que no logre sus objetivos. Sería terrible que permeara esa idea que vale más un sponsor que el contenido artístico. En términos generales, creo que hay muchas cosas preocupantes sobre el panorama actual de la cultura pero me parece importante además decir algo esperanzador, y es que si bien la cultura uruguaya ha estado bastante quieta en los últimos tiempos, ahora hay una oportunidad para juntarse, para encontrarse, para que los artistas puedan pensar nuevamente en que tiene que estar agrupados, en que hay que luchar y que ninguna cosa te la van a dar de arriba, sino que es fundamental tener una organización detrás. Hasta ahora se ha visto mucha dispersión. Por eso te decía que ahora hay una gran oportunidad y que en este proceso se debe tener memoria y recordar la herencia maravillosa de la resistencia de El Galpón, de FUTI, porque siempre en los momentos duros hubo artistas que dieron batallas colectivas.

 

Estamos en mayo, mes de la memoria. Y en este tiempo, hay voces que cuestionan la búsqueda de los desaparecidos alegando nuevamente el «algo habrán hecho».

Es terrible. Lo que sucede es que lo que ejerce la derecha es el odio. Me parece que su ética moral atraviesa el odio. Esta semana hubo un debate en Todas las voces, donde el diputado Gustavo Zubía explicitaba que se acabó el modelo de solidaridad y amor, y que vinieron con un modelo radicalmente distinto. Creo que fue un exabrupto, algo que se le escapó, pero fue contundente en sus expresiones. Y parece bastante claro que lo que les mueve es el odio, porque se precisa imponer el miedo para poder instalar un modelo en contra de los intereses del pueblo. Por eso apelan una y otra vez al miedo y al enfrentamiento. Creo que ese es el gran peligro actual de la democracia en Uruguay, que estamos gobernados por gente que no busca la empatía, ni la construcción colectiva, sino que les mueve la ética del odio y la competencia descarnada, y eso permea todos los discursos de quienes nos gobiernan. Hay otro aspecto que me parece tremendo: cuando recién asumió el gobierno lo primero que hicieron fue cambiar los símbolos patrios, cambiaron absolutamente todo lo que tenía que ver con la imagen de la democracia. Llegaron con la lógica de un nuevo Estado, del «se acabó la historia y nosotros somos el futuro» como si habláramos de un local de zapatos que se reconvirtió en uno que ahora vende buzos de lana. Así se trata al Estado en esta nueva lógica y lo ves de manera muy contundente en la LUC que destruye casi todo, pero incluso políticas que fueron construidas por José Pedro Varela. Estamos hablando de destrozar la democracia, esto va mucho más allá de una embestida contra lo que hicieron los gobiernos del FA. Se trata de un atropello sin perspectiva de futuro. Son muchas señales que estamos viendo de un proyecto netamente definido de derecha. Tiene esas y otras características muy evidentes, como por ejemplo la necesidad de ningunear al pueblo con su memoria afectiva e histórica. Hay que recordar que en la campaña electoral de 2019, la derecha sostuvo un discurso que pretendió decir que ellos fueron los salvadores de la crisis de 2002, como si la gente no supiera lo que pasó por ejemplo con los bancos, quiénes fueron los que se beneficiaron, quiénes fueron los responsables y quiénes los que padecieron la crisis. Lo mismo han intentado hacer con lo que sucedió en la dictadura. Llegaron al gobierno amparándose en discursos militaristas que nunca se habían ejercido con tanta liviandad. Lo que están haciendo es generar las condiciones para que las sociedades se acostumbren a escuchar eso, y así es como pretenden generar cambios sociales, que son muy heavy. Y peligrosos.

 

¿Tu generación lo percibe así? ¿Son temas de charla y discusión entre ustedes?

Sí, por supuesto.

 

¿Hoy las y los jóvenes están preocupados por la LUC?

Las juventudes en Uruguay siempre han sido referencia en términos de resistencia. Por ejemplo, cuando el ‘No a la baja’ o el No a la reforma de Larrañaga. Yo vengo de una generación donde mi trilla militante surgió en el conflicto educativo de 2015. Creo que la generación de Secundaria fue la que dio batalla cuando lucha docente y la huelga. Generamos una movilización que no se veía en Uruguay desde hacía décadas, con ocupaciones en todo el país y marchas masivas, cuando se decretó la esencialidad.

 

Está claro que la pandemia condiciona al no poder realizarse concentraciones masivas como en otras épocas, pero ¿no crees que a las y los jóvenes les está faltando protagonismo en este momento de la historia?

Posiblemente los procesos en este contexto sean un poco caóticos y no debemos olvidar que antes nos movilizábamos con toda normalidad y libertad. Estábamos en otro contexto. Yo me crié bajo gobiernos progresistas, no conocí otra realidad y ahora cuando asumió la derecha, me pasó y nos pasó a muchos de mi generación que tuvimos que entender este nuevo entorno, ver cómo nos manejamos y cuáles son las dificultades. Y no tengo problema en decirlo, también nos provocó cierto miedo. Cuando la derecha gana con el discurso del odio y la obsesión por la represión, genera miedo. Eso busca y eso puede provocar. Yo tuve que cerrar mi cuenta de Twitter porque sabía que nos iban a empezar a perseguir. Ahora nos estamos amoldando, ya entendimos cómo es vivir bajo un gobierno de derecha y podemos ver cuáles son las mejores formas para organizarnos. También hay que mencionar que estamos viviendo un escenario político en el que la oposición, el FA, está un poco encerrado con sus propios asuntos y eso posiblemente incide también en la falta de algunas respuestas.

 

¿El FA está desconcertado todavía?

Tenemos que hacer nuestra autocrítica, ver cómo nos manejamos, cómo vamos a militar y cómo vamos a enfrentar la LUC. Si miro con ojos críticos lo que está sucediendo en este momento del país, creo que cuando se votó la LUC faltaron las movilizaciones. Se estaba votando la LUC y las calles estaban vacías. Claramente la pandemia condiciona pero nos faltó algo más, más denuncia, alzar un poco más la voz. De todos modos, hoy en día la juventud uruguaya le está poniendo el hombro a la campaña de recolección de firmas, puerta a puerta, en las barriadas, en las ferias y en todas partes y eso está buenísimo que suceda. Es muy valioso que podamos estar discutiendo y charlando con la gente mano a mano sobre los grandes temas del país. Es una forma posible de sacarle jugo a estas dificultades que tenemos hoy día. Charlar media hora con una persona sobre los temas del país es una construcción democrática increíble. Podes llegar a hablar durante media hora con una vecina y después firma o no la papeleta. Porque hay quienes después de largas charlas te dice que no se decidieron a firmar pero igualmente te agradecen tu tiempo y la charla. Y eso es divino.

 

Ahí hay un gran espacio para las y los jóvenes en la política, entonces, lejos de otras estructuras conocidas, pero militando en el barrio.

Exacto. Cambió la forma de militar de la juventud. No solo en Uruguay, sino en el mundo, los jóvenes encuentran su espacio de militancia en cosas que están presentes en su vida cotidiana. Un claro ejemplo es el fenómeno del feminismo que nos dio una lección política a todos. La causa feminista reunió a personas que quizás jamás se hubieran planteado militar, y por supuesto, juntó gente con distintas miradas, que nadie hubiera imaginado podían encontrar un espacio común de militancia donde canalizar inquietudes. Hay otras luchas, la defensa del planeta y la ecología, hay temas de la sociedad que son los que le preocupan a mucha gente y son los asuntos a los que se abraza de manera militante. Y se hacen cargo. Creo que hay una diversificación de las luchas que tienen como aspecto en común que son asuntos de la vida cotidiana que tocan aspectos sensibles y generan una reacción en las personas. Y eso es algo que tenemos que rescatar. Creo que los jóvenes están encontrando sus espacios con temas y causas que pueden ver, tocar y de las que pueden y quieren hacerse cargo. Ese es una especie de puntapié inicial para reconocer otras opresiones y canalizar esas ganas de militar y hacerse cargo, para pensar en otras luchas, como por ejemplo, la lucha de clases.

 

Tremendo desafío para las y los jóvenes porque este gobierno está liderado por un joven surfista, musculoso y simpatiquísimo interlocutor.

Sí, pero también es un presidente que casualmente vivió toda su vida en un barrio privado, nunca quiso estar en contacto con la sociedad y ahora quiere ser un presidente de aspecto común.

 

Al que encuestas le dan 60% de aprobación, a pesar de todo lo que hablaste del discurso del odio, de la aporofobia y la sospecha sobre si quienes concurren a las ollas populares «comen mucho».

Estamos gobernados por la oligarquía de siempre. El herrerismo siempre ha sido la oligarquía que piensa que hay gente que sobra en este país y que el Estado es una molestia y que no debe hacer nada por la gente. Ellos representan a ese sector histórico de nuestro Uruguay, no asombra que piensen de esa manera. Creo que lo que han hecho en políticas sociales es penoso, lamentable, da escalofríos, pero justamente es esa lógica de comisario, de perseguir a la pobreza. Y lo peligroso es que generan en una parte de la población esa sensación de temor por vivir en una abierta persecución a la pobreza. Se instala esa idea que «se está gastando mucho» y que los pobres «son un gasto innecesario» y que hay gente que se «aprovecha» y va a comer a dos ollas populares. ¿Parece mentira no?  ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo este país que fue admirado en el mundo ahora llegó a esto?

 

¿Consideras que el cese de Pablo Bartol y la designación de Martín Lema profundizará una estrategia persecutoria del gobierno hacia la pobreza y los programas sociales?

Por supuesto. Designar a Martín Lema como ministro primero habla de un fracaso en las políticas sociales de Lacalle Pou. Pero, además, la elección de Lema, cuya trayectoria política ha sido casi exclusivamente la de perseguir y auditar durante la campaña todo lo que hacía la salud pública del país en los gobiernos progresistas, eso habla de lo que están buscando. Están generando las condiciones para sacar del medio al Mides, porque a ellos nunca les gustó que hubiera un Ministerio de Desarrollo Social. Insisto, creen, están convencidos y defienden la idea de que en la sociedad hay gente que sobra. Y están generando las condiciones para que el pueblo uruguayo tenga esa idea de que la meritocracia es lo que te va a llevar adelante, es esa lógica perversa de enfrentamiento continuo y que los pobres lo son porque no se esfuerzan. Todo esto está relacionado. Lo que están buscando es el enfrentamiento entre el pueblo, no la solidaridad, no la empatía, no la búsqueda de estrategias para poder salir de esto de una manera más humana, sino la lógica de los malla oro y que salven los fuertes, los privilegiados, nos las mayorías.

 

¿Te parece que este proceso tan profundamente ideológico está echando raíces?

Sin dudas. Creo que la derecha en Uruguay en este poco tiempo que lleva en el gobierno de coalición ha sido mucho más radical en sus decisiones que la izquierda cuando gobernó. Han sido revolucionarios en sus acciones contra la agenda de derechos. Nunca el verdadero poder estuvo tan representado en el poder del gobierno. Estamos ante un momento muy peligroso, dominado por los monopolios de los medios de comunicación -ahora se viene una ley de medios que es muy peligrosa para la democracia- tenemos un Estado que está representado directamente por las cámaras empresariales que son las que marcan las políticas. Tenemos otra  faceta preocupante con la iglesia nuevamente metida en el propio Estado. Hoy el verdadero poder está en su mejor momento. No es imposible dar esa disputa, todos los sabemos, la historia siempre la terminan escribiendo los pueblos pero levantar a ese pueblo es una tarea que implica el día a día. Y es algo que requiere el trille militante, que es el gran desafío que tenemos. Pero esto no se trata de si vamos a volver o no en el 2024. Personalmente, me tiene sin desvelo. Y me parece que sería un error importante de la izquierda si posterga discusiones y se sienta a esperar a que caiga una pera madura del árbol y que aparezca un buen candidato, una buena agencia, un buen jingle y piensa que con eso soluciona sus problemas. No, no va por ahí. Estamos asistiendo a un cambio estructural muy pesado de nuestra sociedad, salado. Y la construcción política se tiene que hacer día a día, haciendo pedagogía política con las herramientas que tenemos. En eso estamos nosotros, muchos jóvenes, caminando barrio a barrio y eso es lo que tenemos que hacer. Tal vez este avance de la derecha nos vino bien porque nos sacudió y nos hizo entender que teníamos que volver a militar. Por eso creo que tenemos que buscar cuatro o cinco puntos programáticos a nivel país para salir unidos con esas banderas. Hace falta que profundicemos la unión de los estudiantes con el movimiento sindical, con las organizaciones sociales, feministas, cooperativistas, con las fuerzas progresistas y todas las miradas que sumen en la construcción de una sociedad mucho más humana que la que propone la derecha.

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