Abracadabra. No se me ocurre otro vocablo para describir la épica que construyó el pueblo frenteamplista en la jornada del domingo 24, cuando la coalición neoliberal-militar-conservadora preparaba tempranamente las exequias y el sudario de la izquierda uruguaya. Abreq ad habra, palabra hebrea que significa “envía tu fuego hasta el final”. Y ese fuego luminoso del voto a voto, casa por casa, iluminó con su llamarada a los asombrados medios de comunicación, a todas las encuestadoras, a las dirigencias políticas de todos los partidos, incluido el Frente Amplio (FA), escribiendo una página memorable que quedará grabada para siempre en la historia electoral de nuestro país. En esa jornada se recuperaron los 184.811 votos de los desencantados que no acompañaron el 27 de octubre al FA, ya sea por el retorno de muchos de ellos a las fuentes o porque otros ciudadanos decidieron optar por el país de la igualdad y la equidad. Fueron, sin contar los observados, 189.977 los ciudadanos que se sumaron a la candidatura de Daniel Martínez, negándose a acompañar a Luis Lacalle y a su modelo de país. Con su cambio de opinión, dejaron en claro que la coalición de los cinco partidos de la derecha conservadora no supera la mitad del país y empata con la izquierda progresista, cuyo único partido volvió a ser el más fuerte y más votado por el pueblo uruguayo, representando hoy a la mitad de la República. Solo nos faltaron 30.000 voluntades. Siento que exageré en mi artículo publicado dos semanas antes de las elecciones, cuando titulé “Faltan solo 50.000 votos más para evitar el pasado”. Faltaban muchos menos.
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Hay derrotas hermosas y dignas y hay victorias como las obtenidas por Pirro de Epiro, que debilitan al triunfador
Las democracias producen sorpresas, pero su más alta constatación es la reflexión de las sociedades civiles. La gesta frenteamplista del domingo que persuadió a una buena parte de la población para que produjera esa sabia reflexión colectiva que modificó la correlación de fuerzas sociales que adelantaban las encuestas constituyó la mejor esperanza para el próximo lustro.
Hay derrotas hermosas y dignas y hay victorias como las obtenidas por Pirro de Epiro, que debilitan al triunfador, duran poco, tienen altísimos costos y se apoyan en alianzas poco sólidas. El domingo parecieron vivirse ambas situaciones.
Pero, pírrica o no, la victoria de la pentacoalición fue un hecho que interrumpe al Uruguay próspero e igualitario y obliga a comenzar la digestión de la derrota, dejando de lado el resentimiento, viejo novio del fracaso.
Hay que entender lo que pasó y hacer entender. Más que las respuestas son las preguntas las fuentes de toda sabiduría. O ya no entendemos lo que está pasando o ya pasó lo que estábamos entendiendo. Llegó la hora de una autocrítica profunda que no deserte ni de sus orígenes, ni de los principios, ni de los afectos ni de la energía moral del frenteamplismo. Quizás haya llegado la hora de la refundación de esa gran fuerza política que desde hace medio siglo brega por un Uruguay justo, libre e igualitario. Quizás haya llegado la hora de una nueva epifanía. Debemos volver a las fuentes. Es un imperativo trabajar aún más por una izquierda que sea la libertad del ciudadano contra la opresión del poder económico, que se impregne del significado laico de la alegría de vivir contra el miedo de la transgresión, que impulse la razón contra el dogma. Y, sobre todo, que privilegie la fraternidad, muchas veces castigada en estos 15 años de utopías realizadas. La fraternidad contra el servilismo ha sido una de las mejores armas de la izquierda de todos los tiempos. Intentemos, con la estética de la unidad y la ética del compromiso, revitalizar el debilitado músculo político del partido de la igualdad, como se revitalizó con mística y entusiasmo en la épica del domingo comicial.
No nos conformemos con volver al gueto confortable de la cultura de oposición. Ni gueto, ni confortabilidad ni pereza. Tenemos cinco años para recuperar las 30.000 voluntades perdidas.
Pero ese es el objetivo menor. Porque el objetivo mayor es persuadir, persuadir y persuadir. Es ganar la batalla cultural, que, hay que reconocerlo, la hemos perdido ante el adversario histórico. Esa ha sido nuestra principal derrota. Aunque hubiéramos obtenido los 30.000 votos que nos faltaron. Es lo primero que tenemos que reconocer.
Cierto es que utilizaron todas sus baterías para ocultar la realidad, parcelar el conocimiento, desmenuzar la cultura popular y mutilar la reflexión.
Y si eso no bastaba, utilizaron las redes para mentir, desprestigiar, calumniar, insultar y amenazar a quienes los contradecían solo con la fuerza de las ideas. Lo viví en carne propia en los cuatro últimos artículos que publiqué en Caras y Caretas, La Red 21 y en Facebook, antes del balotaje.
En La Red 21 hubo más de 4.000 respuestas, de las cuales más de 1.000, sin contestar uno solo de mis argumentos, se lanzaron como mastines trolleados con el alma infectada promoviendo una cosecha de odios de una violencia inusitada. Instalaron en la escena algo que hacía mucho tiempo no se veía: vomitar inclementes sobre todo lo que no coincidía con su achicado corazón. Me tomé el trabajo de clasificarlos y por primera vez contestar su maledicencia, instándolos a confrontar idea contra idea y no insulto contra insulto. Sin razones que oponer, se llamaron a silencio. Pero dejaron impresa su huella digital de intolerancia y deserción de la razón.
Las tres causas de la derrota transitoria del campo popular
Debemos obrar como hombres de pensamiento y debemos pensar como hombres de acción.
Si tuviera que enumerar solo tres causas de esta derrota transitoria del campo popular, diría que la primera fue la derrota cultural; la segunda, la ingenuidad y ausencia de construcción de poder, quedando en minoría absoluta ante el inmenso poder mediático y económico del adversario hegemónico que aprovechó el vacío para desorientar y modelar a su gusto las conciencias; y, en último lugar, la confianza en el poder que se repetía una y otra vez, descuidando la movilización social, la fraternidad, la unidad y la militancia, en síntesis, el aburguesamiento de nuestro vigoroso cuerpo político curtido en mil batallas desiguales.
No hay espacio en esta reflexión para abordar los tres temas. Solo me referiré a la batalla cultural perdida, tras haber sido la izquierda el acelerador de las demandas de la gente. Gran parte de los sobrevivientes de ayer, transformados en los demandantes de hoy, fueron captados por el discurso del adversario, por el discurso del capital que prometía derramar un consumo inagotable.
Esta paradoja la describen muy bien tanto Tarso Genro como Zygmunt Bauman. Dice el primero, tras afirmar que está cambiando la estructura de clases y esa mutación retiró la formación de la cultura política de las personas, pasándolas de las relaciones de producción al mercado y al consumo: “Todo esto ha llevado a que la única aspiración sea acceder a más bienes, y luego a más y a más; la opinión pública se hace más manipulable por el mercado y por los medios; es lo que Fredric Jameson llama sublimación histérica del presente”. Y agrega Bauman: “La felicidad humana consiste en ir de compras; solo se puede acceder a ella a través de las tiendas comerciales. En otras palabras, la felicidad consiste en el mayor consumo”.
En las épocas de la Revolución Industrial, cuando el proletariado agradecía a su explotador el salario recibido, ignorando que la existencia de la plusvalía solo existía por la fuerza de su trabajo, que la hacía posible, Carlos Marx, con su opus magnus, El Capital, ganó la batalla cultural y los obreros descubrieron la estafa internalizada en sus conciencias y comenzaron a defender sus derechos. Hoy no es tan sencillo; el neoliberalismo con su arma favorita, el consumismo, lidera en la batalla cultural, que también se está dando en nuestro país sin que la izquierda la haya priorizado con alternativas de felicidad colectiva superiores.
Es más fácil convencer con las serpentinas del utilitarismo de Bentham que persuadir con la gratificación de la solidaridad humana de Kant
Es por eso que decimos que la izquierda es Kant, la ética del deber incondicional y la derecha es Bentham, la ética del utilitarismo. Y es más fácil convencer con las serpentinas del utilitarismo que persuadir con la gratificación de la solidaridad humana. Porque la izquierda es el altruismo, es hacer el bien a los demás, mientras, como diría Sartori -el italiano, Giovanni, no el nuestro, hoy senador-, la derecha es atender el bien de uno mismo.
Esta derrota electoral nos obliga a zambullirnos en la espesura social para aplicar la pedagogía de la emancipación en la gente aturdida por las grandes usinas que venden felicidad al kilo.
La primer tarea, perdido el gobierno, es mirar a la sociedad civil. Ni Estado ni mercado, solo sociedad. Refugiémonos en el otro poder. El poder de la democracia participativa, el poder de la sociedad civil. Para defender las conquistas obtenidas en estos 15 años que asombraron al mundo. Les dejamos a la colorida coalición una herencia sin precedentes. Si nos devolvieran lo mismo que recibirán, sería algo para celebrar. No hay democracia sin demócratas. Y la izquierda ha sido el mayor democratizador de la historia uruguaya. Apuntemos entonces a la democratización de la vida cotidiana. Seamos los gestores de la democracia de todos los días, no solo la que se exhibe cada cinco años. No a la democracia sin la gente. No al Estado sin la vida, que es el vicio habitual del político, no de la política, actividad noble y generosa por excelencia. Ordenemos, en estos cinco años, las nuevas tareas para la edificación de la democracia real, de la justicia, de la libertad, de la igualdad y la fraternidad. Afiancemos la democracia de la vida diaria, el respeto a las diferencias, el derecho a la libertad cotidiana.
Y estemos atentos al ejercicio que la coalición conservadora hará de la democracia uruguaya.
Seamos guardianes de los derechos de la gente.
Ellos ganaron los comicios porque con todo el poder mediático y económico a su favor convencieron a una porción importante de la sociedad. No importa el medio. Pero ganaron.
Y la izquierda, principal democratizador de la historia uruguaya, que regó con su sangre la lucha contra la dictadura, respeta el veredicto de las urnas. Y aun más, defiende el derecho a otorgarles un plazo de confianza hasta que puedan exhibir sus verdaderas intenciones, a favor o en contra del pueblo. Y si es a favor del bienestar de la población, la izquierda, como en la crisis de 2002, probará una vez más la nobleza del hierro humanista del que está forjada.
Tengamos paciencia. Los antecedentes de los 100 años en los que gobernaron desde el alejamiento de Batlle y Ordóñez en 1920 los condenan. Pero solo las piedras no cambian. Tienen la oportunidad de no convertirse en Macri, Bolsonaro, Piñera, los metalúrgicos del poder, los que fraguaron una argolla de acero para atornillarla en el cuello de sus propios pueblos.
En esos 100 años, incluyendo los primeros 20 años a la salida de la más cruel dictadura de nuestra historia, abogaron por las políticas a largo plazo mientras se dedicaban a las ganancias a corto plazo. En esos 20 años predominó la rapacidad social contra la fraternidad social. Fueron los profetas de la nueva religión: el evangelio neoliberal, el fundamentalismo del mercado. Se pavoneaban entre ellos los darwinistas sociales abogando por los más aptos y fuertes. Transformaron la economía en la ciencia de la escasez para los más y la abundancia para los menos. En la crisis de principios del nuevo siglo, el fascismo de mercado transformó la pobreza y la desocupación en una desmesura trágica. Impusieron la estafa del mercado libre, cuando incluso Talvi sabe que tal mercado está acotado por monopolios que imponen su poder. Lo sufrí en carne propia en 1994, junto con ocho empresarios, cuando el presidente Lacalle nos denegó la concesión de la señal a todos los que habíamos superado todos los requisitos del llamado para otorgar la nueva televisión por abonados en Montevideo, con el único argumento de que si había competencia con el monopolio de los canales privados -4, 10 y 12-, estos tendrían pérdidas o percibirían menos ganancias. De qué mercado libre hablan, de qué competencia se enorgullecen. Cuando la competencia los perjudica, la encierran en la cárcel de los monopolios, y cuando la democracia burguesa deja de servirles, la guillotinan como hicieron en 1973, cuando sacaron a los militares de los cuarteles.
Hoy vuelven con la desollada piel de un orgullo inmenso y dolorosamente herido, pero tienen derecho a probar que no son los mismos de hace 15 años
La historia los condena. Pero hoy vuelven con la desollada piel de un orgullo inmenso y dolorosamente herido y tienen derecho a probar que cambiaron. Y que no son los mismos que gobernaron los 20 primeros años después de la recuperación democrática.
Mi pronóstico es pesimista. Cómo no serlo si su proyecto de alternancia democrática que proponen, teóricamente honorable, vive en una casa donde ejerce su antiguo oficio una señora indecente llamada neoliberalismo, que prostituye la felicidad pública.
Pero quién sabe. El joven presidente que ocupará la Torre Ejecutiva puede, por instinto de conservación, olfatear el futuro de la historia, acomodar el cuerpo, abandonar a su clase y, en un gesto que lo enaltecería, ponerse al lado del pueblo bregando por más igualdad en los beneficios y menos desigualdad en las pérdidas.
Conozco muchos casos en la historia universal en los que el origen de clase fue derrotado por la posición de clase: los patricios Tiberio y Cayo Gracco, el conde Mirabeau y el marqués de La Fayette, Giangiacomo Feltrinelli, entre tantos otros nobles y ricos que dieron su vida por los desamparados. ¿Les parece que Luis será uno de ellos? ¿Por qué no? No lo condenemos hasta no verlo actuar. Falta poco. Rápidamente nos daremos cuenta. Hasta marzo solo queda el privilegio de la duda.
Me pueden decir que mi ingenuidad olvida que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico ingrese en el reino de los cielos. Pero siempre hay una excepción a la regla, que además confirma la regla.
Y si eso no ocurre, el FA, que ya probó su musculatura el domingo, y que representa a la mitad del país, hará oír su voz, su temple y sus derechos.
También estará atento ante los aislados conspiradores de tabernáculos, impenitentes golpistas, hoy eufóricos por la retirada del FA del poder.
Mientras tanto, busquemos la chispa que encienda el gran antagonismo ideológico que nos divide, la chispa que organice, simbólicamente y en forma pacífica, las batallas políticas y sociales que se vienen.
El corcel de la izquierda uruguaya en su rauda carrera por el torneo de la igualdad y la equidad, rompiendo tiempos, dobló el codo, pero le faltó cubrir la recta final para alcanzar la meta. Y, para colmo, lo encerraron junto a los palos y tuvo que aminorar su velocidad porque, parodiando a Plejanov, perdió alguna herradura en su camino.
Es nuestra tarea encontrarla, subirse al corcel y sentir el trepidar de los cascos de la historia, cuando dentro de cinco años volvamos a cruzar el disco.
Esta vez, sin final de bandera verde.