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La economía china se enfría, pero no se congela

Por Daniel Barrios.

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Como nos tiene acostumbrados desde que decidió dedicarse a la política, Trump, el “tuitócrata” más famoso y poderoso del mundo, utilizó los 280 caracteres de su cuenta social para comentar la noticia económica más relevante del año que está comenzando: el Producto Interno Bruto (PIB) de China creció un 6,6% en 2018, el ritmo anual más lento en casi tres décadas; y según el presidente, este resultado obligará a las autoridades chinas a hacer un «acuerdo real» sobre el comercio con Estados Unidos, cuando ambas partes retomen esta semana las conversaciones en Washington.

Sin duda el enlentecimiento de la economía de la superpotencia es y debe ser un factor de preocupación para Beijing y, quizás todavía más, para todas las capitales del mundo, Washington per primi. Basta recordar que, durante la última década, China ha supuesto un tercio del crecimiento global, para explicar el grito de alarma que ocupó los titulares de todos los medios de comunicación una vez que se conocieron los resultados del Instituto Nacional de Estadística chino.

De todas formas, y mal que le pese al Tariff man, el “acuerdo real” al que aspira para poner fin a su guerra comercial con China no estará condicionado por las cifras del PIB y el exulto que reflejan sus declaraciones poco tienen que ver con el enfriamiento de la economía china, entre otras razones porque, contrariamente a lo que podía pensar, las tarifas norteamericanas a las exportaciones chinas han afectado muchos más a los índices de confianza que a la economía real.

“Los datos agregados siguen arrojando resultados positivos (para China) que coinciden con el sentimiento de los consumidores e inversores”, observó Eswar Prasad, profesor de Cornell University y exjefe del FMI para China.

Es cierto que su crecimiento fue el más débil desde 1990, cuando las sanciones económicas impuestas por los sucesos de la plaza Tiananmen y el último trimestre del año, el más bajo desde la crisis financiera global de 2008.

Pero es aún más cierto que ese mismo 6,6% sigue siendo un porcentaje envidiable si se le compara con el crecimiento de 2018 de los Estados Unidos (2,9%), la Zona Euro (1,8%), Japón (0,9%), América Latina y el Caribe (1,1%) y el 3,7% de la economía mundial (datos del Fondo Monetario Internacional).

Lo mismo vale si se tiene en cuenta que ese porcentaje equivale a un aumento del PIB nominal de 1,2 billones de dólares, una cantidad récord de nueva producción y 40% superior a 2007 cuando registró un aumento de 14,2%, su tasa de crecimiento más importante en las últimas décadas.

Lo más importante para entender el significado real del porcentaje de aumento del PIB chino -y que estuvo prácticamente ausente en la avalancha mediática mundial- es que el “escuálido” crecimiento del 6,6% no solamente fue anticipado por las propias autoridades, sino que además está en perfecta sintonía con lo planificado desde hace tres años, cuando el presidente Xi Jinping lanzara la más audaz y revolucionaria transformación del modelo de crecimiento y desarrollo chino desde los tiempos de la reforma de Deng Xiaoping, a finales de la década de los setenta del siglo pasado.

“El 6,6% es una cifra muy razonable y el mercado nos recuerda que crecer es importante, pero más lo es hacerlo con calidad y eficiencia”, aseguró esta semana a una platea de miles de políticos y empresarios presentes en el Foro Económico Mundial de Davos el propio vicepresidente chino, Wang Qishan, liderando los más de cien participantes que componían la delegación de China.

“Hace unos años, en este mismo Foro, se hablaba de China como de una bomba de deuda que amenazaba la economía mundial. La actual debilidad es consecuencia del éxito deliberado del gobierno en frenar el déficit y la deuda pública”, esgrimía en otro debate sobre los riesgos financieros Jin Keyu, profesora de la London School of Economics. “La desaceleración no es un colapso”, aseguró el vicepresidente del regulador de mercados, Fang Xinghai.

La nueva normalidad, como denomina el presidente Xi Jinping a la reestructuración radical del modelo, supone, entre otras cosas, una transición de crecimiento alto a un crecimiento medio cuyo motor principal serán el consumo interno, las nuevas tecnologías aplicadas a la industria, la robotización y la inteligencia artificial y no tanto las inversiones en infraestructura y las exportaciones, que caracterizaron el milagro chino y la convirtieron en la fábrica del planeta. China se está fugando de la cantidad hacia la calidad, de la imitación a la innovación, de la mano de obra barata a la tecnificación industrial.

Un dato por demás elocuente del nuevo modelo: el año pasado, el consumo representó tres cuartas partes de la tasa de crecimiento, la mayor de las últimas dos décadas y compensó ampliamente la disminución de sus ventas al exterior y la rebaja del 0,5% de su superávit comercial provocado por la guerra tarifaria.

Más que un descenso en las exportaciones, la preocupación de los gobernantes chinos es la caída de los niveles del consumo doméstico y para ello aún dispone de un importante arsenal de opciones, desde el aumento del gasto público, el recorte de impuestos, reducción de los encajes obligatorios, hasta la rebaja de los tipos de interés de referencia.

No pasó inadvertido que el mismo día que se daban a conocer los datos de 2018 el Ministerio de Finanzas anunció una rebaja del impuesto al valor agregado para algunos productos y deducciones fiscales para numerosos sectores de la economía. Por su parte el primer ministro, Li Keqiang, ha instado a los tres bancos comerciales más grandes del país a aumentar la financiación a las pequeñas y medianas empresas.

Las metas de crecimiento para este año serán anunciadas en marzo durante la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, donde se podrían aprobar ulteriores estímulos.

Al cierre de esta nota está comenzando en Washington una nueva ronda de negociaciones, para muchos decisiva, entre Liu He, brazo derecho y jefe negociador de Xi Jinping, con su homólogo Robert Lighthizer. Ambas partes, aunque por distintos motivos, esperan llegar a un acuerdo para evitar una nueva espiral tarifaria antes de la fecha límite del 1 de marzo. La República Popular llega a la reunión con una propuesta por la que se compromete a adquirir más productos estadounidenses y reformas para facilitar el acceso de las empresas extranjeras.

Si Trump se cree que China aceptará sus condiciones por su situación económica, el acuerdo es más que improbable. El gigante asiático está lejos de una recesión o del llamado “aterrizaje brusco” que tanto se ha pronosticado. “Los muertos que vos (Trump) matáis (tuiteas), gozan de buena salud”.

 

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