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Editorial

Las redes sociales, los medios, los combustibles y las fake news

La falsa parábola del mentiroso y el cojo

Por Alberto Grille.

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Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”.

El papa Francisco dijo hace bien poco algo así como que difundir noticias falsas es como producir y acostumbrarnos a comer mierda.

Semejante reflexión dicha al pie de los ángeles alados podría presidir la sala de redacciones de todos los periódicos del mundo aunque no alcanzaría con esto.

De alguna manera, en forma oculta o expuesta, cuando editamos un medio de información, surge un debate entre quienes queremos hacer un periodismo activo, con protagonismo social, inquisitivo, y quienes proponen notas cortas, de lectura rápida, entretenidas, atractivas y, si es posible, impactantes.

Como lo que principalmente evalúan los planificadores de medios y aquellos operadores que pautan la publicidad es la lectoría (cantidad de lectores, cantidad de clics, tiempo de lectura o cantidad de dispositivos, edad, sexo y estatus económico) y no la inteligencia, el interés o la capacidad de discernimiento de los mismos, este debate se vuelve eterno.

Es sabido que en muchos medios de comunicación masivos las malas noticias son preferidas sobre lo bueno o el accionar debido.

En otros se sacrifica la verdad o se antepone la tergiversación o la versión manipulada o exagerada de la realidad en el altar de la lectoría.

Las “buenas noticias no son noticias” cita un cínico aforismo casi impuesto universalmente. La noticia resulta ser lo irregular, lo detestable, lo perverso.

Lo regular es que se postergue la buena acción, la conducta habitual y el gesto altruista y se valore como noticiable lo sorprendente, la tragedia, el dolo y el accionar indebido.

Esto es normalmente lo que destacan los medios y la realidad que se difunde masivamente, agravado porque las redes sociales son aún peor, en la medida que estas se convierten en un terreno abonado para la exageración, la exasperación y la disputa.

Lo que se muestra habitualmente es lo irregular, lo que es malo o está mal. En las redacciones se recuerda que la noticia es que el hombre muerda al perro y no que el perro muerda al hombre.

Lo que se conoce es lo que se muestra porque es objeto de divulgación. Las cosas no suelen ser como parecen y parece que no existen actitudes positivas, obras generosas o bien hechas, gobernantes honestos, hombres probos y mujeres nobles.

La sensación que queda es que todo es malo, al no mostrarse en la misma proporción lo valioso.

Todo lo anterior, con ser patético, ha sido digerido por las sociedades modernas y aun siendo detestable, es aceptado como una expresión criticable pero inevitable de la realidad.

El agravante es que las personas creen más en la prensa hegemónica precisamente porque son hegemónicas y porque cuenta con el apoyo de la publicidad de las empresas más fuertes, del éxito, del dinero y se supone que representa al poder.

También se acepta, aunque se trata de algo más discutido, que la libertad de prensa es equivalente a la libertad de empresa, que las asociaciones patronales como la SIP son la representación autorizada del periodismo libre, que los periodistas ejercen su profesión con autonomía y no dependen de sus empleadores, que la verdad es verdad porque lo “dice el diario”.

En las redes sociales la perversidad es aún peor porque la credibilidad es mayor en los referentes mediáticos legitimados por la prensa hegemónica y sobre todo en quien le envió la noticia, aunque el remitente no haya chequeado la veracidad o, peor todavía, la haya inventado.

De esta manera la cena está servida. La investigación, la búsqueda de lo complejo y de lo oculto, no pueden competir con la mentira, el insulto, el invento, lo simple, la jerarquización tramposa, la intencionalidad perversa.

Se ha señalado con total veracidad que “en el terreno tan fértil de la información tendenciosa y de los titulares amañados, crecen las noticias falsas, los rumores tóxicos, las posverdades y las mentiras emotivas (fake news)”.

En este contexto envenenado, la “verdad” queda subordinada a sentimientos y emociones, y se sabe que la verdad es dolorosa, espanta a veces y la mayoría de las veces no gusta.

Por el contrario, más bien se evita.

Se ha comprobado que las falsedades en Twitter tienen un 70% más posibilidades de ser compartidas que las informaciones verídicas.

Si Goebbels hubiera vivido en época de redes sociales, habría popularizado aún más y le hubiera agregado un trecho de sadismo al dicho popular de “mentime que me gusta”.

Hay aspectos del comportamiento humano actual en esto que se ha dado en llamar la sociedad de consumo que resultan aún más curiosos.

Parece haberse demostrado que como resultado de actitudes culturales dominantes se produce una respuesta casi automática que lleva a  compartir lo urgente, la información instantánea o exclusiva de la que se menosprecia el contenido y solo se atiende el título o el copete de la noticia.

Hay técnicas que se enseñan incluso en las universidades que tienen especialmente en cuenta esto, formas de redactar los titulares, palabras que motivan respuestas ansiosas, cantidad de letras o palabras más motivantes, algoritmos apropiados diseñados especialmente para desarrollar estrategias, expresiones capaces de explotar la indignación o el enojo que al parecer lo hacen susceptibles de motivar manifestaciones de adhesión, así como “me gusta”, compartidos y reenvíos.

Lejos de ser rechazadas por la práctica social, las mentiras son sobrevaloradas en muchos textos de marketing político y aceptadas por teóricos como Durán Barba que las legitiman como armas de destrucción del adversario que resultan de sesudos estudios del comportamiento actual de las masas en las sociedades capitalistas.

Desde hace meses hemos visto cómo se han utilizado los titulares de la prensa para hacer denuncias penales de la gestión del gobierno anterior para ocultar o quitar trascendencia a la tragedia sanitaria que vive nuestra sociedad que cuenta por miles las muertes evitables que son causadas por la irresponsabilidad temeraria de Luis Lacalle Pou y su gobierno.

En estos días hemos recordado las promesas electorales del actual presidente de la República, de no aumentar los combustibles ni las tarifas de los servicios públicos y se lo ha comparado con los aumentos desmedidos y reiterados de la nafta, el gasoil y el supergás.

Como es inocultable, su discurso exasperadamente mentiroso puede haber tenido una incidencia electoral muy sensible y posiblemente determinante en la ajustada victoria que lo llevó a la Presidencia de la República.

Claramente no se trató de una promesa inocente de las que hacen los políticos en las campañas electorales como la de construir un puente, remodelar una plaza, hacer un camino vecinal, un cordón cuneta, obtener una jubilación o dar un empleo público.

En este caso se trató de una mentira estratégica de un mentiroso contumaz que declara con desparpajo que “coachea” las entrevistas periodísticas y prepara sus intervenciones públicas con el asesoramiento de un grupo de técnicos y publicistas que han demostrado extrema solvencia en la manipulación de la información y en el timing de la noticia.

Si bien es muy doloroso reconocer que el presidente nos mintió sin piedad y no sólo a nosotros sino a sus más fieles votantes, su mentira parece elemental y hasta cierto punto simple -aunque nada de inofensiva- frente a inventivas más sofisticadas de la era digital, como los científicos expertos que se proclaman antivacunas, los terraplanistas o los que rechazan la inyección por el riesgo de que introduzcan en nuestra cuerpo un chip que nos convertiría paulatinamente en monos.

No se trata de idiotas o ignorantes porque muchos de los que proclaman estas barbaridades son científicos premiados, profesores y doctores con títulos prestigiosos, alentados a veces por propósitos aparentemente loables como la lucha contra el poder de las empresas multinacionales o la manipulación imperialista de los capitales sin patria.

Por el contrario, son extrañas expresiones de grupos de individuos incentivados en redes sociales que retroalimentan entre sí las mencionadas creencias infundadas haciendo para muchos de mentira verdad con el sostén de millones de reproductores que se multiplican en las nubes en el mayor engaño del que se tenga conocimiento.

Hace poco leí un resumen muy apropiado que expresa muy ajustadamente estas reflexiones. El mismo decía: “Desde esas realidades y sentimientos se fundan las noticias falsas, maliciosas o manipuladas que potencian las emociones positivas o negativas, sembradas adrede y aumentadas por las dinámicas de velocidad de internet y demás tecnologías asociadas para diseminarlas. Ello agravado en su influencia distributiva de la información con la utilización de trolls, entre otros métodos, que pueden crear o difundir mensajes falsos en internet, con contenidos diferentes como mentiras difíciles de detectar, cuya intención es provocar confusión y sentimientos encontrados en los demás, generando discusiones inconducentes, irresponsables e interminables.

Asumamos que es difícil defender un periodismo crítico y responsable, verídico y plural en un mundo en donde pueden prosperar un Donald Trump o un Bolsonaro o un embustero de cabotaje como Lacalle Pou, que envenenan la legítima disputa entre opciones diversas en una democracia madura que se precie de respetar los derechos y la inteligencia de los otros. Es difícil pero no imposible, porque hay que estar atento y denunciarlas promoviendo el repudio moral y político de tales conductas que envenenan el espíritu de la sociedad en que vivimos.

En esa tarea que supone tenacidad y valentía estamos nosotros y nuestros lectores, procurando hacer camino al andar.

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