Beijing, viernes 1º de noviembre. Se conoce el comunicado oficial de la cuarta sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista de China.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Bangkok, lunes 4 de noviembre. China y otros 14 países asiáticos acuerdan el lanzamiento de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés).
Shanghái, martes 5 de noviembre. El presidente Xi Jinping inaugura la segunda edición de la Exposición Internacional de Importaciones de China, la única en el mundo desarrollada para fomentar las compras del país anfitrión en el exterior.
La respuesta del cónclave de los dirigentes comunistas chinos reunidos en Beijing a la guerra comercial desatada por Estados Unidos, los exabruptos proteccionistas de su presidente y al enfriamiento de su propia economía fue clara y contundente: “Profundizar la apertura al resto del mundo”.
Tres días después, en la capital de Tailandia, el primer ministro chino, Li Keqiang, estampaba su firma junto a la sus colegas asiáticos para la constitución del tratado de libre comercio en la zona económicamente más dinámica del planeta.
Pasadas 24 horas, ante más de 3.000 empresas exportadoras de 170 países que se dieron cita en la exposición de Shanghái, Xi Jinping comprometía a su país y exhortaba a sus pares a “derribar muros en lugar de levantarlos. eliminar barreras comerciales, optimizar los valores globales y las cadenas de suministro, impulsando juntos la demanda del mercado”.
En menos de una semana, asistimos a tres acontecimientos distintos, pero con un mismo actor protagonista: la República Popular, que confirma sus dichos con hechos concretos, que se erige en el líder mundial del multilateralismo y del libre comercio y exhibe orgullosa los resultados alcanzados por la globalización “Made in China”.
La RCEP -el megaacuerdo de integración que no incluye a Estados Unidos- promete ser la zona de libre comercio más grande del mundo y su creación es, sin dudas, el acontecimiento económico, político y diplomático más relevante del año.
En caso que India finalmente adhiera (por ahora se ha abstenido por razones de “interés nacional”) y cuando sea ratificada la nueva alianza comercial, representará 32,2% del PIB mundial, (24 billones de dólares), 47% de la población mundial, o 3.400 millones de personas, y concentrará 32,5% de la inversión global y casi un tercio del comercio planetario.
“No habrá ningún problema para que los 15 participantes en el tratado lo firmen el año próximo”, declaró al término de la cumbre Le Yucheng, el viceministro de Asuntos Extranjeros chinos. La India será “bienvenida” si en el futuro decide sumarse a esta asociación, formada por China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, más los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean por sus siglas en inglés): Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Myanmar, Camboya, Laos y Brunéi.
China impulsa esta asociación comercial desde la reunión de la Asean de 2012 y, paradójicamente, la iniciativa que no terminaba de concretarse recibió un impulso determinante cuando, inmediatamente después de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump, en una de sus primeras medidas como presidente, ordenara la salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés)), el ambicioso tratado de libre comercio para ambas orillas del Pacífico promovido por Barack Obama como parte de su plan estratégico “Pivot Asia” para recuperar la influencia perdida de Washington y al mismo tiempo contrarrestar el protagonismo económico y político del gigante asiático en la región.
“No cabe duda de que daremos un giro hacia la RCEP si el TPP no avanza”, había reaccionado entonces el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ante el anuncio de la retirada de Estados Unidos del acuerdo transpacífico.
El proteccionismo a ultranza y la consecuente guerra comercial y las amenazas arancelarias lanzadas por Trump urbe et orbi -que determinaron la desaceleración generalizada entre las economías asiáticas- fueron el último ingrediente que faltaba para que las negociaciones del tratado comercial culminaran exitosamente.
La “santa alianza” comercial -anunciada por el primer ministro de Tailandia inaugurando la reunión de la Asean-, una vez que sea ratificada por los respectivos parlamentos nacionales, suprimirá los aranceles de casi 90% de los bienes a intercambiar por los países miembros y reglamentará también las protecciones sobre la propiedad intelectual, las inversiones y los mecanismos para la resolución de disputas.
Los críticos del RCEP le endilgan su excesiva concentración en la rebaja arancelaria y dejar de lado temas como la protección ambiental o la homologación normativa, que sí se contemplaban en el TPP. Otros minimizan el impacto que tendrá para la economía china, dado que esta ya mantiene acuerdos bilaterales de libre comercio con la mayoría de los países firmantes del RCEP y le auguran inestabilidad y desequilibrios por tratarse de un tratado que unifique a dos de las mayores economías del mundo (la superdesarrollada de Japón y la socialista “con características chinas” de la República Popular) con otras, como la comunista de Laos, uno de los países más pobres del planeta.
Lo que las críticas, justas o equivocadas, no pueden opacar es que el nuevo pacto es un espaldarazo sin precedentes a la política exterior china y, al mismo tiempo, un rotundo revés a la estrategia de Washington para aislar a Beijing en la región de Asia-Pacífico.
La influencia de Estados Unidos en esa parte del mundo seguirá siendo importante en términos de defensa y seguridad, pero, si pretende recuperar el espacio económico que supo ocupar, deberá renunciar a su enfrentamiento comercial y tecnológico con su rival, que hoy más que nunca se confirma como un adalid de la globalización, el libre comercio y el multilateralismo.
Para Robert C. O’Brien, flamante asesor en Seguridad Nacional, que representó a Estados Unidos en la reunión con la Asean, el nuevo pacto es una manifestación de la política «imperialista» china y de su estrategia de “intimidación» a otros países del sudeste asiático en las aguas disputadas en el mar de China meridional para apropiarse de los recursos naturales.
Al contrario, para Xi Jinping el tratado regional es una ulterior demostración de una política que “impulsa la firma de acuerdos libre comercio del más alto nivel con muchos más países y tiende su mano para empujar conjuntamente la globalización económica”.
Una globalización que, según la concepción china, deberá ser mucho más inclusiva y asociada a nuevas formas de cooperación internacional para reparar las asimetrías y desequilibrios del modelo hasta hoy liderado por Occidente y diseñado a su imagen y semejanza.