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La locura de la libertad y la libertad de los locos

Por Enrique Ortega Salinas.

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De Merkel a Bush y Lacalle, todos los líderes derechistas repudian que los perdedores de una elección recurran a la violencia desconociendo el veredicto de las urnas. Pero son los mismos que apoyan a la oposición cuando esta actúa de igual forma (con la dirección, organización y financiación de Estados Unidos) en Venezuela.

Tras la toma del Capitolio por títeres de Donald Trump, Nicolás Maduro tendría que preguntarles: «¿Qué se siente, colegas?».

No recuerdo a Luis Lacalle Pou condenando a la oposición venezolana por destrozar universidades, escuelas y un hospital de niños o quemar personas vivas por su condición de chavistas. Por el contrario, se suma al coro de los perdedores negando las garantías electorales en la República Bolivariana. Al igual que Trump, no da pruebas, pero también logra que miles de personas repitan su acusación sin fundamentos y de manera irracional. En ningún momento acepta que la oposición venezolana no gana por los siguientes motivos: 1) sus dirigentes se odian entre sí; 2) la gente los conoce y sabe muy bien lo corruptos y violentos que son; y 3) el afán de protagonismo les impide unirse.

Las hordas de Trump tomaron el Capitolio y varias personas pagaron con sus vidas este atentado contra el Estado de derecho; pero eso no fue lo más increíble que sucedió en Estados Unidos en enero. Lo más increíble fue que los estadounidenses comprendieran que Trump es un descerebrado peligroso recién cuando faltan pocas horas para que deje la Casa Blanca. Como que fueron un poco lentos para asumirlo, ¿no?

Ni demócratas ni republicanos repudiaron el golpe contra el Estado boliviano que derrocó a Evo Morales. Es más, lo aplaudieron. El argumento de los terroristas que tomaron la Casa Grande del Pueblo (Palacio de Gobierno que sustituyó al Palacio Quemado en 2018) fue un supuesto fraude electoral que les habría impedido ganar, falacia que Luis Almagro, cómplice necesario, se encargó de alimentar.

Estados Unidos organizó, financió y celebró el derrocamiento de Hugo Rafael Chávez en 2002, quien a las 47 horas regresó al Palacio de Miraflores tras ser rescatado por millones de venezolanos de las manos de los golpistas proestadounidenses.

Lo del Capitolio no fue algo tan grave; más bien fue algo insignificante comparado con todo el horror y muerte que ellos han promovido en todo el planeta. Pero verlos escandalizados y espantados por haber tenido que probar una cucharadita pequeña de su propia medicina es una reivindicación histórica.

 

Quien domine la información dominará el mundo

Tras ser bloqueado por Twitter y ser rechazado su intento de difundir sus teorías conspirativas por medio de Fox News, el millonario estadounidense Donald Trump anunció que competirá contra esta cadena creando un canal digital por el cual se cobrará una suscripción. También Facebook, Instagram y Google han limitado, censurado, suspendido o cancelado las cuentas del magnate, que, desequilibrado y todo, representa fielmente el sentimiento racista, xenófobo, darwinista y belicoso de la mitad de los estadounidenses.

Que los llamados demócratas sean considerados izquierdistas en la potencia norteña causa tanto asombro como hilaridad en el resto del mundo. Ambos grupos creen que Estados Unidos está bendecido por Dios para atropellar a todos los países que crea necesario a efectos de imponer sus ideas políticas y económicas. Varían en la gravedad de sus expresiones (los demócratas son más diplomáticos); pero en los hechos, son el mismo perro con diferente collar.

Las botas de sus soldados han pisado y pisoteado casi todo el planeta y Hollywood nos convenció de que era para luchar por la libertad, la democracia y los derechos humanos.

 

Los dueños de la libertad

Ahora, hablamos de la que se autodenomina la mayor democracia de la Tierra, tan demócrata que permite que los ciudadanos desconformes con su gobierno quemen la bandera de Estados Unidos frente a la Casa Blanca a modo de protesta. Incluso hoy podemos decir que supera a Uruguay en algo tan fundamental como el derecho a grabar un procedimiento policial. Los estadounidenses tienen derecho a grabar la acción policial. Los uruguayos, en teoría, también; ninguna ley lo prohíbe. Sin embargo, en por lo menos tres ocasiones en los últimos meses, los policías comandados por Larrañaga han prohibido filmar un procedimiento, han obligado a una chica a borrar lo filmado y se llevaron detenida a otra. El ministro defendió a los uniformados a pesar de que habían actuado de manera ilegal. En Estados Unidos la ley es clara: la Policía no puede tomar ni confiscar ninguno de tus videos o fotos sin una orden judicial.

Aun así, cuando los estadounidenses protestaron en las calles contra el racismo y la brutalidad policial, la represión no se hizo esperar. En Nueva York, y solo el 4 de junio, unas 250 personas que participaron de una marcha fueron detenidas.

Con respecto a Donald Trump, nos surge una duda inquietante. Es indiscutible que tiene el nivel intelectual de un primate, que sus acusaciones sin fundamento pueden provocar caos y violencia callejera, que es un mal perdedor al cual su soberbia le impide aceptar su derrota en las urnas y que no tiene prueba alguna de un complot en su contra; pero ¿está bien que las redes sociales tengan el poder de censurar sus expresiones?

Cuidado con dar una respuesta rápida motivada por la aversión que nos produce este gorila con dinero y poder, porque ahora es contra Trump, pero mañana podría ser contra un líder demócrata, y no me refiero a lo que ellos consideran como tal, sino a un líder democrático en serio.

 

Yo, el supremo

Facebook puede controlar la difusión de cada comentario que surja en su poderosa red. Quienes la manejan tienen la posibilidad de hacer que una idea se dispare y se multiplique o que muera a poco de nacer. Quitarle a un político la posibilidad de expresarse por Twitter, Facebook o Google equivale a cortarle ambos brazos. Que semejante poder de censura lo tengan personas que no han titubeado en vender al mejor postor nuestra información personal no es nada bueno para la democracia mundial.

Hoy puede ser Trump o Bolsonaro; pero mañana quizá se borre del mapa digital a personas decentes y honorables por el solo hecho de manifestar ideas que van en contra del poder establecido.

Julian Assange, director de WikiLeaks que hiciera públicas algunas informaciones que dejaban mal a Estados Unidos y otras potencias aliadas, lleva años intentando zafar de las garras del imperio y sabe que si lo extraditan a la tierra del Tío Sam, le espera la pena de muerte. Tanto el australiano como la exmilitar Chelsea Manning y el exanalista de Inteligencia Edward Snowden (estos dos últimos, estadounidenses) han sido encarcelados y perseguidos por haber divulgado documentos que dejaban en evidencia los sucios manejos de espionaje de la potencia más poderosa de toda la historia de la humanidad. Los tres han sido nominados al Premio Nobel de la Paz versión 2021; pero ya veremos si hay coraje en la fundación como para hacer justicia moral con estos tres héroes.

De lo que no cabe duda es que no escucharemos a Luis Lacalle Pou expresarse públicamente a favor de esta nominación. Tampoco es que al mundo le importe mucho su opinión. Como sea, a los uruguayos les preocupa más que su gobierno ha tardado en conseguir vacunas en plena pandemia porque se empeña en no comprar la de países no derechistas. Prefiere la más cara con tal de no dar el brazo a torcer; pero quizá el virus cause tantos estragos en las próximas semanas (ojalá que no) que tenga que tragarse su locura ideológica y comprar donde pueda y de urgencia.

Al margen de ello, sería una buena cosa que el Nobel de la Paz recayera en quienes se animaron a denunciar los abusos imperiales. Sería bueno para la libertad de expresión y para la democracia, no solo de Estados Unidos, sino del mundo. Lo que no es bueno, y resulta muy peligroso, es que se le nieguen micrófonos o se le cierren cuentas a Trump, por más enfermizo que resulte leerlo o escucharlo.

Todo derecho debe tener un límite en una sociedad que se precie de civilizada. Por ejemplo, no estaría bien que YouTube o Google continuaran permitiendo la difusión de videos que inciten al suicidio o la fabricación de artefactos explosivos; pero censurar al presidente saliente por denunciar fraude sin pruebas es algo que habría que considerar cuidadosamente. La responsabilidad ante la justicia sí puede caberle tanto como a Luis Almagro por el caos que sembró en Bolivia de la manera más artera; pero aquí hablamos de que, por ejemplo, Mark Zuckerberg, uno de los fundadores y creadores de Facebook, con solo 36 años es una de las pocas personas con el poder de orientar a la opinión pública de todo el planeta.

Trump y Bolsonaro representan lo peor de la especie humana, pero ojalá la frase atribuida erróneamente al francmasón, filósofo, abogado e historiador François-Marie Arouet (Voltaire) nos sirva de guía: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

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