En la novela de la vida nos hemos convertido en un país dividido casi a la perfección en dos mitades. No sé muy bien qué ideas separan efectivamente a una mitad de la otra, no en términos de castas políticas ni de intereses de los consabidos malla oro, sino en cuestión de simple ciudadanía de a pie. No sé muy bien qué me separa a mí (al final del día, como se dice hoy) de mi vecino, de mi compañera de trabajo, de las madres y padres de mis hijos, y de tantos uruguayos a los que no conozco, a los que probablemente no conoceré jamás en persona, pero a quienes me une una misma y visceral condición. La condición de humanidad, de existencia, de trabajo, de persistencia y de sacrificio, de lucha por el pan cotidiano, por el proyecto de vida, por la concreción de las más profundas y soterradas ilusiones. La condición final del destino compartido, en suma. No hay tantas cosas que me puedan separar de cualquiera de mis conciudadanos de a pie, por lo menos si pienso en esa condición última, que es la más importante, la más honda y definitiva, la que queda después de haber retirado, una por una, las consignas, los trapitos de colores, las banderitas y las banderolas. No estoy hablando de suprimir ideologías o convicciones, sino de asumirlas desde la construcción y no desde la destrucción, desde el diálogo (casi obligado a estas alturas, habida cuenta de la paridad en el voto, al que no debería hacer caso omiso ningún actor político), y no desde la famosa y desdichada grieta; hablo de leer con honradez y valentía el resultado del reciente referéndum, porque al fin de cuentas, la mitad de una nación sigue siendo la mitad de una nación, de este y de aquel lado del mostrador. No me refiero a las castas políticas y a los malla oro, que pertenecen por definición a élites o minorías privilegiadas, enroscadas en determinados estratos de poder y que, al menos en el caso de los políticos, dependen casi enteramente, para poder llevar adelante sus propósitos, del voto que les pueda prestar Juan o Juana Pueblo. Pero el voto es, precisamente, una de las paradojas de este referéndum, puesto que pocas veces en nuestra historia se habrá dado un resultado tan parejo como revelador. El voto es en el fondo una pugna radical entre la realidad y la interpretación, la realidad y el cansancio, la realidad y el país que queremos. Entre tales extremos nos movemos. Sin embargo, en el país que queremos queda siempre, como precipitado final, la pura y dura vida cotidiana, que no me diferencia demasiado a mí del resto de mis conciudadanos, ni en la capital ni el más alejado rincón del campo oriental. Claro que las paradojas no se terminan en la sola expresión del voto. Por debajo subyace un universo de cuestiones que deberíamos abordar, no en el enfrentamiento y en el odio, sino como nación. Entre esos datos subterráneos, hay algunos que hacen erizar la piel. Según mediciones del Ministerio de Desarrollo Social, en el período 2006 a 2019, los departamentos con mayor porcentaje de pobreza son, en Uruguay, Rivera (9,2), Treinta y Tres (8,7), Artigas (7,1), Cerro Largo (6,3), Durazno (6,2), Tacuarembó (6,2) y Montevideo (8,1). Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística (a través de la Encuesta Continua de Hogares) publicó, en marzo de 2021, un informe según el cual los mayores valores en la incidencia de pobreza se registran en el departamento de Cerro Largo con niveles superiores al 13%, seguido de Rivera, Artigas, Salto y Paysandú. Los niveles más bajos corresponden a los departamentos de Maldonado y Florida con incidencias de 3,4% y 3,8% respectivamente.
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El No resultó ganador, y obtuvo abrumadora mayoría precisamente en los lugares más pobres (Rivera 74,5, Artigas 67,8, Cerro Largo 61.8, por dar los ejemplos más notorios). Véase que no estoy hablando de opiniones, sentimientos o pasiones de tal o cual signo político, sino de puros y duros números, emanados los unos de metódicas investigaciones oficiales y los otros del conteo de votos emanados de las urnas. El No tuvo fuerte votación entre los más pobres, a pesar de que, como se ha analizado hasta el hartazgo por parte de los más connotados expertos y especialistas, entre los que se encuentran representantes de numerosas y prestigiosas organizaciones sociales, los artículos de la LUC sometidos a referéndum no introducen ni una sola mejora en términos de desarrollo social y de Estado de bienestar, antes al contrario. ¿Qué sucede en esos departamentos? Veamos una muestra. De acuerdo a informe de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Observatorio Territorio Uruguay, 2020, en relación a los servicios básicos de los hogares, en el Departamento de Rivera el 49,6% carece de conexión a red general en la evacuación del sistema sanitario. El 0,5% de los hogares no tiene energía eléctrica para iluminar. El 8,9% de los hogares no tiene conexión a la red de agua potable para beber o cocinar. El 2,7% de la población mayor de 15 años de Rivera es analfabeta (uno de los porcentajes más altos del país). El 11,4% de la población entre 25 y 65 años tiene estudios terciarios, y este porcentaje es mayor en las mujeres que en los hombres (13,7% y 8,9% respectivamente). El promedio de años de educación de las personas de 25 años y más es de 8,1 años, lo cual indica que Rivera está dentro de los tres departamentos con menor cantidad de años de estudio en promedio (Montevideo lidera este indicador con 10,9 años). Los indicadores del mercado laboral muestran que la tasa de actividad y empleo se encuentran por debajo del promedio país, 55,2% y 50,4% respectivamente. La tasa de desempleo se ubica en 8,7%, valor menor que el promedio nacional. Por otro lado, tiene uno de los porcentajes más altos del país en términos de informalidad: el 42% de las personas ocupadas no hicieron aportes a la seguridad social. Todas estas son cifras oficiales que cualquier interesado puede corroborar.
Además de las mediciones de la línea de pobreza, preocupantes de por sí, y lo ya expuesto, hay que tener en cuenta otros datos. La gente votó mayoritariamente el No en los departamentos aludidos, en los que predomina el latifundio, a pesar de que muchas organizaciones han denunciado el desmantelamiento del Instituto Nacional de Colonización, único instrumento de acceso a la tierra para todos aquellos que no tienen la posibilidad de comprarla o heredarla. El No tuvo votación mayoritaria, en suma, en aquellos lugares del país donde el acceso a la tierra es crítico, por no decir imposible, para la inmensa mayoría de la población, contrariando así por su base el precepto artiguista de que “los más infelices sean los más privilegiados”. Pero una cosa es la controvertida ley y sus objetivos, entre los que no se encuentra por cierto la función social de la tierra, y otra cosa es el voto de la población. Los vínculos entre ambas dimensiones son los que deberíamos estudiar más a fondo, y además divulgarlos. Al fin y al cabo, en eso, en el conocimiento de los males y dolores de nuestros compatriotas, de sus carencias, opresiones, sumisiones y situación de abuso, radica una gran parte de lo que denominamos proyecto, futuro, porvenir, no solamente a título individual, sino también como nación. No me cansaré de repetirlo. Es ese el resultado verdaderamente preocupante. Es ese el resultado al que debemos atender, no desde las trincheras de una grieta mezquina, erizada de odios y de intenciones de daño, sino desde el más elevado sitial de una ciudadanía lúcida y responsable. Ya decía en su momento el socialista Emilio Frugoni que “no hay mayor dictadura que la de la miseria. Ella lleva en si el origen de todos los renunciamientos y el germen de todas las sumisiones”. Frugoni dijo también, el 22 de febrero de 1912: “Yo tengo la persuasión de que si el progreso humano no va a pasos más acelerados, es porque toda una parte de la humanidad permanece rezagada mientras la otra intenta avanzar. Los prejuicios y supersticiones que el hombre no se cuida de desarraigar de su cerebro van a transmitirse a las generaciones futuras, a nuestros hijos, transustanciados esos prejuicios y esas supersticiones en instintos o en sentimientos”.