Por Meri Parrado
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Se estima que cada año, aproximadamente 4.000 personas son liberadas del sistema carcelario de nuestro país. Al salir, muchos de ellos no tienen a dónde ir, ya que han perdido el contacto con sus familiares, y no tienen medios inmediatos para acceder a una vivienda. Algunos, hacen de la calle su nuevo hogar, y en algunos casos, les cuesta visualizar otra solución que no sea volver a su anterior casa: la cárcel. En este contexto, surge La Posada de Camino que tiene como objetivos principales revertir esta situación inicial que muchos exreclusos transitan al estar del otro lado de las rejas, y apoyarlos en los procesos de cambio y de reinserción a la sociedad. Allí encuentran un lugar para dormir, comer, contención, y herramientas para poder salir a buscar trabajo, recomponer sus vínculos afectivos y enfrentar la vida.
La posada
Sobre las 14 horas el ambiente en la posada se presenta concurrido, pero en armonía. Varios huéspedes nos saludan de forma amigable y con respeto al notar nuestra presencia. Es un lugar amplio, luminoso, con habitaciones para dos, tres y cuatro personas. Cuenta con un gran espacio común con mesa de ping-pong, y un rincón de lectura.
Algunos se encontraban culminando las tareas de limpieza de la cocina, otro grupo conversaba sobre el nuevo trabajo de un compañero. Algunos realizaban actividades de recreación como ver televisión, y alguna ronda de mate. «Tengo los pies arriba de la mesa porque tengo una lesión y deben estar estirados», se disculpa un huésped que lee un libro en el living de la posada. Así comenzamos a transitar el espacio, y a ser testigos de esa cotidianeidad.
La Posada de Camino fue construida por personas privadas de libertad del Polo Industrial de Santiago Vázquez, y depende del Ministerio del Interior y de la Dirección Nacional de Apoyo al Liberado (Dinali). Es un dispositivo de convivencia mixto, que cuenta con capacidad para albergar a 60 personas, y representa una medida transitoria, lo que significa que pueden permanecer allí entre 90 y 120 días. Según contó Jhon Manzzi, el director del establecimiento, actualmente hay 47 personas viviendo en la posada, pero ya han transitado cerca de 100 desde su inauguración en el mes de mayo del año pasado.
Las tareas de este hogar son autogestionadas por quienes viven en ella. Los propios huéspedes llevan adelante la limpieza de todos los espacios, la preparación de las cuatro comidas diarias, así como la compra de los insumos necesarios. Estas tareas se planifican semanalmente en función de los trámites o actividades que tenga que realizar cada uno. «Cuando ingresan acá firman un contrato de convivencia con reglas, derechos y obligaciones dentro de la posada. Deben cumplir con las actividades planteadas, participar en la gestión de la comida y la limpieza, y adherir a un proceso de trabajo con el equipo», explicó.
La estadía en la posada es únicamente por voluntad, quien no se adapte al proceso o solucione su situación puede irse. Quienes se quedan deben adaptarse a las normas de convivencia. «Durante el día pueden entrar y salir cuando quieran, pero a la noche tienen que ingresar antes de las 23 horas y, si llegan más tarde, el motivo debe ser justificado y autorizado por el equipo. También pueden recibir visitas con coordinación previa», agregó el director.
Con respecto al vínculo con el barrio, Manzzi aseguró que el proyecto cuenta con la aceptación de los vecinos. «Previo a la inauguración de la posada se hizo un trabajo de informar al barrio sobre este proyecto, se los invitó a visitarlo y tuvimos una instancia de intercambio con ellos. Incluso muchos vecinos se acercaron a ofrecerse para colaborar con determinadas actividades».
Hacia procesos de cambio
Manzzi explicó que las personas recientemente liberadas del sistema penitenciario, al egresar, se encuentran en situación de vulnerabilidad y que además de la dificultad más importante, que es la solución habitacional, tienen problemas para acceder a un trabajo, problemas de salud, de consumo problemático de sustancias, conflictos familiares, entre otras cosas. «Acá se trabaja en los aspectos generales como la convivencia, hábitos, resolución de problemas; y en lo individual mediante un equipo de referentes que se le asigna a cada persona para trabajar en la situación de cada uno que tiene que ver con capacitación, salud, vínculos familiares, inserción laboral, y orientación legal. La idea es trabajar sobre las dificultades que cada uno tiene e intentar revertir la situación para que no cometan los mismos errores», contó el director.
El director contó que la mayoría de las personas que llegan a la posada lo hacen mediante el equipo de preegreso que analiza la situación de reclusos y reclusas que están a 6 meses de ser liberados. Este equipo los capta, trabaja con ellos y los deriva a la posada donde se evalúa si tienen el perfil indicado para convivir en ese espacio. Otros se acercan por voluntad propia cuando egresan del sistema carcelario. «Acá no se filtra el ingreso según el delito que cometieron, cualquier persona recientemente liberada puede acceder a la posada», afirmó.
Según Manzzi, conseguir un empleo es otra de las grandes preocupaciones de quienes acuden a la Posada de Camino. En algunos casos, a la falta de formación y capacitación, se le suma el estigma de ser exreclusos y esto sin duda dificulta la posibilidad de ser contratados. «La gran mayoría nunca trabajó o tuvo experiencias laborales muy cortas. Acá los ayudamos a formar ese perfil laboral, pueden acceder a capacitaciones y talleres que tenemos en convenio con Inefop, se les ayuda a armar un currículum y se los orienta en todo lo necesario para que puedan acceder a un trabajo».
Muchos de los participantes de este proyecto se han adherido al plan de pasantías laborales de Dinali y, de esta manera, accedieron a su primera experiencia laboral. Según datos aportados por el equipo técnico, el año pasado trabajaron en este programa de pasantías cerca de 79 personas en Montevideo y 80 en el interior. «La idea de este año es implementar un polo industrial para los liberados», adelantó Manzzi.
La buena convivencia en la posada es otra característica del proyecto para destacar. «Es un lugar donde conviven 47 personas con diferentes historias de vida y personalidades que son parte de una población con dificultades. Aun así, nunca se presentaron situaciones de gravedad. Se generan situaciones comunes de convivencia que el equipo trata de resolver mediante el diálogo y la mediación».
El equipo técnico que acompaña el proceso de los beneficiarios del proyecto está compuesto por un psicólogo, trabajadores sociales, educadores sociales, y un estudiante de la licenciatura en Enfermería.
Del otro lado
En estos ocho meses de duración del proyecto han pasado aproximadamente cien personas por la posada. Durante este tiempo aproximadamente 30 personas completaron el proceso y egresaron de la posada, y otras 15 están próximas a dar el paso. Algunos de ellos al llegar no tenían nada, y durante el proceso lograron hacer un cambio, conseguir empleo, y posteriormente recomponer sus vínculos familiares. Dejar la posada implica ese gran paso para enfrentar un nuevo comienzo al estar del otro lado, siempre sabiendo que las puertas de este hogar no se cierran. «Este programa genera mucha referencia con la institución. Una vez que dejan la posada, continúan el proceso de trabajo y acompañamiento más a largo plazo con el equipo de referentes», explicó.
El director aseguró que, de acuerdo a los resultados de estos meses, se podría confirmar el éxito del programa. «En función de cómo se han adaptado las personas al proyecto, cómo lo valoran, y sus propios testimonios, podemos afirmar que con apoyo, contención y acompañamiento pueden salir adelante. Estos meses nos demostraron que vale la pena el esfuerzo y el trabajo realizado por el equipo. Es cuestión de generar oportunidades y que sean aprovechadas», concluyó Manzzi.
Dar el paso

Foto: Verónica Caballero
Pablo tiene 34 años y hace 4 meses llegó a la posada. Sin hogar, sin trabajo, y con una situación «complicada» con sus hijos. Todo indicaba que había un largo trecho para lograr llegar a la meta: salir adelante de forma independiente, sin reincidir, y pasar tiempo con sus hijos. Pablo está llegando y lo transmite entusiasmado. Actualmente trabaja para el proyecto de barrido del Municipio CH, y está juntando para armar su nuevo hogar. Ademas, Pablo se anotó para terminar el liceo, y también en un taller de Dinali para aprender un oficio.
«La Posada es un proyecto buenísimo que a mí me dio mucho. El equipo de trabajo nos apoya y están pendientes de todo lo que necesitamos. La convivencia es buena, hay algún problema que otro pero normal, nos llevamos bien. Hacemos todo entre todos, cocinamos y limpiamos», contó.
La rutina de Pablo comienza a la madrugada. «Me levanto a las 6 para ir a trabajar y vuelvo a las 13. Después acá tenemos que dedicarnos a las tareas comunes, y también tenemos reuniones con nuestros referentes con quienes hablamos sobre cómo nos va en el trabajo y sobre nuestras situaciones personales», contó.
«En lo personal me ayudó mucho esta experiencia. Estamos contenidos, si te ven mal te llaman a la oficina para hablar e intentan ayudarte», valoró.
«Yo tengo que salir a alquilar y me estiraron el plazo de la pasantía un mes más para que con ese sueldo pueda comprarme la garrafa y otras cosas que preciso», agregó.
Pablo se muestra seguro y nos cuenta con alegría que esta semana sus hijos vinieron a la posada a pasar el día con él. «Estoy preparado para salir, es un paso importante y va a ser complicado pero sé que el apoyo de la posada y de los referentes va a seguir estando. Va a estar todo bien», dice con una sonrisa de esperanza.