Es difícil, para los que lo amamos entrañablemente escribir sobre Fidel pensándolo como ausente.
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Hoy hace 4 años de su fallecimiento y aunque la noticia, para los sempiternos enemigos de la Revolución y sus ideas sea un hecho festivo, para los que crecimos amparados en su guía, este 25 de noviembre es, a no dudarlo, un nuevo y permanente llamado a todos los combates que aún nos restan por librar.
Fidel no se ha ido y con seguridad no se irá nunca, está allí en el corazón de varios pueblos, porque fue el conquistador de muchas almas.
Considerado un hombre por encima de su tiempo, hizo de la acción revolucionaria una vocación permanente e incansable.
Es, como reseña hoy el diario Granma, un verbo presente, una isla, un continente y todo aquello que pueda condensarse en la esperanza y la transformación de esos mundos donde su voz y sus ideas hallaron el más fértil de los terrenos.
“Es el mérito ganado para quien supo amar y fundar. Un hombre por encima de su época y de su obra. Un hombre que no cabe en una crónica, ni en un libro. Un hombre que es una Isla y un continente. Un hombre verdad y justicia”.
A Fidel intentaron matarlo centenares de veces, fue la obsesión permanente de los servicios secretos norteamericanos, ese mundo encapsulado de miserias que siempre apostó a destruir lo que, desde el llano y la Sierra, los barbudos y luego los hijos de ellos, supieron ir construyendo.
Fidel no necesita, nunca fue necesario hacerlo, palabras grandilocuentes que lo nombren, ni lo enaltezcan.
Martiano hasta la médula, Fidel amalgamó el sueño de los independentistas cubanos con las aspiraciones a las que nos convocaran los hacedores de esos fantasmas que, a pesar de los pesares, aún recorren y alimentan las esperanzas de estos mundos donde siempre los más desposeídos han sido los menos privilegiados.
Fidel no está muerto, está en todas partes y junto a él estamos nosotros, aquellos que, diseminados por el mundo, le seguimos diciendo: Comandante en Jefe, Ordene.