El gobierno conservador frente a una pandemia que ha cambiado el rostro de la nación viene aplicando la astucia frente a la inteligencia, sin querer reconocer el fracaso cultural de la resistencia al virus: la mayoría de la población no está convencida y no acata la estrategia planteada.
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El gobierno intenta vender una imagen de seriedad ficticia. Simples máscaras de la seriedad adquiridas en la feria.
Porque parece claro que buena parte de la población no respeta los cuidados necesarios para evitar el contagio del prójimo.
Y no los respeta porque no cree en la gravedad de la situación. Porque Lacalle y su agencia de maquillajes no han sabido encontrar la fórmula de la persuasión para obtener la credulidad colectiva.
¿Dónde, entonces, reside el error? La urdimbre conceptual de esta calamitosa pandemia exige transparencia y sobre todo información honesta y precisa, información clara, contundente y, además, más información.
Hoy podemos afirmar que los dolores que nos quedan son la información que nos falta. La estética de una información avara, incompleta y elusiva es la que predomina en las noticias del gobierno coloreado.
Es hora, señor presidente, ante la gravedad de la situación, que nos haga creer a todos, con información completa, fundada y con pruebas fehacientes, que los hisopados de 35 ciclos no tienen errores del 97% como afirman los científicos negacionistas, que no se trata de una simple gripecita como sostiene la escuela paranoica, que los decesos por covid-19 son tragedias causantes por ese virus y no por otras causas como declaran los “médicos por la verdad”, que los tests no pueden obligar a un peregrinaje de 4 o 5 días para que los lleven a cabo, que las vacunas para inmunizar al pueblo uruguayo serán aplicadas de inmediato como lo están haciendo nuestro hermanos latinoamericanos. Será esta la única forma para que los descreídos vuelvan a creer, como en el primer mes de la pandemia, cuando no se veían autos ni peatones en las calles. La callada por respuesta ante el aluvión de razones negacionistas, no es la solución.
No basta con el informe diario, que ni siquiera durante los primeros meses exhibía la edad de los decesos, hoy situación corregida tardíamente.
Gobernar es hacer creer y la única forma de convencer a los que no cumplen los cuidados reclamados, es probar que todas esas afirmaciones negacionistas no tienen fundamento alguno y, si lo tienen, se impone un cambio de estrategia.
Es su oportunidad, señor presidente, apelando a la transparencia, de torcerle la mano a esa información avara que nos brinda día por día, decidiéndose a incluir en ella todos los elementos que hoy se retacean, para que el pueblo crea en la bondad de los hisopados, en la causal real que produjo los decesos, en la aplicación inmediata de los tests a todo aquel que porte los síntomas del mal.
Durante muchos meses nos sedujeron con el retintín oficial de Uruguay como excepción mundial ante la tragedia sanitaria. Olvidándose de que si la población, en especial la juventud, no era persuadida con información y pruebas de la gravedad virósica, dejaríamos de ser el ejemplo planetario que declamábamos.
La información rutinaria brindada en dosis homeopáticas no pudo ni convencer ni evitar los resultados espantosos de hoy, cuando se ha perdido la tercera parte del hilo epidemiológico.
Aun contando los meses de levedad de la pandemia en el país, y con solo 2 meses graves en 10 meses computados, Uruguay está en la lista de las Naciones más afectadas por la emergencia sanitaria. Con 654 infectados y 7 decesos cada 100.000 habitantes nuestro país tiene un 500% más de infectados y un 600% más de muertos que Cuba, un 600% más de enfermos y un 300% más de fallecidos que Nicaragua, un 100% más de afectados y un 110% más de decesos que Venezuela. Tenemos la misma cantidad de infectados que China, pero un 2.000% más de muertos cada 100.000 habitantes que el gigante asiático. Si seguimos analizando esas comarcas, Vietnam tiene 5 veces menos infectados y 20 veces menos muertos que nuestro país. En la vecina Camboya, menos de la mitad de enfermos y un 700% menos que los fallecidos uruguayos. Indonesia, la mitad de infectados aunque 2 muertos más que nosotros cada 100.000 habitantes. Mientras, Japón tiene tres veces menos infectados y menos de la mitad de fallecidos que Uruguay. Nueva Zelanda 1.400% menos infectados y 1.200% menos muertos que nuestro solar, mientras que Australia registra 600% menos de afectados y un 100% menos de decesos que la Banda Oriental. Y la lista es interminable, Corea del Sur, Malasia, Mongolia, Tailandia, Taiwán, Nigeria, Egipto, Congo, Pakistán, Filipinas y muchos países más que registran menos de la mitad de infectados y fallecidos que nuestro Uruguay. Y si contáramos solo los infectados y fallecidos en los dos últimos meses, nos encontraríamos en el top ten de los peores países afectados por la epidemia. Y el presidente en un acto de euforia irresponsable se congratuló el miércoles en la conferencia de prensa porque no habíamos llegado a los 1.500 infectados diarios.
Es la oportunidad del presidente de resignar todo triunfalismo y aportar estas cifras oficiales de la OMS para obtener un giro copernicano en la credulidad de nuestro pueblo.
El escenario nos muestra un 2021 en que campean 4 escuelas de pensamiento sobre la pandemia. Los negacionistas que la comparan con una simple gripe, los paranoicos que creen en el complot universal, los ortodoxos que siguen a la Organización Mundial de la Salud y a los Ministerios de Salud Pública de los 194 Estados con representación en las Naciones Unidas y los cartesianos que utilizan la duda y el error en busca de la verdad.
Yo me suscribo al pensamiento cartesiano, me alejo de los paranoicos, no creo que sea una simple gripe como proclaman los negacionistas y percibo que la OMS y los MSP del mundo ocultan, con honrosas excepciones, parte de la información.
El presidente Lacalle debe aprovechar esta emergencia para explicar la seguridad de los hisopados. Científicos reconocidos afiliados al negacionismo afirman que los tests de solo 35 ciclos, como el uruguayo, sufren un error del 97% y solo el 3% de los que dieron positivo lo son en la realidad.
Aunque entendamos que este postulado es un disparate, este apotegma ha sido escuchado en las redes por millares de uruguayos, muchos de los cuales lo creen. Lo que corresponde es refutarlo con argumentos y pruebas, para ganar conciencias con responsabilidad. No ocultarse en el silencio.
También debe informarse con transparencia qué enfermedades preexistían en los fallecidos y si fue o no la covid-19 la causa real del deceso. Muchos científicos afirman que la mayoría de las muertes atribuidas a la epidemia responden a otra causal. La población tiene derecho a conocer las enfermedades previas de los decesos y no cuesta mucho añadir al dato de la edad, la enumeración y el grado de otras dolencias o aclarar que en todos los casos informados no existía enfermedad importante que nos llevara a la duda de la causal desencadenante.
Algo más, de nada sirve la información si la gente con síntomas debe cansarse recorriendo lugares para que los testeen. Conozco personas que han destinado hasta 5 días en busca de un test y los derivan de un lado al otro. Hay que informar diariamente los lugares de testeo público e inmediato.
Solo con información precisa y detallada, sin manipulación ni ocultamientos, refutando con fundamento, indicios y calidad de la prueba las tesis negacionistas, se podrá convencer a los que no cuidan ni su saludad ni la de los que los rodean de que a la pandemia hay que respetarla.
El tema de la vacuna es distinto. Están los temerosos que dicen, que primero experimenten otros y después decido, están los que no creen en su eficacia, y los que sostienen que no es una vacuna sino otro invento y también están los que simplemente son antivacunas y ni siquiera usaron la de la gripe. Tampoco se puede ser tan irresponsable de afirmar como hicieron el martes en el Parlamento que existe un plan para vacunar a casi 3 millones de uruguayos, cuando ni siquiera se sabe qué vacuna se comprará, cuántas dosis se adquirirán, cuándo se concretará la operación y cuándo finalmente comenzará su aplicación y cuánto durará su ejecución en todo el país. Aquí faltó la inteligencia pero también desertó la astucia. La humildad, de la que carece este gobierno publicitario, sería lo que más le convendría practicar.
Se puede adoptar la posición que se quiera, ya que la vacuna no será obligatoria ni costará un penique, pero no hay argumento razonable, aun con posibles efectos secundarios, para que los adultos mayores de alto riesgo con enfermedades preexistentes no se la apliquen.
No hay excusa que justifique esta demora en obtener la vacuna cuando ya son muchas las naciones latinoamericanas que la están aplicando.
El presidente intentó el miércoles justificar el secreto que rodea las tardías negociaciones con los laboratorios explicando que es la única forma de “colarse entre las grandes naciones para obtener algo”. No fue lo que hicieron países con menores espaldas que ya la están aplicando. Por otra parte no se entiende cómo se deja de lado la muy buena tradición uruguaya de dejar en manos de los expertos de Salud Pública la aprobación de todas las vacunas que circulan en territorio uruguayo. Se le quita al ministerio especializado en la materia esa facultad que es asumida por el presidente y su secretario. Y sin explicación alguna. La mujer del César no solo debe serlo sino parecerlo. Y esa subrogación innecesaria alienta la difusión de sospechas, en las que no creo, pero que contribuyen a sembrar dudas en una población cooptada por la incredulidad.
El presidente Lacalle debe dejar de poner el piloto automático al avión del país y, apelando a la transparencia, en guerra contra el secreto, admitiendo los errores y retrasos, intentar persuadir al pueblo de que unidos y solidarios podemos superar este pandemonio incontrolable.
Se trata de vivir o morir.