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Laicidad, Gramsci e izquierda-derecha

Por Rafael Bayce.

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Existe hoy, a nivel de redes sociales y de medios de socialización política informal, un grueso paquete de discusiones -poco ilustradas, para neófitos en filosofía y en ciencias sociales, básicamente para adherentes y militantes partidarios- que abarcan dos puntos muy importantes y profundamente conectados; y que merecen mejores insumos para los interesados.

Uno, la defensa actual de la laicidad en el sentido dado al término por la ‘nueva derecha’, como anticomunismo o antimarxismo, pieza relevante dentro de una sorda batalla cultural izquierda-derecha desatada ya hace años, pero formalmente intensificada en reuniones de think-tanks globales desde 2019, con seudópodos nacionales varios.

Dos, la denuncia de un supuesto exitoso ataque subversivo del ‘comunismo’ en el Uruguay de los 60-70, ataque que, fortalecido por el ciclo de gobierno del FA, se habría vuelto un dogmatismo hegemónico en la educación, las artes y las letras. Ese intento habría sido supuestamente inspirado por la teoría de la hegemonía cultural del marxista italiano Antonio Gramsci, uno de los más valiosos cuestionadores de la precedencia estratégica de la ‘infraestructura’ sobre la ‘superestructura’ como herramienta de crítica y cambio, que fue la ortodoxia marxista hasta los años 60 en el mundo, y que duró más que eso dentro de una izquierda uruguaya que nunca fue gramsciana, sino empecinadamente ‘infraestructuralista’ estratégica. Veamos.

 

Sobre los avatares de los contenidos y prácticas de la laicidad

Más allá de sus variables contenidos teóricos y prácticos, la reivindicación de la ‘laicidad’ es un producto del iluminismo y del liberalismo derechohumanistas que afirma la defensa contra los dogmatismos y las exclusividades y monopolios de las ideas, y de su comunicación formativa de las mentes y corazones. En sus comienzos, la laicidad es una herramienta iluminista derechohumanista anticlerical alegadamente contraria al monopolio y dogmatismo religiosos, típico del mundo que se iba. En Uruguay, constitucionalmente católico desde 1830, muy anti-artiguistamente, recién la constitución de 1918 consagra la libertad de cultos, aunque realmente la implementa desde la de 1934.

Ese primer contenido anticlerical del laicismo, sin embargo, será un significante perenne para significados variables.

En ese mismo Uruguay, el catolicismo lo blandió en defensa de la libertad de enseñanza, ya autodefinida como laica por garantizar el desmonopolio clerical.

Pero, ante el regreso de la educación religiosa en la Argentina de 1943, los laicistas uruguayos reafirman su laicidad como antidogmatismo religioso y formativo, y agregan al elenco de los dogmatismos anti-laicos a “las dictaduras de derecha de tipo nazi-fasci-falangistas”. Curiosamente, exceptúan de la lista a los “principios marxistas”, porque “a nadie que encare el destino humano con interés y amor puede ocultársele toda la elevación trascendente y el idealismo que para la futura condición humana pueden llevar en sí mismos los principios marxistas” (Francisco Araúcho, 1947). Se consolida, entonces, el laicismo como una antidogmática religiosa, el rival original, pero también como antidogmática filosófica y política.

Que cambia otra vez de contenidos, al menos desde 1972, “como defensa del derecho a la libertad, lucha contra el dogmatismo político de los Estados totalitarios: nazismo, fascismo y marxismo… como ayer frente a la religión” (Guillermo Ritter). La religión es el enemigo inicial, luego los religiosos postergados por la laicidad educativa la enarbolan, más adelante se agregan los dogmatismos de derecha europeos, sin incluir al marxismo, en los 40; pero ya está integrado a la lista de dogmatismos y totalitarismos anti-laicos en los 70.

Finalmente, hoy, el enemigo, en los contenidos de los laicistas militantes más vociferantes, es el dogmatismo y totalitarismo de izquierdas, supuestamente incrustado en el sistema educativo, en las artes y letras, el que se vuelve ahora el antilaicismo dominante en las argumentaciones del centro-derecha y de las nuevas derechas.

Con argumentos muy parecidos, la dictadura cívico-militar uruguaya intervino el sistema educativo y aterrorizó con requisas y cierres a instituciones y personas de izquierda, en el intento de erradicar los focos subversivos que podrían alimentar futuros sediciosos, como prolija asepsis final prospectiva del éxito antisedicioso.

La palabra ‘laicidad’, como ‘libertad’, cobija los más diversos contenidos: el antidogmatismo religioso primigenio; luego, el antilaicismo por anticlerical; después, los dogmatismos religiosos y de la derecha europea pos-Primera Guerra Mundial; en los 70, religión y dogmatismos totalitarios de derecha e izquierda; en el debate actual, solo contra los dogmatismos de izquierda. La realidad es dinámica y dialéctica.

 

De Gramsci y su supuesta influencia en la hegemonía zurda hoy

Imaginemos por un instante que a un historiador político en el siglo XXII (sí, 22) se le ocurriera una aguda hipótesis de investigación según la cual en el siglo XXI hubo una hegemonía educativa y cultural de las izquierdas; y que esa hegemonía se inspiró en la teoría del italiano Antonio Gramsci, según la cual la ortodoxia marxista que postulaba la revolución de la ‘infraestructura’ como estrategia de cambio anticapitalista estaría equivocada, y que solo cambios en la cultura cívica y política, de la ‘superestructura’, resultarían en cambios duraderos y sólidos. Sería una investigación retrointeresante, pero que supondría una grave pérdida de tiempo y dinero académico porque sería falsada como empíricamente incorrecta. Para ahorrar ese tiempo y dinero resumamos las falsedades empíricas, históricas, de la hipótesis.

Uno, Gramsci no se conocía. Gramsci y su teoría de la revolución con necesaria inclusión de la búsqueda de una hegemonía superestructural complementaria de la infraestructural económica y de la política, jamás, nunca, fueron conocidas o invocadas por quienes fueran adoptando ideas y/o prácticas de izquierda en Uruguay. De los que no se conocían doy fe como catedrático de Teoría Social en Udelar. Desde 1991 hasta 2013, balanceé la ortodoxia infraestructuralista (i.e. Lukacs) con la disidencia superestructuralista, luego continuada por una suculenta lista de autores, desde Bernstein, Escuela de Fráncfort y Escuela de Birmingham como estandartes. Los entusiastas investigadores retro no podrán encontrar un solo documento escrito, oral, o más reciente audiovisual, en que Gramsci sea invocado como musa inspiradora de cualquier izquierdismo en la educación o la cultura en los 60, 70 u 80, quizá tampoco en los primeros 90.

Dos, Gramsci, si era conocido, era rechazado por revisionista superestructuralista por la ortodoxia infraestructuralista dominante en la izquierda uruguaya de entonces. Tan poco se conocía que tuve que introducirlo en la bibliografía de las ciencias sociales desde 1991; siguió siendo muy rechazado por su inquietante revisionismo divisivo, que ponía en duda el privilegio estratégico de la revolución infraestructural y política por sobre la superestructural, digamos cultural. Hasta hoy, el FA perdió un tiempo precioso en no intentar ningún cambio en los idearios o imaginarios populares, que pudieran evitarle la condena a la derechización perenne para sus anzuelos electorales futuros. Fue y es más gramsciana la derecha, que, curiosa y ahistóricamente tilda a la izquierda de ello. Todavía hay dinosaurios infraestructuralistas que, muy ufanos y naíf, afirman que ‘¡es la economía, estúpido!’, o que las escaramuzas geopolíticas son explicables por la mera disputa por el petróleo, como si el islam o los judíos no importaran hoy, o como si el catolicismo evangelizante no hubiera importado en la conquista española.

Tres. Es difícil demostrarlo, pero es posible que exista hoy, en Uruguay, una cierta predominancia de adhesión a ideas de izquierda en el sistema educativo, y en las artes y letras. Si la hubiera, no por ello ese posicionamiento sería políticamente peligroso; porque las motivaciones de esa adhesión son comprensibles desde modas y verbalizaciones que se pueden revertir con premios, contrataciones y otros modos de driblear resentimientos, envidias y postergaciones motivadoras de verbalizaciones que no pesan cuando las papas de la praxis queman. En otras palabras, ese izquierdismo está enmarcado y sobredeterminado por un imaginario muy diverso del izquierdista, al que Tabaré Vázquez muy certeramente pidió prestado el voto en 2004, y que ha empezado a cancelar ese préstamo, sin que la izquierda haya intentado, como Gramsci quería, que el préstamo se canjeara por voto creyente.

Cuatro. Si se construyó lentamente a través del tiempo alguna fuerte presencia de izquierdismo en el sistema educativo, en las artes y en las letras uruguayas, no fue por registrar una nueva tendencia dentro de la izquierda que le daba una nueva importancia a lo superestructural, adoptando Gramsci, Bernstein, Escuela de Fráncfort, Escuela de Birmingham u otros insumos convergentes. La izquierda se abroqueló allí, avasallada por el Plan Cóndor y la dictadura cívico-militar, en las islas de resistencia que el sistema educativo, las artes y las letras constituyeron para ella. No fue un brote de gramscismo ni un superestructuralismo lo que izquierdizó duraderamente esos sectores de la sociedad uruguaya. Sucede que la izquierda concentró la resistencia y el intento de salida de la dictadura cívico-militar debido a las carencias que los partidos tradicionales uruguayos comenzaron a exhibir para asumir el protagonismo en esa tarea: el Partido Colorado ya estaba desde la época Pacheco-Bordaberry en vías aceleradas de derechización, con una conducción bastante tolerante para con los restos de la dictadura; el Partido Nacional, que inicialmente fue muy intransigente con el régimen, luego en parte viró hacia pactar con el P. Colorado electo en 1985, y en parte también fue registrando una secundarización de su izquierda interna, ya que Ferreira Aldunate falleció y su influjo y el de C.J. Pereyra fueron derrotados por el herrerismo; además, ambos partidos habían sufrido una fuga de personajes y agrupaciones al FA. De modo que los enfrentamientos los lideraba el izquierdismo cuasi-frenteamplista. En suma: obturadas la lucha armada y la guerrilla urbana, proscritos los partidos de la lucha político-electoral ya plenamente asumida por la izquierda, e intervenidos como subversivos proto-sediciosos los sectores de la educación, las artes y las letras, la izquierda no adoptó esos lugares de lucha como táctica sino que se vio reducida a ellos. Y se ancló allí como último recurso, manotón de ahogado, no como producto de una selección aggiornada de medios. Quizás la única importancia estratégica que la izquierda mantuvo, de entre sus prioritarias clásicas, fue la actividad sindical. La eventual hegemonía de izquierda en esos ámbitos fue un seudópodo sindical y una cueva de refugio y resistencia; nada de Gramsci ni superestructuras revalorizadas teóricamente. Jamás fue eso, infraestructuralista confesa.

Cuatro. Ya la dictadura cívico-militar pensó que la educación y la cultura eran reductos subversivos semilla de sediciosos, lo cual quizás posiciona a los actuales laicismos anti-comunistas o anti-marxistas, o anti-izquierdas, en vecindades político-ideológicas sin duda tóxicas.

Cinco. Sin necesidad de recurrir a esto, de cualquier modo la acción laicista, con esos más noveles contenidos, encaja a la perfección con la acción, cada vez más coordinada y manifiesta, de think-tanks internacionales que pueden ser adecuadamente descritos como conservadores, neo-nacionalistas, antiizquierdistas, antiglobalistas, dudosa pero posiblemente nuevas derechas. Algunas de ellas, las más interesantes y originales, contrarias no solo a los dogmatismos de izquierda y derecha del laicismo histórico, sino también al liberalismo; laicismo extremo, si los hubiera, y si sus sostenedores recurrieran a él retóricamente.

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