Juliane Koepcke tenía 17 años cuando, en la víspera de la Navidad de 1971, el avión de la compañía Líneas Aéreas Nacionales SA (LANSA) en el que viajaba con su madre sucumbió ante una fortísima tormenta. Su destino final era Panguana, una estación de investigación biológica en el centro de la Amazonía, donde durante tres años había vivido de manera intermitente con su madre, Maria, y su padre, Hans-Wilhelm Koepcke, ambos zoólogos.
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Desde su asiento junto a la ventana, en una fila trasera, la adolescente vio cómo un rayo cayó sobre el ala derecha del avión. Recuerda que la aeronave caía en picada y su madre decía, de manera monótona, "Todo ha terminado". Recuerda a la gente llorando y gritando. Y recuerda el silencio atronador que siguió. El avión se fracturó separándola del resto de las personas a bordo: "Lo siguiente que supe fue que ya no estaba adentro de la cabina. No había salido del avión; el avión me había expulsado".
Juliane salió despedida del avión en su asiento, que le sirvió como paracaídas. Cayó casi 3 kilómetros en picada, chocó contra el suelo y perdió la conciencia durante un día entero.
Las secuelas de su caída fueron notorias: se había roto la clavícula y el ligamento de la rodilla que le impedía caminar; además de unos cortes profundos en las piernas. Sufrió otro corte en el brazo, que se infectó y albergó gusanos de un centímetro de largo.
En los primeros días, combatió al clima con un vestido corto y un solo zapato. No podía ver con claridad porque perdió sus lentes. Siguió su instinto y caminó por un arroyo, exponiéndose a que los animales la ataquen, como las serpientes que por su piel logran camuflarse fácilmente en las hojas secas. Sobre su alimentación, lo único sólido que consumió fueron unos caramelos que encontró por casualidad.
Tras casi dos semanas de encontrarse sola en el Amazonas, Juliane Koepcke no tenía la fuerza para continuar, por lo que se recostó en la orilla de un río. Una silueta le pareció familiar, se trataba de un barco. Se aproximó a la brevedad y reconoció un camino que se dirigía a una cabaña.
Sus salvadores le revisaron las heridas, la curaron y le proporcionaron alimentos. 24 horas después Juliane se reencontró con su padre. Hoy es una de las biólogas más famosas del mundo.
Vía Infobae y The New York Times.