A su regreso, Feliu enfrentó no solo las secuelas físicas y psicológicas de su encierro, sino también el escrutinio público.
Maria Àngels Feliu quiere "seguir en el anonimato del que le gustaría no haber salido nunca", y desde el mostrador de su farmacia, a punto de cumplir 66 años, "seguro que ha perdonado" a su captores.
Así lo asegura el abogado de la farmacéutica, Carles Monguilod, que explica que desde lo sucedido ella se ha mantenido alejada de los medios de comunicación y que su única voluntad es seguir con la vida discreta que llevaba hasta poco después de las 21 horas del 20 de noviembre de 1992, cuando empezó su calvario.
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El secuestro
El policía local Toni Guirado, junto con otro agente, Pep Zambrano, –un drogadicto que se suicidó en 1997-, y un amigo suyo de Camprodon (Girona) que regentaba un pub, Josep Lluís Paz, alias 'Pato', esperaron a que Feliu saliera de la farmacia y tomara una copa con su hermana y amigos, y la abordaron en el garaje de su casa, encapuchados, para introducirla en un vehículo.
El zulo en el que se escondió a Feliu estaba en el sótano de la casa de Sant Pere de Torelló (Barcelona) de otro de los secuestradores, un vigilante municipal, Ramon Ullastre. En el juicio explicó que la farmacéutica tenía que hacer sus necesidades en un cubo, dormía sobre un colchón mojado en el que le picaron todo tipo de insectos, y tuvo de "carcelero" a Sebastià Comas, alias "Iñaki".
Con "Iñaki" fue con quien tuvo más contacto, porque era quien le daba de comer –sólo le daban algunos días a la semana-, quien la vigilaba y acompañaba bajo tierra; el tiempo fue pasando y el "carcelero" se cansó de su tediosa labor viendo que no cobraban el rescate. "Así que unilateralmente decidió liberarla", recuerda Monguilod.
Había intentado hacerlo en otras ocasiones y, como rememora, le dijo: "Te dejaré libre". La farmacéutica, con un posible síndrome de Estocolmo, le contestó: "Si tienen que hacerte daño, déjame un tiempo más encerrada".
Finalmente, el 27 de marzo de 1994, un domingo de Ramos, "Iñaki" vio un partido de fútbol, consumió alcohol, estaba contento y decidió que había llegado el momento. Le dio dos monedas de 100 pesetas y una de 25 y hacia las tres de la madrugada la dejó cerca de una gasolinera de la entonces N-152 (ahora C-17) en Lliçà de Vall (Barcelona).
Llegó desnutrida, desaliñada, pálida, tapada con una manta, con fotofobia y con la ropa con la que había estado 492 recluida. El encargado pensó que era una mendiga, pero su trato educado y un anillo de brillantes hicieron que llamara a la policía.
La Guardia Civil la llevó al Hospital de Sant Pau de Barcelona y los médicos dijeron que estaba bien física y mentalmente, pero necesitaba reposo. "Fue un milagro que sobreviviera".
"Al salir sufría síndrome de Estocolmo con Iñaki, que era quien le daba conversación, el que le daba de comer, el que la trataba incluso con cariño; dependía de él, era su conexión con la vida", detalla Monguilod.