El reguetón es más que un patrón rítmico. Es un estímulo sonoro que pone en marcha una constelación de regiones cerebrales vinculadas al placer, al movimiento y a las emociones. Explicar qué ocurre en el cerebro ayuda a desmontar mitos culturales y a entender por qué ese género domina pistas, radios y redes sociales.
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La música placentera activa el circuito de recompensa. Cuando escuchamos ritmos que nos gustan se libera dopamina en regiones como el estriado ventral y el núcleo accumbens. Esa liberación está asociada a sensaciones de placer y motivación y ocurre tanto con música instrumental como con canciones con letra. En términos prácticos esto explica la sensación inmediata de “gustar” o de querer repetir una canción.
El reguetón suele presentar un pulso fuerte y repetitivo. El procesamiento de ese pulso recluta áreas motoras incluso sin que la persona se mueva: corteza premotora, SMA (área motora suplementaria), cerebelo y ganglios basales. Esas mismas regiones participan en la percepción del “beat” y en la preparación de movimientos rítmicos. Por eso el cuerpo tiende a balancearse, marcar el compás o bailar casi de forma automática.
Activación auditivo-motora
Estudios comparativos de neuroimagen muestran que diferentes géneros activan de modo distinto la corteza auditiva y las redes motoras. En uno de esos trabajos el reguetón produjo mayor actividad en la red auditivo-motora frente a estilos como la música clásica, especialmente en oyentes sin entrenamiento musical previo. Esa mayor activación coincide con sus características acústicas: bajos potentes, patrón rítmico claro y repetición.
La música moviliza el sistema límbico. La amígdala, el hipocampo y otras áreas asociadas a la memoria emocional se activan con pasajes que generan anticipación, sorpresa o intensidad. La estructura del reguetón —frases rítmicas previsibles con variaciones puntuales— puede producir tensión y liberación emocional, lo que refuerza la respuesta afectiva y la formación de recuerdos ligados a canciones y contextos sociales.
El ritmo activa más la vía motor-emocional; el contenido semántico (letras) exige más recursos de la corteza prefrontal y del lenguaje. En reguetón la carga cognitiva suele ser menor que en géneros líricamente densos, pero no ausente: la interpretación social, la identidad de grupo y la atención a frases concretas activan la corteza prefrontal cuando el oyente analiza o evalúa el mensaje.
Neuroplasticidad y entrenamiento rítmico
La exposición frecuente a ritmos reforzados y la práctica del baile o la percusión generan cambios funcionales y estructurales. El entrenamiento musical mejora la sincronización auditivo-motora y aumenta conectividad entre audición y áreas motoras. Esto significa que oyentes habituales del reguetón pueden desarrollar mayor anticipación rítmica y ajuste motor frente a su pulso característico.
Escuchar reguetón causa efectos neurológicos similares a otros géneros rítmicos. No “daña” el cerebro por sí mismo. Sin embargo, exposición continua a niveles de volumen muy altos puede afectar la audición. Además, la percepción social y cultural del género influye en cómo se interpreta su letra y su impacto emocional.
Finalmente podemos decir que el reguetón explota tres palancas neurobiológicas: recompensa, ritmo y emoción. Su fuerza está en la combinación de pulso repetitivo, energía sonora y contexto social. Desde la perspectiva científica, su efecto sobre el cerebro es predecible y comparable al de otros estilos bailables. Entender los mecanismos no desestima su valor cultural. Lo explica.
Fuentes:
• Ferreri L. et al., “Dopamine modulates the reward experiences elicited by music.” PMC. PMC
• Grahn J.A., “Rhythm and beat perception in motor areas of the brain.” Journal of Neuroscience. PubMed
• Martín-Fernández J. et al., “Music style not only modulates the auditory cortex but also motor-related areas” (reguetón vs otros géneros). PubMed
• Harvard Medicine Magazine, “How Music Resonates in the Brain.” magazine.hms.harvard.edu