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Malos y emocionantes clásicos futboleros

Por Rafael Bayce.

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El último derby clásico entre Nacional y Peñarol fue tempranamente calificado de malo, pobre, hasta de horrible y espantoso. Y la gente, en especial los ausentes del Estadio Centenario, adoptará las calificaciones de los relatores y comentaristas monopólicos y las transformará en ‘opinión pública’, como sucede con la crecientemente mayoritaria e instantánea ‘opinión pública’ en casi todos los temas.

En efecto, la gente casi siempre toma sus opiniones de las de otras personas supuestamente calificadas para emitirlas. Y las hace propias, creyéndose que son de su propia autoría. Y las defiende con adornos gestuales, adjetivos, adverbios y muletillas de la jerga popular y de la futbolística, en forma de variantes de la opinión central y básica, subjetividades secundarias que intentan camuflar que son objetividades adoptadas, internalizadas, importadas de ‘otros significantes’ en cada tema, opiniones ‘ajenas’, en suma.

La opinión pública cada vez está más manipulada e influida por aquellos que en los años 50 del siglo pasado, un tal Paul Lazarsfeld llamó de ‘mediadores’ entre emisores y receptores, influyentes en un proceso de flujo en muchos pasos, a través de abundantes medios, colectivos e individuos (multiple step flow). ¿Y por qué son tan importantes esos abundantes y ubicuos mediadores en un flujo de pasos múltiples? Sin siquiera pretender rozar las bibliotecas escritas sobre esto, digamos escuetamente que es porque la creciente curiosidad sobre más temas, y la imposible formación como para calibrarlos, hacen necesarios múltiples mediadores simplificadores de hechos y dichos, y medios cada vez más usables, breves, sensorial y psíquicamente atractivos y voraces, de todo lo cual son trágico ejemplo las redes sociales, némesis de la humanidad si no se recapacita y actúa enérgicamente sobre ellos. Y también porque los más poderosos adquirieron la acertada y peligrosa convicción de que la voluntad pública proviene de opiniones públicas manipulables si se forma, coopta o compra a esos mediadores del flujo de múltiples pasos que formarán subjetividades tomadas de objetividades, y se las creerán, hasta creyendo convenientemente que son propias, de origen propio.

No hay mejor ejemplo que el de observar a un adolescente caminando con auriculares de moda, celulares de moda, oyendo música de moda, vestido a la moda, probablemente comiendo cosas de moda, quizás andando en un vehículo de moda, y creyéndose que así es ‘uno mismo’, singular e irrepetible, cuando es poco más que un comprador de una oferta dirigida a una demanda manipulada para desear ‘eso’ dentro de un deseo inexhaustible, imposible de satisfacer en una suicida fuga hacia adelante del deseo objetualizado. Ítem de una producción en serie, en la que se gana básicamente por la venta abundante y masiva de cosas que cree de estatus y diferenciación, cuando en realidad son de masificación y estereotipamiento, internalizados como singularidades, individuales, subjetivas. Bullshit.

Pero veamos cómo fue el clásico del domingo, el 0 a 0 entre Peñarol y Nacional, que bien podría analizarse desde la perspectiva anunciada, pero que, en los días inmediatamente posteriores a él, es oportuno analizar en su pobreza y emoción.

 

“Los partidos hay que jugarlos” y otras muletillas

Los clásicos futboleros y los derbies -clásicos locales- son emotivos: porque casi siempre encarnan y reiteran localidades, rivalidades y tradiciones distintas intergeneracionalmente reproducidas; y porque muchas veces son elementos importantes en la definición de títulos, clasificaciones y trofeos que llenan de gloria, orgullo identitario, remuneraciones económicas y premios en términos de poder y estatus varios. Cuando hay clásicos-derbies, como son los Peñarol-Nacional, siempre se reencarnan y reproducen localidades, rivalidades, tradiciones, orgullos, intereses genéricos y puntuales. En este caso, a lo genérico se agregaba la importancia de los puntos en juego para el torneo Clausura y para la tabla anual global, ancla de lucrativas presencias de las copas Libertadores y Sudamericana.

Además, siempre, el equipo que está pasando por un momento relativamente malo respecto del de su rival argumenta con renacida esperanzada que ‘clásicos son clásicos’, dentro de una muletilla mayor que ‘los partidos hay que jugarlos’, exageraciones útiles que encierran semiverdades que, a quienes les sirven, usan con aire pensativo y sabio, que camufla el uso emocionalmente útil de dichas semiverdades.

¿Cuál sería el porcentaje de verdad que encierran las semiverdades de esos dos dichos tan comunes en el universo simbólico futbolero? En primer lugar, muchas veces el favorito no confirma su consagrado favoritismo porque el mismo no es una necesidad ineluctable de su mejor momento, sino que simplemente expresa una mayor probabilidad de victoria o de resultado útil, y es sabido que las probabilidades se hacen ciertas según la ley de los grandes números, dentro de una cantidad creciente de instancias en que la ventaja teórica se hace testable. En un solo partido, las mayores probabilidades teóricas pueden no darse, y en buena medida porque la probabilidad de que se dé depende de la confluencia de muchos factores; y estas conjunciones pueden no darse siempre, o darse parcialmente, de modo de no llevar siempre a la confirmación de la probabilidad teórica enunciada.

Si tiramos un dado, en seis tiradas quizás no saldrá un número de cada una de las seis caras, pero cuantas más veces tiremos el dado, en más ocasiones nos acercaremos a las probabilidad de que cada cara del dado salga la sexta parte de las veces. Algo similar sucede en un clásico-derby: el favorito puede no confirmar su favoritismo, aunque quizás no confirmaría si jugaran más veces, y a más partidos quizás más todavía. Pero no los juegan, lo que hace poco aplicables la ley de los grandes números y la teoría de las probabilidades a un partido concreto de fútbol o de cualquier deporte.

En segundo lugar, la calificación de ‘favorito’ puede ser un error de apreciación de las opiniones consensuadas: ese equipo no debería haber sido tan claramente ungido favorito, ese consenso fue poco sabio, formulado por gente no tan especializada ni formada para hacerlo como se ha creído. Ejemplo de irritante ignorancia lógica es la afirmación de que ‘la excepción confirma la regla’; si las excepciones confirmaran las reglas, ¿qué ocurrencias las disconfirmarían? Lo que se quiere decir, y se dice mal y disparatadamente, es que la confirmación de la excepcionalidad de algo, confirma la regla de la que es excepción, pero para ello debe concluirse claramente que el evento confirmatorio de una regla es el bajo porcentaje de su ocurrencia en comparación con los hechos constitutivos de la regla.

En tercer lugar, en fútbol no es aplicable la ‘transitividad’ matemática con base en la cual se hacen muchos juicios cotidianos. En fútbol, si un equipo A le gana a uno B, y un equipo C le gana al A, no debería esperarse que ese C le gane por eso al B, porque las cualidades de cada uno pueden hacer posible que el C, aun habiéndole ganado a quien venció al B, pierda con este. Y esto no solo por la complejidad de los factores interrelacionados que producen esa probabilidad creída, sino también porque azares, aciertos de uno y desaciertos del otro, mejores planificaciones ad hoc y sus ejecuciones pueden afectar el efectivo cumplimiento puntual de un pronóstico probabilístico.

 

Alta emoción y pobreza técnica

Ya hemos explicado sobre la emoción en el deporte y algunos de los errores de juicio y lógicos que genera esa emoción. Todo esto es cierto en todos los clásicos y derbies en el deporte del mundo, no solo en fútbol. Pero no todos los clásicos-derbies en el mundo son pobres técnicamente; el último clásico-derby uruguayo lo fue. ¿Por qué?

Uno. Los estados de tensión emocional perjudican el raciocinio y la psicomotricidad fina de la mayoría de los jugadores.

Dos. La presión del público asistente y de la opinión pública especializada agudiza la incidencia de la emocionalidad.

Tres. Los reclamos por calidad, clase, categoría, garra, en comparación desventajosa con jugadores y hechos vueltos leyenda y hasta mito, con la consiguiente dificultad de confrontar realidades con sueños y fantasmas.

Cuatro. Algunos derivados de la formación futbolística en la infancia y en la adolescencia. Caso extremo es la incapacidad técnica para manejar la pelota de los zagueros uruguayos, tantas veces ‘gorditos’ de baby fútbol que, meramente con interponer sus humanidades y pegarle de punta en partidos con arco chico y sin off-side, se hacen un lugar que después les costará mantener en canchas grandes, con arcos grandes y con off-side. Todo esto contrasta con la tendencia de los buenos entrenadores actuales a convertir mediocampistas defensivos en zagueros, porque garantizan una velocidad y precisión de toque importantes cuando los espacios de juego se reducen y los que más veces quedan libres para crear son los de más atrás: zagueros y arqueros hacen hoy grandes diferencias ofensivas; y los delanteros hacen diferencias defensivas. A Nacional, por ejemplo, con algunos volantes de buen manejo (Neves, Carballo, Castro, Zunino, Santiago Rodríguez, Pablo García) se le hace difícil crear porque sus zagueros (Corujo, Carvalho) y el volante defensivo Rafael García juegan tan mal la pelota que los volantes creativos no la reciben nunca bien y los delanteros solo reciben desventajosos pelotazos. Es solo marcar a los creadores y dejar que la manejen los incapaces para anular el funcionamiento creativo total.

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