Hace menos de dos años se celebraron los 150 años del primer volumen de El Capital, obra emblemática de Karl Marx. Para comprender a cabalidad la obra del genio alemán, es indispensable una gran erudición filosófica y, desde luego, en teoría económica, para poder apreciar el inmenso impacto político en su tiempo así como también en las posteriores y dudosas interpretaciones y aplicaciones que generó El Capital.
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El propio Marx se pasó buena parte de su vida corrigiendo las interpretaciones que se hacían, como si fueran suyas, de sus conceptos. Seguramente lo seguiría haciendo hoy. Lo relevamos con unas pocas observaciones sobre algunos usos equivocados y mal comprendidos de ideas suyas, que arriesgan la apreciación de su profundidad y especificidad con la temible consecuencia de comprometer el éxito de las prácticas basadas en cierto cacareo inconsistente; o, peor para él, responsabilizarlo por lo que son malas interpretaciones suyas o errores de una praxis basada en esas interpretaciones equivocadas, algunas veces sutilmente. Veamos algunas particularmente molestas al intelecto y a la práctica política.
Capitalismo: mercancías y mercantilización
Es lugar común dentro de la literatura de ‘izquierda’, casi acríticamente aceptado, la idea de que el proceso del capitalismo consiste en la maximización de la ‘mercantilización del mundo’; en la tendencia intencional de la conversión de todo bien o servicio en algo intercambiable monetariamente en el mercado.
Es un sutil error que Marx no aprobaría. En efecto, en las tres primeras secciones del capítulo 1 de la parte 1 del tomo 1 de la obra El Capital, Marx afirma que mercancías ha habido en todos los modos de producción, pero que en el modo de producción capitalista adquieren un nuevo significado, encerrando una contradicción dinámica que resume de modo conceptualmente correcto el proceso del capitalismo. Esa contradicción tan profundamente significativa, encerrada en la mercancía capitalista, es aquella entre su valor de uso y su valor de cambio. Es una distinción ya aristotélica, pero que cobra especial significado recién en el modo de producción capitalista; define explícitamente ‘uso’ y ‘cambio’ según Locke, Barbon, Le Trosne y Butler.
El ‘valor de uso’ es la aptitud de un bien o servicio para satisfacer una necesidad (apetitos del cuerpo) o una conveniencia humana (apetitos de la mente); más tarde utilidad, ‘worth’. Pero como los apetitos aumentan, y la tecnología, los transportes y las comunicaciones también, crece la necesidad y conveniencia de trueques entre los poseedores de diferentes valores de uso; ese proceso va consolidando un ‘mercado’ para un trueque entre valores de uso, ofertados por unos y demandados por otros. En un momento aún posterior, la abundancia de los trueques hace necesaria la aparición de ‘equivalentes’ crecientemente generales para intercambiar bienes y servicios, impracticable a través del mero trueque material entre valores de uso.
Marx abunda en este proceso, más adelante, en el mismo lugar del texto, que culmina en la aparición de un valor de uso cuya utilidad específica es la de servir de equivalente general para el trueque de valores de uso: el dinero, que se desmaterializa más aún luego, en perfecta continuación con el relato marxista (cheques, dinero electrónico, etc.). O sea que el proceso de constitución de mercados y de equivalentes generales de intercambio postrueque entre valores de uso no es específico del capitalismo, ni como modo de producción ni como tendencia sistémica, al punto que Aristóteles ya había hecho la distinción uso-valor 24 siglos antes, en pleno modo esclavista.
Lo que sí es específico de la visión marxista del capitalismo, y tiene consecuencias teóricas y prácticas inmensas, es el hecho de que el capitalismo, en oposición a los modos de producción anteriores, no produce tentativamente sólo valores de uso satisfactores, sino crecientemente valores de cambio, valores de uso aptos para su intercambio monetario en un mercado postrueque. En ese sentido sí hay una mercantilización del mundo, ya que todo bien o servicio pasa a ser visto fundamentalmente como un valor de cambio, con un valor determinado por la magnitud epocal del trabajo productivo encarnado en él (teoría marxista del valor), histórica, técnica y políticamente contingente.
Además de su valor de uso, entonces, tiene importancia, y creciente, su valor de cambio, que permite su intercambio por cualquier otro valor de uso en un mercado ya anclado en equivalentes generales postrueque. Pero ni el desarrollo de los mercados, ni el establecimiento de equivalentes generales postrueque ni la aparición de valores de cambio son específicos ni definitorios del modo de producción capitalista ni de sus intenciones.
El uso de categorías aristotélicas
En el penúltimo capítulo (51), de la sección séptima de la parte 2 del tomo 3, Marx define al capitalismo, implícitamente, a través de las riquísimas categorías de la causalidad en Aristóteles. Como vimos sintéticamente, antes lo define, al principio de su obra, dialécticamente, a través de la contradicción dinámica entre valor de uso y valor de cambio de las mercancías. Esta es una contradicción entre aspectos dinámicos de algo: en un mercado postrueque, el valor de uso se expresa en valores de cambio, y el valor de cambio se expresa en equivalentes generales que son valores de uso.
En efecto, no sólo cambia la importancia de la contradicción uso-cambio, sino que puede cambiar el valor de uso (por ejemplo: estética, ética o estatus, consumo) de algo, así como su valor de cambio (por ejemplo: tecnológicamente). Ni la aparición de mercados ni de valores de cambio crecientemente inmateriales como equivalentes generales de intercambio postrueque son específicos formalmente del capitalismo ni caracterizan al capitalismo en su dinámica teleológica.
La causa formal del capitalismo, aristotélicamente aquello que lo define esencialmente como tal, es la obtención de ganancia a través de la producción, la realización, la distribución y la circulación. La causa final, teleología aristotélica, es la acumulación, reproducción ampliada de ganancias por medio de la reinversión productiva de capital, la parte no consumida y ahorrada del ingreso.
Causas eficientes (Aristóteles) de la ganancia y de la acumulación, definitorias del sistema: la producción de mercancías capitalistas (contradicción creciente dinámica uso-valor) y la producción pacífica (no en modos de producción anteriores) de plusvalor mediante trabajo impago, convertible en ganancia cuando el valor se realice y desde su distribución en réditos, multiplicables por aumento de la velocidad de circulación (moda, publicidad, consumismo). Causa material (Aristóteles): el conjunto de materias primas, tecnología productiva, organización de la producción, y condicionantes económicas, políticas y socioculturales (relaciones sociales de producción) a partir de las cuales es posible la causalidad eficiente, definirlo formalmente y perseguir su teleología.
La mercancía capitalista como concepto
No solo nosotros, sino concretamente el propio Marx, en su época, le dio la máxima importancia a la categoría de ‘mercancía capitalista’ por su valor expositivo de la esencia, fines y proceso eficiente del capitalismo. Pasa muchos años probando mediante qué conceptos exponer el modo de producción capitalista sin traicionar con la exposición la dinámica contradictoria del proceso del sistema; no quería una descripción taxonómica, estática, esencialista, de algo constitutivamente contradictorio y dinámico, procesual. Recién en el final inconcluso del séptimo tomo de los Grundrisse da con la tecla, con la que empezará El Capital: la unidad histórica concreta de la contradicción dinámica entre valor de uso y valor de cambio de los bienes y servicios (mercancías), por la cual los valores de uso se vuelven más que nada “vehículos de valor de cambio”.
El capitalismo financiero vendría a ser el coronamiento lógico de la evolución del sistema (especie de ensimismamiento hipnótico del capitalismo, puede que suicida); se vuelve el medio más específico de producción de ganancia y de acumulación capitalistas. En efecto, no precisa producir valores de uso porque especula con valores de cambio, construyendo de diversos modos ganancia y acumulación eventual. Por algo Aristóteles le llamaba ‘usura’ a cualquier utilización no productiva del ingreso ahorrado y no consumido. Y por eso el tomismo medieval lo adopta como inmoralidad.
Solo se legitima -para Aristóteles y el tomismo- la acumulación productiva, no las ganancias o acumulaciones improductivas especulativas, típicas del actual capitalismo financiero. En otras palabras, no sería ético ni lícito obtener ganancia desde el mero aporte de capital (interés, preproductivo) sino sólo desde la realización del valor del producto (ganancia). Es uno de los puntos de ilegitimidad y estigma de los judíos desde el Medioevo, en especial desde el Renacimiento. Pero ya es otro cantar.
Una de las claves del consumismo o del capitalismo de consumo actual (Baudrillard) es la instauración como necesidad de una conveniencia, placer o deseo ‘secundarios’ (Malinowski), superordinados respecto de la funcionalidad técnica de los satisfactores primarios, viscerogénicos. De este modo, la ganancia se obtiene no sólo por los modos previstos por Marx en las esferas de la producción (realización, distribución y circulación), sino además mediante la imposición de un nuevo ‘valor de uso’ de las mercancías (por ejemplo: estatus, distinción, moda, estética) que permite nuevas ganancias desde un precio que excede al del valor de producción realizable. Y por eso la utilidad marginal decreciente de las políticas sociales de mínimos en este mundo contemporáneo pos-Estados de bienestar. Pero es también otro cantar.