Hace algunos días, en Nueva Zelanda, un fanático antimusulmán entró a una mezquita, mató a 50 personas y dejó un tendal de 31 heridos, nueve de ellos graves. Utilizó armas legalmente adquiridas, filmó toda la acción con una cámara adherida al cuerpo, lo difundió por las redes sociales y finalmente fue reducido por la policía. Casi simultáneamente, en Brasil, en un colegio de Suzano, ciudad de 270.000 habitantes del estado de San Pablo, dos jóvenes de 17 y 25 años, exalumnos, en auto alquilado y con armas clandestinamente obtenidas, luego de matar a un tío del menor entran al local, matan a dos docentes y a cinco alumnos, hiriendo a varios más. El de 17 mata al mayor y se suicida apenas llega la policía.
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¿Las matanzas, de ocurrencia periódica en Estados Unidos, y últimamente en Europa, están siendo globalmente exportadas? ¿Qué factores explicativos y hasta comunes a ambos hechos pueden ser mencionados, más allá de todo lo que hemos escrito en anteriores columnas dedicadas al tema?
Extremismos, redes sociales y armas
Las redes sociales son una catástrofe civilizatoria aparentemente irreversible que facilita la vinculación de gente con intereses comunes. Si por un lado hacen más viable el contacto entre fanáticos de J.S. Bach o de contribuyentes a paliar los desastres provocados por un tsunami, hacen también posible que fanáticos de las armas y de su uso indiscriminado o focalizado se conozcan, intercambien, se potencien y se sumerjan en microclimas que los alienan del cotidiano y alimentan sus obsesiones y odios.
Un freak, psicótico o fanático aislado no progresa mucho en sus convicciones si no se siente parte de algún colectivo que lo sostiene en medio de su carácter minoritario. Un colectivo, aun virtual, permite que el interés se vuelva común, con emociones, sentimientos, intercambios y estatus derivados de su nueva pertenencia a microgrupos que no obtendrían de su medioambiente sociocultural natural. Internet y las redes sociales facilitan el contacto, la sociabilidad segunda, sostenes emocionales y ayudas materiales que serían muy difíciles sin las redes.
El tirador neozelandés filmó y transmitió por las redes, en vivo y directo, la masacre, también registrada por las cámaras del liceo. Los tiradores de Suzano recibieron felicitaciones desde redes semiclandestinas de pertenencia que los elogiaron como héroes, como émulos distinguidos de los tiradores de Columbine. Vale destacar que algunos mensajes de felicitación que circulan por redes semiclandestinas finalizan afirmando que los héroes, también llamados mártires, estarían en algún lugar rodeados de siete vírgenes. Este premio sobrenatural parece ser un atractivo bastante común para quienes matan individual o colectivamente a partir de fatwas islámicos que incitan a la yihad sagrada.
¿Habrá alguna vinculación entre los matadores paulistas y creencias islámicas fanáticas? Nada se ha mencionado sobre esto. En este punto conviene recordar que si estos fanáticos -u otros- pueden ser sospechables de islámicos fanáticos, el matador neozelandés asesinó a medio centenar de islámicos moderados, quizá por atávico horror a lo distinto, quizás por creerlos cueva de pichones de terroristas.
Las redes sociales, y lugares difícilmente accesibles de internet, cobijan y nutren, tanto a jóvenes como los de Suzano como a adultos como el neozelandés, que, además, se podría decir que son fanáticos tan opuestos como letalmente nocivos. ¿Habrá que ponerlos juntos en un coliseo y que se maten en un ajuste de cuentas ejemplar, como sugería hacer con los barrabravas de Peñarol y Nacional un humanista jefe de Policía montevideano? No, claro; pero sí hay que controlar organizadamente estas redes semiclandestinas como estrategia de prevención de delitos de odio.
Tanto los supremacistas blancos, como los antiinmigrantes, los racistas, xenófobos y homofóbicos, como los fanáticos religiosos (yihadistas islámicos, pero también terroristas antiislámicos) se conectan por redes exclusivas y poco accesibles, o desde anónimas nubes que no permiten identificación para responsabilización eventual.
Hay que incentivar esos controles, así como los de venta y tenencia de armas, como bien hizo rápidamente Nueva Zelanda y estúpidamente no hace Estados Unidos. Porque es posible que las rutinas de inteligencia sigan padrones de guerra fría, de cuando la izquierda política era nido y cueva de violentos teóricos y prácticos. Pero ya desde hace unos 30 años que eso terminó; en el decir de Mujica, los tigres se han convertido en ronroneantes gatitos.
Hoy la izquierda sostiene más y mejor las banderas del pacifismo, la paz y amor hippies, la democracia y los derechos humanos, en una kafkiana metamorfosis táctica que los ha convertido en los máximos adherentes de todo lo que era denunciado antes por ellos como burgués y gatopardista. Es un buen apoyo a Fukuyama y a Baudrillard. Que los cuerpos de inteligencia no pierdan tiempo espiando izquierdas: la violencia en el siglo XXI ha venido, viene y probablemente vendrá de los gobiernos de derecha, de gente con convicciones fanáticas de derecha y de fanatismos religiosos que tienen contenidos ideológicos clasificables como de derecha: suníes islámicos, fanáticos judíos, fanáticos católicos preconciliares, neoevangélicos.
Bullying, redes sociales y crímenes de odio
Tanto los ataques vandálicos materiales (por ejemplo, en Uruguay) como los letales armados (Estados Unidos, Europa, ahora Brasil) son cometidos generalmente por exalumnos, lo que sugiere que el idílico panorama escolar puede no cumplirse, ni para los que han tenido que abandonar los estudios que otros completaron ni para aquellos que han sufrido especialmente bullying escolar o liceal.
En efecto, un establecimiento escolar es el monumento simbólico al fracaso escolar. En medio de un consenso meritocrático educativo, que es más zanahoria que nada, origina sin embargo un gran complejo de inferioridad entre los fracasados, que le adjudican la culpa a la desigualdad social que sufrieron, y pueden, anclados en estructuras de personalidad duras y experiencias negativas, alimentar envidias y odios contra sus triunfantes excolegas y contra los docentes y funcionarios que los eliminaron como alumnos y pueden haberlos discriminado.
Además, el bullying, que siempre existió en escuelas y liceos (‘mortas’ o ‘manteadas’, en nuestra jerga clásica), es mucho más grave actualmente porque los motivos son más, la concurrencia es más masiva y los celulares y las redes sociales permiten mantener más ubicuamente el acoso, bastante más masivo y cruel que nunca. El bullying era presencial y a lo más telefónico, pero ahora puede ser permanente, masivo y ocultable de terceros como familiares a través de las redes sociales y las pantallas móviles.
El menor de 17 años que ideó, condujo y eliminó a su amigo de 25 para entonces suicidarse, había sufrido hostigamiento debido a un fuerte acné que se ve en las fotos y para el que su abuelo discapacitado había financiado un tratamiento facial. Pero el bullying escolar no sólo es más cruel por masivo y ubicuo; es también mucho más importante para el estatus global de niños y jóvenes. Porque la universalización de la enseñanza perjudica aun más el estatus que antes, con meritocracia no universal y una popularidad menos dependiente de la popularidad obtenida en el sistema educativo, generada por sus pares.
En un mundo de redes sociales, en que la autoestima es más heterogenerada que autogenerada, en que la autoestima es en realidad hetero-estima-internalizada si no introyectada a través de likes o dislikes, el bullying es la contracara de los likes, que por agregación construyen prestigios que se convierten en autoestimas. El carácter social ‘heterodirigido’ de Riesman en todo su esplendor y gloria a su clarividencias de hace 70 años. El bullying es mucho más grave que en el pasado, en un mundo de educación universal, meritocracia frustrada, redes sociales, pantallas móviles y estatus construido por likes acumulados y en efecto dominó.
En suma, las redes sociales y el bullying son fuentes presentes, y más aún prospectivas, de desastres de fanatismos de derecha y de crímenes de odio ideológica, religiosa o socialmente producidos; tales como las matanzas en establecimientos educativos y las masacres religiosas como las de Estados Unidos y Europa, y ahora países del sur como Nueva Zelanda o Brasil. Toquemos madera, pero con el mazo dando, es urgente entender el espanto que son las redes sociales para la imbecilización y la radicalización de odios varios, anclados en personalidades psicopáticas, es cierto, y también alimentados por discutibles panaceas como la educación universal y la meritocracia educativa.