En Moscú hay razones sobradas para la preocupación. El secretario de Estado Blinken ha estado esta semana en Kiev para dar lo que parece una luz verde al uso de misiles occidentales de largo alcance contra territorio ruso, algo que precisa de la información de la inteligencia y los satélites militares americanos y de la participación directa de militares de la OTAN. Putin advirtió el jueves que tal decisión “cambiaría la misma naturaleza del conflicto”. “Significará que los países de la OTAN, EEUU y los países europeos, combaten contra Rusia”, por lo que Moscú tomará “las decisiones (militares) correspondientes”, dijo. El presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, ha afirmado que Rusia tendrá que utilizar “armas más potentes y destructivas en la defensa de sus ciudadanos”, y entre los expertos se especula con escenarios como ataques de respuesta a infraestructuras occidentales o con la destrucción de los puentes del Dnieper, que hasta ahora Rusia ha respetado, y que cortarían la comunicación terrestre y ferroviaria de Ucrania por la mitad.
Los programas de la tele rusa transmiten cierto cansancio por el estancamiento de la prometida “inevitable victoria”. Los militares parecen conscientes de que sin una movilización nacional en toda regla, cosa a la que el presidente Putin no quiere arriesgarse, no hay capacidad militar para extender aún más la conquista de territorio ucraniano hacia Nikolayev y Odesa, privando por completo a Ucrania de salida al mar, que es lo que redondearía una victoria militar estratégica. Seguramente no interesa que el frente ucraniano colapse antes de las elecciones estadounidenses, pero, gane quien gane en Washington en noviembre, en Moscú saben que si Estados Unidos/OTAN no acepta su derrota, la perspectiva de una guerra mayor estará servida.
El presidente Zelenski lleva la derrota impresa en el rostro. Ya no es aquel dinámico y voluntarioso personaje que protagonizaba portadas en los principales semanarios europeos y americanos. Ahora se le ve cansado, preocupado y excitado. Zelenski ha perdido buena parte del favor de sus padrinos –hasta le señalan, falsamente, como autor del atentado americano contra el oleoducto Nord Stream–, que no entienden su última remodelación de gobierno, ni la ofensiva militar contra la región rusa de Kursk, un desesperado gesto de imagen por el que pagará un alto precio militar, le dicen desde la prensa occidental más intervencionista. Los occidentales le instaron a romper las negociaciones entabladas en Minsk y Estambul en el mismo inicio de la guerra, y ahora no son consecuentes con la intensidad de la ayuda que entonces le prometieron. Es la hora de los reproches y los agravios. Zelenski tiene motivos para la preocupación.
“Superado en número y armamento, el Ejército ucraniano se enfrenta a una moral baja y a la deserción”, titula la CNN en un exhaustivo informe impensable en nuestros lamentables medios. Cinco son los puntos de la quiebra militar ucraniana: las posiciones estratégicas de los soldados son más débiles, faltan recursos, las cadenas de suministro no están suficientemente defendidas, las comunicaciones suelen fallar y la moral se desploma, explica Diesen. Una vez que comienza, el colapso suele adoptar un efecto de alud, dice.
Compañías militares al completo se retiran de sus posiciones sin permiso, lo que desbarata cualquier planteamiento defensivo. Que uno de los nuevos F-16 suministrados por la OTAN y pilotado por uno de los mejores oficiales de la aviación ucraniana fuera derribado en su estreno, hace dos semanas, por el “fuego amigo” de una batería Patriot es síntoma de graves problemas de coordinación. Respecto a la retaguardia, unos 800.000 hombres ucranianos en edad militar han “pasado a la clandestinidad”, cambiando de domicilio y trabajando en negro para no dejar registro laboral y eludir la movilización, informaba el 4 de agosto el Financial Times, citando al jefe de la comisión de desarrollo económico del parlamento ucraniano, Dmitri Nataluji.
Los efectos de la carnicería que está sufriendo Ucrania son inconmensurables. El 78 % de los ciudadanos declara tener parientes próximos y amigos que han resultado muertos o heridos en la guerra, según una encuesta telefónica realizada en mayo/junio del año pasado. Veremos qué factura arroja para el futuro todo ese bárbaro e injusto sufrimiento humano. El resentimiento contra Rusia de toda una generación de tantos ucranianos va para largo. Los videos sobre las razzias callejeras del ejército para apresar a quienes eluden el servicio han crecido exponencialmente en las redes sociales. También parece haber mejorado la información militar rusa sobre objetivos, como ilustra la destrucción de un centro militar aparentemente con gran concentración de técnicos militares de la OTAN en Poltava el 3 de septiembre. Y las perspectivas son aún más sombrías para Kiev, pues Rusia, especialmente después de la incursión militar ucraniana en Kursk, se está ensañando aún más con las infraestructuras energéticas del país. Habiendo perdido ya la quinta parte de su territorio nacional y la tercera parte de su población, la perspectiva de un invierno con severos cortes de luz y calefacción anuncia un nuevo éxodo de centenares de miles de ucranianos hacia la Unión Europea este otoño/invierno. No estamos tan lejos de un colapso militar ucraniano que quizás sea cuestión de algunos meses.
Textos: Rafael Poch