Este domingo se vota en Colombia con ventaja para el candidato progesista: luego de tres décadas ininterrumpidas de neoliberalismo, el país está ante la posibilidad de realizar un cambio político que significaría el intento de romper con el actual statu quo.
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Colombia se apresta a votar. Terminaron los actos de campaña, los debates presidenciales de la última semana, las encuestas, solo quedan las urnas de un domingo largamente esperado. El clima en mesas de debate y reuniones está atravesado por una tensión acerca de lo que pueda pasar. En las calles de Bogotá, con su habitual cielo de nubes grandes, todo parece tranquilo, algunos afiches de campaña, volantes, y el tema a flor de piel en muchas conversaciones.
Tendencia permanente
Los números coinciden en punto central: Gustavo Petro, al frente del Pacto Histórico, lidera las intenciones de votos. Ningún otro candidato logró desplazarlo, una tendencia que lleva meses e indica que será primero en el resultado del domingo. Su lugar en las encuestas no es una sorpresa: el ex senador y alcalde de Bogotá llegó a segunda vuelta en el 2018 contra Iván Duque, instalándose desde entonces como la principal figura del progresismo colombiano, ahora en fórmula presidencial con Francia Márquez, una mujer afrocolombiana, ambientalista y feminista.
La certeza, en cambio, sobre quien ocupará el segundo lugar no es tal. Federico “Fico” Gutiérrez fue quien durante semanas ocupó ese puesto, pero desde fin de abril su seguridad comenzó a ponerse en duda. El ex alcalde de Medellín, apoyado por el uribismo que desistió de participar con su partido el Centro Democrático, comenzó a mostrar dificultades para crecer en las encuestas y proyectarse como posible contrincante con capacidad de ganarle a Petro en una posible segunda vuelta.
El "Trump criollo"
Quien irrumpió en las encuestas poniendo en duda el segundo lugar de Gutiérrez fue Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, con perfil de outsider, fuerza comunicacional y discurso anti-corrupción. El ascenso del “Trump criollo”, quien no fue a los debates presidenciales de la última semana, avanzó tanto sobre el terreno dejado por un centro político representado por Sergio Fajardo en un lejano cuarto lugar, como sobre parte del uribismo desencantado, una base electoral compartida con Gutiérrez. Hernández tendría mayores posibilidades en una segunda vuelta contra Petro, según marcan las encuestas.
Las principales preguntas llegados a puertas del domingo de votación son entonces dos: si Petro logrará una victoria en primera vuelta con más de 50 por ciento de los votos, y, en caso de no suceder, contra quién deberá medirse el próximo 19 de junio. Lo primero luce difícil y ninguna encuesta mostró esa posibilidad. ¿Podría un voto oculto y una mayor participación de la habitual darle ese porcentaje faltante para alcanzar esa victoria? En cuanto al segundo lugar algo parece seguro: el uribismo pondrá su maquinaria para apoyar a quien se enfrente a Petro.
Estallido y pico de violencia
Colombia estaba hace un año en medio de un paro nacional transformado en estallido. Miles y miles de personas, jóvenes, tomaron las principales ciudades del país, en un basta multitudinario sin conducción, antecedido de las protestas del 2020 y 2019. También dieron la vuelta al mundo las imágenes de respuesta del gobierno con un despliegue de policías, militares, paramilitares a plena luz de día. El concepto de enemigo interno, medular en la política del uribismo, se aplicó hacia quienes protestaban en las calles, una generación nueva, empobrecida, jugándose el resto ante la falta de perspectiva de futuro.
La violencia en la respuesta durante esos meses no fue un hecho aislado: Colombia atraviesa nuevamente un pico de violencia como indica la escalada de asesinatos de líderes sociales y de masacres. La cifra de muertes se actualiza semanalmente, a veces a diario. “Tenemos bandas multi-crimen, es una nueva realidad, empoderada en este gobierno, no porque no haya Estado, sino porque cooptan el pedazo de Estado que hay en el territorio y controlan poblaciones”, explicó Petro en el debate del viernes por la noche.
Una muestra del accionar de esas bandas fue el “paro armado” realizado por el denominado Clan del Golfo a principio de mayo, tomando control arma en mano de cerca de 179 municipios de los 1.103 del país, impidiendo que abran comercios o circule el transporte durante dos días. Estas bandas, su capacidad de fuego, sus denunciadas cercanías políticas con el uribismo, son uno de elementos que ponen a las elecciones del domingo bajo alerta.
Amenazas
El mismo gobierno y sus aliados pusieron un manto de dudas sobre el resultado electoral. Lo afirmó la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, el ex presidente Uribe, el presidente del Congreso, Juan Diego Gómez, el ex presidente Andrés Pastrana, la senadora María Fernanda Cabal, el presidente Duque: todos expresaron su desconfianza hacia el registrador, Alexander Vega, la empresa encargada del software electoral, instalando la idea de una posibilidad de fraude.
Esas declaraciones instalaron un clima de tensión en un contexto marcado a su vez por declaraciones de Petro acerca de amenazas sobre las elecciones por parte del uribismo. El Pacto Histórico ya había denunciado irregularidades en las legislativas del mes de marzo, logrando luego recuperar cerca de 500 mil votos que no les habían sido computados en el preconteo.
Desesperaciones
Las amenazas sobre la contienda ocurren en el escenario de elecciones marcadas históricamente por denuncia de compra de votos, como ocurrió en 2018 a favor de Duque a través un grupo relacionado al paramilitarismo y narcotráfico, en el conocido escándalo de la Ñeñepolítica. Esas prácticas son parte de las alertas una votación que pondrá sobre la mesa la posibilidad de que el progresismo y la izquierda logren acceder a la presidencia.
Colombia, luego de tres décadas ininterrumpidas de neoliberalismo, está ante la posibilidad de realizar un cambio político que significaría el intento de romper con el actual statu quo. Esa posibilidad ha desatado amenazas y desesperaciones por parte de quienes se benefician de esa realidad marcada por negocios subterráneos, un conflicto armado permanente, una desigualdad palpable en las calles de Bogotá, en su centro colonial o periferias como Ciudad Bolívar.
Por Marco Teruggi (vía Página 12)