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Mundo imágenes | Palestina | Gaza

El año del horror

Genocidio: cuando una palabra vale más que mil imágenes

Para nombrar el horror de Gaza no alcanzan las imágenes, debemos recurrir a las ‘perras negras’, como decía Cortázar; entonces decimos genocidio.

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Por primera vez en mucho tiempo una palabra valió más que mil imágenes, que, de tanto repetirse nos llevaron a una especie de habituación, de pérdida de empatía o de "consumo estético del dolor", como plantea Susan Sontag. La palabra genocidio tiene implicancias jurídicas, pero señala el fracaso del mundo que se construyó sobre la base de los acuerdos posteriores a la II GM.

De la adoración a la banalización

Hace tres mil años poseer una imagen era un privilegio, fuera un retrato, un bajo relieve o una estatuilla. Los seres humanos se reunían en el espacio público casi siempre para adorarlas. Producir una imagen era un asunto artesanal, difícil y costoso. Y muchos nacían y morían sin ver más imágenes que la realidad circundante ingresando en las retinas de sus ojos.

De forma que el valor simbólico y social de las imágenes, especialmente antes de la invención de la imprenta y la fotografía era muy alto, por su baja circulación.

Entrado el siglo XX la densidad de imágenes en circulación se hizo cada vez mayor; conservando sin embargo su impacto. Imágenes como las que documentaron la Primera y Segunda Guerra Mundial, la catástrofe en Biafra o la icónica fotografía de los niños vietnamitas corriendo quemados por napalm dieron la vuelta al mundo, convirtiéndose en elementos relevantes del juicio político y moral social; señalando las responsabilidades en el ejercicio de la crueldad, exponiendo las atrocidades de la guerra, especialmente del colonialismo, el fascismo y el imperialismo.

En el siglo XX se popularizó la frase “una imagen vale más que mil palabras”, resaltando la eficacia (y el triunfo) de la imagen sobre el texto.

Si antes la imagen acompañaba al texto esa relación se invirtió: es el texto que acompaña, a la gran protagonista de la cultura de masas del siglo XXI.

Cine, televisión, redes sociales, plataformas on demand, miles de imágenes ruedan por nuestras retinas cada día. Llenan el espacio, ¿Dónde posar la vista en la ciudad sin verse obligado a ver una?

Si hasta hace poco tiempo, en la historia de la humanidad, las imágenes se adoraban ahora, parece, no valen nada.

Y vemos el horror en HD.

Y vemos Palestina.

Y vemos cuerpos apilados en fosas comunes, y padres y madres abrazando bultos blancos, de lo que alguna vez fueron sus seres amados, niñitos que corrían y molestaban, niñitos que sonreían a sus madres y al sol. Vemos cientos de kilómetros cuadrados reducidos a escombros, en esas fotografías que nos llegan desde ese rincón del mundo, tan famoso y tan lejano.

Para nombrar el horror de Gaza no alcanzan las imágenes, debemos recurrir a las ‘perras negras’, como decía Cortázar; entonces decimos genocidio.

Te nombro, Palestina

Te nombro y tu nombre siempre será asociado al horror, y nadie recordará pronto cómo eran tus puertos, tus llamados de oración, tus niños sin tizne y sin hambre. Te nombro y nombrándote nombro a todos los oprimidos de la tierra y al fracaso de la “era de la razón” y de todos los organismos internacionales.

Palestina, te nombro porque la palabra Palestina y genocidio fueron, son y serán resistencia.

Te nombramos porque nos resistimos a que te borren, porque nos negamos al eufemismo, a los cobardes que miran indolentes esta atrocidad y piensan en poner una playa y comer hamburguesas sobre los cadáveres.

Palestina: miramos a los ojos a nuestros gobernantes y les exigimos decir GENOCIDIO. Y muchos se negaron, dijeron: “guerra”, “conflicto”, “masacre”.

Entonces lo escribimos en nuestros carteles y en nuestros muros, y marchamos con tu bandera y exigimos que digan la palabra que no se atreven a decir: digan, que en el siglo XXI se ha cometido un genocidio, se ha financiado un genocidio, se ha recibido en grandes palacios genocidas y se los ha aplaudido de pie.

Genocidio, esa espina

Quién iba a pensar que las palabras, tan banalizadas y eclipsadas por la todopoderosa imagen podrían suscitar una tensión similar.

Nadie dudaba en afirmar que lo que sucede en Gaza es “un horror” pero cómo nombrarlo. Sudáfrica no dudó, y quedará en los anales de la historia como la primera nación que frente a cualquier tipo de presión internacional, reunió pruebas y acusó a Israel de ser un estado genocida.

Por primera vez en mucho tiempo una palabra valió más que mil imágenes, que, de tanto repetirse nos llevaron a una especie de habituación, de pérdida de empatía o de "consumo estético del dolor", como plantea Susan Sontag.

Porque la palabra genocidio tiene implicancias jurídicas, pero también señala de forma diáfana el fracaso del mundo que se construyó sobre la base de los acuerdos posteriores a la II GM.

Bifo Berardi, filósofo italiano, autor del libro pensar después de Gaza sostiene que, después de Gaza, ya no es posible hablar seriamente de valores universales, derechos humanos o ética ilustrada tal como fueron formulados en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La razón no es sólo la magnitud de la violencia, sino su normalización discursiva: la masacre es transmitida en tiempo real y absorbida por la rutina informativa.

Para Bifo, cuando una sociedad puede ver la destrucción sistemática de una población civil sin que eso detenga el funcionamiento “normal” del mundo, el humanismo ha colapsado.

El año del horror

De acuerdo con evaluaciones de organismos de Naciones Unidas y análisis satelitales, entre el 80 y el 90 % del territorio resultó severamente dañado o destruido, incluyendo zonas residenciales completas, infraestructura civil y tierras agrícolas. Más de 120.000 edificaciones fueron destruidas o quedaron inutilizables.

Las cifras de víctimas fatales superaron las decenas de miles, con un porcentaje particularmente alto de niños, niñas y mujeres, mientras que más de un millón y medio de personas, cerca del 70 % de la población, fueron desplazadas de manera forzada, muchas de ellas en múltiples ocasiones. El sistema de salud colapsó: hospitales y centros médicos fueron dañados o dejaron de funcionar por ataques directos, falta de combustible, insumos o personal, lo que agravó la mortalidad por causas evitables.

Informes de agencias especializadas señalaron que más del 70 % de las tierras agrícolas quedaron inutilizadas, afectando de forma estructural la capacidad de producción de alimentos y profundizando una crisis humanitaria marcada por la inseguridad alimentaria y la malnutrición. El acceso al agua potable, la electricidad y el saneamiento básico fue interrumpido de manera prolongada para gran parte de la población.

Es por esta razón, que hay que continuar denunciando el genocidio, esa palabra que juramos como humanidad no volver a usar sino para hablar de un pasado que, a fin de cuentas, no ha quedado atrás.

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