Su gobierno expulsó al ejército francés, nacionalizó recursos estratégicos y lanzó una campaña de industrialización que incluye fábricas de cemento, textiles y procesamiento agrícola. También aumentó el salario mínimo en un 46 % y construyó hospitales y universidades en zonas históricamente olvidadas.
Uno de los logros más importantes de Traoré ha sido su acercamiento a Rusia. En la cumbre Rusia-África de 2023, agradeció públicamente el apoyo de Moscú y firmó acuerdos con Rosatom para el desarrollo nuclear. Medios rusos como RT y Sputnik fueron autorizados a operar en Burkina Faso, mientras que periodistas occidentales enfrentan crecientes restricciones.
Este alineamiento despertó especulaciones sobre una posible incorporación de Burkina Faso al bloque BRICS. Aunque no hay una invitación formal, el Gobierno burkinés expresó su interés en sumarse a esta alianza como vía para escapar del tutelaje financiero occidental y acceder a nuevas fuentes de inversión.
Junto con Mali y Níger, Burkina Faso fundó la Alianza de Estados del Sahel (AES), una coalición militar y política que se enfrenta al terrorismo, rechaza la injerencia extranjera y promueve la integración regional. Esta alianza representa una ruptura con la CEDEAO y una apuesta por una arquitectura africana más autónoma.
La AES fue recibida con entusiasmo por sectores populares, pero también con preocupación por gobiernos vecinos que temen una radicalización militarista. En este nuevo eje, Traoré se considera como articulador y promueve una visión de desarrollo centrada en la soberanía territorial y económica.
Por otro lado, organizaciones de derechos humanos denuncian abusos cometidos por las fuerzas armadas y mencionan la masacre de más de 200 civiles en la localidad de Karma. La BBC y otros medios acusan al gobierno de promover campañas de desinformación con inteligencia artificial, incluyendo discursos falsos atribuidos al papa y canciones manipuladas de artistas como Beyoncé y Eminem.
Si bien es cierto que la prensa internacional enfrenta crecientes restricciones, y periodistas locales han sido detenidos por “atentar contra la moral pública”, Traoré responsabilizó a los medios occidentales de “colonialismo mediático” y defendió el derecho de Burkina Faso a controlar su narrativa.
En medio del conflicto Israel-Gaza, Traoré sorprendió con un discurso en el que condenó la ofensiva israelí y expresó su solidaridad con Palestina. Su postura fue celebrada por movimientos anticolonialistas y criticada por actores internacionales que temen una radicalización del discurso diplomático africano.
Uno de los aspectos más fascinantes del fenómeno Traoré es su impacto en la diáspora afrodescendiente de las Américas. En ciudades como Salvador de Bahía, Cartagena, Nueva York y Montevideo, su figura es incorporada en murales, debates comunitarios y eventos culturales como símbolo de resistencia negra.
Aunque no estableció aún políticas bilaterales específicas, su gobierno expresó interés en fortalecer los lazos con la diáspora a través de intercambios culturales, educativos y diplomáticos. En foros internacionales, llamó a los afrodescendientes a “reconectar con África no solo como origen, sino como destino político y espiritual”.
Este vínculo con la diáspora también se refleja en su narrativa de reparación histórica, que incluye el rechazo a la deuda externa como forma de esclavitud moderna y la reivindicación de los mártires africanos como Lumumba, Gadafi y Sankara.
Bajo el liderazgo de Traoré, Burkina Faso inició una transformación profunda. La militarización del Estado convive con una agenda de desarrollo nacionalista, y el país se convierte en epicentro de una nueva geopolítica africana. Su gobierno logra avances en infraestructura, energía, agricultura y salarios, pero enfrenta desafíos en derechos humanos, gobernabilidad y relaciones internacionales. Lo cierto es que, desde el corazón del Sahel, Ibrahim Traoré encendió una chispa que trasciende fronteras y de la que todavía nos queda mucho por ver.