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Caminando desprovistos por la avenida más grande del mundo (II)

Por Celsa Puente.

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LLegás a tu casa y tu hijo, adolescente de 14 años, siente el sonido de la llave en la cerradura. Se acerca, verifica que sos vos, se saludan e intercambian un diálogo breve e inmediatamente él vuelve a su cuarto. Está allí, “estudiando”, uso este verbo como  extensión semántica para mostrar que lo que hace es escuchar música y vivir a través de las pantallas. Tiene su computadora, su celular y aun puede tener otros muchos formatos de pantallas, de esas que todos conocemos porque invaden nuestro mundo. Nosotros, los adultos, también las usamos, naturalmente.

Hay que reconocer que vivir entre pantallas y  navegar por internet nos permite el acceso a infinidad de experiencias positivas. Todo lo que queramos aprender estará cien por ciento  disponible en algún tutorial. Cualquier tiempo que queramos hacer florecer encontrará un video interesante, una película o una canción que nos permitirá indagar en sensaciones disfrutables. Internet es una fuente impresionante que parece inagotable de informaciones, saber y entretenimiento, pero lo cierto es que también tiene una contracara que debe ser advertida para que la experiencia de navegación no nos haga naufragar desde lo humano.

Lo vivimos hace unos años con el juego de la “Ballena azul”, un mal llamado “juego” -recordemos que el juego es una experiencia de intercambio feliz; si este elemento no se cumple, se trata de otra cosa- en línea que generó el estupor del mundo adulto cuando comenzó a difundirse que captaba participantes a través de la navegación por internet, induciéndolos a realizar pruebas cada vez más difíciles, arriesgadas y dañinas al punto que muchos adolescentes llegaron a generarse lesiones y otros al suicidio. En Uruguay no llegó a tener consecuencias graves, pero si causó mucho estupor, particularmente entre las familias. Sin embargo, es curioso observar que ese pasmo inicial que padecemos los adultos al vislumbrar este riesgo, no se sostiene luego en una lógica de acompañamiento. Los adultos nos horrorizamos, estallamos en el momento y caemos en una suerte de desesperación, pero parecería quedar circunscripta a la situación, sin generar ningún aprendizaje en cuanto a tomar algunas medidas preventivas que permitan asegurar condiciones saludables para la vida que continúa. Lo mismo ocurrió hace unos días con la aparición de Momo, un personaje de aspecto aterrorizante que parece incursionar sin aviso previo en videos y juegos que se disfrutan por internet, incitando a niños y jóvenes a autoinfligirse daños. Una versión “animada” de la “Ballena azul” que tiene como efecto el horror del mundo adulto, ya descrito, pero nada más.

Creo que es tiempo de hacer una toma de conciencia profunda sobre lo que nos pasa con nuestros niños y jóvenes: los dejamos a la intemperie en un mundo que está habilitando en forma permanente la posibilidad de ir más allá de las paredes del dormitorio o de la casa que habitamos sin que tengan una formación específica para hacerlo. La relación es clara: cuando le enseñamos a nuestros niños a circular solos por la calle, lo hacemos en etapas, vamos probando sus desempeños, les advertimos de los peligros, intentamos no asustarlos, pero si les avisamos de situaciones que probablemente ocurran para que tengan calma y cautela a la hora de tomar una decisión, les enseñamos a resolver las situaciones. No obstante, no los preparamos para circular en la avenida más poblada de la ciudad más grande del mundo y los largamos a “jugar”, “estudiar”, simplemente navegar por ella, sin avisos, sin preparación.

¿Con quiénes están “conversando” nuestro hijo adolescente desde su habitación? ¿Qué tipo de materiales está compartiendo? ¿Cuál es la identidad verdadera de cada una de las personas con las que está jugando en línea, con quienes quizás tenga luego o durante una conversación que no sea exclusivamente del juego compartido?

El grooming es un extranjerismo que denomina la intervención de algún adulto en el mundo infantil o adolescente a través de internet para lograr contacto con ellos con fines de abuso. Es natural que ese adulto, al mejor estilo del lobo de Caperucita Roja, simule una identidad que no le es propia; suele presentarse como uno más de ellos a través de un perfil falso, con una fotografía que naturalmente no es de él. Su trabajo consiste en estudiar en primer lugar, con precisión, el perfil de nuestros niños y adolescentes para fingir la coincidencia en gustos, intereses y hábitos, ya que esa será la herramienta para conseguir entrar en contacto.

Lo hará mientras todos nosotros estamos presentes, sin advertirlo, por eso es necesario tomar conciencia, sin asustarse, pero con mucha atención, para proteger una vida infantil y adolescente plena y un uso adecuado de internet y las redes sociales.

En la columna de la semana que viene, les invito a reflexionar sobre esta cuestión más específicamente y qué prevenciones podríamos tomar desde el mundo adulto para que estos pedófilos no prosperen.

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