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No más cápsulas

Por Celsa Puente.

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Uruguay se mueve en la contradicción: o elige el inmovilismo en el que pretende crear centros educativos en los que ofrecer lo mismo a todos/as las personas y esperar los mismos imposibles resultados sin considerar las diferencias de “arranque” que cada uno tiene (biológicas, psicológicas, experienciales, etc.), o formula cápsulas para generar microclimas habitados por los iguales. La idea que subyace es la de la educabilidad, la  de la educación inclusiva y sus grandes desafíos. Sustentadas en la universalización, en la necesidad de generar la “conciencia” de que todos los/as uruguayos/as debemos cursar toda la educación media para lograr un desarrollo aceptable en la vida -que no se resume solo a un buen logro laboral-, se han ido generando cápsulas. Así les llamo a dispositivos educativos que atienden a jóvenes con características peculiares fuera de los espacios naturales creados para el desarrollo de todos los jóvenes, como son, por ejemplo, los liceos.

Todos los estudios actuales, toda la bibliografía actualizada habla de la importancia vital que tiene la con/vivencia. Una palabra que vale la pena descomponer para enfrentarse a su conformación. Con-vivir no es ni más ni menos que vivir con otro/a que nos enriquece, con el que compartiremos, acordaremos y discreparemos. Ya lo había dicho Varela tan sabiamente a fines del siglo XIX para explicar la importancia democrática de la escuela pública gratuita: “Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno (…)”. Quizás a la luz de esta frase, haya que hacer el análisis de nuestra realidad socioeducativa actual.

Parece imposible aceptar que hoy día sigamos pensando en formular cápsulas educativas, desconociendo que es el escenario de las instituciones el que proveerá de condiciones básicas de inter/cambio. ¿Hay que cambiar el diseño organizacional de los liceos y la formación de los docentes? Sin lugar a dudas, es un tema abordado una y otra vez desde la demanda, el discurso y alguna, aún, tenue acción. Es allí donde hay que incidir, en la reformulación de una formación docente de grado generando profesionales sensibles a la diversidad, a las “pobrezas” con las que llegan nuestros jóvenes a los liceos, a la falta de oportunidades de vida y de ocasiones de entrar en contacto con ambientes habilitadores del desarrollo. También es necesario que esos docentes sean expertos en estrategias de enseñanza para estudiantes con ritmos diversos de aprendizaje, y aún podría seguir la lista de necesarias capacidades que deben profundizarse en la formación de los profesores. Empezando, como siempre decimos, por contar con docentes titulados y aún deberíamos insistir en la especialización postítulo para trabajar con poblaciones muy vulneradas. Pero lo cierto es que son las instituciones educativas los espacios naturales para el desarrollo de las adolescencias. Son los espacios apropiados para ensayar los modos del vínculo social, para tramitar los conflictos, aceptar normas, recibir la herencia y vivir instancias con otros iguales generacionalmente hablando y con un mundo adulto diferente al de la familia.

Entonces… ¿qué pasa cuando quedamos sumergidos en un medio en el que prevalece lo homogéneo, cuando vivimos en una cápsula habitada por iguales? Se pierde en riqueza y se gana en miedo. Las cápsulas, dice el diccionario, son  envoltorios, membranas o coberturas. Cada cápsula deja fijo el vínculo entre iguales y a menos que no haya más remedio, como en situaciones de enfermedad que exijan cuidados específicos o en los de privación de libertad, a mi juicio no son para nada recomendables. La homogeneidad aumenta el miedo hacia el diferente, por eso las cápsulas, tanto las que se crean para atender a los más vulnerados como las que se crean para asegurar a los más privilegiados, vale decir en los dos extremos de la sociedad, son nefastas.

En la educación necesitamos alentar contactos entre las personas diferentes, particularmente entre los adolescentes, facilitando el flujo horizontal del intercambio. Necesitamos también contar con adultos disponibles, que tengan ganas de estar junto a los jóvenes y que estén formados porque las buenas intenciones son necesarias pero francamente insuficientes. Empecemos por allí, por generar adultos formados con fuerte impregnación cultural, que disfruten con los y las adolescentes, que les lleven nuevos mensajes y estimulen para que ellos/as se hagan preguntas, cuestionen, averigüen, se informen y resuelvan. Pero no formemos más  cápsulas, por favor, y tampoco dejemos incambiado el diseño liceal. El liceo puede habilitar diversos recorridos y favorecer el intercambio propiciando el trabajo conjunto en algunos espacios. Combatir esta tradición de la educación media como una educación selectiva es uno de los grandes desafíos que tenemos por delante. Porque en el fondo, esta vocación de generar cápsulas también se expresa en un formato de institución de educación media de diseño inamovible y recorridos inflexibles que solo admite a los que cumplen con ciertas condiciones. El liceo debe ser el espacio para todos/as los y las jóvenes.

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