Según reporta Rusia Today: «Un grupo de policías agredió brutalmente a un joven desarmado llamado Vince Carter, después de que un agente lo detuviera en el barrio de Canarsie, situado en Brooklyn (Nueva York, EE.UU.)»
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Según relata el medio «un policía de paisano retiene al joven, que le pregunta con insistencia qué delito ha cometido, mientras el agente guarda silencio y le obliga a no moverse. En determinado momento llegan varios coches de Policía con agentes refuerzos, que reducen y golpean a Carter, que grita tendido en el suelo»
Luego de mantenerlo inmovilizado en el suelo, el joven es introducido en un auto ante la mirada atónita de transeúntes que expresan indignación por lo sucedido ya que a pesar de las preguntas del joven y de los presentes, respecto a por qué era detenido nunca se recibió una respuesta de parte de los funcionarios policiales.
La noticia no pasaría de ser trivial o si se quiere «folclórica», el joven en cuestión no es un blanco clase media y el accionar policial de la policía en el país del norte siempre ha estado sujeta a sospecha por sus «excesos» en el ejercicio de sus funciones y de su «autoridad».
«No es la primera vez que la Policía en EE.UU. protagoniza un acto de esta naturaleza. El pasado mes de noviembre un agente de Arizona tiró al suelo e inmovilizó a un adolescente de 15 años sin brazos ni piernas» destaca RT. (https://actualidad.rt.com/actualidad/345126-policias-agredir-brutalmente-joven-nueva-york)
Este caso sucedido allende las fronteras nacionales, debería servirnos para reflexionar sobre lo que ya viene aconteciendo en nuestro país, a partir de las nuevas modalidades del accionar policial, dispuestas por las nuevas autoridades del ministerio del Interior.
No estamos introduciendo una comparación burda, sino que, pretende ser un ejercicio de reflexión que conduzca a interrogarnos sobre los efectos que ciertas prácticas del trabajo policial generan en el desarrollo de las diferentes expresiones de la discrecionalidad de los agentes que, a la larga, terminan configurando no sólo un ejercicio de abuso de poder, sino además, la más descarnada violencia.
No se trata de desconocer la importancia del trabajo policial para atender los reclamos ciudadanos ante las diferentes expresiones delictivas del país.
De lo que se trata es de reafirmar que, en países de «democracia plena», estas modalidades de trabajo policial no pueden desplegarse bajo el amparo de las órdenes recibidas y en desmedro de la legalidad instituida.
La policía no está y no debe estar nunca por encima de la ley, ella debe estar siempre, bajo la mirada escrutadora de aquella, convirtiéndose así, el accionar policial, en un fiel instrumento de protecciones y garantías, para aquellos a los que la ley protege: los ciudadanos.
La Policía no se subordina a las órdenes, sino a la ley, cuando esto no pasa, pasamos a estar en presencia de fuerzas de seguridad que solo veneran las violencias.
Y eso no es una característica de las «democracias plenas».