En la noche de ayer, 19 de junio, Óscar Bottinelli, politólogo y encuestador, profesor grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales, donde dicta la cátedra sobre «Sistemas políticos», fue entrevistado en Legítima Defensa, dónde dio comienzo a su exposición caracterizando a la coalición de gobierno.
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La primera cesura que estableció fue entre la coalición como fenómeno electoral (indudablemente exitoso) y como fenómeno político, dónde el análisis se volvió más complejo.
En principio se refirió a la misma en el plano parlamentario, recalcando que probó su eficacia como defensora del gobierno durante las interpelaciones.
Luego, abordó su perfil legislativo, puesto a prueba durante el proceso de debate y aprobación de la Ley de Urgente Consideración (LUC).
Acto seguido habló de la «coparticipación administrativa», que incluye a la minoría (FA) en su rol de contralor y de participación en los entes y finalmente un «entendimiento de gobierno» con una particular arquitectura.
Primero, es un gobierno fuertemente presidencial, el más acentuado en ese sentido desde el retorno de la democracia, donde el presidente ostenta el papel de «jefe», de acuerdo a un modelo que está generalizado en América (Argentina, Chile, Colombia, México y los propios Estados Unidos), que no ha sido común en Uruguay, en parte por razones constitucionales y por el sistema de partidos. Es inusual que un presidente sea el líder o jefe de un conjunto de partidos que lo sostienen en su condición de «socios».
Hay dos socios particularmente relevantes, que son el Partido Colorado (PC) y Cabildo Abierto (CA), sin cuyo apoyo el gobierno no contaría con mayorías parlamentarias. Esta característica societaria es atípica en Uruguay. Si bien en períodos anteriores se ha gobernado con criterio de coalición, las mismas no revestían esta característica.
En esas coaliciones había un manejo del gobierno a través del entendimiento entre los líderes partidarios. Al respecto puso como ejemplo el gobierno de Jorge Batlle y las desavenencias que tuvo con el Partido Nacional (PN) en cuanto a la conducción de la economía, que llevaron al cambio del ministro de Economía.
El concepto de coalición que hoy se maneja es diferente. Básicamente hay un presidente de la República que dialoga por separado con cada partido. Incluso en lo que tiene que ver con el PC dialoga por separado con Batllistas (Sanguinetti) y con Ciudadanos (Talvi). Sí la coalición funcionó como tal en el parlamento, lo que resultó claro en cómo se procesó la interpelación o autointerpelación planteada a ese nivel, como en el tratamiento de la LUC, que fue un juego en el en la Comisión se introducen muchas modificaciones -en las que el FA juega su papel en muchísimos artículos-, pero cuyas decisiones finales se toman en concierto entre los socios de la coalición.
El hecho de que algunos aspectos importantes del borrador original de la LUC -como por ejemplo la desmonopolización de Ancap– no hayan sido aprobados no significa -a juicio de Bottinelli- que se le haya torcido el brazo al presidente en sus propósitos originales, sino que revela el verdadero carácter de la coalición de socios, ya que de hecho no se trata de una «coalición», tal como históricamente se la ha conocido. No se trata de una coalición con énfasis en lo programático (en la que todos están de acuerdo en lo que se firma), sino en la gobernabilidad.
Este hecho se vio reflejado no sólo en que faltaran algunas firmas del consejo de ministros para enviar el proyecto al parlamento, sino que algunos ministros que firmaron el anteproyecto (tal el caso de Pablo Mieres) lo hicieron diciendo que firmaban para facilitar el trámite legislativo del proyecto.
El proyecto como tal fue un proyecto presidencial, no de la coalición. Excede el «Compromiso por el país», firmado por los cinco partidos que componen la coalición de gobierno. Incluso el borrador introduce artículos que ya habían sido eliminados del proyecto original por haber generado rispideces. El caso de Ancap es el más claro, en la medida que no era apoyado ni por el PC ni por CA.
Esa marcha atrás del presidente no es interpretada por Bottinelli como una derrota dentro de la coalición, sino como una estrategia. El presidente se limitó a introducir en el borrador la propuesta con la que su partido (no la coalición) se había comprometido durante la campaña electoral. En todo caso, son los socios lo que deben marcar su perfil particular excluyendo esos artículos. Se trató de un juego en el que se trasladaba a los socios de la coalición el no cumplimiento de algunos de los puntos del programa con el que se había comprometido.
En cuanto a la afirmación de Tabaré Vázquez de que ya se advierten fisuras dentro de la coalición, Bottinelli relativizó la afirmación, expresando que recién estamos viendo es el comienzo del funcionamiento de la coalición, ya que desde el 13 de marzo se vive una situación de absoluta anormalidad social a consecuencia de la pandemia, que determinó que todo el funcionamiento fuera distinto.
Eso implicó un buen éxito para el presidente de la República, ya que lo tuvo como figura central del sistema institucional, con una hegemonía comunicacional que se mantuvo por más de 60 días. Lo de la LUC se sabía que iba a ocurrir, incluso se tenían programadas las disidencias, pero el estreno de la coalición comienza a verse ahora, ya con criterios de «normalidad política». Allí empiezan a aparecer algunas diferencias, ya que hasta el momento «ninguno quería salirse de la foto», incluida la oposición. La alarma pública llevaba a que todo se expresara en voz muy baja. Eso ahora empieza a cambiar.
En el país pasó el temor y empiezan a manifestarse otros temores. A saber, la del impacto de la pandemia en el tejido económico-social. Eso determina un recambio en la discusión política en el Uruguay, con una Rendición de Cuentas que tiene que ser enviada al parlamento antes del 30 de junio y que no sabemos si será de artículo único o va a incluir modificaciones. Enseguida, con límite al 31 de agosto, deberá ser enviado al parlamento el Presupuesto, en medio de otra «anormalidad», ya que el presupuesto va a tener menos de un mes de trámite en la primera Cámara en el momento que se realizan las elecciones departamentales.
En cuanto a las departamentales, Bottinelli diferenció lo que sería el ambiente social y el escenario político propiamente dicho.
En el escenario social todavía quedan algunas dudas. La primera tiene que ver con lo que piense hacer el gobierno. ¿Va a llegar al 27 de setiembre dejando vencer los plazos de los seguros de paro? ¿O va a tratar de tirarlos para adelante? Desde el punto de vista electoral le conviene prorrogarlos más allá de la fecha de las departamentales.
También hay que valorar el clima social. Se prevé un nivel de pérdida de empleo muy alta, que no se refleja en los índices de desocupación. La pérdida de empleo no recoge otras variables. Al respecto Bottinelli puso como ejemplo al cuidacoches que en tiempos normales puede recaudar hasta $ 1.500, pero que hoy recauda 100 o $ 200. Ese hombre no pierde el empleo, pero se ve reducido a su mínima expresión. Es decir, que hay que contabilizar en esa gráfica a quiénes no pierden el empleo (y en esto hay que agregar a pequeños comerciantes, cuantapropistas, talleristas) cuyo ingreso va a caer drásticamente.
Todos esos factores hay que sumarlos: pérdidas de empleo, mantenimiento de empleos con remuneraciones bajísimas y pérdida de salario de quiénes mantienen su empleo formal.
Pero en referencia a las elecciones departamentales, Bottinelli diferencia escenarios. Primero, dónde predomina el voto de opinión, fundamentalmente Montevideo y Canelones. En Montevideo la única expectativa que puede haber es cual de los tres candidatos es electo para encabezar la fórmula a la Intendencia, algo que en Canelones no sucede. En ese escenario, Bottinelli señala lo que a su juicio es un error de la coalición: pensar que puede desafiar al poder del FA.
La segunda variable es de índole más general, a saber, que cuando hay un gobierno dominante a nivel departamental es muy difícil que pierda.
En cuanto a las hegemonías departamentales, Bottinelli diferencias tres franjas. La primera, referida al eje Montevideo-Canelones es clara, el FA es inamovible. Lo propio sucede en el Interior, dónde las intendencias, salvo Rivera, están pintadas de blanco. Una franja intermedia abarca a cuatro departamentos: Salto, Paysandú, Río Negro y Rocha, dónde la intendencia va a estar más disputada y el «clima de opinión» puede revestir importancia. Una peculiaridad que registra Bottinelli es Tacuarembó, donde Cabildo Abierto está desafiando la ininterrumpida hegemonía blanca desde 1958.
El punto neurálgico de la exposición de Bottinelli estuvo referido al rol del FA, al que el politólogo ve con muchas dificultades para reubicarse, porque el FA no vuelve a la oposición, sino que va a un escenario que nunca había tenido, donde es oposición después de haber sido gobierno, lo que no tiene que ver con una oposición dónde toda su gestión era para llegar al gobierno, generando una «ilusión» de la «nueva fuerza» que iba a gobernar. Ahora es una fuerza política que en el período 20004-2019 perdió centenares de miles de votos, que tiene cosas que muchísima gente rechaza o la desilusiona.
Lo segundo es un problema elemental: es muy difícil posicionarse cuando se pierde el gobierno si nadie se pregunta porque se perdió. Nadie pierde una elección porque se equivocó en un slogan o eligió al candidato inadecuado. Eso puede ayudar, pero lo decisivo es lo que pasó en quince años de gobierno.
También Bottinelli es pesimista porque recoge los ejemplos del PC, que en 1958 perdió el gobierno luego de 93 años ininterrumpidos de gobierno y de los PP.TT. que perdieron el gobierno luego de un siglo y tres cuartos de gobierno omnímodo. Por lo tanto, es pesimista en cuanto a la posibilidad de una autocrítica. La historia dice que es muy raro el autoanálisis, pero para el FA es muy necesario.
Además el FA sigue con un problema estructural de condicción. Se suele decir ¿cuál es la persona? Pero las conducciones nunca son unipersonales, son colectivas. En el FA siempre lo fueron, salvo tal vez un breve período a la salida de la dictadura en el que el conductor por excelencia fue Líber Seregni, pero nunca fue un conductor unipersonal del FA. Tampoco importa lo institucional, si va a ser el presidente del FA o no el que va a ser el referente en el sentido de conducción política, no en el dominio de la estructura del FA.
Además, todavía el FA no ha superado el juego necesario de competir entre sus corrientes y de unificación del rumbo. Todavía el juego entre las corrientes impide que ese manejo sea claro. Con la LUC se vio como el FA empezó con mucha desprolijidad. Su gran tema popular, de combate a la LUC era que la firma del anteproyecto iba con once firmas y no con trece, lo que le daría visos de inconstitucionalidad. Da la impresión de que eso no era lo que soliviantaba a los uruguayos. Al final, encontró más adelante, un manejo fuerte, con un manejo fuerte, que le permite incidir y modificar artículos, sobre todo influyendo sobre el PC y Cabildo Abierto e incluso sobre el PN. Allí el FA recuperó parte de lo que había perdido, pero le falta aun ajustar mucha cosa para encarar la nueva etapa. Como añadido, Bottinelli consigna que recién el FA está recomponiendo la primera línea en el parlamento, aunque aun esté faltando Danilo Astori.
Nota: Óscar Bottinelli es politólogo. No es político ni sociólogo, tal vez por eso no mencione aquello que contribuyó a la tonicidad que encontró el FA en el tratamiento en Comisión de la LUC: a saber, la presencia de cientos de delegaciones de gremios, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, que comparecieron ante la Comisión para hacer escuchar sus razones. Si el FA se alejó de ese sustrato al que debe su existencia, la fuerza de los hechos derivó en que el mismo compareciera y fuera capaz, no de revertir la situación, pero sí marcar un rumbo posible.