Ayer, jueves 3 de setiembre, luego de reunirse el Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), el consejero de Primaria Pablo Caggiani expresó a la prensa que sigue vigente el protocolo a tener en cuenta en los centros educativos. En ese sentido, se habilitó a los centros educativos a tener clases por un período de más de cuatro horas a partir de la semana entrante.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Caggiani manifestó que más allá de la extensión horaria se mantienen las medidas epidemiológicas tales como el distanciamiento físico y el fraccionamiento de los grupos de alumnos.
De todos modos, la extensión horaria dependerá de las posibilidades que tenga cada centro para dar cumplimiento al protocolo. La Federación Uruguaya del Magisterio (FUM) entiende que los problemas locativos hacen inviable la extensión de la presencialidad, además de que la decisión de la ANEP no fue consultada a maestros y funcionarios.
Otro problema que en consejero constató es que aproximadamente un 30% de los alumnos aun no participa de las actividades presenciales.
Pero más allá de las resoluciones del Codicen, Caggiani realizó algunas consideraciones acerca de la influencia de la pandemia en la estructura educativa, al decir que «nunca existió en la historia reciente de la humanidad un período tan largo de interrupción de clases. El antecedente más cercano que tenemos al respecto se remite a los efectos de la mal llamada gripe española de 1918. Ni siquiera las dos guerras mundiales afectaron por tanto tiempo a tantos alumnos como en la actualidad. Esto quiere decir que el los efectos sobre los aprendizajes y la vulneración de derechos es de una magnitud que no somos capaces de medir».
«El último informe de Grupo Científico Asesor Honorario cuando habló de los efectos de la pandemia en la infancia puso el énfasis en que se contagian menos entre ellos y si lo hacen es en sus casas. Pero en cuanto a los efectos sobre sus habilidades cognitivas, sus aprendizajes, su emocionalidad, tenemos pocos datos y pocas certidumbres. De hecho, estamos ante una tragedia. Si bien la morbilidad de la enfermedad es menor en los niños no tenemos ninguna evidencia de cómo está impactando en su salud mental. Esta situación ha aislado a los gurises, los ha vuelto más vulnerables, ha lesionado su inteligencia emocional, los ha expuesto a situaciones que inciden en su formación y en su conducta. Tengamos en cuenta que durante dos o tres meses los niños estuvieron confinados en su hogar. Y hay hogares capaces de contener a los niños y seguirlos en sus aprendizajes, pero hay otros en los que su situación es un calvario. Además perdieron contacto con todas las redes de socialización, no sólo entre sus pares sino también con el resto de sus familiares. Y otro factor importante, por su inmadurez les costó tremendamente encontrarle un sentido a lo que sucedía a su alrededor. Se enfrentaron a lo desconocido, reaccionando a menudo con incertidumbre y con miedo. Era imprescindible que volvieran a las escuelas.
En definitiva, creo que el mundo de los adultos aun no ha caído en cuenta de ese drama y por lo general por razones comprensibles. Los mayores están luchando por sobrevivir, por la situación económica, por parar la olla, por cuidar la salud y no pudieron atender la salud mental de los niños. Y además no tenemos elementos claros de medición de esas subjetividades, de las que lamentablemente vamos a comenzar a darnos cuenta con el correr del tiempo».