Texto: Rosana Cheirasco
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Ebanistas, vitralistas, artesanos, arquitectos y operarios. En total unas 20 personas trabajaron sin pausa durante casi tres años para lograr recuperar el esplendor original del Palacio Acosta y Lara. Tras una década desocupada y sin mantenimiento, esta casona antigua de 1924, ubicada en la calle Buenos Aires y Alzáibar en el corazón de Ciudad Vieja, tenía ambientes inundados, paredes rotas y el techo pedía a gritos su recuperación.
La trabajosa restauración
Gabriel Rodríguez Arnabal, el desarrollador inmobiliario a cargo del proyecto suspira. “¡Fue realmente titánico!”, recuerda. Además de haber liderado la puesta en valor del palacio, él es, junto a su socio, el dueño del inmueble. Los dos propietarios planean instalar allí un proyecto comercial de alta gama que todavía no ha comenzado a funcionar.
“Al inicio de todo esto la gente nos desalentaba, nos decía que no íbamos a poder, que éramos demasiado ambiciosos. En verdad decían que estábamos locos, pero contra todo pronóstico lo logramos”, nos cuenta Rodríguez Arnabal, de 31 años, especialista en preservación patrimonial. La intención del proyecto fue desde el vamos que el palacio no sufriera modificación alguna. A tal punto que la obra nos llevó más de lo pensado, pero el resultado está a la vista”.
La mezcla de estilos
La construcción del palacio, que este año cumple 97 años, fue encargada por el escritor Manuel Acosta y Lara, vinculado al ocultismo y reconocido socialmente por su excentricidad. Su hermano, el arquitecto Armando Acosta y Lara, estuvo a cargo de los planos, en los que combinó diferentes estilos arquitectónicos, componiendo una edificación ecléctica.
“Es una casa sin dudas muy teatral, muy variada. Cada ambiente tiene un estilo propio. Tiene un teatro de estilo francés, fachada de estilo veneciano, un jardín de invierno de estilo romántico, con mosaicos originales Talabera de la Reina y ciertos elementos del barroco español”, detalla Rodríguez Arnabal. La casona tiene cuatro pisos y está ubicada a dos cuadras de la rambla montevideana.
La venta
Tras el fallecimiento de Acosta y Lara en 1950, la casa fue adquirida por el prestigioso Dr. Víctor Soriano, un neurólogo de renombre que se destacó por sus investigaciones, libros y publicaciones médicas. Soriano y su familia habitaron la casa durante medio siglo. La conservaron sin hacerle modificación alguna, destaca Rodríguez Arnabal. Por esa razón la vivienda aún cuenta con parte de mobiliario tradicional de la familia Acosta y Lara.
Tras su muerte, el palacio quedó desocupado y a la deriva. Ya desde hacía tiempo, incluso en los últimos años que la familia vivía ahí, la casona se encontraba en malas condiciones y sin ningún tipo de mantenimiento. Pero todo empeoró con el abandono.
En los más de diez años deshabitada la propiedad fue saqueada en numerosas oportunidades. Nos cuenta que robaron principalmente muebles. Entre los objetos que sobrevivieron, Rodríguez Arnabal nos muestra con orgullo dos columnas salomónicas sobre mármol torneado, una fuente de Venus tallada en carrara y una estufa de cuatro metros de altura del barroco español que, según subraya, es una pieza única en el país.
Amor a primera vista
Luego de un intento del Dr. Soriano de dejar la vieja casona al Ministerio de Educación y Cultura que no prosperó, el palacio pasó a manos de sus herederos legales y fue vendido a un empresario australiano que tenía la intención de demolerlo e instalar en su lugar un edificio. “Por suerte, por razones personales, el comprador tuvo que volver a su país y puso en venta el inmueble. Ahí llegamos nosotros y lo compramos”, cuenta Rodríguez Arnabal.
Él y su socio, un empresario argentino, que prefiere mantener el anonimato, se enamoraron de la casa por internet. “La encontramos en venta en una página web. Fue totalmente inesperado. Los dos somos aficionados al patrimonio edilicio. Fuimos a conocerla. Estaba totalmente destruida, pero yo ya me la imaginaba toda radiante. Y me enamoré,” recuerda.
Una pasión de cuatro generaciones
Rodríguez Arnabal, criado en una zona rural del departamento de San José. Heredó de su familia el amor por la arquitectura y el patrimonio. “Soy bisnieto de un gran mecenas del patrimonio nacional, Numa Pesquera; mi bisabuelo fue promotor del Estadio Centenario y fue partícipe de una comisión que armó un plan de urbanismo para Montevideo. Me crié en una casa antigua y aprendí desde niño a conservar los bienes”.
Rodríguez Arnabal nos cuenta que la idea original era alquilar salones para eventos culturales de alta gama. Pero cuando empezó la pandemia, pusimos pausa; ahora estamos intentando ponerlo en marcha nuevamente. “La idea es que la gente conozca la casa, que la vea, que empiece a visualizar otros proyectos parecidos. Parte de nuestra idea es demostrar que sí se pueden recuperar las obras arquitectónicas de Montevideo. Estamos pensando en seguir adelante con exposiciones de arte, eventos culturales y a futuro me animaría a decir que nos gusta la idea de recuperar el Palacio Amézaga, vecino de esta zona, que supo albergar por años al Club Inglés”.
Rodríguez Arnabal se tiene fe y ha demostrado que está al alcance de la mano hacerlo.