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Para combatir las soledades

Por Celsa Puente.

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Una leyenda mapuche -de esas que aluden a las cosmogonías de los pueblos- dice que en una disputa entre Kai Kai (serpiente, representante del mal) y Treng Treng (representante del bien), se produjo un cataclismo expresado en un diluvio que trajo como consecuencia una inmensa inundación. Aunque finalmente el mal se dio por vencido, la lucha fue tan dura que dejó solo a cuatro sobrevivientes: una pareja de ancianos y otra de jóvenes. Los jóvenes se constituyeron en el principio de la vida de la gente a través de la procreación y los ancianos fueron los garantes del mantenimiento de la cultura, aportando su sabiduría, la lengua y las tradiciones. El relato muestra a las claras cómo la condición cíclica del tiempo es lo que habilita a la perduración más allá de él.

Las generaciones van pasando y cambiando sus roles, los jóvenes se tornan viejos que garantizan que la tradición y la cultura acumulada perdure para la posteridad y los nuevos son los procreadores de aquellos que deben apropiarse de la sabiduría existente.  Este “juego” de roles tan bien definido en esta historia mítica representa una dinámica imprescindible que da cuenta de un necesario trabajo intergeneracional para que la salud social se mantenga, para que lo “nuevo” surja con fuerza, pero asegurando su enriquecimiento a través del contacto con quienes portan el saber acumulado hasta ese momento. En la sociedad es vital que cada uno tenga su lugar y logre su valía, su reconocimiento.

Tengo la obsesión de pensar cómo podríamos vivir mucho mejor si lleváramos adelante acciones de intercambio intergeneracional que creo que son sencillas, pero necesitan ser concretadas. ¿Cómo poner en vínculo a los más veteranos con los niños y jóvenes para asegurar la “pasada” generacional y combatir esta suerte de plaga de soledad que caracteriza a nuestra sociedad?. Vivimos hoy un tiempo en que los ancianos quedan relegados a un segundo plano, “encerrados” muchas veces en residenciales, y los niños y adolescentes también padecen la soledad a causa de un mundo adulto que, por razones de trabajo o por indisponibilidad interior, está replegado sobre sí mismo. Incluso entre las generaciones no tan distantes, podría hacerse una cadena de acciones que armara un vínculo formativo.

¿Cómo podemos rearmar el juego social y combatir estas soledades? ¿Cómo reorganizar una dinámica social que permita el intercambio haciéndonos eco de la sabiduría de los pueblos antiguos? Es necesario armar un programa de intercambio intergeneracional para promover el reconocimiento de la diversidad y la integración de las perspectivas, capacidades y activos de las distintas generaciones favoreciendo el intercambio, el diálogo y la cooperación entre los diferentes grupos de edad.

La cohesión social no puede nacer de acciones ocasionales o fortuitas -aun con el valor que podemos reconocer que cada una de ellas y todas en su conjunto puedan tener-. Es necesario planificar, pensar cómo poner en vínculo a los niños y adolescentes con los más veteranos para promover el aprendizaje de modelos positivos y, sobre todo, insistir en el desarrollo de los rasgos humanizantes en una dinámica actual social que parece ponernos más en situación de máquinas programadas que de seres humanos con capacidades creativas y sensibilidades disponibles.

Unir en un mismo espacio a personas de diferentes generaciones y promover su interacción aporta unos beneficios desde muchísimos puntos de vista que pueden generar efectos inimaginables. Promover intercambios genera aprendizajes mutuos, que infunden vida a los mayores -muchas veces relegados, desestimados y temerosos en una sociedad que suele criminalizar a los jóvenes- y rompen estereotipos. La sociedad, por naturaleza, necesita de espacios intergeneracionales, pero el sistema no permite que nos crucemos en muchas ocasiones, sobre todo en las ciudades más grandes, con ritmos vertiginosos que ponen en riesgo lo esencial de lo humano.

También es necesario estar alertas y no engañarse. La mera coincidencia espacial no es garantía de interacción, intercambio y colaboración entre generaciones. La intergeneracionalidad constituye un medio y un objetivo en sí misma, alcanzable mediante medidas concretas, claramente planificadas; lo previsto debe dar lugar a lo natural e imprevisto, aunque parezca aparentemente contradictorio.

Así que me imagino una planificación específica en la que veteranos, niños y adolescentes sean convocados a compartir inquietudes intelectuales, a descubrir saberes, a tener espacios formativos juntos, o pienso en la existencia de ludotecas intergeneracionales, espacios de artes escénicas compartidos, un abanico de acciones artísticas y deportivas que convoquen a todos, donde unos puedan aprender de otros, sorprenderse, reír y disfrutar descubriendo el valor de cada uno, dando lo que cada uno tenga para aportar, fomentando la riqueza del relacionamiento.

Tengo la certeza de que la mejora de la vida en sociedad pasa por superar las situaciones de fragmentación y distanciamiento debido al debilitamiento de vínculos y por conseguir,  con la apertura de espacios diferentes a los que tenemos hoy, una mayor cohesión social.

Silvio Rodríguez subraya dulcemente que “el sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes”. No esperemos más.

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