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política | Argentina |

El efecto Ruggeri

Política y antipolítica en ambas márgenes del Río de la Plata

Uruguay también comenzó a sufrir impactos de la campaña electoral argentina.

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La elección presidencial en Argentina genera curiosos remedos en Uruguay. Así como Polémica en el Bar es una franquicia de su homónimo argentino, ambos sin el nivel del otrora programa original de los años 70 y 80 del siglo pasado, la derecha uruguaya ensaya poses, repite discursos y se apresta a copiar alguna que otra estrategia de campaña, como quien compra recetas al bajo precio de la depreciación monetaria en la vecina orilla.

Ruggeri recargado

Oscar Ruggeri fue un destacado jugador argentino, campeón del mundo en 1986 con la selección y también de clubes. Siendo un defensa dedicado a destruir, más allá de sus incursiones ofensivas en las que subía a cabecear, se distinguió por ser el arquetipo del sacrificio dentro de la cancha. Con un plus de agresividad, fue un fiel alumno del “bilardismo”, adscripto a obtener cualquier ventaja o apelar a cualquier recurso para derrotar al rival. Cercano también a esa pose patotera, supo representar esa unión de fútbol y patria tan grosera como reaccionaria y funcional al poder, ya sea de los Grondona, en su momento, o de los Menem o Macri.

Fuera de ella también alcanzó notoriedad por su juego mediático, con participaciones en todo tipo de programas televisivos en los que su figura era usada como entretenimiento parafutbolístico, tanto por su manera de contar anécdotas o por sus intervenciones en concursos de chistes en los programas de Tinelli. En la última década, por su participación como comentarista en los programas deportivos de la cadena ESPN, con alcance regional en ambas márgenes del Plata, e internacional, suele apelar a ese glosario de mitos futboleros basados en la hombría anclada en el macho patriarcal, así como a una retórica antipolítica que repite los males de la democracia en favor de discursos simplistas.

Arenga

Tras la victoria furibunda de Milei en las elecciones primarias de agosto, Ruggeri se despachó, sin decir agua va, con una arenga de varios minutos en uno de los programas de ESPN en la semana previa a la elección de octubre. Si se analiza su discurso, ejemplificó, con su típica dicción de barrabrava, un panfleto dirigido a los políticos que dirigen el país pero cargado de antipolítica.

Esa misma antipolítica que la derecha suele destilar cuando está en juego el manejo del gobierno (no del poder) y la mano viene de atacar, no solo a la izquierda o todo lo que se parezca, sino incluso a representantes políticos de una derecha tradicional que se percibe como inoperante y leguleya, desgastada y enredada en la gestión gubernamental.

De ahí su apelación al diagnóstico más simplista y su cuestionamiento moralista dirigido a los “políticos” mediante un repetitivo “déjense de joder y pónganse a trabajar, che”.

Ruggeri expresa el intento legitimador de una derecha argentina que se encuentra ante un extraño fenómeno político. En términos electorales, dio un salto importante acaparando casi el 60 % del electorado con base en dos candidaturas “pinza”: la de Bullrich (fracasada) y la de Milei (arrolladora al inicio y aún disputando la presidencia), a tal punto que soñaron disputar ambas el balotaje.

Sin embargo, el impacto de la campaña de Massa, contra todos los pronósticos, ha revertido la situación y el balotaje de este domingo se encuentra anclado en una paridad que no logran entender cómo se instaló. Cuando parecía que arrasaban y tenían la elección ganada, incluso anunciando la desaparición del kirchnerismo, hoy se encuentran ante la incertidumbre de perderla.

Aquí es donde Milei, de exitoso ganador primario, se ha vuelto un problema que pone en riesgo el interés supremo del acto electoral: extirpar al kirchnerismo y derrotar cualquier alianza que huela a peronismo, aunque Massa apenas mantenga algún vestigio.

Milei: la fierecilla domada

La evidente mala performance de Milei en el debate del pasado domingo, por la disciplinada conducta de Massa, cambió el eje de la discusión. El candidato oficialista eludió quedar a la defensiva dando explicaciones del mal gobierno y pasó al ataque contra las medidas propuestas por un Milei que desgastó su tiempo en responder, hasta con balbuceos, los imperativos por sí o por no que le planteó hasta con más de una ironía.

Si bien es muy difícil medir quién gana un debate, es obvio que Massa salió airoso de la disputa dialéctica, pero, a veces, quien gana el debate, o una porción importante del mismo, puede perder la elección porque el debate está inscrito en un conjunto de fenómenos relacionales vinculados no solo a la campaña, sino a otras actitudes políticas de más larga duración, las que suelen imponerse por acumulación, más que por soñadas epifanías coyunturales.

Basta recordar el debate más citado de la historia moderna: el de Nixon vs. Kennedy en 1960. Quienes lo vieron por TV manifestaron en encuestas que lo ganó Kennedy, pero quienes lo habían escuchado por radio (y eran mayoría) percibieron ganador a Nixon. La mejor apariencia visual del candidato demócrata (bronceado, casi un modelo o galán, el contraste de su figura con el fondo gris) se impuso ante la imagen del candidato republicano que lucía cansado, con una barba de tres días y un traje gris que se mimetizaba con la escenografía. Sin embargo, quienes solo escucharon percibieron una solidez argumentativa de Nixon que en la densidad audiovisual se diluyó.

En el caso del debate argentino fue tan evidente que Milei no se preparó bien, o falló en su estrategia de debate, que al otro día la derecha mediática salió a sostenerlo de manera desesperada. El periodismo militante e hiperideologizado de la derecha argentina, que intenta pasar como objetivo, a la vez que se lamentaba por todo lo que Milei no supo decir ni contrarrestar ante Massa, salió a reforzarlo afirmando, sin un solo dato sólido, que la apabullante paliza de Massa en el primer tramo operaría como una postura soberbia, y hasta excesivamente canchera. De esta manera, fantasean, Milei sería percibido como víctima, como preso del bullying de un político profesional como Massa, y eso se traduciría en votos para Milei por un curioso efecto de empatía con el perseguido.

Esa derecha mediática con toda la legión de periodistas de TN, La Nación, Crónica (con el inefable Chiche Gelblung), o directamente el circo neofascista de Eduardo Feinmann, más un ejército de comunicadores radiales, televisivos y escritos, incluso hasta del periodismo de farándula, salieron a socorrer al candidato ultraderechista en el tramo final de la campaña. Hasta el mismo Milei se quejó de la tos perturbadora que le propinaban quienes presenciaban el debate en el estudio.

Ante la peculiar situación con el candidato de la derecha en problemas, los grandes medios y la propia campaña de Milei en redes sociales desplegó un sinfín de personajes que intentan asumir la tarea que el candidato no supo dar en la batalla.

Copia a la uruguaya: Julio Ríos defraudado

Uruguay también comenzó a sufrir impactos de la campaña electoral argentina. Si se presta atención a Polémica en el Bar, el efecto Ruggeri se mimetiza en un desbocado Julio Ríos, quien en medio del último de los escándalos del Gobierno de Lacalle Pou, jugó las mismas cartas del otrora defensa argentino, para exhibir un discurso de indignación ante la corruptela imperante en su gobierno.

Luego de decir que estaba "re caliente con este tema y otros que se han originado", no pudo esquivar su condición de "blanco" y de votante del actual gobierno, pero seguidamente elevó la voz afirmando que no es vocero "ni le debo absolutamente nada a ningún partido político" para exhibir el consabido sermón meritocrático de "me lo debo a mi esfuerzo y a mi sacrificio de lunes a domingo" o a "que no he estado prendido de la teta de ningún gobierno".

Acto seguido dijo sentirse defraudado "porque el que dijo se terminó el recreo, la señora terminó concediendo apartamentos a dedo; porque donde se legisla en este país, entre otras cosas para la protección de menores, hay una persona formalizada por pedofilia; y porque en este país donde se ha dicho que se combate al narcotráfico, renunciaron tres" en alusión al minsitro del Interior, Heber, al viceministro Maciel y al canciller de la República Bustillo, por sus implicancias en el caso Marset.

Pero cuando parecía enfilar hacia el presidente, se desvió con una típica acusación contra la acción política electoral. Y para colmo de voltereta en el aire, afirmó: "Estamos totalmente argentinizándonos" para terminar adorando a una supuesta esencia de la política uruguaya. Así, el mayor representante de la farandulización política que proponen algunos medios, el más argentino de los uruguayos que consumen chimentos, alerta sobre la argentinización de nuestra política.

La chicana no terminó allí. Luego de despotricar "porque la política mete a determinadas personas en ciertos lugares que no están capacitadas para gestionar" agregó inmediatamente que "yo no sé si necesitamos tantos políticos o necesitamos gente técnica capacitada para poder gestionar", repitiendo el mantra de la tecnocracia preparada porque tiene todas las soluciones en la manga.

Para colmo, su discurso, que empezó como una arenga altisonante, terminó con voz pausada en un centro a la cabeza de Gandini, al que aduló, faltaba más, por su capacidad autocrítica.

Lo curioso de esa indignación de cotillón es que, en medio de su arenga televisiva, ante la imposibilidad de sostener la deteriorada figura presidencial, se deshizo en elogios ante un Jorge Gandini, quien estaba integrado a la mesa como invitado ante la imposibilidad de llevar a ningún exponente del riñón presidencial. El amague y el dribling posterior resultaron patéticos como defensa de un Partido Nacional jaqueado. Pero la puesta en escena ya bastaba como para desviar el ataque y disminuir el impacto. Toda una estrategia de control de daños. Lo único que falta es que la derecha uruguaya, en la próxima campaña electoral, quiera aprender de Massa y ensaye un pase mágico que lo deslinde del descalabro gubernamental.

¿Acaso veremos a Delgado o a Laura Raffo desligándose del gobierno de Lacalle Pou como sin duda lo intentará hacer Manini?

La política como espectáculo y la moral como castigo

Los modos en que las narrativas en disputa emergen en el circuito mediático, necesitan representantes que se revistan de una legitimidad que ellos mismos intentan arrebatar a los malos políticos caídos en desgracia. Así, periodistas populares anclados en el poder de los grandes medios de comunicación, exdeportistas o personajes de la farándula, influencers, operan como una suerte de lumpeproletariado anarco-liberal que es funcional al poder de clase y particularmente generador de plusvalías comerciales y político-partidarias. Son fabricantes de un consumo simbólico dirigido a desprestigiar la democracia mediante una representación de la política como mero espectáculo en la que todos son iguales o juegan el mismo juego.

Ante la debacle de un gobierno acorralado por su propio modus operandi, los discursos de la moral y las arengas simplonas encierran una estrategia ya ensayada muchas veces por las facciones ultraderechistas: la culpa es de la democracia y sus deliberantes debates bizantinos, la corrupción es inherente a todos los seres y no culpa del sistema social imperante; la inseguridad nada tiene que ver con la desigualdad sino con la falta de orden y la pérdida de valores; los problemas se solucionan con técnicos preparados que detentan el saber hacer y necesitan que no se les discuta o pongan palos en la rueda, los ricos son los que generan la riqueza y son los malla oro que conducen al pelotón. En fin, que las nubes pasan y el azul queda.

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