El BRICS fundado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y ampliado recientemente a Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Indonesia representa el 40 % del PBI mundial en paridad de poder adquisitivo y más del 49 % de la población global. Países como Argelia, Bangladesh, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Pakistán, Senegal, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán, Venezuela y Vietnam han manifestado formalmente su interés en unirse. Aunque no es un bloque homogéneo ni exento de tensiones, se consolida como contrapeso real a un orden global profundamente desigual, sostenido por la supremacía financiera y militar del mundo unipolar.
Las políticas del FA como guía para la inserción de Uruguay
El Frente Amplio incorporó explícitamente en su programa estudiar la pertinencia de apoyar iniciativas que desafíen el orden unipolar, como los BRICS. No por nostalgia ni romanticismo, sino por la convicción de que una arquitectura internacional más justa requiere diversificar alianzas y fortalecer la cooperación sur-sur. En ese marco, el viaje del presidente a Río no solo está justificado: cumple con lo resuelto democráticamente por los órganos del partido de gobierno.
Sorprende, entonces, que desde el propio oficialismo se afirme que el ingreso al BRICS no está en agenda, cuando esta orientación fue debatida durante dos años y aprobada en el Congreso del Frente Amplio. Ese documento debería guiar la acción política del Ejecutivo tanto como la Constitución, que sigue vigente mientras no se modifique. En ese sentido, no ayudan las voces que reinterpretan el programa votado por más de un millón de uruguayos porque pueden vaciar de contenido las definiciones adoptadas por los órganos legítimos del partido y quizás contribuyan a despolitizar decisiones estratégicas.
Uruguay es, sí, un país pequeño y vulnerable. Pero justamente por eso necesita política con rumbo, no mera gestión del statu quo. La participación en el BRICS ayuda a demarcar una política exterior más autónoma y coherente con los desafíos del siglo XXI, arraigada en una visión desde el sur.
El bloque BRICS representa una plataforma concreta para avanzar hacia una integración menos condicionada, libre de las tradicionales imposiciones del FMI y el Banco Mundial. Su Nuevo Banco de Desarrollo, presidido por Dilma Rousseff, sigue a la espera de una definición por parte de Uruguay para integrarse formalmente, y ya ofrece líneas de crédito para obras de infraestructura que el país necesita con urgencia. En paralelo, su agenda de cooperación sur-sur plantea una alternativa real al modelo histórico de endeudamiento y subordinación que ha caracterizado nuestra inserción internacional. Incluso promueve el comercio en monedas locales siempre que sea viable como parte de una estrategia de desdolarización que, aunque incipiente frente al predominio del dólar, apunta a redefinir las reglas del intercambio global a mediano plazo.
No se trata de reemplazar una dependencia por otra, sino de ampliar los márgenes de maniobra, ganar autonomía relativa y ocupar espacios donde Uruguay pueda ejercer una voz propia, más allá de las limitaciones impuestas por su escala demográfica, territorial y económica. Para ello se necesita decisión, visión estratégica y, ante todo, voluntad política. Todo indica que, tímidamente, ese camino podría estar comenzando a trazarse.
El papel de Brasil como miembro fundador del BRICS y principal socio regional de Uruguay facilita una vía natural de acercamiento y articulación de espacios. La vocación latinoamericanista y antiimperialista de la izquierda uruguaya en general encuentra aquí una oportunidad concreta de proyección internacional.
Por supuesto que existen múltiples desafíos y que construir escenarios de cooperación real requerirá de mucha negociación, diálogo, paciencia y tiempo. Pero la sola existencia de un espacio donde se reúnan los países del sur, sin tutelajes ni idealismos ni falsas promesas, es esperanzadora.
El viaje del presidente Orsi, entonces, no debe ser solo una foto, también puede permitir un margen de disenso en esa estrecha amplitud de banda en donde Gabriel Oddone ubica a los economistas que van de la centroderecha a la centroizquierda. Puede incluso ser el punto de partida para una discusión seria y estratégica sobre el rumbo exterior del país y también sobre la geoeconomía y la geopolítica. Una discusión que no se agote en balances comerciales ni protocolos diplomáticos, ni por supuesto márgenes de dependencia y límites de soberanía, sino que se anime a responder algunas preguntas centrales: ¿con quiénes, cómo y para qué vamos a construir la política internacional de Uruguay?