Sebastián Marset apareció en la pantalla de Canal 4, en horario central de domingo, cual nueva estrella del espectáculo. ¿Por qué accedió a una entrevista?, ¿es el narco más buscado?, ¿se quiere entregar?, ¿quién es Marset? Dentro de todas esas dudas surge una certeza: las autoridades uruguayas han mentido reiteradamente.
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Ha ocurrido con todos los delincuentes famosos e inaccesibles, finalmente un halo de misterio envuelve su figura. Y ese misterio permite construir historias que por muchos medios se divulgan como verdaderas. La entrevista a Sebastián Marset, difundida por el programa Santo y Seña, es un buen ejemplo. La presentación tuvo mucho de la heroicidad que alguna gente cree que tiene el periodismo.
Una periodista viaja a un lugar desconocido a entrevistar al narco, presuntamente, más buscado en Paraguay y Bolivia. Los detalles acerca de cómo llegó alimentaron el misterio y, también, los peligros que aceptó correr para cumplir la tarea.
Hasta ahí nada para objetar, porque muchos periodistas hubiéramos querido estar en su lugar.
Pero la entrevista en sí fue mala y la edición posterior, incorporando canciones elegidas por el entrevistado, la convirtieron en un espectáculo reprobable.
El conductor del programa bromeó al final con lo que costaban el pullover y el reloj que llevaba puestos Marset. Ignacio Álvarez dijo que “parece un tipo agradable” y la periodista Martín afirmó que “no todos los delincuentes pueden ser malas personas”. Fue casi una apología del narco.
Nadie preguntó, por ejemplo, cuántos muertos hubo por ese “apenas 1 % de violencia” con que el entrevistado reconoció resolver algunos de sus conflictos.
Se tomó como válida su afirmación de que “no había pagado un peso por su pasaporte”, pero no se le preguntó cuánto le habían cobrado los abogados Alejandro Balbi y Santiago Moratorio. Muchos dirán que eso entra dentro del secreto profesional. Pero una cosa es actuar profesionalmente y otra muy diferente es ser un gestor para un traficante de drogas.
Al respecto se interpretó que quiso decir que “no había pagado coimas”, aunque dijo que estaba dispuesto a hacerlo. Pero, en serio, ¿alguien cree que si coimeó a uno o a varios lo iba a reconocer? Por la sencilla razón de que eso sería perjudicar a quienes le ayudaron acá. “No masca vidrio”, expresa un dicho popular.
Aseveró que “Uruguay es el país menos corrupto de América Latina”. Dicho por un narcotraficante carece de valor alguno y, además, si está negociando su entrega no conviene acusar. Pero peor fue la edición cuando Marset mencionó a la “otra mafia” y el programa lo ilustró con una imagen del Palacio Legislativo.
Presentar como una novedad que “se opone a la legalización de las drogas”, es como decir que el senador Sebastián Da Silva se opone a la venta de carne de origen vegetal. “Cada cocinero alaba su puchero”.
¿Tuvo que ver o no con el asesinato del fiscal paraguayo Marcelo Pecci? Marset lo niega y, en honor a la verdad, la única acusación con nombre y apellido provino del presidente colombiano Gustavo Petro, a través de un tweet. Ninguno de los detenidos por el crimen en Colombia lo menciona. Sí acusan a Horacio Cartes y Miguel Insfrán (a) “Tío Rico”.
Pero a partir de aquí todo lo que ha ocurrido con el caso Marset en Uruguay es una catarata de mentiras.
Una mentira tras otra
En agosto del 2022, durante una interpelación en el Senado a los entonces ministros Francisco Bustillo y Luis Alberto Heber con motivo del pasaporte entregado a Sebastián Marset, los jerarcas dijeron no saber quién era –Bustillo llegó a afirmar que era un futbolista– y que estaban obligados a entregarle el documento basados en un decreto del 2014 porque “no tenía antecedentes ni requisitorias en Uruguay”. Y enfatizaron “acá no hay nada contra él”.
Todos mintieron.
A principios de noviembre la exvicecanciller, Carolina Ache, declaró en Fiscalía que el Gobierno se había organizado para que un intercambio de mensajes entre ella y el exsubsecretario de Interior, Guillermo Maciel, no se entregaran en la interpelación. Señaló además que el asesor presidencial, Roberto Lafluf, le dijo que “él había destruído documentos entregados por ella para ser incluidos en la investigación administrativa de Cancillería”.
En uno de esos mensajes Maciel le decía a Ache que “Marset era un narco muy peligroso”. Pero aún así el 24 de noviembre de ese año le expidieron el documento que al otro día entregaron en mano al abogado Carlos Balbi, hermano de Alejandro.
Después de conocidas las declaraciones de Ache, los dos ministros, Maciel y el asesor fueron “renunciados”. Y se abrió otra causa en Fiscalía.
Aunque quedó claro que le mintieron al Senado.
La semana pasada Caras y Caretas publicó un documento de la policía paraguaya, fechado el 4 de mayo del 2022, en el que se informaba al fiscal de Crimen Organizado de ese país que la “Dirección General del Tráfico Ilícito de Drogas (DGRTID) les había informado quién era Sebastián Marset” y que, según el “Sistema de Gestión de Seguridad Pública del Ministerio del Interior, Marset tenía antecedentes judiciales y una requisitoria a nivel nacional”.
Nadie negó esa información, pero durante la semana jerarcas de gobierno y policiales insistieron con que “Marset no tenía antecedentes ni requisitorias en Uruguay”.
Pero “la mentira tiene patas cortas”, expresa otro dicho popular.
Porque el propio Heber, siendo ministro, le dijo al abogado Santiago Moratorio que “Uruguay le tendría que hacer un monumento a la fiscal Mónica Ferrero, está amenazada de muerte incluso por el señor Marset”.
Además el fiscal Diego Pérez tiene una causa contra Marset como presunto responsable del atentado con bombas contra la sede de la Brigada Antidrogas ubicada en El Prado, el 9 de mayo del 2020 a las 2 de la madrugada.
O sea, mintieron una vez más; no sólo tenía antecedentes, también una causa pendiente.
Tanto que el propio Marset en un pasaje de la entrevista reconoce que “tiene unas cositas para solucionar en Uruguay”.
Conocidas las intenciones y condiciones de Marset para entregarse a la Justicia uruguaya, el presidente Luis Lacalle Pou y el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, afirmaron con énfasis que “no negociamos con narcotraficantes”.
No negociarán, pero le entregaron un pasaporte.
Porque además es falso, ya que Fiscalía negocia todos los días con diferentes delincuentes, incluidos narcos, en los que se denominan “acuerdos abreviados”, que tiene reglas y, si Marset las cumple, ¿por qué no negociar?
Puede ser formalizado acá y luego extraditado a Paraguay que lo tiene requerido.
En los hechos, varios países, especialmente EE. UU., tienen acuerdos de “entrega o colaboración” con muchos narcotraficantes. Los hizo con Raúl Vivas (cártel de Medellín) y Ramón Puentes Patiño (cártel de Cali), ambos detenidos en Maldonado a principios de los 90, y más recientemente los hizo con otros que entregaron a Joaquín “Chapo” Guzmán.
Otras entrevistas a narcotraficantes
Hay dos antecedentes de entrevistas a conocidos narcotraficantes que tuvieron diferentes alternativas.
En el año 2010 el periodista mexicano Julio Scherer, director de la revista Proceso, logró entrevistar a Ismael Zambada (a) “el Mayo”, jefe del cártel de Sinaloa, después de la detención del Chapo Guzmán, que trafica drogas desde hace más de 50 años pero nunca fue detenido. En los hechos sólo se conocen dos o tres fotos de Zambada.
“Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo. La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo”, relató Scherer.
Y siguió: “En momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado. La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator”.
“Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.
En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis comensales. Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría, y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado. Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen”, contó el periodista.
El encuentro se dilató un día más hasta que al anochecer pasó a buscarlo una camioneta seguida por otras dos, que transitaron por sinuosos caminos entre las montañas.
Al fin llegaron “sobre una superficie de tierra apisonada y bajo un techo de troncos y bejucos, habíamos llegado al refugio del capo, cotizada su cabeza en millones de dólares, famoso como El Chapo y poderoso como el colombiano Escobar, en sus días de auge, zar de la droga. Ismael Zambada me recibió con la mano dispuesta al saludo y unas palabras de bienvenida:
–Tenía mucho interés en conocerlo.
–Muchas gracias –respondí con naturalidad.
Me encontraba en una construcción rústica de dos recámaras y dos baños, según pude comprobar en los minutos que me pude apartar del capo para lavarme. Al exterior había una mesa de madera tosca para seis comensales, y bajo un árbol que parecía un bosque, tres sillas mecedoras con una pequeña mesa al centro. Me quedó claro que el cobertizo había sido levantado con el propósito de que el capo y su gente pudieran abandonarlo al primer signo de alarma. Percibí un pequeño grupo de hombres juramentados. A corta distancia del narco, los guardaespaldas iban y venían, a veces los ojos en el jefe y a ratos en el panorama inmenso que se extendía a su alrededor. Todos cargaban su pistola y algunos, además, armas largas”.
“El Mayo” Zambada también habló de su numerosa familia. Casi lloró por su hijo Vicente, detenido y extraditado a EE. UU., y explicó cómo vivían todos en el monte, lejos de toda opulencia.
Pero dijo algo alarmante: “Si me atrapan o me matan... nada cambia”.
La entrevista completa se puede leer en el siguiente link: https://www.proceso.com.mx/
Muy diferente fue la entrevista realizada a Joaquin Guzmán (a) “El Chapo”. En realidad, el capo narco estaba obsesionado con la actriz mexicana Kate del Castillo. En el año 2015, a través de un teléfono Blackberry, la contactó y le propuso un encuentro porque quería “hacer una película autobiográfica”.
Ella fue quien contactó al actor Sean Penn y ambos interesaron a la revista Rolling Stone. Finalmente, en octubre de ese año, en algún lugar del territorio mexicano, ocurrió el encuentro.
Por seguridad, la revista no nombra los lugares, pero en el video “El Chapo” aparece sentado frente a una valla y de fondo se ve una camioneta blanca tipo pick up, y más allá vegetación. El suelo es de tierra, y entre el murmullo de otras voces se escucha un gallo de vez en cuando.
En la extensa entrevista, Guzmán, a quien Penn describe como “el otro presidente de México”, relata sus orígenes como narcotraficante y explica su visión del futuro del negocio de la droga en el mundo.
“El Chapo” reconoce que “la realidad es que las drogas destruyen”, pero “no había otra manera, ni hay, de sobrevivir. No había otro camino”, dice como argumento.
En enero del 2016 el narco fue capturado por los militares y al otro día Rolling Stone publicó la entrevista.
Los gobiernos de EE. UU. y México aseguraron que ambos actores deberían estar en la cárcel por haber puesto en riesgo la vida de muchas personas, ocultando el paradero del narcotraficante.
Perseguida por el Gobierno de Enrique Peña Nieto, la actriz Del Castillo no pudo volver a su país durante tres años, pero tampoco volvió a tener papeles cinematográficos importantes.
Algo parecido le ocurrió a Sean Penn, quien no ha tenido grandes proyectos desde la publicación del polémico artículo.
En enero de 2017 “El Chapo” Guzmán fue extraditado a los EE. UU. Durante el juicio, varios exsocios declararon en su contra y terminó condenado a cadena perpetua que cumple en un penal de alta seguridad.