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Política Astesiano. |

Destituciones

Heber: el ministro que se creyó su propio cuento

El cuento de Heber se suma a las falacias ante la opinión pública, que asiste a las consecuencias del caso Astesiano como si fuera una serie de Netflix. 

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Caras y Caretas Diario

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La realidad acaba de estallarle en la cara al ministro del Interior, Luis Alberto Heber. Desde hace una semana sabía que la fiscal Gabriela Fossati iba a formalizar a Jorge Berriel, subdirector ejecutivo de la Policía, el mismo jerarca que él había exonerado de “cualquier irregularidad” después de una investigación administrativa. Pero, según fuentes de Fiscalía, no será el único.

La decisión de la fiscal Fossati apuró al presidente Luis Lacalle Pou para ordenar cambios inmediatos en las jerarquías policiales. Ahora podrán decir que lo destituyeron antes de la formalización.

Así acumulan falacias ante la opinión pública, que asiste a las consecuencias del caso Astesiano como si fuera una serie de Netflix.

Pero la verdad es muy diferente a como quieren contarla desde la Torre Ejecutiva.

Desde el comienzo de esta administración se adoptó una serie de medidas en el Ministerio del Interior que tenían como objetivo barrer con todo lo que había hecho el gobierno frenteamplista.

Y si bien a Eduardo Bonomi se le pueden criticar muchas cosas, también merece reconocimiento por los cambios realizados en la Policía.

Desde siempre la institución policial fue un “botín de guerra” para el partido triunfador en las elecciones. Porque era muy visible que los dirigentes políticos pretendían que “determinados asuntos” quedaran fuera de la persecución policial.

La institución quedó muy marcada por su actuación en la represión a los opositores antidictadura. Algunas dependencias fueron escenario de las peores torturas. Por ejemplo, Inteligencia, que estaba ubicada en Maldonado y Paraguay.

En ese lugar los esbirros policiales de los militares masacraron a centenares, tal vez miles, de ciudadanos, mujeres y hombres, cuyo único delito era oponerse a la dictadura. Algo parecido ocurría en el interior del país en diferentes dependencias policiales.

Con el regreso a la democracia los uniformados de azul eran tan rechazados por la ciudadanía como los militares.

Heber mintió en el Senado con el pasaporte Marset. Luego volvió a mentir, en el mismo lugar, cuando afirmó que Astesiano no tenía acceso a las cámaras de videovigilancia del ministerio. Si fuera así, Astesiano demostró que tenía “amigos” que lo hacían por él. Pero el ministro no le dijo a los parlamentarios que en la residencia presidencial se había instalado un centro de videovigilancia. Heber mintió en el Senado con el pasaporte Marset. Luego volvió a mentir, en el mismo lugar, cuando afirmó que Astesiano no tenía acceso a las cámaras de videovigilancia del ministerio. Si fuera así, Astesiano demostró que tenía “amigos” que lo hacían por él. Pero el ministro no le dijo a los parlamentarios que en la residencia presidencial se había instalado un centro de videovigilancia.

Recomponer la necesaria relación sociedad-Policía parecía entonces tarea imposible. Para peor en los años 90 irrumpieron las denominadas “polibandas”, es decir, bandas de delincuentes que integraban policías y civiles que cometieron algunos sangrientos asaltos.

Luis Lacalle Herrera, como su hijo, no supo lidiar con el tema. Así ocurrieron las huelgas policiales o los vínculos de jerarcas policiales con asesinatos notorios, como el de Eugenio Berríos o el del empresario Luis Ernesto González.

La Brigada Antidrogas de entonces, así como la filial de Interpol, Automotores, Hurtos y Rapiñas u Orden Público, eran cuevas de delincuentes uniformados.

¿Cómo ordenar ese caos? Se necesitaba un profesional que quisiera a la Policía, respetara la Constitución y las leyes, conociera la institución y estuviera dispuesto a limpiar la basura.

Lo encontraron en el inspector Roberto Rivero durante el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti. Con una extensa trayectoria policial, Rivero de filiación colorada, hijo de un policia de campaña, fue ascendiendo. Así llegó a la Dirección de Represión y Tráfico de Drogas.

Lo primero que hizo fue ordenar sumarios y separación del cargo de los jerarcas anteriores. E inmediatamente buscó rodearse de lo mejor que conocía. Así llegó Julio Guarteche.

Estableció una política de combate a las drogas que pasaba por lograr acuerdos y equipos de trabajo con Aduanas y Prefectura Naval, perseguir los grandes cargamentos y, sobre todo, buscar la ruta del dinero.

Entonces no contaba con la legislación que hoy tenemos y ni siquiera algo parecido a la infraestructura actual. No había nada de la tecnología que hoy conocemos.

Sus logros lo catapultaron al máximo cargo al que puede aspirar un policía: director nacional. Asumió poco después de que lo hicieran el presidente Jorge Batlle y el ministro del Interior Guillermo Stirling, quien calificó a Rivero como “el mejor de los policías”.

Pero dos meses después se dio de bruces contra el poder cuando la Brigada Antidrogas descubrió que el periodista Danilo Arbilla, entonces director de Búsqueda, le había vendido una casa en Punta del Este a testaferros del Cartel de Juárez y entregaron la información a la jueza de Maldonado, Fanny Canessa.

Arbilla, vendedor de buena fe, no tenía cómo saber eso. Pero para evitarse un posible escándalo ejerció su máximo poder de presión ante el vicepresidente Luis Hierro López.

Rivero fue destituido, calificado como “terrorista” y condenado al retiro.

No había cometido ningún delito, era un hombre respetuoso de las leyes. Pero recién entonces se percató de que el poder y la corrupción iban de la mano.

En el año 2005, José Díaz, el primer ministro del Interior frenteamplista, lo convocó para pedirle ayuda. Necesitaba alguien de mucha confianza para la Fiscalía de Policía, que entonces era el equivalente a Asuntos Internos hoy.

Rivero colaboró y también acercó a hombres que eran de su confianza, por ejemplo, Guarteche y Mario Layera.

Nunca más fue convocado para tarea policial alguna. No obstante, era hombre de consulta de oficiales y políticos.

Nunca fue votante frenteamplista. Pero se mantuvo en una posición de respeto crítico con la gestión de Eduardo Bonomi.

Muy diferente a lo que ocurrió con el nuevo gobierno de coalición y la llegada de Jorge Larrañaga como ministro.

Blancos y colorados, ahora coaligados, que antes habían intentado demoler a Bonomi desde el Parlamento, desde el gobierno se propusieron no dejar vestigios de su gestión.

El regreso de la “vieja guardia”

Todo lo que conocemos hoy sobre el caso Astesiano tiene sus raíces en el desatino de nombrar a un delincuente que no vaciló en recurrir a oficiales más dispuestos al favor personal que en servir a la sociedad.

A Jorge Larrañaga le permitieron nombrar a tres o cuatro funcionarios de su confianza. Entre ellos, Santiago González, director de Convivencia, a Luis Calabria, director general del ministerio, y al hoy destituido Jorge Berriel. El subsecretario Guillermo Maciel, entonces colorado, llegó por acuerdo político.

Pero los jefes de Policía fueron nombrados por el presidente, en algunos casos consultando a dirigentes políticos locales.

Larrañaga fue quién abrió las puertas para el regreso de la “vieja guardia”, con todos sus vicios y sus pequeñas vendettas por haber sido relegados en los gobiernos frentistas.

La experiencia fue muy mala. La mayoría de los jefes de policía fueron destituidos, algunos procesados. Aparecieron focos de corrupción muy importantes.

Y, finalmente, muchos de esos oficiales, terminaron al servicio de Alejandro Astesiano, jefe de la seguridad presidencial, para algunos asuntos de su cargo, pero para muchas ilegalidades también.

Lamentablemente Larrañaga falleció a poco más de un año de haber asumido. El presidente consideró que el hombre para ese cargo era Luis Alberto Heber, quien había pasado 35 años en el Parlamento y un año como ministro de Transporte y Obras Públicas, pero que nunca había tenido acercamiento a los asuntos de seguridad pública.

Pero es el máximo dirigente de la lista 71 del herrerismo, que lidera Lacalle padre.

Heredó todo el equipo que dejó Larrañaga. Al poco tiempo comenzaron los problemas graves. Y no solo los cambios de jefes, sino peor: el pasaporte otorgado al narco Sebastián Marset.

A fines de setiembre del año pasado cayó la bomba. Astesiano, que regresaba de Costa Rica junto al presidente y sus hijos, fue detenido en la residencia presidencial por orden de la fiscal Gabriela Fossati, que entonces investigaba una red de falsificadores de pasaportes, de la que el ahora detenido formaba parte.

Fue el director nacional de Inteligencia, Claudio Correa, el responsable de la detención e incautación de los celulares que tenía Astesiano.

Correa, que está bajo investigación fiscal, pidió pase a retiro el martes. Desde varios ámbitos se lo señala como quien habría borrado parte de los chats y audios de Astesiano, asunto que se dilucidará pronto.

Desde ese momento otra historia comenzó, una historia que ha puesto en jaque al gobierno y que aún tiene varios capítulos por delante.

Pero lo que ya se sabe pone en mala posición a las jerarquías del Ministerio del Interior, dispuestos a atender cualquier demanda de Astesiano aunque fuera ilegal.

¿Dónde radicaba tal poder del jefe de la custodia? Pues en que nada más y nada menos era un hombre de la más alta confianza del presidente.

Todas las jerarquías de la Policía sabían lo que ocurría, era imposible ocultarlo. Nada hicieron para pararlo. Empezando por Fernández, el director nacional, incapaz de contener los desbordes de gente a su mando.

Desde el gobierno se ha hecho lo indecible para intentar frenar las consecuencias de este escándalo político que –en honor a la verdad– surge por la decisión de Lacalle de nombrar a un delincuente para encargarse de su seguridad. No hay otro responsable.

Heber miente

Parlamentarios como Graciela Bianchi y Sebastián da Silva intentan, por todos los medios y con falsedades, disminuir el papel de Astesiano. Lo citan como “apenas un integrante de la seguridad”, un “fabulador” contumaz y refieren a sus chats y audios como “declaraciones”. A un alumno se le puede disculpar el desconocimiento, a una abogada no.

Todo parece indicar que la fiscal Fossati no piensa como ellos, por algo lo mantiene preso y se dispone a formalizar a varios implicados más.

En tanto, el ministro Heber licenció a varios de los investigados por Fiscalía. Pero justo hace 15 días volvieron a sus puestos porque dijo que “según una investigación administrativa no habían cometido ninguna irregularidad”. El miércoles pasado el ministro dio una declaración, sin permitir preguntas de los periodistas, donde anunció varios “cambios” que en realidad fueron destituciones ordenadas por el presidente.

Lo curioso fue cómo presentó el asunto. Heber dijo que “junto al presidente Luis Lacalle Pou se definió la necesidad de generar una nueva etapa para consolidar el trabajo del Ministerio del Interior en su lucha contra la delincuencia. Ahora iniciará una fase de "consolidación de los éxitos".

Un estimado músico uruguayo dijo al respecto: “Remover jerarcas para consolidar su éxito es como suspender una función por entradas agotadas”.

Heber mintió en el Senado con el pasaporte Marset. Luego volvió a mentir, en el mismo lugar, cuando afirmó que Astesiano no tenía acceso a las cámaras de videovigilancia del ministerio. Si fuera así, Astesiano demostró que tenía “amigos” que lo hacían por él. Pero el ministro no le dijo a los parlamentarios que en la residencia presidencial se había instalado un centro de videovigilancia.

También mintió Rodrigo Ferrés, prosecretario de Presidencia y responsable administrativo de la seguridad presidencial, cuando dijo que Astesiano no era jefe, pero en la misma sesión se conocieron documentos por él firmados denominando “jefe” al ahora negado.

Tres años después al gobierno no le quedó otro remedio que recurrir a oficiales que se desempeñaron durante la gestión Bonomi. El nuevo director nacional, José Azambuya, es un prestigioso y respetado funcionario, que desde el 2016 dirigió la Policía Científica. Ahora estaba en la Jefatura de Florida.

En tanto el nuevo director de la Escuela de Policía, Roberto de los Santos, tiene como antecedentes investigaciones que dieron un giro al caso Trigo en Colonia, al asesinato del narco Lillo Martínez, y fue quien probó la participación de una policía femenina en el asesinato durante la dictadura de la madre del actual ministro Heber. Eso le valió que lo destituyeran de sus cargos.

Un problema llamado Astesiano

Es muy obvio que Astesiano no hizo más cosas porque lo cazaron. Se creyó impune.

Tenía una amplia variedad de negocios. Logró concretar ventas para sus amigos de Vertical Skies con UTE. A lo mejor, con más tiempo, hasta hubiera colocado aviones y barcos para el Ministerio de Defensa.

Se ocupaba de los requerimientos de todos sus amigos.

Pero una de sus principales tareas parece ser usar su momentáneo poder para desprestigiar adversarios políticos del gobierno.

Así recibió el pedido para investigar a los senadores Mario Bergara y Charles Carrera y al exdirector nacional de Policía Mario Layera.

También espió al presidente del Pit-Cnt, Marcelo Abdala, cuando este, alcoholizado, chocó a varios autos. No se quedó con ese momento, revisó en las cámaras del ministerio lo que Abdala hizo ese día desde las 6 de la mañana.

Reclamó apoyo y dio órdenes a oficiales policiales porque “hay que cagar a ese hijo de puta” (sic).

Casi enseguida se supo que un efectivo policial le ofreció información sobre docentes y estudiantes “comunistas” del liceo 41, que presuntamente planeaban movilizaciones contra la reforma de la educación.

El último dato se conoció en la medianoche del jueves. Ese funcionario, que en el chat aparecía como Marcelo Baiano, se llama Marcelo Franquez, fue identificado por la Policía, interrogado, y la información entregada a la fiscal Fossati.

Pero lo curioso es que Franquez se desempeñaba en el equipo de seguridad presidencial. Fue cesado.

Vale reiterar dos preguntas que formulamos en la edición del viernes pasado: ¿cuál era la verdadera tarea de Astesiano? ¿Era solo seguridad presidencial o era una especie de comisario político persiguiendo opositores y haciendo negocios con la tolerancia de su jefe?

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